En unas horas

Matt regresa de Allí Abajo, esa mezcla de Barrios Griegos, Italianos y Latinos que hay en su ciudad. En sus bolsillos sobreviven los cigarrillos que marihuana que no alcanzó a consumir. Al subir de nuevo al cuarto, trepando por la enredadera hacia la ventana, encuentra la mirada reprobatoria de Roger. Otro sermón al que asiste con la vista gacha, lamiéndose los labios partidos por el frío. Lo van a expulsar si no se cuida y sería una pena, porque es su último año ahí y siendo el Tercero de la Institución, ¿por qué desperdiciar su vida? Matt le da la razón a Roger. Acepta una amonestación y promete escribir un ensayo donde haga examen de conciencia. Cuando se queda solo de nuevo, se conecta a internet y soborna a un muchacho que conoce de un foro homosexual, para que use sus talentos de literato amateur y le facilite esa tarea, a cambio de una chupada.

Al día siguiente finge tener migrañas para no ir a clase y quedarse en la enfermería, a jugar videojuegos y mirar por el ventanal, que da al campo de fútbol. Su mente se ocupa de una visión que aparece en los recesos, corriendo tras una pelota, enfundada en ropa negra y holgada. Es como Briggitte Bardot, si ella tuviera acento alemán, midiera metro veinte, tuviera diez míseros años...y un pene de nacimiento. "Mello", así se llama, aunque sólo han hablado un par de veces. Matt responde a sus preguntas e increpaciones con monosílabos, sonríe de un modo que Mello considera lascivo y la conversación naufraga al silencio. Pero un silencio cómodo.

Mello le ha pedido miles de veces que levante su perezoso trasero y vaya a jugar. Cuando Matt accede a sus pedidos, se pone de pie y entra en el juego, Mello se olvida de que existe, ocupado como está en perseguir el balón. Y luego, eventualmente, los otros jugadores eligen reemplazarle. A Matt no le molesta, salvo por la indignación de Mello, que acaba en puñetazos con muchachos que le llevan varios centímetros de alto y largo, presumiblemente.

Matt tiene sangre francesa y algún día sueña con viajar a su país natal. Ha conocido por internet a una muchacha que se viste como vampiresa y le ha prometido un lecho allá.

Cuando se masturba, sus sueños tienen cabello largo y rubio, piernas suaves por debajo de bellos adolescentes y una erección pálida, que se levanta hasta un abdomen bien formado. A menudo, esa muchacha lo mira en la cámara web, haciéndolo.

Al orgasmo, sobrevienen lágrimas: el esfuerzo de provocarlo se las arranca. Ella ha dicho que es algo parecido a lo que siente cuando se auto induce el vómito: el cuerpo se avergüenza de una imagen tan patética. Pero Matt cree que es una reacción meramente biológica, porque sólo experimenta alivio y bienestar ante el mismo.

Se limpia con toallas de papel el esperma, líquido espeso en sus manos y se apena ante la mirada plástica de esa modelo en panties que le sonríe desde un calendario, ya terminada la sesión de chat. Se sube los pantalones tejanos y prende un cigarrillo, para tenderse en la cama a observar sus ligas oscuras y continuar el sueño sin la ansiedad previa al orgasmo.