Capítulo 1.

— Me aburro, ¿podemos jugar a algo?

— ¿A qué quieres jugar, pajarito? —Una sonrisa ladeada se dibujó en los labios de Hades mientras repasaba el cuerpo de su esposa de arriba abajo. Suponía que no se refería al tipo de juegos que ella tenía en mente, pero por preguntar no perdía nada. — Porque a mí se me ocurren muchos juegos.

— No pensaba en ese tipo de juegos, la verdad… —La observó desde el otro lado de la cama, pasándose la lengua por los labios. — Pero no lo descartaría del todo. —A medida que hablaba se fue incorporando y acercándose a la otra mujer hasta quedar sentada a horcajadas sobre ella. — Pensaba más en algo como una partida de ajedrez… —Dejó un beso en el hombro de la rubia, besando tranquilamente su cuerpo entre palabra y palabra. — O al parchís… O a las damas…

— ¿A las damas? Vaya… Y yo que pensaba que te había quitado toda la inocencia. —Una carcajada escapó de sus labios. Observó los actos de la castaña, tenían un efecto que le resultaba desconcertante cuanto menos. — Podemos jugar al parchís si quieres y acabar con esto luego. Tenemos toda la eternidad.

—Te estás haciendo vieja… —Tras acabar la frase, Perséfone se levantó y salió corriendo, resultándole indiferente estar completamente desnuda. Estaba acostumbrada a hacerlo y sabía que el palacio de Hades estaba completamente desierto, a excepción de la guardia de muertos que poseía la diosa.

— ¿A dónde crees que vas? —Observó atónita cómo la menor escapaba con tal rapidez después de llamarla vieja, en parte porque su cuerpo la seguía cautivando tanto como sus cálidos ojos y su tierna sonrisa. — Sabes que no puedes huir de mí, siempre te encontraré. Y te secuestraré si es necesario. —Murmuró esas últimas palabras, aunque no eran más que una vieja anécdota.

— Pues inténtalo… ¿O es que estás demasiado mayor? —Realmente la castaña quería que la atrapase, era divertido cuando lo hacía, por lo que apenas corría por los pasillos, deteniéndose cuando encontró un lugar tras el que esconderse.

— No soy tan vieja. —Apenas tardó un par de minutos en llegar a donde la otra mujer se encontraba. Miró alrededor, enarcando una ceja al ver que trataba de esconderse. — ¿Sabes? Casi, casi te confundo con una de mis obras de arte. —Se aproximó a donde estaba la más baja, humedeciéndose los labios con la lengua. — Pero eres demasiado perfecta para ser solo una obra de arte.

— Vaya… Tantos halagos me hacen sospechar… —La sonrisa se extendió por sus labios a la vez que rodeaba el cuello de la rubia con los brazos y su cintura con las piernas, dejando que la bajase del lugar al que había subido para esconderse.

— ¿Sospechar qué? —Ladeó la cabeza, al compás que su pelo se desplazaba en la misma dirección, confiriéndole un aire de inocencia. La sujetó por los muslos, caminando así con ella hasta el salón.

— Que te estoy ablandando poco a poco. —Fue un suave susurro en el oído de Hades pero bastó para hacer que se detuviese poco antes de llegar hasta el sofá, situado frente a la chimenea. — Vamos, sé que no eres de piedra, no en el fondo. —Le apartó un mechón de pelo del rostro, contemplando sus ojos claros y llevando luego la mano a su mejilla. — No conmigo.

— ¿Y eso que importa? Todo el mundo lo piensa, todos piensan que no tengo sentimientos, así que es mejor que no los tenga. —Su mirada se apagó de forma que solo alguien que la conociese tan bien como su mujer podría haber percibido. Reanudó su camino hasta el sofá, sentándose en él, con Perséfone encima.

— A mí me importa. —Se acomodó sobre su regazo, sin apartar la vista de aquellos preciosos ojos, le desagradaba enormemente que la gente no viese a su esposa tal y como era –aunque no es que ella lo pusiese muy fácil- y que le tuviesen tanta manía.

— Y eso es suficiente para mí. —Zanjó el tema, dejando un tierno beso en sus labios.

Su relación no siempre había sido así, pero a medida que habían pasado los siglos, la relación entre ambas se había suavizado e incluso un profundo amor había surgido. Lo que empezó como un secuestro se había convertido en mucho más; en parte porque Hades había adoptado una forma femenina, lo que hizo que la diosa menor se sintiese menos incómoda con la deidad, más fue de su forma de mujer de la que se enamoró en un principio y con la que prefería convivir día a día. La mayoría de los dioses eran polimorfos –en los tres dioses principales, diosas la mayoría del tiempo- por lo que eran capaces de adoptar temporal o permanentemente cualquier forma que quisiesen.

Perséfone dejó la cabeza sobre el hombro de la rubia tras finalizar aquel beso, cerrando los ojos y respirando hondo, entre los brazos de la diosa se sentía segura y relajada, casi le molestaba tener que volver a casa en primavera y separarse de ella –no solía ser una separación completa pues siempre lograba escabullirse y encontrarse con Hades en algún lugar apartado de la vista de su madre- por tanto tiempo. Al tiempo que sentía las manos de Hades recorrer su piel enredó los dedos en su pelo y cerró, disfrutando de aquel perfecto momento mientras su respiración se volvía más pesada paulatinamente.

— Te estás durmiendo… —Realmente la rubia no quería despertarla ni molestarla, pero si iba a dormirse prefería llevarla a la cama para que estuviese cómoda.

— No es verdad, estoy perfectamente despierta aquí.

— Lo que acabas de decir no tiene demasiado sentido. Te llevaré a la cama.

La menor volvió a rodear el cuello de la contraria, sujetándose y contestando así a su pregunta, había estado a punto de dormirse cuando se suponía que iban a jugar a algún juego de mesa. Tendría que dejarlo para más adelante, habían pasado casi todo el día en la cama –y en la ducha, y en muchos otros lugares- y ni siquiera había mirado la hora que debía ser ya. Trató de mantenerse despierta mientras Hades la llevaba hasta la cama, repartiendo varios besos por su cuello para distraerse; incluso le pareció ver una sombra por el rabillo del ojo, que no le habría resultado sospechosa de no ser por el escalofrío que recorrió su cuerpo . Se aferró con algo más de fuerza a la mujer, resultando incluso ligeramente infantil aquel acto.

La rubia por el contrario siguió su camino hasta su habitación, acercándose a la cama y dejándola en ésta con cuidado; al sentir que no se soltaba, se colocó sobre ella, tumbándola con suavidad sobre el colchón.

— ¿Te encuentras bien? He notado que temblabas antes, ¿tienes frío? —La mirada de Hades no era de otra cosa que de preocupación.

— Solo… He tenido un mal presentimiento, no es nada, tranquila. —Una sonrisa forzada apareció en sus labios, no quería preocuparla con una tontería tal.

— De acuerdo, intenta dormir un poco, yo debería revisar algunas cosas sobre los juicios. —Comenzó a coger las manos de Perséfone para que la soltase, deteniéndose al ver algo en sus ojos, ¿qué era aquel destello? Casi parecía… ¿Temor? ¿Era posible que estuviese astada de algo? Aquella sensación se confirmó cuando la castaña se negó a soltarse.

— Quédate conmigo, por favor. —Era una súplica emitida con un hilo de voz, ni siquiera ella sabía a qué se debía. Solo había visto una sombra, ni que fuese el mismísimo Tártaro.

— Está bien, pero duerme un poco, sea lo que sea, seguro que era solo una pesadilla. Debe ser culpa de Morfeo seguro, es demasiado inútil hasta para eso. —Desde luego, que la única persona que le importaba estuviese en aquel extraño estado no le hizo ni la más mínima gracia, por lo que ya se encargaría de solucionarlo cuando despertara. — Descansa, pajarito.

— Vale, te quiero. —Incluso con aquella sensación, Hades logró hacerla sonreír. Dejó un pequeño beso en sus labios, antes de cerrar los ojos y dormirse al cabo de varios minutos.

Al escuchar aquellas palabras todo su anterior enfado desapareció, aquel era el efecto que tenía sobre ella, a veces resultaba… Confuso. No tardó mucho en dormirse, Hades también estaba cansada y, puesto que había prometido quedarse con ella, decidió que aprovecharía aquel rato para descansar un poco.

Pasaron horas antes de que abriese lo ojos, su respiración estaba agitada y notaba su piel bañada en sudor, ¿una pesadilla? Probablemente, pero solo recordaba el final y era algo que le rompía el poco corazón que le quedaba. Se encontraba de espaldas a Perséfone, por lo que se giró y alargó un brazo, con intención de rodear su cintura. Fue entonces, cuando al no sentir más que el colchón bajo su mano, abrió los ojos bruscamente y se incorporó, no estaba. El pulso se le aceleraba a cada segundo que pasaba, se suponía que las pesadillas no se hacían realidad –y las suyas eran, en su mayoría, sobre perder a su mujer- solo eran sueños desagradables. Trató de serenarse, inspiró y expiró lentamente, buscando clamar su respiración y así su pulso, quizá solo estuviese en el baño o hubiese ido a por algo de comer.

— ¿Perséfone? —Se disponía a levantarse de la cama cuando vio lo único que había sobre la cama, donde se suponía debía estar la diosa. Una flor marchita, aquello era mucho peor que un mal augurio. Aquello era una petición de socorro.