Advertencia: esta historia lleva una clasificación para adultos por su contenido violento y sexual. Se recomienda discreción en su lectura.
Aviso de derechos de autor: Card Captor Sakura y sus personajes y locaciones no me pertenecen. Son propiedad de CLAMP.
Eco (m.)
"Repetición de un sonido producida al ser reflejadas sus ondas por un obstáculo."
Del latín echo, y éste del griego ἠχώ, echo, personificado en la Mitología Griega como una ninfa que, castigada por Hera, fue despojada del habla y obligada a repetir la última palabra que dijeran otros. Desolada, Eco se retiró al campo, donde se enamoró de Narciso. Rechazada y burlada por él, huyó a una cueva donde permaneció hasta que no quedó de ella más que su voz.
I
Yesterday
Suddenly, I'm not half the man I used to be,
There's a shadow hanging over me,
Oh, yesterday came suddenly.
Detuvo la marcha del auto y descansó la cabeza en el volante. Miró de reojo el reloj en el tablero; eran las primeras horas de la madrugada y estaba agotado. Manejar sin rumbo por la noche no era su mejor idea de pasar la navidad, pero en ese momento lo último que quería ver era un rostro conocido.
¿Y ahora qué?
Paseó la mirada por las maltrechas edificaciones; nunca había estado ahí, pero debía ser uno de los barrios bajos del sur de Tomoeda. Notó finalmente un bar —o algo semejante, a decir del cartel parcialmente iluminado que seguramente había tenido tiempos mejores— en la otra acera. Metió las llaves en la bolsa de su pantalón y salió del Jaguar que contrastaba con el paisaje como un rabino en una fiesta tribal. Meditó entonces en las posibilidades que había de que éste desapareciera durante su ausencia.
"Al menos está asegurado", se dijo y se encogió de hombros. Cruzó la calle y entró al lugar, sus lentes se empañaron rápidamente al pasar del frío a un salón inundado en el calor del humo de tabaco corriente.
Había temido un cúmulo de miradas sobre sí mismo y sus ropas caras al llegar, casi al más puro estilo de una película barata sobre el viejo oeste, pero nada similar ocurrió. Se encaminó directamente a la barra y pidió lo más fuerte que el cantinero pudiera ofrecerle; éste arqueó una ceja, pero no pronunció palabra alguna al vaciar una bebida clara en un vaso turbio como su propia mente.
Se empinó lo que había en el vaso y sintió enseguida el fuerte ardor seco en su garganta, que lo obligó a toser un par de veces y lagrimar. Por un momento las imágenes que percibían sus ojos azules se volvieron borrosas. Algo en su cabeza iba y venía, como si hubiera una canica dentro de ella. Debía admitir que el cantinero no se había andado con pequeñeces: era una de las bebidas más fuertes que había probado en su vida pese a estar acostumbrado a beber con regularidad.
"Lo que sea. El punto es olvidarla", pensó con amargura mientras hacía señas al hombre de que le sirviera otra igual.
—Mejor me paga primero —advirtió el hombre desconfiando que después de un par de tragos el sujeto pudiera mantenerse en pie, menos aún pagar la cuenta.
—Como sea —Eriol sacó una generosa suma de su billetera—, y quédese con el cambio —añadió cuando el otro, visiblemente satisfecho, se dispuso a servirle.
Una vez más el ardor en la garganta y el golpe seco en la nuca, como un bate de béisbol. Por instinto, sacudió la cabeza cuando sintió la presencia de una mujer a su lado. Ésta le escuchó resoplar y pedir otro trago antes de mostrarle su sonrisa detrás de un lápiz labial que chillaba sobre unos labios carnosos y experimentados.
—No me digas que te perdiste, guapo —le habló con una sensualidad perfeccionada, mirándolo de arriba abajo con una expresión que él identificó de inmediato como predispuesta.
—No estoy perdido. Pero con dos más de esos, espero que así sea —señaló el trago que en ese instante preparaba el tabernero. La mujer rió con ganas.
—¿Qué tal si te traes eso con nosotros y te doy algo para que te pierdas aún más? — insinuó aproximándose a él y rozando su ingle. Eriol notó que la falda de la mujer dejaba ya poco a la imaginación—. Vamos arriba y... —le susurró su idea de "perderse" mientras continuaba buscando su sexo con la pierna.
—No gracias —respondió secamente—. Prefiero esta compañía —alzó la copa pensando que una mujer en particular era la razón de su miseria y no tenía ganas de seguir arruinando su noche metiéndose con otra más. Ella no pareció ofendida ni tampoco triunfante; se dirigió a una mesa donde había un hombre solitario y usó la misma estrategia que antes, esta vez con éxito.
Regresó su atención a su bebida, tomó el cristal y se preparó para una nueva dosis de alcohol, pero algo lo detuvo en seco en esta ocasión: el sonido estridente de aplausos, exclamaciones y silbidos que se elevaban desde las mesas a sus espaldas. Como quien no quiere la cosa, se giró para ver lo que ocurría, aunque la curiosidad no era una de sus características distintivas.
En un pequeño y desgastado escenario se encontraba parada una joven de largos cabellos oscuros. Tenía la piel blanca y finas facciones, aunque no podía decir mucho con la escasa iluminación. La chica vestía un short minúsculo que revelaba sus magníficas piernas, además de una blusa lo bastante escotada para admirar una parte de sus bien proporcionados y perfectamente delineados pechos. En su mano derecha sostenía un micrófono y saludaba a todos con su agradable voz, anunciando el tema que interpretaría.
Un pianista, cuya presencia había pasado por alto, comenzó a tocar al fondo del bar. Eriol regresó su atención al vaso en su mano, dispuesto a continuar su bebida con la misma falta de ceremonia que antes, cuando una voz imposible inundó el lugar.
Yesterday, all my troubles seemed so far away
Now it looks as though they're here to stay
Oh, I believe in yesterday…
Era una canción de su natal Inglaterra que le traía nostalgia. Pero no fue el recuerdo de su preciada colección de vinilos lo que detuvo el vaso a mitad de camino rumbo a su boca, sino la hermosa voz que la entonaba… y el doloroso contenido de la letra que le recordaba a sí mismo verso por tomó lo que quedaba en el vaso rápidamente, sintiendo de inmediato el golpe en su cabeza y un dulce entumecimiento extendiéndose hacia sus extremidades.
Why she had to go I don't know she wouldn't say…
—Kaho —musitó cerrando los ojos con fuerza y apretando el puño alrededor del vaso, sintiéndolo crujir entre sus dedos. Optó por no hacerlo; no deseaba interrumpir la tortura de esa canción con un escándalo de vidrios rotos.
Eriol se quitó las gafas y se frotó los ojos, mareado por el licor que aún no parecía tener el mismo efecto en su estado emocional que en su sistema motriz. Sin embargo, en la confusión de su mente, algo comenzaba a tranquilizarlo y arrastrarlo con suavidad hacia otro lugar. No se trataba de un efecto del alcohol.
Se volvió para ver nuevamente el pobre escenario.
"Es esa voz".
Miró aturdido a la muchacha que parecía tener a todos los demás borrachos en un profundo trance. Su voz… con sólo escucharla podía sentirse más calmado, a pesar de que la melancolía impresa en el mismo tono de la chica era capaz de arrancar una lágrima a cualquiera que se dejara llevar por su hechizo, como ya ocurría con varios ebrios que lloraban y moqueaban tendidos sobre sus mesas. La última parte de la canción era un simple tarareo gutural, pero incluso eso se oía encantador, y se dio cuenta de inmediato que no era el único que pensaba eso: todos los hombres del lugar rompieron en vítores. También notó el brillo de orgullo en los ojos del cantinero.
Pronto, las exclamaciones tomaron un aire de protesta cuando la joven se despidió y se marchó, dejando a los clientes en espera de más. Aprovechó ese momento para hablar con el hombre que atendía la barra.
—¿Quién es ella?
Podía jurarlo: había escuchado las voces más bellas interpretar las mejores melodías en los escenarios más aclamados del mundo, y sin embargo había sido cautivado por esta inexperta muchacha cantando un sencillo éxito pop de los sesentas sobre una tarima que se caía a pedazos. Aún el fantasma que había dejado tras de sí lograba estremecerlo de pies a cabeza, como magia invocada con la música de su garganta. ¿Cómo demonios lo conseguía?
—Para todos en el bar, ella es Tsuki, aunque si quieres saber su verdadero nombre… —una sonrisa distintiva se abrió paso en los gruesos labios del fornido sujeto. Un gesto que él ya había visto en múltiples ocasiones en diferentes personas y que siempre significaba lo mismo.
Eriol puso una mano sobre la mesa. La retiró, dejando ver un fajo de billetes de alta denominación.
—También quiero hablar con ella si es posible.
El cantinero sonrió y se llevó el dinero a la bolsa.
—Su nombre es Tomoyo, y dejaré que tú mismo le preguntes su apellido y lo que quieras, pero sólo porque me caes bien. No cualquiera puede entrar en su camerino, muchacho —y, tras buscar con la mirada a alguien más, gritó roncamente— ¡Kim!
Un joven de unos diecisiete años se acercó apresuradamente.
—Hazte cargo mientras vuelvo, y no vayas a romper otro vaso o ya sabes que lo descontaré de tu paga —Eriol vio con claridad cómo gruesas gotas salían expelidas de su boca mientras hablaba. Luego, el tipo se volvió hacia él—. Sígueme.
Eriol agradeció que no fuera más larga su indicación, o hubiera tenido que encontrar una manera de esquivar la saliva.
Cruzaron el bar entre un mar de mesas que, más que acomodadas, se encontraban brutalmente amontonadas. Luego pasaron por un pasillo del que se desprendían unas escaleras que llevaban a la planta alta, seguramente destinada a habitaciones para que los clientes compartieran con las prostitutas que trabajaban para el dueño. Pasaron de largo las escaleras y llegaron hasta la penúltima puerta. El hombretón dio tres toques con la palma abierta y, sin esperar respuesta del interior, la abrió a sus anchas.
—Tsuki, te traigo a alguien que ha pagado muy bien, así que trátalo como se merece —le escuchó decir, aunque sus gruesas espaldas le tapaban todo lo que había más allá del umbral. El hombre se giró y lo miró con una sonrisa socarrona—. Es toda tuya —señaló con un pulgar a sus espaldas y se marchó sin más, dejándolo bajo el marco de la puerta.
Bien, ya estaba ahí y no tenía sentido regresar sobre sus pasos, por lo que entró de lleno a la habitación y cerró la puerta tras de sí. Su mirada viajó por el reducido espacio hasta posarse sobre un espejo con el marco carcomido por el óxido, en el cual se reflejaba la imagen de la hermosa mujer que acababa de dejar su cepillo sobre el tocador. Lucía bastante joven, y el maquillaje dramático que traía sólo le ayudaba a constatar que la chica trataba de ocultar su edad. Esta vez, a tan corta distancia, pudo notar el color de los ojos bajo las largas pestañas postizas y la plasta oscura que hacía sombra en sus párpados. Eran de un bellísimo y brillante tono violeta, casi azules, tan únicos como espectaculares. Ni siquiera se dignaron a mirarlo por el espejo, sino que continuaron viendo su propio reflejo, absortos en lo que su dueña hacía. No dudó que la mujer estaría acostumbrada a recibir en esa misma habitación al mejor postor que cerrara un trato con el cantinero —probablemente también el dueño del local— después de su aparición en el escenario
—Los cuartos están arriba —informó ella con voz apenas audible, aún sin volverse a mirarlo —. Aquí es un poco incómodo y…
—Así que tú eres Tomoyo —la interrumpió él y observó, no sin cierta satisfacción, cómo la aludida se giraba bruscamente para mirarlo incrédula por un instante antes de sobreponerse y fruncir el ceño.
—Realmente debiste haber pagado mucho más de lo necesario.
Entonces recordó lo que el grueso cantinero le había dicho; que no cualquiera podía entrar en ese camerino. ¿Realmente era cierto? Por la expresión de la chica, seguramente era raro aquél que, además de pagar la suma requerida para ello, también se aventuraba a desembolsar un dinero extra por saber su nombre.
—Vamos —la chica se levantó y pasó a su lado camino a la puerta—, no importa lo que hayas pagado, aún tengo que estar de regreso en el escenario en una hora —anunció fríamente.
Eriol la detuvo a medio camino sujetando su mano. Ella se giró para dirigirle una mirada indefinible.
—No vengo a tener sexo contigo —sabía que eso le recordaría a ella, y el sólo pensamiento le hacía hervir la sangre—, para eso preferiría a una que al menos tuviera edad para ello, además de unas curvas más… femeninas —se sorprendió a sí mismo diciendo eso. Si bien su edad sí resultaba un problema, su figura era simplemente perfecta y sus largas piernas le invitaban a sentirlas alrededor de su cadera; sus senos sugerentes lo incitaban a besarlos y acariciarlos en ese mismo instante. Nunca le había hablado así a una mujer, menos a una tan exquisita, pero esa noche estaba realmente molesto, furioso con todas ellas por culpa de una sola, y con algunos tragos encima, por si fuera poco.
La mirada que la llamada Tomoyo le lanzó esta vez era aún más indescifrable que la anterior, cargada de una turbia mezcla de emociones: desde un odio indecible hasta el más puro alivio. Se liberó de su agarre con un movimiento brusco y se sentó en la silla que antes había ocupado.
—Bien, entonces pida lo que desee, su señoría —dramatizó con un ademán de sus manos acompañando al evidente sarcasmo en sus palabras.
—Canta.
Su voz sonó imperativa hasta en sus propios oídos. La chica se limitó a arquear una ceja y observarlo con curiosidad, cual si fuera un loco en exposición.
—Canta —repitió—. ¿No es muy claro lo que dije? Quiero que cantes para mí.
Se recargó en una pared para disimular el mareo a causa del licor y esperó alguna reacción por parte de ella. Por primera vez Tomoyo notó que, además de su manera de arrastrar un poco las palabras a causa de la embriaguez, había algo más en su forma de hablar: un acento ajeno a ella, extranjero.
—No puedo hacer eso —ella cruzó una pierna y se miró las uñas, prestando poca o nada de importancia a lo que su cliente recién le había pedido.
—Creo que no me entendiste, no te pedí que cantaras, ni te pregunté si podías hacerlo, simplemente te ordené que lo hicieras. Te estoy pagando una fuerte suma de dinero, ¿lo recuerdas? Y, si eso es suficiente para saber tu nombre y llevarte a la cama… —consideró que no era necesario continuar, en realidad no tenía ganas de discutir al respecto.
—No, tú eres quien no entiende —le espetó ella—. Llevo cantando todo un repertorio desde hace horas, deteniéndome sólo para tomar un vaso de agua cuando me turné con los músicos. Se supone que éste es mi descanso, el único que tengo en toda la noche, pues aún tengo trabajo hasta el cierre. Si canto más de ese tiempo, pasará algo que ni al patrón ni a los clientes les gustará… y tú no sabes las consecuencias que eso le puede traer a alguien como yo.
Sus ojos se volvieron a fijar en él, fríos y despectivos. Eriol se quitó los lentes que traía puestos, se acercó con decisión y se inclinó hacia ella, mirándola de frente con apenas algunos centímetros de distancia; tenía una expresión cansada, harta y amenazadora. La expresión de alguien que ya no teme perder nada.
—Me importa un carajo lo que le guste al imbécil de tu patrón o a un montón de borrachos, así que deja de balbucear excusas estúpidas y ponte a cantar, que el tiempo corre.
Tomoyo tuvo que echar un poco la cabeza hacia atrás al recibir el golpe del fuerte aliento a alcohol que se estrelló contra su cara.
Era cierto, realmente era mucho mejor cantar un poco a tener que acostarse con él, pero no podía evitar temer la reacción de Ryou, el hombretón que resultaba ser su jefe, si fallaba en su interpretación… Ambos sabían que ella era la razón por la que muchos clientes se quedaban hasta el final, embelesados con su voz —sin mencionar su belleza física—, con esa cara de idiotas y una buena cuenta en cervezas. Es por eso que ella era "su protegida", aquella a la que los hombres no podían acercarse a menos que estuvieran dispuestos a desembolsar una muy generosa cantidad. Por esta misma razón su trabajo, el único en el que hacía lo que más le gustaba —cantar—, le era bien pagado… para tratarse de un bar de mala muerte.
Pese a esto, no dejaba de haber ocasiones en las que tenía que servir a algún ebrio que deseaba deshacerse de un exceso de dinero. Aún recordaba la primera vez que Ryou había entrado a su camerino abriendo la puerta de golpe y con un grueso fajo de billetes en una mano.
Esa noche, tres años atrás, no había podido cantar por el llanto, pero su jefe se había encargado de dejar en claro que no volvería a ser tan tolerante una segunda vez.
Suspiró. Si tenía que hacer ambas cosas —un concierto privado para el riquillo extranjero y cantar para los demás clientes—, entonces no permitiría que esto afectara su interpretación y amenazara ese trabajo que tanto necesitaba.
—¿Alguna pieza en especial? —preguntó entre dientes fingiendo ocuparse con guardar algunos artículos de su tocador.
Eriol introdujo sus lentes en un bolsillo de su abrigo y la miró con esos misteriosos ojos azules al tiempo que le decía un título en inglés. Tomoyo lo vio moverse para recargarse contra una mesa que se tambaleó bajo su peso.
Levantó un poco la cabeza de la barra. Estaba completamente aturdido y sus extremidades no respondían muy bien. Podría apostar a que si se levantaba en ese momento del destartalado banco y ponía un pie en el piso caería inmediatamente. Ya hacía una hora que había perdido la cuenta de las copas que llevaba… y de la cantidad de distintas bebidas que había cruzado en una sola noche. Se sentía mareado y terriblemente adormilado, se moría de sueño, mas no se atrevía a detener eso de una buena vez. No podía marcharse de ese lugar mientras esa extraordinaria voz siguiera llevándolo de la mano a un limbo sin luz ni sombras, únicamente rico en sonidos.
Dirigió su cada vez más inestable vista hacia el lóbrego escenario. Esa mujer… más bien esa chica, terminaba la canción y decía algunas palabras. Aún desde su posición y, a pesar de su condición, pudo notar el rostro de la intérprete perlado por el sudor a causa del esfuerzo. Además se notaba que hablaba bajo, extendiendo cada vez más el tiempo entre canción y canción para recuperar energías. Pronto los briagos del lugar clamaron por más, a lo que ella no tuvo más opción que acceder, indicando a los músicos el próximo tema.
La vio suspirar y volver a tomar una larga bocanada de aire, como si estuviera a punto de enfrentar un obstáculo que sabía difícil de superar. Las primeras notas hicieron acto de presencia y la muchacha sujetó el micrófono con ambas manos, comenzando a cantar una dulce y tranquila melodía. Sin embargo no pasó más de un minuto antes de que un sonido rasposo manara de la delicada garganta femenina. Ella se llevó ambas manos a ésta con una mueca de dolor, desconcentrándose y perdiendo enseguida el ritmo de la canción; pese a que no tardó en recuperarlo, los alaridos de disgusto ya se dejaban oír entre los asistentes, sobretodo cuando esta situación volvió a repetirse no una, sino tres veces en la misma melodía.
Quién diría que un grupo de borrachos sucios podría ser tan exigente. Eriol contempló la escena con una sorpresa que lo sacó del estado de sopor en el que se encontraba. Se levantó de su banco —inexplicablemente no cayó como lo había previsto, aunque sí tuvo que asirse del borde de la barra por unos momentos para recuperar un poco de equilibrio— y salió del lugar. Dejó que el aire gélido del exterior golpeara su cara y le ayudara a retomar un poco de estabilidad. Aún en el exterior podían oírse los múltiples abucheos arrastrados de las gargantas ahogadas en alcohol.
Se encogió de hombros y dejó escapar un suspiro que se condensó en vapor al encontrarse con el frío. Metió las manos a los bolsillos y dirigió una mirada cansada hacia su auto, sólo para ver, sin verdadera sorpresa, que éste había desaparecido. Lo que lo hubiera desconcertado definitivamente sería haberlo encontrado donde mismo, y casi le daría un ataque al corazón si hubiese estado tal cual lo había dejado. Observó ese espacio vacío en la calle por largos minutos, meditando la forma en que regresaría a casa, cosa que se le dificultaba hacer estando en un lugar completamente desconocido y con semejante cantidad de alcohol etílico en las venas adormeciendo su cerebro.
No podía tomar un taxi, pues ninguno se aventuraba a pasar por esa zona; tampoco podía llamar a algún conocido, ya que había dejado su celular en el automóvil para evitar tener que lidiar con llamadas de amigos y familiares cuando todos se enteraran de lo ocurrido. Este último pensamiento casi lo hizo reír. Si hubiera sido lo suficientemente inteligente simplemente habría apagado el aparato.
¿Cuánto tiempo permaneció ahí, de pie a la entrada de aquel intento de cantina? No lo supo, pero se vio obligado a volver a la realidad cuando un trío de borrachos pasó a su lado y el de la extrema izquierda chocó contra su costado. Observó que más y más clientes salían atropelladamente del lugar. Ya debía ser hora del cierre. Miró al cielo, sólo faltaban un par de horas para el amanecer, pero no era viable permanecer en esas calles durante ese tiempo. La mejor opción era buscar un refugio, uno en el que pudiera despertar vivo y con sus ropas aún puestas y, de preferencia, con su cartera aún en el bolsillo interior de su saco.
Parecía mucho pedir en un barrio así.
Se pasó una mano por la cabeza de una manera poco galante para su costumbre y parpadeó un par de veces, intentando traer algo de conciencia a su mente adormilada. Entonces la vio salir por la destartalada puerta; era esa chica de la voz hermosa, el único ser con el que había mantenido una charla de más de dos minutos en ese lugar de mala muerte; el único, además, de quien sabía su nombre.
Se irguió, separándose de la pared en la que se había recargado, y caminó hacia la joven que se internaba en la oscuridad. Se sintió aturdido por el brusco movimiento, pero pronto se recuperó y consiguió moverse en la dirección deseada sin tropezar con sus propios pies.
—Tomoyo —la llamó al estar a unos dos metros de ella, agradeciendo no haber olvidado el nombre aún.
Ese acento. La joven maldijo por lo bajo y volteó por sobre su hombro, mirándolo apenas una centésima de segundo para confirmar sus sospechas antes de continuar su camino, esta vez a un paso más veloz.
—Oye… espera —balbuceó y dio un par de rápidas zancadas. Consiguió alcanzar a la muchacha y la sujetó firmemente de un brazo, haciéndola girar. Ella se intentó liberar al instante, pero el agarre de Eriol era muy fuerte pese a su estado.
—¿Qué quieres? Ya no estoy de servicio, si quieres algo más tendrás que esperar hasta mañana.
Tomoyo no sentía miedo, había aprendido a lidiar con estas situaciones con más frecuencia de la que le gustaría siquiera admitir. Introdujo lentamente su mano libre en el bolsillo derecho de su desgastado abrigo, donde guardaba su navaja.
—No quiero eso, sólo te pido que me ayudes, ¡te pagaré bien! —le respondió él en el mismo tono. Estaba fastidiado y francamente irritable, pero eso causó que le bajara un poco el efecto de la bebida y consiguiera arrastrar menos las palabras. La miró a los ojos y pudo ver su reflejo violáceo y furibundo, aunque también alcanzó a notar algo más en su expresión.
—¿Me pagarás? —lo sabía, todas las personas que conocía tenían un precio, y esa muchacha en el escalón más bajo de la sociedad no sería la excepción— ¿Qué quieres que haga y cuánto ofreces? —preguntó de manera suspicaz. Dejó de oponer resistencia a su agarre, aunque su ceño no se suavizó en lo más mínimo, desconfiado y calculador.
Él se acercó a ella para hablarle más quedamente, no quería llamar la atención de los paseantes, que a esa hora realmente eran más que eso.
—Necesito conseguir un lugar para pasar la noche —"pasar la noche" no era precisamente la expresión más indicada a tan sólo unas horas del amanecer, pero le importó muy poco—, sólo recomiéndame uno en el que amanezca vivo e intacto, y donde no me vayan a quitar lo que traigo encima, eso es todo.
Ella se retiró un poco, golpeada de nueva cuenta por el aliento a alcohol que desprendía, ahora mucho más fuerte que en la primera ocasión. Estaba totalmente ebrio. Hizo una mueca burlona y lo miró de arriba abajo.
—En tus condiciones yo duraría que aún me quedara dinero en el bolsillo. Había excelentes carteristas en esa cantina.
Eriol se permitió arquear la comisura de los labios, adquiriendo una expresión de confianza. Se llevó una mano al bolsillo interno del saco, debajo de su abrigo, palmando el área un par de veces para indicarle que definitivamente no estaba vacía.
—No importa cuánto alcohol tenga en la sangre, preciosa, ni quién lo intente; nunca dejo de sentir cuando alguien me toca, en especial en esta zona.
Tomoyo arqueó una ceja. La verdad era que la zona no tenía nada en especial, se trataba de su costado izquierdo, así que no había duda que ese sujeto estaba fuera de sus cinco sentidos. Suspiró y sacó la mano de su bolsillo, donde había estado acariciando la navaja.
—¿Cuánto me vas a pagar?
El extranjero sonrió triunfante.
—El doble de lo que me cobren en ese lugar al que me lleves… pero no lo haré sino hasta amanecer vivo y ver cumplidas mis expectativas.
—Podría matarte ahora mismo y llevarme todo tu dinero, no sólo lo que piensas darme —ella acompañó sus palabras con una expresión neutra, sin la menor vacilación ante la perspectiva de arrebatar una vida humana.
Eriol ladeó la cabeza.
—No lo harás —y, antes de que ella pudiera objetar, la liberó de su agarre y observó de reojo los callejones—. Estoy cansado, así que te pido por favor que me lleves allá, no conozco estos rumbos.
Tomoyo reprimió una sonrisa astuta y comenzó a caminar, sabía que no tendría que indicarle que la siguiera. Confirmó que tenía razón cuando él avanzó para alcanzarla y andar a su lado.
—El doble de lo que te cobren… —repitió, sonriendo— ¿Pero cómo sé que pagarás? No puedo confiar en ti, ni siquiera te conozco.
—En ese caso, mi nombre es Eriol, así que ahora que me conoces, te aseguro que puedes confiar en mi palabra —sonrió galantemente, cuidándose de no dar su apellido.
—Mi nombre ya lo sabes. Ahora, Eriol, sígueme —terminó la conversación con un movimiento de cabeza y ambos continuaron su camino en silencio.
Cruzaron varias calles en tinieblas hasta llegar a lo que bien podía ser clasificado como una vivienda… o las ruinas de una. La verdad era que el aspecto que ofrecía realmente no daba muchas esperanzas de un lugar habitable. Pese al aturdimiento de su mente embriagada, Eriol contempló con desconfianza la diminuta construcción. ¿A qué lugar lo había llevado esa mocosa?
—Aquí tienes —habló finalmente ella.
La miró con extrañeza, como si le acabaran de salir serpientes en medio de sus largos cabellos, ¿acaso era una broma? Esperaba un motel, uno destartalado quizás, pero no una "casa".
—No me mires así, nunca dijiste a qué clase de lugar querías que te llevara, sólo que debía ser seguro para pasar la noche —se burló al tiempo que se acercaba al umbral e introducía unas llaves en el cerrojo. Abrió la puerta y esperó—. Si no piensas pasar, dímelo de una vez —le retó arqueando una ceja y alzando la barbilla con decisión. Eriol se encogió de hombros y la siguió dentro de la casa, notando que ahora ella bajaba la voz.
—No contraté tus servicios, te recuerdo que sólo quiero dormir —observó imitando su tono quedo y dirigiéndole una mirada estoica que ella respondió con una gélida.
—Y es lo que harás, por 12 000 yenes (1)
—¿Por unas cuantas horas en esta… casa? —casi sintió ganas de reír, creyéndolo una broma, pero ella asintió con toda tranquilidad.
—Y la promesa de que aquí nadie te robará ni matará… ése es el precio por dormir tranquilamente, a pesar de que debería desollarte vivo por lo que pasé hoy por tu culpa —le recordó con enojo—. No tienes idea de lo que es capaz de hacer Ryou cuando está molesto, y créeme que le enfadó que yo desafinara de esa manera al final.
Eriol supuso que "Ryou" era el nombre del cantinero. Sí, seguramente a ella no le gustaría tener que enfrentarse con un hombretón como ése. Se sintió ligeramente culpable por ser el causante de eso, pero tenía demasiado sueño para meditar al respecto por ahora.
—Y no olvides mis honorarios, el doble de lo que cuesta el alojamiento.
—Veinticuatro mil, además de los doce de la habitación —calculó—, treinta y seis mil sólo por traerme a tu casa unas horas. Ni siquiera te desviaste de tu destino. Eres una putita bastante astuta, ¿cierto? Eso sin mencionar lo que tuve que pagar para conocerte.
—No se sobrevive en este mundo a menos que tengas las habilidades —Tomoyo sonrió con malicia—, pero si no te parece puedes buscar un lugar mejor, sólo que tendrás que hacerlo por tu cuenta. Aunque yo no me fiaría de ninguno de los moteles de la zona, todos aquí sabemos lo que puede ocurrir en una noche cualquiera.
Eriol la vio encogerse de hombros con sorna. Chasqueó la lengua, pero a continuación se descubrió reprimiendo una sonrisa admirada: debía admitir que esa mujer sabía manejar una situación como ésa a su favor. Él la había puesto en aprietos y ahora se las cobraba a su manera y con intereses. Lo había dejado sin más opción que aceptar su trato. Sería buena negociante en el mercado, eso sin duda, lástima que las circunstancias no le favorecían en absoluto. Seguramente su escolaridad era mínima o nula, a pesar de su manera tan correcta de hablar.
—Está bien, ahora supongo que yo también debo creer en tu palabra.
—Así es —Tomoyo dio por terminada la conversación.
Lo llevó a una habitación vacía, en donde sacó un futon de un armario y lo tendió sobre la madera, colocando algunas mantas encima.
—Espero que tenga una noche placentera, su señoría —sonrió sarcásticamente y salió de la habitación corriendo el shooji a sus espaldas, dejándolo finalmente a solas.
Tomoyo se dirigió entonces a la recámara contigua y adivinó la silueta que dormitaba en la oscuridad. Repitió en su cabeza la cantidad que se embolsaría esa noche; una noche sin duda productiva.
"Pero aún no es suficiente", pensó apretando un puño a su costado calculando el número de noches similares que necesitaría antes de poder llegar a la cantidad adecuada. Demasiadas.
(1) 12 000 yenes = aproximadamente 100 USD al momento de escribir este capítulo. La cantidad total, 36 000 yenes, equivale a casi 300 USD.
Shooji: puerta corrediza de madera y papel típica de Japón
Futon: cama hecha a partir de una delgada colchoneta en el piso, también típica de Japón.
La canción del capítulo es Yesterday, de The Beatles.
Notas de la autora: Inicio 2016 con un nuevo fic; algo que, por sobradas razones, creí que no volvería a hacer. Quienes me siguen en Facebook sabrán que este fic lleva casi nueve años cociéndose en mi cabeza. Las razones por las que no lo publiqué antes son varias, desde la falta de tiempo hasta la trama tan pesada (razón por la que le he dado esta clasificación), pero creo que ha llegado el momento. Además, en esta ocasión cuento con la ayuda de una Beta, a quien agradezco de corazón su tiempo y el inmenso esfuerzo al momento de realizar correcciones y sugerencias.
A pesar de que tengo los primeros 5 capítulos escritos, no quiero prometer un período de actualización que muy probablemente terminaré rompiendo más adelante, pero sí intentaré ser constante. Lo que sí prometo es hacer todo lo que esté en mis manos para llegar hasta el final.
Para quienes me leen por primera vez: suelo subir fanarts de mis historias a DeviantArt y Facebook (links disponibles en mi perfil de Fanfiction). Trataré de estar subiendo un dibujo por capítulo y por lo pronto podrán encontrar ahí la portada de la historia y el primer dibujo.
Gracias por su apoyo en esta nueva etapa y espero que la historia sea de su agrado.
