I Cayendo a la historia.
Las letras se escribían, formaban palabras flotantes en algún punto entre el significado y la idea, era blanco, infinitamente blanco y vacío, pero un par de gotas negras aterrizaron en aquella superficie desconocida, entonces tuvo textura, y era suave, delicado. Una sensación extraña me inundó, intranquilidad, algo desagradable tirando dentro de mi estómago, tirando las cuerdas de mis brazos y haciendo mis extremidades temblar, era incómodo, insólito; la sensación se transformaba en una capa viscosa expandiéndose por toda mi piel, desde el interior de mi cuerpo podrido. Flotaba, como quien se ha hundido en el agua con las ropas aún bien puestas, capas y capas de tela enredándose en mis dedos, los brazos fuertemente contraídos contra mi torso en maneras que normalmente los músculos no me permitirían, mis piernas se agitaban en la nada, luchando contra miles de manos invisibles rozando mi piel una y otra vez sin llegar a tocar, una mera caricia fantasma, eso era, de eso se trataba todo. Flotaba en la nada, mientras me rozaba el cabello con su ausencia, había perdido el control de todo cuanto me rodeaba, y quien si no yo para intentar dominar el mismísimo vacío.
Entonces un ojo omnipotente me observó fijamente, carente de párpados que diesen descanso, me sostuvo allí, por la eternidad de ese momento, un presente construido por mí en algún punto alternativo de la red, el escalón que sobraba de la escalera en caracol, allí me encontraba, y no había forma de escapar a su terrible mirada perpetua. Inhabilitadas todas mis funciones, no existía manera en que yo pudiese ver los engranajes ya puestos en marcha tras aquel iris insondable, el metal se contrajo, las partes medio oxidadas se movieron en un efecto dominó que terminó por retraer el ojo mecánico a su cuenca de origen, dándome un breve respiro antes de notar mis órganos contraídos, mi corazón se aceleró al tiempo que mis brazos se contrajeron ocultando mi rostro y cabeza, mis piernas buscaron un soporte mas me fue imposible aferrarme a cualquier cosa, en el segundo en que comprendí que estaba cayendo, y el terror inundó mis entrañas erizando mi piel, solté un grito desde lo profundo de mi estómago.
Las punzadas se expandieron y contrajeron acabando localizadas como millones de agujas clavadas en mis pulmones ante el impacto, a pesar de ello, era en mi frente donde sentía mi conciencia desvanecer, mi piel carcomida cayendo a pedazos a medida que una figura se gravaba solemnemente entre mis cejas, el ciclo siendo sellado, condenandome al eterno retorno. El aire finalmente se abrió paso por los empolvados canales, con cada bocanada sentía mis costillas incrustarse en las paredes de mis músculos, sin embargo el alivio fue grande, aun cuando solo fuese capaz de dar pequeños y entrecortados respiros, estaba con vida y no tenía idea de qué hacer con ella.
Luego de otro par de minutos logre rodar lo suficiente como para incorporarme a medias, mis manos aun apoyadas en el suelo me daban algo de soporte para no sentir que el mundo se desvanecía y yo volvía a flotar sin control. Mis palmas acariciaron diminutos granos húmedos, ásperos, ramas, tierra, olía a lluvia y a viento, pero el aire estaba cargado de algo más, un aroma pesado y extraño, entre ácido y quemado, abrí los ojos lentamente, pestañeando ante la luz potente y cegadora, el cielo estaba nublado y aun así parecía brillar demaciado, se vislumbraba a traves del bollaje de los arboles que me rodeaban, parecían haber estado allí tantos años que ya formaban parte de un recuerdo atemporal, propio de alguien que jamás puede tener la certeza de cuando pasaron ciertos sucesos, o cuales iban primero y cuáles eran los más longevos. Luchaba por no cerrar los ojos nuevamente, mis párpados parecían no querer ceder, como si por voluntad propia pudiesen superar a mi necesidad de despertar. Es cierto, necesitaba despertar y espabilarme, de otra forma no podría responder ante mi entorno, mi cuerpo estaba completamente expuesto ante cualquier daño, mi carne vulnerada por la caída, mis músculos contraídos, mi mandíbula se negaba a obedecer y mi mismo ser no se terminaba de convencer acerca de las órdenes que habían sido dadas. Claro mi cuerpo reaccionaba, tenía frío, pensaba en las consecuencias de no conseguir un refugio pronto, entre tanto continuaba batallando por dejar de pestañear y conseguir observar algo. Pude distinguir una borrosa silueta redonda, brillaba mucho pero podría asegurar que era de color azul, profundo, intrigante, seductor y mercenario. Un ojo azul que pestañeaba mientras el otro era cubierto por un parche, los tenía grabados en la memoria a pesar de que mis ojos no fuesen capaces de distinguir entre la claridad y la sombra. Fue el primer recuerdo del que tuve consciencia alguna.
Blanco, los pequeños ruidos que acariciaban mi oído traían una sensación de tranquilidad a mi pecho, un calor que me entregaba el sentimiento vago de haber sido despertado, algo que había sentido antes, alguna vez, entre toda una eternidad de veces; el rastro de las telas al frotarlas casualmente con alguna superficie; voces humanas, aunque lejanas, llegaban reconfortando mi corazón herido de soledad, expectante de compañía; gotas comenzando a caer tímidamente, chocando con la superficie del techo rítmicamente, cada vez más constante hasta transformarse en un susurro acogedor. El cielo debía estar oscuro, de un azul tan profundo que el ojo inexperto confundiría por negro, aquel iris descubierto volvió a mi mente, parecía sonreír, de la forma en que se contrae la mejilla al hacerlo, mas no de aquella forma en que la mirada parece contarte un chiste. La puerta rechinó suavemente, como si todos los sonidos hubiesen sido preparados para no perturbar demasiado mis oídos, mis piernas rozaron la suavidad de las sábanas al moverse, restregué mis ojos esperando el dolor de la ceguera ante el brillo, sin embargo fue considerablemente más sencillo está vez, y pronto pude distinguir la luz anaranjada de un candelabro y sus velas, en medio de la oscuridad parecían estar sujetas por algún fantasma cerca de la puerta, no obstante el vidrio de la ventana no alcanzaba a reflejar la identidad de la persona que había ingresado en la habitación. Para cuando logré incorporar la cabeza el candelabro ya se encontraba sobre la mesita de noche y un hombre vestido de negro movía la boca frente a mí, sus ojos daban la impresión de ser amables pese a que el color escarlata perturbaba cualquier sentimiento de empatía humana; me observaba esperando una respuesta a la pregunta que no había procesado, la piel de su cara, similar a la porcelana, se arrugó y estiró formando una mueca con sus cejas, estiré mi mano y con la llema de mis dedos toque su mejilla, estaba helada pero se entibió rápidamente ante mi tacto, me observó contrariado una vez más.
-Parece no entender lo que le digo- afirmó hablando en la dirección opuesta a donde me encontraba -No contesta porque no ha procesado mi pregunta, por lo que queda esperar que probablemente no sepa información básica como la que he solicitado, joven amo, dudo profundamente que esta persona pueda entregar alguna respuesta valiosa. ¿Debería disponer de ella?- La pregunta quedó suspendida en el aire por un segundo antes de que una voz distinta resonara demandante desde la oscuridad, donde la débil luz del candelabro no alcanzaba, cerca de la puerta.
-La reina me ha encomendado una tarea, esto le involucra aun cuando no sabemos de qué forma. Es, ciertamente, probable que ni la misma persona sepa como se ha visto atada en todo este asunto. Pero aún es pronto para disponer de esta pieza, pienso guardarla un par de turnos en caso de que resulte de utilidad. Sebastian, encargate de averiguar al menos quien es y que le ha ocurrido.- La voz resonaba con autoridad, intencionalmente potenciada, contrastaba con el tono dulce de no haber pasado aún por los cambios hormonales de la pubertad. El hombre de negro contestó arrancando un sonido de genuina sorpresa de su interlocutor
-Me temo, joven amo, que no poseo la certeza de poder cumplir con sus expectativas.- Aquel a quien el hombre de negro llamaba joven amo soltó un sonido de interes, parecía, hasta, divertido, aunque aún asombrado- Verá, si hay algo que puedo afirmar en este momento, lo haré puesto que la nueva partida que parece estarse desarrollando a logrado captar mi interés. Sin embargo debo recibir sus órdenes.- Al terminar la oración utilizó un tono sugestivo, que daba la impresión de contener una sonrisa burlona
-Sebastian, es una orden, dime lo que sea que hayas descubierto de esta persona; te recuerdo que es una ley del contrato, no debes mentirme jamás.- La persona oculta en las sombras elevó la voz, remarcando aún más el sentido de poder detrás de sus palabras. Sentí el murmullo de las ropas del hombre de negro removerse al tiempo que este se inclinaba - Si, mi señor. Lo cierto es, que percibo algo dispar en su alma.-
-¿Algo dispar?, explicate, Sebastian-
-Joven amo, su alma podría estar fragmentada de alguna forma, otra posibilidad es que no esté completamente unida a su cuerpo, pero la duda que resta es… ¿Dónde se halla el resto de ella?- Comencé a remover mis piernas nuevamente, sentía miles de insectos hurgando en mi carne, mis pies adormecidos se movían torpemente al igual que mis piernas, intenté girarme mas una punzada en la espalda me detuvo quitándome el aliento.
-Por favor, intente mantener reposo, ha sufrido una terrible caída y su cuerpo aún no se recupera.- Los ojos rojos del hombre me observaban con curiosidad y diversión, aunque alcancé a divisar malicia en el trasfondo de sus iris.
Mi tos violenta no terminaba por decantarse, la arena que inundaba mis vías respiratorias parecía cada vez más real y espesa. Sentía la boca adormecida, sin importar cuánto intentase contener el aire, mi caja torácica se contraía por impulso. Intenté rodar una vez más para acomodarme de lado, la punzada en mis costillas me volvió a atravesar como una espada de doble filo, no obstante una mano enguantada me brindó soporte suficiente para no desvanecerme, acomodó las almohadas y logró que mi espalda quedara un poco más recta en la cama. Sentí luz tocando mi cara, tibia, como dándome la bienvenida, la voz dulce de una mujer, susurrandome que tomara la medicina, y al mismo tiempo seria, advirtiendome que no volviera a agitarme, su mano cálida y delicada me ayudaba a incorporarme lo suficiente para dejar mi espalda recta en la cama -Así ya podrás dormir mejor, cielo- anunció besandome la frente para retirarse con pasos suaves que denotaban un intento por hacerse invisibles.
-De esta forma podrá dormir mejor, nuestro invitado debe ser recibido con la reconocida hospitalidad de la familia Phantomhive, como es natural; esas fueron las órdenes de mi señor. Si no necesita nada más, le deseo una noche apacible.- Una voz elegante resonó en la oscuridad de la habitación en la que me encontraba, era aterciopelada, grave, daba la impresión de estar jugando algún juego prohibido y secreto.
-¿Quién es usted?- pregunté aunque no fui capaz de reconocer mi voz oxidada, que apenas logró romper el velo del silencio, aunque supuse que él habría alcanzado a oírme, incluso si no hubiese hablado.
-Soy solo un demonio de mayordomo. Se encuentra en la mansión Phantomhive, uno de nuestros sirvientes le ha encontrado en el bosque y, a juzgar por sus heridas, parece haber sufrido una caída muy peligrosa- en la última frase volvió a emplear un tono sugerente de burla, como si sospechara algo y estuviese disfrutando de alguna broma interna.
-Agua, quiero agua- Mi garganta parecía desgarrarse entre las miles de agujas que había tragado con cada bocanada de aire. El mayordomo me extendió un vaso con elegancia, sus músculos hacían todos los movimientos precisamente necesarios, ni uno más, ni uno menos. Era perfecto.- Gracias, ya puede retirarse. Lamento mucho los inconvenientes que he causado, porfavor, señor demonio de mayordomo, tenga una buena noche de descanso- Él se inclinó ocultando sus ojos mas no la sonrisa que dejaba entrever colmillos afilados.- Agradezco su preocupación, entonces, me retiro. Que pase una buena noche.- y con esta última frase la puerta de la habitación se cerró una vez más, sus pasos, su cuerpo, su esencia, el mayordomo realmente era invisible en la negra noche. Alcancé a divisar la luna aún entre todas las nubes y me maravillé una vez más con su reconfortante luz, algunas gotas comenzaron a caer nuevamente empapando las ventanas, y mis mejillas. Cerré mis ojos conteniendo una punzada terrible en mi pecho, el dolor lograba hacerme olvidar la arena en mis pulmones, lo único que mis labios consiguieron murmurar fue un buenas noches mamá.
La luz atravesaba mis parpados aun cerrados, pese a ello, aún sentía el ardor que provocaba en mis ojos acostumbrados a la oscuridad. Toqué mi frente húmeda, la piel de la superficie aún se encontraba viscosa, mis dedos bajaron hasta rozar mis pestañas, bloqueando el brillo que atravesaba los párpados; permanecí así unos minutos hasta que el ardor fue soportable. La puerta se abrió con un chirrido muy suave. Aun cuando mi oído esperaba los pasos invisibles del mayordomo, fueron bienvenidos con unas pisadas torpes y zigzagueantes, que tras avanzar un par de metros se detuvieron de golpe.
-¡Oh! ¡veo que ha despertado!, le he traído un vendaje nuevo para sus heridas y agua fresca, pero…- su voz se acalló de a poco en una duda sostenida, me estaba mirando- ¿Le molesta la luz? ¿debería cerrar las cortinas? ¡Lo haré enseguida!- Otra serie de pasos torpes seguido de un tropezar y un desgarrar de tela, solté una leve risa seguida de tos.
-No es necesario que lo haga, muchas gracias. Creo que con el trozo de tela que ha conseguido será más que suficiente- afirme con la voz un poco más consistente, aún así, aclaré mi garganta- ¿Seria tan amable de vendar mis ojos? No es necesario que remueva el cabello de mi frente, solo atela alrededor, porfavor-
-¡Sí!, ¡Sería un placer, joven invitado!- Se acercó a mí, sus pasos parecían un poco más sólidos. Pronto sentí sus manos frías pero delicadas tocar la piel de mis párpados donde se sostuvieron por unos segundos, soltó un chillido de sorpresa y se disculpó torpemente, acomodó mi cabello un poco sin llegar a tocar mi frente y rodeó mi cabeza con la venda, se inclinó más cerca para amarrar los extremos y luego se alejó.- Ya está, ¿le es un poco más cómodo?.- Asentí con mi cabeza, ella pareció sonreír satisfecha- Sebastian estará aquí en unos minutos para cambiar su vendaje- afirmó dando un paso atrás.
-¡No!- Aclare mi garganta vergonzosamente- Quiero decir, preferiría que lo hicieses tú, ¿Cuál es tu nombre?- se oyó el tocar de la puerta, tres veces.
-Con su permiso. May rin, ¿Ya cambiaste las sábanas de las habitaciones?- irrumpió la voz del mayordomo quien se detuvo de golpe- ¿Se puede saber que haces con nuestro joven invitado?- su voz sonaba muy seria y demandante. May rin comenzó a balbucear una serie de excusas, la interrumpí.
-Le he pedido que vendara mis ojos- Respondí, mi voz sonaba cada vez más consistente aunque aún dolía.- Y también que cambie mis vendas, si eso es posible.-
-Ya veo, sin embargo, creo que sería mucho más seguro para su salud si lo hiciese yo, como podrá haber notado, nuestra ama de llaves no es muy hábil con los trabajos delicados- Respondió con cortesía, su voz no dejaba entrever absolutamente nada.
-Me temo que me sería de mucha más comodidad si lo hiciese ella, ha probado ser bastante eficiente al vendar mis ojos, y tengo la seguridad de que ha de estar sumamente ocupado, Mayordomo.- May rin parecía conmovida
-Agradezco una vez más su preocupación- afirmó inclinándose en una reverencia, todos sus movimientos lucían exactamente igual que la noche anterior, perfectos, precisos, certeros. Se dirigió a la chica vestida de sirvienta- Te encargo su bienestar, May rin, si existe cualquier inconveniente por favor no dudes en llamarme. Entonces, me retiro, con su permiso.- La puerta volvió a chirriar al cerrarse, el único sonido que denotaba que aquel mayordomo vestido de negro se había marchado.
-Entonces, estoy en tus manos, May rin- Sonreí incorporandome con cuidado en la cama, ella respondió nerviosamente.
-Ah, ¿qué debería hacer? Nuestro invitado me ha pedido…- La voz de la mucama fue interrumpida por el sonido de la puerta de la cocina siendo violentamente abierta.- May rin, ¿se puede saber dónde está nuestro invitado?- Resonó la voz feroz del mayordomo, con una sonrisa tensa en su rostro. La joven tartamudeo nerviosamente sin saber como responder ante las demandas que se le hacían.
Mis pies estaban adoloridos, pero al menos ahora lograba sentirlos, los insectos que recorrían mi piel estando en cama se habían desvanecido y ahora solo quedaba el dolor de las piedras incrustadas en mis plantas, el frío atravesaba mis huesos, a pesar de eso mis extremidades se movían con eficacia, mis músculos constantemente tensos por el ambiente gélido de Inglaterra, posiblemente mi piel habría comenzado a tomar un color grisáceo similar al de sus habitantes, de a poco comenzaría a infiltrarme en su mundo, probablemente terminaría por abandonar mi actual ser, el pensamiento en sí me sorprendió con la guardia baja, la sensación de no pertenecer aquí ni entre esta gente, se hallaba calada en mi interior casi por instinto. Por el tiempo que me quedaba decidí recorrer los rosales del jardín un poco más, la tela suave del camisón que traía puesto se iba rasgando de a poco al engancharse en sus espinas, abriéndose igual que mi piel, contemplé la costra que había crecido en algunas zonas de mis manos, cómo lentamente se iban formando pequeñas burbujas de sangre escarlata, se irían cerrando, solas. Mi propio cuerpo parecía tener la facultad de producir capa tras capa, hasta completar un ser humano, creado por sí mismo. Solté una pequeña risita, en verdad era irónico.
-¿Qué se supone que esta haciendo?- Una voz dulce pero con un tono certero, brutal, y dominante, reconocí el tono de poder empleado la noche anterior. Era aquel a quien llamaban el joven amo.
-En verdad es irónico, ¿no le parece?- Guardó silencio, dando pie a que continuara- Los humanos tienen la opción de crearse a sí mismos, crear sus realidades, todo este mundo lo han construido ellos y ellas en conjunto, y, sin embargo, insisten en entregar este poder a un ser invisible que les sobrepase, un ser que, nuevamente, la humanidad misma a creado. ¿Por qué crees que hagan eso?- pregunté elevando mi cabeza hacia el cielo, la luz de afuera permanecía imponente ante el negro de la tela que cubría mis ojos aún tapados, ardía.
-Dios es un cuento para niños asustados, brinda consuelo a aquellos que no son capaces de crear nada por su cuenta, de forma que su desesperación sea aplacada y consumida. El odio es lo que puede mover a crear estrategias. Mi odio es lo que sostiene quien soy yo, ahora y desde ese incidente- Su voz disminuyó en la última frase, casi como si estuviese hablando consigo mismo.- Sebastian encargate de conseguirle ropa decente, tal parece que nuestro invitado ya se encuentra mejor de salud.- el tono de autoridad había vuelto a su boca, a pesar de que hace tan solo un momento, su voz se llenaba de tormento, un espectáculo digno de oír.
-Por favor, ingresemos a la mansión en primer lugar. El frío de Inglaterra podría causar estragos en su salud- el mayordomo se dirigió a mí, tomó mi mano guiándome pero se detuvo abruptamente.- Me temo que sus pies están heridos, perdone mi atrevimiento, pero ¿No desearía que le cargase hasta la mansión? en seguida le conseguiré el atuendo apropiado para una dama de Londres.- Asentí con la cabeza, sintiendo el pesar del tiempo que se desvanece entre mis dedos, siempre cruel e implacable. -Ciertamente, se nos agota el tiempo...- Sebastian sonrió con el tono burlón y sugerente que ya le era característico- ...debo comenzar pronto con los preparativos para la cena si quiero acabar a tiempo- Pude sentir una risa contenida ante la interrogante del joven amo, el mayordomo por su parte me tomó en sus brazos con extrema delicadeza llevándome al interior de la mansión una vez más. Sentí como si esta fuese a ser la ultima vez que lograria salir a disfrutar del frío; dentro de la mansión de los Phantomhive me aguardaba la asfixia de mis dudas, todos los recuerdos que había olvidado, parecían regresar únicamente cuando me envolvían sus paredes opresivas.
May rin se encargó de colocar las prendas que Sebastian había conseguido, tal parecía que la familia Phantomhive poseía, como la mayoría de las familias nobles, muchos contactos que servían únicamente para conseguir productos de lo más banales, aunque en un contexto como el actual, era de lo más razonable. La mujer encargada de confeccionar mi ropa no paraba de señalar mi extraño, aunque adorable, aspecto. Hasta ahora no terminaba de entender a qué se refería con ello, sin embargo me entusiasmaba su intensidad creativa, era una mujer adelantada a su época, y sabía sacar partido de sus habilidades, siendo una de las mejores en su campo.
-ciertamente, el atuendo que le ha sido confeccionado es… diferente- comentó la mucama a tiempo en que colocaba las ropas sobre la cama, y de ahí a mi cuerpo, capa tras capa. Asumí que debía referirse a los pantalones que acababa de ayudar a colocarme- ¡No es que yo sepa algo sobre moda, absolutamente!- se disculpó rápidamente - Y me parece una pena muy lamentable que no le sea posible usar un corset, ¡se vería estupendamente!- continuó charlando. Entre sus palabras comencé a distraerme, pensando en la cantidad de reglas y normas creadas por la sociedad Inglesa, los votos e ideales del caballero Inglés parecían cuando menos admirables, en el sentido en que se admira lo burdo de una mariposa que ha evolucionado la estructura de sus alas para simular el color azul. Existían juegos con reglas ridículas diseñadas únicamente para complejizar su desarrollo, así era el ajedrez, uno que nunca aprendí a jugar realmente. Puede que pronto el conde me enseñase. -¡Ah, es cierto!- la voz aguda del ama de llaves me sorprendió cerca de mi oído, estaba atando algo alrededor de mi cuello- ¿Existiría la posibilidad de que me dijese su nombre? Me temo que nadie en esta casa parece saberlo y facilitaría tanto las cosas- preguntó en un tono que mezclaba expectativas y recato, como si no quisiese invadir mi privacidad pero aún así sintiese la necesidad de descubrir los velos que ocultaban mi identidad.
-Es una verdadera pena que ni yo lo sepa. Me temo que desconozco mi identidad, no poseo recuerdos del accidente que he sufrido tampoco, mi memoria se siente como si hubiera nacido ayer, cuando me encontraron- una sonrisa triste se escapó de mis labios, May rin parecía sorprendida.
-Eso debe ser terrible, es una suerte que haya llegado a la mansión de mi amo, de otra forma algo terrible podría haberle sucedido- habló con pesar, parecía sincera
-Oh May rin, yo no creo en la suerte- Sentí a la joven alejarse un par de pasos, ya había terminado. -sin embargo, tal como se presentan las cosas en esta situación tan inusual, deberia bien poder atribuirme algún nombre por el tiempo que dure mi estancia en este lugar- La chica parecía sin palabras, al ver mi silencio, afirmó enérgicamente -¡Creo que es una idea maravillosa! ¿Tiene algo en mente joven invitado?-
-Arden- pronuncié lentamente, saboreando la palabra, había algo en aquel nombre que no conseguía descifrar, May rin continuó balbuceando una conversación. Entonces la puerta sonó tres veces antes de dar paso al chirrido usual.
-Joven invitado, no, disculpe, joven Arden, la cena ya está servida, mi joven amo estaría complacido de disfrutar de su compañía, la señorita Elizabeth Midford se unirá a la velada también-
Acepté la invitación, a pesar de que no me era posible moverme con total soltura, las punzadas en mi espalda ya eran bastante soportables, y los músculos de mi cuerpo respondían ante mis demandas. La señorita Elizabeth resultó ser una joven alegre y energética, resolvió preparar un baile como festejo por mi recuperación. El conde Phantomhive accedió e incluso sugirió una mascarada, con una sonrisa cortés, su voz delataba un poco de irritación, sin embargo, se aclaró de forma tan veloz que por poco pasó desapercibido, algo había descubierto, estaba moviendo sus piezas y, acorde a mis suposiciones, planeaba descubrir quién era yo. Sin darnos cuenta, comenzamos a caer dentro de un mismo juego, pero esta vez, no se trataba de ajedrez, sino de algo mucho más intrincado.
