TSUKIAKARI NI KAGE
(Sombras a la Luz de la Luna)
-por Jinsei no Maboroshi-
parte I
Advertencias:
ESTE FIC ES CONTINUACIÓN: Es una secuela del "Tsukiakari ni Jinsei". Por lo que es necesario, casi vital, que se lea ése primero, para comprender la trama.
CRONOLOGÍA: Como el anterior fue escrito no teniendo mucha idea de la cronología; las canciones y los años no coinciden temporalmente con los hechos ocurridos en la vida 'real' de cada uno de los miembros del grupo. Simplemente los desconocía.
KEN, HYDE Y TETSU: También por necesidades técnicas, Ken no es amigo de Tetsu desde la adolescencia, lo cual no implica que no sean buenos amigos.
Ken y Hyde se conocían por haber sido dúo de guitarras en el antiguo Jesuralem's Rod.
YUKIHIRO: Yukihiro no nació en Osaka, sino en Wakayama, pero por las mismas necesidades técnicas, el fic lo narra como si fuera oriundo del sur de Osaka – Wakayama capital está al lado del Sur de Osaka -. Sin embargo, por ser de Wakayama, Yukihiro pertenece a la región Kinki, y por ende, conoce y maneja el Kinki-ben. (así que la alteración en el dato no varía sustancialmente la realidad XD)
LA GATA DE Ken: Elizabeth, se había perdido un año antes del comiendo del fic "Tsukiakari ni Jinsei".
DIÁLOGOS: los diálogos continuos, son de las dos últimas personas mencionadas, y las intervenciones de terceros, serán dichas luego de dicha intervención. Espero que no genere complicaciones. Es sólo una advertencia a la hora de leer los diálogos.
PALABRAS CON ASTERISCO-NÚMERO: Tienen una explicación al final de la página, pues son una especie de vocabulario / nota / descripción, que puede relatar desde una definición hasta un comentario respecto del fic "Tsukiakari ni Jinsei" para que los pequeños detalles no pasen desapercibidos.
DEDICATORIA: a todas las lectoras que entregan su tiempo en esta creación tan llena de errores, y las que tomándose aún más tiempo, me envían comentarios y correcciones con el fin de mejorar la redacción.
Y en especial a Saya Ogawa, mi querida correctora y paciente Ogawa. ¡Biko! ^3^
Nota de la Editora: En el menú de capítulos de la izquierda, aparece un botón con el texto "Yukihiro". Él os llevará a una página especial realizada por Jinsei con imágenes de Yukkie en las que se inspiró para la elaboración de la personalidad y otros detalles sobre el Yukihiro de este fic.
Fecha de publicación: 10 de febrero de 2007 - Corrección: Ogawa Saya.
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Kitamura Ken *0
La ventana del cuarto se hallaba abierta, y por ella ingresaba amenamente la brisa de un verano que se alejaba. El sol había aparecido en el horizonte hacía varias horas, encontrando a los amantes en su cama.
Yukihiro no perdía la costumbre de dormir sobre su compañero, escondiendo su rostro en la curva del cuello de Ken, y éste, aceptando aquel liviano peso, despertaba día tras día, abrazado al joven baterista.
Y esa mañana no era diferente.
El reloj sonó estridentemente, marcando las 7.30 hs.
El semblante del guitarrista se comprimió levemente, demostrando la frustración del despertar ante aquel aparato que se había tornado asiduo elemento de su vida a partir de su permanencia en el departamento de Yukihiro.
El baterista se movió sosegadamente, estirando un brazo hasta la mesa de luz, y con pereza, detuvo el chirriante sonido.
-Mmm... Yukki, ¡tienes que dejar de usar esa mierda! Es realmente molesta –Ken desplegó sus brazos a lo largo de la cama, y bostezó con pereza.
-Claro, y luego ¿quién nos levanta?
-¡Pero Yukki! ¡Ein es igual o peor que yo! Nunca llega a horario.
-No es excusa para hacernos holgazanes, ¿o sí? –sonrió juguetonamente, moviéndose con parsimonia, hasta sentarse en la vera de la cama. Ken había posado su palma sobre el muslo del baterista, favoreciendo cualquier movimiento de detención en caso de que su amante intentara abandonar por completo el lecho.
-Vaaaa... no tiene caso... discutir contigo o con Tetchan es lo mismo a la hora de las obligaciones... – Ken giró su rostro hacia la ventana, cerrando sus ojos, sintiendo con placer la brisa que movía sus cabellos despeinados. Yukihiro lo observó con una sonrisa producida por el gracioso comentario pero se esfumó en seriedad. El tema tabú emergía nuevamente. Un minuto de silencio los sumió a cada uno en pensamientos profundos y nostálgicos, hasta que el baterista, en busca de llamar la atención, apoyó su mano con delicadeza sobre el pecho del alto japonés. Ken abrió sus ojos, y volvió su rostro para enfrentar a Yukihiro con un leve tono de sorpresa impreso en su mirar.
-Etto… ¿crees que sería bueno ir a visitarlo? Hace tiempo... –la voz del joven de cabellos largos provocó en Ken un suspiro nacido de la tristeza.
-No lo sé. Casi dos años que no nos hemos vuelto a contactar con él. Pensará que lo abandonamos como...
-No pensará nada. ¿Crees que no lo superó? –sonrió el baterista poco convencido de sus palabras
-No sé. No sé.
Ken regresó su perfil hacia el paisaje que aquella ventana le ofrecía. Una ciudad despierta, ruidosa, llena de gente corriendo sin sentido, viviendo para algún fin desconocido, caminando con rapidez hacia la muerte.
Nuevamente cerró sus ojos al sentir la brisa mover sus cabellos, como si de una caricia se tratase. Los recuerdos emergieron.
Dos años atrás, Hyde había abandonado a Tetsu en una forma cruel y a la vez misteriosa. Una forma inexplicable, tal cual como era su personalidad. Tetsu había desaparecido por meses. Nadie conocía su paradero. Ken y Yukihiro habían intentando en vano insistir ante la puerta del departamento del bajista. Ese lugar estaba vacío. Extrañamente, tampoco podían encontrar a Kaori.
Yukihiro había vuelto a llamar por segunda vez a ese teléfono que, en el pasado, había extraído de la agenda de su líder, sin permiso ni consentimiento, justificando su acción con el fin.
Recordó con curiosidad aquel breve diálogo que Yukihiro había realizado:
-¿Moshi moshi?
-¿Sí? ¿Quién habla?
-Soy Awaji Yukihiro, me gustaría hablar con Mochida Kaori-san. ¿Se encuentra?
-No. Hace meses que ha dejado Nagoya.
-¿Meses?
-Sí. Ella está en Tokyo. Comuníquese directamente.
Aquello les había sorprendido de igual forma. El lugar donde se hallara Kaori, era donde estaría Tetsu. O al menos, los restos de Tetsu.
Los meses continuaron pasando. La intriga aumentaba con el tiempo, hasta que finalmente, una tarde, mientras Yukihiro y Ken compartían una merienda juntos, frente al televisor, avistaron al ser de tanto misterio.
Frente a ellos se mostraba su líder, con el rostro cansado, con una sonrisa apagada, con un mirar triste, que buscaba con desesperación aparentar aquella felicidad de antaño, y, con disimulo, sonreía por cortesía, pero carente de deseo.
-¡Guau! ¡Qué buena música! –acotó Ken mientras comía las galletas que estaban en un pequeño plato sobre la mesita frente al sillón del salón. Yukihiro estaba recostado sobre el otro extremo del sofá, apoyando sus pies en el regazo de Ken.
-Mmm... muy distinta a las que estamos acostumbrados. ¡Y esas letras! Son muy fuertes.
-Seee... está destruido y aún así es un genio –movía su cabeza acompañando el sonido agresivo de la música que el televisor les mostraba.
-No está usando su falsetto usual.
-Ajá. ¡Está desentonando! –comentó sorprendido, reconociendo la gravedad de tal actitud en una persona tan obsesiva con la perfección como lo era Tetsu-. Yukki, ¿está desentonando? ¿Es verdad?
-Sí. Sí. Está cantando horrible –levantó una ceja asombrado.
-Rayos. Es una mierda esa voz. Que alguien lo calle –el baterista miró a su amante y rió con suavidad.
Su aparición fue espontánea. Durante todo ese mes, la canción de su nuevo single resonaba en todos los lugares, pero así como su presencia, en poco tiempo desapareció, diluida en el aire.
Tras unos meses, Ken había descubierto que tanto Tetsu como Kaori se habían mantenido alejados del mundo en el departamento de Hyde. Justamente el lugar más cruel para Tetsu. Allí habían pasado todo ese período de anonimato, luchando mutuamente para hacer surgir a Tetsu, y evitar que se ahogara. Sin embargo, su rostro no mostraba signos de recuperación. Era una marca de por vida. Y ni Kaori, ni nadie la iría a borrar.
Ken abrió sus ojos al sentir nuevamente la mano de Yukihiro acariciando su pecho, con el rostro entristecido. Ken lo miró, buscando hallar palabras de alivio, pero no las encontró. Él también necesitaba esas palabras. Dejó el silencio en el lugar del sonido.
-Vamos, Ken. Yo creo que le alegrará.
-No lo sé.
-Somos sus amigos. Y tú más que nadie, ayudas a levantar el ánimo a cualquiera.
-Tetsu no necesita un bufón... –acotó Ken cortando sus palabras.
Yukihiro suspiró, y haciendo una mueca de resignación, se incorporó de la cama, dejando caer sobre el colchón la mano que Ken había apoyado en su muslo. Se paró frente al armario e inspeccionó en el interior su ropa del día. Un suéter grande, con unos pantalones anchos, adornados con una cadena pendiente a un costado. Yukihiro no cambiaba su estilo a pesar del tiempo.
-Yukki, ya que estás allí, ¿me pasas algo para ponerme? –comentó el haragán japonés, buscando dejar en el olvido aquella incómoda sensación latente.
-Oye, ¡qué costumbre te estás tomando! ¡Todos los días me haces lo mismo! –comentó con fingida molestia.
-¡Si tú estás ahí y no te cuesta nada! –sonrió con tristeza.
Yukihiro sacó una camisa bordó y un pantalón negro, y acercándose a la cama, los dejó sobre el lecho, a un costado del japonés que descasaba entre las sábanas, quien lo miraba con detalle.
-Mmm... ¿por qué no mejor la camisa blanca con símbolos negros...?
-¡Búscatela tú! ¿Qué te crees que soy? –le dijo gracioso. Ken había adoptado una actitud muy casera desde que había ingresado a su vida. El guitarrista lo miró con sorpresa y liberó una sincera sonrisa.
-¡Ey! Así me contestaba mi ex esposa en los últimos tiempos –comentó, jugando con Yukihiro las tan comunes situaciones diarias que vivían, buscando siempre hallar la gracia en todo hecho.
-¡Ah! Pues entonces vete preparando... –le sonrió afinando sus ojos, mientras se acercaba al japonés extendido sobre la cama.
Ken lo miró continuando con ese retozo osado, aceptando el profundo beso que Yukihiro inició sensualmente. Ken lo abrazó, dejándose estar a la merced del baterista, quien rompió el contacto con un mirar que ocultaba en el fondo aquella timidez que nunca lo abandonaba. Estar en esa situación, siempre generaba la sensación de la irrealidad.
Ken lo observó travieso.
-Vamos, Ken. ¡Arriba! Ya has perdido mucho tiempo.
-Yukki, ¿por qué no lo hacemos antes...? Vaaaaamos... –comentó en son de súplica.
-No. Hay que desayunar e irnos al ensayo.
-Ein siempre llega tarde...
-No.
-Será diferente... –Yukihiro lo miró extraño. Notó que por la mente de Ken atravesaba una idea perversa, como siempre acontecía–. Tú mandarías... ¿qué dices?
-¡Ken! –Yukihiro se incorporó, quedando sentado en la cama. La timidez que buscaba ocultar, irreversiblemente emergió, tiñendo sus mejillas en un rosado intenso.
-¡Ah! ¡Yukki! ¿Qué tienes? Siempre te abochorna este tema...
-¡Basta, Ken!
-¿No quieres hacerlo conmigo? –comenzó a jugar con un arma que siempre utilizaba contra su amante: su vergüenza.
-¡Ken!
-Hace dos años que no cambiamos. ¿No quieres probar? –lo miró sonriente–. A mí me gustaría que fuera salvaje...
-¡KEN! –Yukihiro lo miró con asombro.
-¿Qué? ¿Qué tiene? A ti te gusta suave, a mí me gusta más...
-¡Eres un zafado! -interrumpió el baterista con súbito sonrojo.
-¡Yukki! ¿Acaso no puedo contar contigo? –le preguntó con duda. Yukihiro lo observó, recapacitando. Ken nunca dejaría de ser Ken: siempre osado y desfachatado.
-Bien, bien. Ya veremos eso en otro momento... ¡ahora levántate de una maldita vez, y vamos al estudio, que de seguro está Ein! –comentó en tono conciliador, abandonando el dormitorio, dejando a su paso la estela de la timidez que ese tema le había generado.
Ken sonrió travieso. Resultaba a veces demasiado manipulador, aunque sabía a conciencia que, en parte, era también debido a Yukihiro, quien aceptaba tales estrategias.
Suspiró algo frustrado de no haber podido concretar su fantasía, pero con la idea de que en la noche sería recompensado, se sentó en la cama, y tomó aquellas ropas que Yukihiro le había dado.
Sonrió juguetón.
El bordó le quedaba bien, o al menos, sabía que Yukihiro pensaba tal cosa.
Yukihiro terminaba de preparar el desayuno, cuando Ken se sentó en la mesa, pensativo nuevamente. El baterista lo observó con duda mientras le daba su taza de café acompañada de las tostadas y el arroz cocinado a microondas.
-¿Tan mal lo has tomado? –le preguntó el baterista, mientras sacaba una pequeña jarra de la heladera.
-¿Eh? ¿Qué cosa?
-Lo de recién... –bajó su mirada, mientras se ubicaba en la mesa, frente al asiento de Ken.
-Naaa... Yukki. ¡Ya sé que esta noche me concedes el deseo! –le guiñó un ojo, apenas Yukihiro levantó su mirada con vergüenza, para deslizarla a un costado.
-¡Ay! No cambias, ¿ne?
-¡Ni tampoco quieres que cambie! –le sonrió travieso. Yukihiro dibujó una divertida mueca en su rostro, negando con su cabeza.
-¿Quieres leche?
-Eso es lo que quería hace un rato...
-¡KEN! ¡PERVERTIDO! –Yukihiro se sonrojó apoyando con fuerza la pequeña jarra delante de Ken. El guitarrista rió jovial, y tomó una mejilla de Yukihiro, tirando con suavidad de ella.
-Y tú muy inocente, ¿no? –ironizó.
-¡Ah! ¡Basta! ¡Basta! ¡Ya deja de molestar! –Yukihiro golpeó suavemente con el dorso de su mano el brazo de su amante, quien no puso resistencia, y apartándose, apoyó su rostro en sus dedos entrecruzados, descansando los codos sobre la mesa. Suspiró con profundidad, y retornó nuevamente a la actitud seria que había abandonado. Yukihiro lo observó con pena. También compartía el sentimiento de Ken para con Tetsu. El tema emergía hacía años, y la duda de la continuación de L'Arc~En~Ciel oscurecía levemente sus pensamientos. Ken se mantuvo reflexivo, mientras Yukihiro tomaba su desayuno.
-Si sigues pensando, se te acabará el poco cerebro 'no depravado' que tienes... –comentó desinteresado el baterista, logrando esbozar una sonrisa en su amante.
-Bueno... no necesitarías más... ¿o sí? –Yukihiro lo miró con desgana. Aunque nunca quería, siempre iniciaba aquellos retos verbales que Ken acostumbraba a tener con Hyde. Pero a diferencia de éste, Yukihiro siempre perdía.
-Ya, ya. Basta. ¿Qué piensas hacer? –le preguntó serio.
-Mmm... no sé...
-¿Tienes ganas de que vayamos a visitarlo? Hace muchos años que venimos postergando el deseo, ¿no?
-Pues sí. Pero... ¿y si lo encontramos peor? Ya aquella vez en el programa... –Ken miró su taza de café, y con inapetencia, volcó un poco de leche en ella, tras haber asido la pequeña jarra. El baterista advirtió de nuevo la zozobra de su amante. Debía buscar las palabras correctas.
-Supongo que si está peor, sería un buen momento para darle una mano de verdad. Algo que realmente le sirva.
-Pero Yukki, tú sabes que a Tetchan no hay nada que darle para ayudarle verdaderamente. Al menos, no de nosotros.
-Mmm... tal vez. Pero definitivamente, si uno se halla mal, las visitas de viejos amigos siempre son bienvenidas, aunque sea para pasar el rato ameno.
Meditabundo, Ken tomó su taza tras revolverla con apatía, y tomó un sorbo.
-¡Mierda! Está frío.
-Pues no importa. Con lo calenturiento que eres sabrás cómo lidiar con eso... ahora debemos irnos. ¡Ya!
Ken lo miró sorprendido, con una sonrisa torcida en sus labios, mientras Yukihiro salía de la cocina. Dejó la taza en la mesa, y se levantó con prisa, para alcanzarle.
Los dos músicos arribaron al estudio en pocos minutos. Ingresaron a la sala de ensayo, para encontrar al extranjero fumando apacible mientras practicaba en solitario unas partituras con su bajo. Levantó su mirar, que hasta ese momento estaba sobre las cuerdas y lo dirigió a los recién llegados.
-¡Buenas noches! ¿Por qué tardaron? –preguntó haciendo una mueca en su sonrisa.
-¡Va! ¡Ni te quejes! Tú siempre llegas tarde a todos los ensayos, por lo que no tienes derecho a retrucar nada... –le sonrió Ken, mientras se acercaba, y tomaba su guitarra. Yukihiro simplemente se posicionó tras la batería.
-¿Y tú, Yukki? ¿Por qué te retrasaste? –Yukihiro parpadeó rápidamente, tomando los palillos de la batería, y con rostro resignado le respondió.
-Tuve que ir a buscar a ese holgazán.
-¡Ey! ¡Yukki! –reclamó el alto japonés, tocando unas notas rápidas en la guitarra a modo de precalentamiento.
-Bueno, ¿vamos a empezar? –preguntó el baterista, tras un golpe de un platillo. Sus dos amigos aceptaron entusiastas, tomando las partituras. Tal vez si el ensayo resultaba muy exitoso, terminaran el día con algunas canciones grabadas.
El despertador retumbaba en el silencioso ambiente de su cuarto. Estiró su brazo, apagó el reloj y dejó caer su extremidad pesadamente sobre la vera de la cama. Su muñeca inclinada por la gravedad, se suspendía en el vacío. Un cuarto hueco, de un día más. Un día más en su taladrada vida. Vaciada por la perversidad de la incertidumbre, de la insensatez, de la estupidez de aquel japonés demoníaco, de ese demonio caído en desgracia.
Suspiró en un intento de liberación, pero era en vano. La presión de la existencia carcomía su alma lentamente. Terminaría como él en el futuro, con un recuerdo de sonrisa desvanecida.
Se sentó en el borde de la cama, y miró a través de la ventana.
Sólo podía ver el jardín. Un bello jardín, verde, con flores delicadas que lo decoraban con exquisitez. Había un pequeño charco artificial en el medio de ese paisaje, y en su costado, un bello sauce que caía melancólico sobre el agua que comenzaba a ser calentada por el incipiente sol. Un sauce solitario: el único árbol del jardín.
Hacía tiempo que se había mudado junto con Kaori a la casa que, a poco tiempo de su separación con el bajista, ella había comprado. Las intenciones de la joven eran permanecer en la ciudad, pero a la vez, tener un lugar donde ocultarse en la soledad, tal vez, para sentirla más a gusto. Aquel jardín no expresaba más que ese sentimiento de estepa. Un vergel desértico.
Miró concentrado aquel sauce, que, desde su permanencia en esa casa, había generado en él una extraña sensación. Quizás un reflejo, quizás un deseo de comprensión. Se preguntaba la causa por la cual Kaori habría permitido que ese sauce quedara solo en medio de tan bello jardín. Un sauce que por la madrugada lloraba en finas gotas de rocío. Un espectáculo bellísimo, que se había acostumbrado a presenciar en la alborada.
Suspiró nuevamente, buscando el fin del dolor, pero nada lo permitía. Allí siempre estaba, latiendo, mostrándole a cada segundo que su presencia era imposible de pasar desapercibida, una leve fisura que tras los años se acrecentaba. El portal de la infinita oscuridad. Sí. En esos momentos, la comprensión súbita redefinía los símbolos de su antiguo amante. Ahora comprendía, más que nunca, el extraño significado de las palabras.
"Por meses me alimentaba con ilusiones, que, con el pasar de los días, me mostraban cuán irreales eran. Comencé a reconocerlas como tales, y al decidir vivir la realidad, me encontré que todo por lo que existía eran mentiras. Mentiras que había descubierto como tales, y en definitiva, la única realidad que me quedaba era el vacío..."
Y eso era lo que le restaba. Sólo el vacío en expansión, tragándose toda la esencia, perdiendo toda la pureza, desvaneciéndola en lento e irreversible modo.
Sintió pesado su cuerpo, cansado de ver el jardín, y se desplomó contra la cama, apreciando que sus pies se apoyaban sobre el suelo, pero su mente, divagaba, mirando fijo el techo. Una costumbre que se había vuelto tan propia. Una rutina que simbolizaba su propia personalidad. Siempre actuando en la tierra, pero pensando en el cielo. El cielo que había perdido.
"Tetchan, no te hundas en el vacío como yo..."
Tetsu cuestionaba la causa del abandono, pero sólo el recuerdo reverberaba en su mente.
"No dejarte ahogar. No dejarte condenar a una oscuridad eterna..."
Suspiró nuevamente. Exhaló como todas las mañanas, desde hacía dos años. Otra costumbre que apagaba lentamente la vida de su niño interior.
Ya estaba en el más inescrutable vacío, más extenso que el mar, más profundo que los volcanes, más alejado que las montañas. Un vacío que lo atormentaba, y que lo mataba lentamente. Y sólo podía recordar aquel último 'Tetchan', de la boca de su amante. Una y otra vez, haciendo eco en su solitaria mente.
Toc, toc, toc. Tras el golpe, la puerta fue abierta.
Tetsu parpadeó rápidamente, regresando a la dura realidad, y sólo se limitó a girar su rostro en dirección a la joven amable que se hallaba apoyada en el marco de la puerta.
La chica esbozaba una sonrisa que fue tajantemente desvanecida, al ver la actitud de su dios. Lo observó con preocupación, y, caminando lentamente, se sentó a su lado. Tetsu la siguió con la mirada, aún devastado sobre la cama.
Ella tomó la mano del bajista y la rodeó con las suyas, apoyándola sobre su regazo. Lo contempló con tristeza.
-Desearía tanto ayudarte, Tetsu –le susurró apenada.
El joven sonrió con pesadumbre, en un esfuerzo de mostrarse amable, de darle a ella, al ser que de toda aquella situación era la que más merecía la felicidad, las gracias por sus cuidados.
Kaori se había jurado ser la vida de Tetsu, ser el alma de Tetsu, ser todo lo que ya el líder no podía. Se prometió a sí misma, devolverle el ánima, sacarlo de las profundidades de la vacuidad, donde se estaba irreversiblemente ahogando.
Lo estaba haciendo por yerro de ella, y no por causa de Hyde.
Y la culpa comenzó a rasgarle el alma. Ella tenía la culpa de que Tetsu estuviera en ese estado.
Lo amaba mas allá de la vida y la muerte.
-Kaori, no te apenes. Me ayudas, realmente.
Tetsu se incorporó sobre la cama, manteniendo las manos de la joven rodeándole la suya. Era una situación extrañamente familiar, y aún así, incómoda.
La observó con cariño. Había hallado a una hermana protectora, y, por suerte, ella había aceptado aquella fraternidad.
Tras el abandono sufrido, Kaori se había mudado al departamento de Hyde, del cual Tetsu no quería salir. La depresión lo había devastado, provocándole horas de ensimismamiento en esa cama con el perfume aún presente de su antiguo amante. Kaori no lograba convencer a Tetsu de abandonar el lecho, siendo inútil cualquier intento de negociación. Tetsu rechazaba sus toques, sus besos, y sólo permitía las dulces caricias que ella le daba en busca de reconfortarlo. Los meses transitaban, y Tetsu adelgazaba con asombrosa velocidad, no dormía, y pasaba horas hundido en sus recuerdos, en las palabras dichas que se las había llevado la brisa...
Kaori era testigo del derrumbamiento de su dios. Un dios que se hacía lentamente humano, que perdía todo lo que ella había amado en él. La sonrisa de la inocencia, la ternura, el humor simple y alegre de ese japonés tan colorido, se esfumaban en esa cama, goteando en trasparencias, quebrándose en silencios eternos, y perdiéndose para siempre en el pasado que aquellos ojos inertes se empeñaban en mirar fijamente hacia el techo. El caos, la decadencia de su dios, todo el brocado con el cual ella había vestido a Tetsu, se desgajaban lentamente, descubriendo al triste, débil y residual humano que quedaba de toda aquella situación.
Rayando la desesperación, Kaori obligó a Tetsu a mudarse con ella en una casa cercana a los barrios más residenciales de Tokyou. Esa casa la había comprado cuando había regresado a Tokyou sólo para llevarle aquella maldita pulsera a Hyde. Extrañamente, el cartel de venta le había generado un pálpito sorpresivo, y la necesidad surgió de súbito.
Desde Nagoya, y aún residiendo allí, tramitó los papeles necesarios para hacerse dueña de tal casa.
Esporádicamente regresaba a Tokyou, para decorarla. Había ornamentado el jardín con sus más profundos sentimientos de abandono. Una reflexión de sí misma se plasmaba en ese bello jardín. Pasaba horas en él, haciendo con sus propias manos el pequeño paraíso terrenal del que podía ser parte. Al menos apreciar la alegría de la vida a través de un triste edén, ante la falta de su dios. Porque a final de cuentas, ese jardín era creación de su propio dios, un dios que actuaba a través de ella, generándole los sentimientos necesarios para que el producto final de tal dedicación, fuera ese pequeño espacio verde, retirado, placentero, que aún a pesar de la armonía de la configuración, tenía el fuerte elemento de la nostalgia, plantada en un sauce que lloraba, creando el charco de sus lamentos, en el cual se ahogaba a sí mismo.
Y absurdamente, ese paisaje era su reflejo, era producto de su dios, era la única realidad que le quedaba, que no era una mentira, y que había resistido todos los desengaños de aquel tiempo.
Las palabras de Tetsu, le generaron una sonrisa triste, y, escapando de la mirada de su providencia, ahora amigo, ahora hermano, contempló el jardín.
Tetsu la acompañó con la mirada.
Ambos veían cómo la brisa del verano que finalizaba, movía con parsimonia las hojas nostálgicas del sauce.
Los recuerdos, una vez más, afloraron en cada uno de ellos, en la soledad en la que ambos estaban inmersos, en una completa imposibilidad de unir sus mundos.
-Kaori... –Tetsu susurró, sin apartar la vista del árbol.
-¿Mn?
-¿Por qué está ese sauce allí?
-¿Mn? –lo miró con curiosidad, le pareció que sus mundos se habían conectado por un segundo, por un día, por un instante. Un tanabata *1 para ambos.
-Desde que vine a este lugar, me lo he preguntado. Me produce mucha tristeza.
-¡Ah! Perdona, Tetsu. Pensé que te gustaría... -aún el dejo de aquella complacencia emergía de las profundidades, sabiéndose vencida, percibiendo que ya nada, ni incluso esa condescendencia, serviría para tener a su dios. A final de cuentas, los dioses eran inalcanzables.
-No. Kaori –la detuvo en sus palabras, sin mirarla, aún contemplando el jardín. Sonrió amenizando la frase–. Es hermoso, y me fascina, pero es triste. Un sauce solitario, al borde de un pequeño lago, que ni koi *2 tiene...
-Hn. Sí, muy solitario.
-Pero es bello, muy bello –acotó Tetsu, buscando no dañar los sentimientos de Kaori.
-Simplemente es un jardín hecho por mí... -explicó humilde la joven.
-No hay nada en él que tú no tengas –sonrió ameno, creyendo hacerla sentir bien. La armonía del jardín era tan agradable como la paz que Kaori le daba siempre, aún sabiendo la realidad de las cosas. Kaori tensionó sus manos que rodeaban la de Tetsu, y bajó su vista hasta ellas.
-Sí. Tampoco tengo koi *3...
Tetsu giró su rostro con seriedad, y la observó. El rostro bajo de la joven estaba semioculto por el cabello que rozaba sus mejillas. El bajista suspiró una vez más y, lentamente, soslayó su mirada hacia al jardín. No tenía sentido hablar. El dolor era mutuo. Ella por amarlo en la no correspondencia, y él en quererla, pero no amarla, a pesar de haberlo siempre deseado. Sabía con plena conciencia, la gran felicidad que lo rodearía si su corazón latiera por esa joven, porque el de ella ya latía para él.
Alimentar ilusiones, dar palabras de aliento, permitir cosas no deseadas, sería al final de cuentas, inútil y lastimoso.
El silencio todo lo llenaba, porque era parte del vacío.
-Perdón –suspiró la muchacha, regresando su mirar al jardín. Tetsu sólo negó con su cabeza.
Desde el primer día que habían llegado a esa casa, Tetsu se había arrojado a esa cama, dispuesto a pasar el resto de su vida en el mismo estado en que se hallaba en el antiguo departamento. Solamente dejar transcurrir el tiempo, que podría curarlo o matarlo. En ambos casos, la solución sería encontrada.
La primer noche en la casa, Kaori había ingresado a ese cuarto. Se había sentado en el borde de la cama y, tras horas de silencio y caricias amables en el rostro de Tetsu, se había inclinado, un poco insegura, hacia los labios del joven, dispuesta a besarlo por primera vez en muchos meses de convivencia.
Tetsu no reaccionaba, simplemente dejaba que Kaori apoyara sus tiernos labios sobre los suyos. Ella estaba cansada de ese rechazo constante, porque ni siquiera Tetsu le hablaba. Su dios destruido, raído y enmudecido, la descorazonaba. Se erigió tras romper el beso, o mejor dicho, el simple contacto, y lo miró a los ojos. Aquellos amarronados ojos, entristecidos por los meses, brillaron desesperados, y la observaron en silencio. Kaori quedó paralizada. Era una mirada de súplica. Una mirada que le pedía a gritos que se detuviera... y como era su dios, ella obedecería.
-Perdóname, Tetsu –le había dicho, al notar esas pupilas.
-Kaori... no quiero más falsías... no quiero lastimarte más... ya lo hice demasiadas veces.
-No, Tetsu... yo te... –Tetsu puso su mano sobre la boca de ella, y la contempló lloroso.
-No deberías estar con alguien que nunca te podrá amar en la forma en que tú lo amas... debes dejarme, Kaori... –Tetsu no deseaba un abandono más, pero sabía que era necesario, sabía que era lo menos que podía hacer por esa pura mujer que se hallaba a su frente. Pero ella tenía a su dios, un dios del que nunca podría dejar de ser fiel devota, ni aún siendo hereje.
-Bien. Está bien –Tetsu suspiró, sabiendo que alejaba la única posibilidad de cura en su vida, reconociendo que al menos, de esa forma, la salvaría a ella–. No te besaré, no te tocaré, no seré más que tu hermana, Tetsu. Te amo demasiado como para dejarte morir solo. Te amo. Y si tú deseas una hermana, yo lo seré. Seré lo que tú quieras, sólo por ti –Kaori había tomado la mano que Tetsu había apoyado sobre sus labios, y la posó sobre su mejilla. Tetsu la contempló nostálgico, con el amargo recuerdo del pasado, pero aliviado de haber encontrado a una hermana. La única relación con la que podría vivir a su lado. El la quería, ella era demasiado buena y pura para un mundo tan perverso. Pero no la amaba, ni la amaría. Eso lo percibían a la perfección.
Desde aquel día, Kaori le entregó esa habitación. Era el lugar predilecto de la joven en toda la casa. El jardín se configuraba para que desde aquella gran ventana, que terminaba a veinte centímetros por encima del suelo, se generara una sensación de cuadro realista. La disposición de las plantas y los arbustos había sido sumamente delicada, para que cualquier espectador, sentado en la cama, apreciara esa ventana como si de un cuadro real se tratase.
Kaori había escogido como cuarto propio, una habitación que se hallaba al lado de la de Tetsu. Estar lo suficientemente lejos, pero aún así cerca de su dios, le era una necesidad vital.
Y así, lentamente, los días pasaban para ambos. Kaori no lo salvaría. Tenía plena conciencia de que Tetsu se ahogaría irreversiblemente, pero hasta tanto, ella lo mantendría a flote todo el tiempo posible. Y así sucedía.
Kaori ingresaba en la mañana a su cuarto, a despertarlo con simples caricias, en busca de un Tetsu, que nunca encontraba, de un Tetsu que se apagaba día tras día, y que se alejaba de ese joven colorido del cual se había enamorado. La culpa la envenenaba. Ella tenía mucha causa en el estado de Tetsu. Porque ella había creído que el ahogado sería su dios, cuando la que moría era ella, y en un arrebato de supervivencia, destrozó lo que no debía, y ahora, ambos, como náufragos resignados, sujetos a balsas de rendición, se mantenían a flote, por la simple desidia de morir. Una realidad que odiaba ver, pero que ya no podía mentir. Ambos eran sauces solitarios, en prados muy alejados.
Tetsu miraba el jardín con aplomo.
-Perdóname, Kaori. Realmente perdóname...
-No, Tetsu. No te culpes. Conozco el trato... pero ya sabes... un humano es humano...
-Mn... te entiendo más de lo que crees.
-No. Sé que me entiendes a la perfección. Sabes de amor en el abandono. Somos perros... callejeros...
Tetsu observó la sonrisa triste de la joven por el rabillo del ojo. Deshizo lentamente el contacto con las manos, y deslizó su brazo por la espalda de Kaori. La acercó a su hombro, y ella descansó su mejilla en él. Tetsu dejó su cabeza apoyarse sobre la cabellera de Kaori, y ambos mantuvieron un sereno silencio observando el jardín. La brisa veraniega acariciaba el sauce, cuyas ramas más largas ondeaban el pequeño lago. Kaori sonrió, y abrazó a Tetsu.
-Es un jardín para la reflexión. Siempre me gusta verlo y pensar...
-Sí. Es justamente a lo que predispone...
El silencio una vez más. El sol lentamente ingresaba al cuarto, iluminaba nuevos sectores del jardín oscurecidos por sombras, indicando el pasar de la jornada.
El contacto de ambos era cálido y pacífico. Como dos animales perdidos en la ciudad, heridos, resignados al fatal destino, observaban el pasar del tiempo en absoluto silencio.
-Tetsu...
-¿Hn?
-¿Cuándo volverás a trabajar?
-¡Ah! ...no lo sé. ¿Qué podría hacer?
-¿Eh? –se separó del contacto, y lo miró con intriga–. ¿Qué otra cosa sabes hacer que no sea música?
-Ya no. Ya no puedo componer...
-Vamos, Tetsu... es temporal. Debes empeñarte...
-No. Ya no puedo. Ya no soy el de antes, el Tetsu de antes y el de ahora son casi antítesis. ¿Qué sentido tiene que además desilusione a las fans…?
-Mmmm... yo sigo pensando que es cuestión de empezar, Tetsu –Kaori acarició la mejilla del bajista, y le sonrió–. Debes empezar. Ya luego verás... ¿ne?
-Mn –Tetsu le sonrió en agradecimiento.
La joven muchacha se levantó de la cama, y, con el caminar lento y pesado que había adquirido en esos meses, se fue de la habitación, para preparar el desayuno, para darle ofrendas a su dios, para tratar de salvarlo, aún sabiendo que era imposible.
Tetsu la vio alejarse, cerrando la puerta de la habitación. Una vez más el cuarto tan vacío. Miró el jardín nuevamente. Suspiró en busca de la liberación. Pero aún estaba allí. La sensación de la ausencia, de la soledad, del abandono. Nunca podría lidiar con ese sentimiento. Cuánta soledad. Extrañaba reír. Añoraba ser el Tetsu de antes, el jovial líder de aquella banda tan alocada. Un rasgo de recuerdo rayó su mente, y espontáneamente sonrió satisfecho. ASOA. Los escuchaba y los veía en TV. Ken y Yukihiro se veían muy bien. Al menos, no todo se perdía.
Se levantó de la cama, y se dirigió a su armario. Extrañamente, se vistió de oscuro. Hacía tiempo que no salía del cuarto, que no caminaba por la calle. Tenía que dar un paseo por la zona, aún desconocida para él en todo ese tiempo que había habitado la casa.
Tomó una remera azul marino, y, con unos pantalones cortos negros, abandonó el cuarto, en un intento de liberación. Un paso más allá del mero suspirar. Inútil, pero al menos, un intento más.
Desayunó en silencio junto a Kaori, dejaría la casa apenas finalizara su taza de café.
Tomó las llaves, y miró a la joven.
-Me voy a dar una vuelta. Será larga. No te preocupes, ¿sí?
-¿Saldrás? –lo miró con sorpresa y alegría en su interior.
-Sí. Ya he tenido bastante de reclusión. Seguiré tu consejo. A final de cuentas, siempre tienes razón, Kaori –le sonrió con tristeza, y haciendo un gesto con su mano, abandonó la casa.
Kaori se mantuvo en silencio sentada en la mesa de la cocina, contemplando el lugar vacío que había dejado su dios, con los restos de su presencia: una taza vacía, unas migas de tostadas consumidas, y una servilleta enrollada.
Sonrió con amargura profunda.
Ella no siempre tenía la razón, y Tetsu era el mejor ejemplo de ello.
La culpa emergió desde las profundidades de la represión de su mente, y se transformó en lloro. Lágrimas contenidas por meses, llanto ahogado por noches, sensación de desesperación tan escondida, tan disfrazada en mentiras.
Nunca había tenido el valor de decirle la verdad a Tetsu. Nunca le había relatado aquel desesperado encuentro que había tenido con Hyde en ese apartamento abandonado. Tenía miedo de perder a su dios. Un dios iracundo era siempre peor a un dios destruido, rayando la línea de la vida y de la muerte. Un dios iracundo la mataría, la lastimaría más que la culpa de saber que ella era hereje de la religión a la que se había convertido en secreto. Destruir a su propio dios, era mejor, que sucumbir ante su ira.
Y lloró toda la mañana, amargada, descubriendo su imposibilidad de ver la realidad.
A pesar de todo, ella siempre vivía en una mentira.
La mentira del dios.
Un dios que no era más que un simple humano, perdiendo su condición de tal.
El joven vestido en ropas oscuras, caminó con parsimonia a través de las calles peatonales que la zona más residencial de Tokyou le ofrecía. La tranquilidad imperaba en esos recintos, y al mirar con disimulo hacia algún jardín, podía observar pequeños niños, tal vez hermanos, jugando tranquilamente.
Su caminata lóbrega contrastaba con aquella inocencia incipiente que se degradaba lentamente con el transcurrir del tiempo, en esos jardines inmaduros.
Suspiró. Su pensamiento, su forma de ver la vida había cambiado demasiado. La realidad se le presentaba como un gran vacío en expansión. Carecía absolutamente de cualquier castillo de ilusiones, que como construcciones de naipes, la brisa del desengaño le había destruido sin piedad.
Alcanzó la avenida principal del quedo barrio, y caminó por las aceras. El tráfico denotaba la hora tardía de la mañana. Los vehículos eran escasos, y los pocos que transitaban lo hacían con lentitud, hasta con un gesto de simulado paseo.
Pocas personas que iba y venía. Tomó los anteojos negros que llevaba colgados en el cuello de su remera, y se los colocó, disimulando el mirar triste, y tal vez, el reconocimiento por parte de alguna fan. Ya no tenía deseos de concederles los pequeños privilegios que solía darles. Ya no le interesaba resguardarlas, cumplirles aquellos simples sueños de seguidoras que consistían en mantenerse cerca de su ídolo. Ya no tenía interés por ello. Simplemente quería ser un desconocido.
Continuó su caminata por la avenida, hasta que encontró un vasto parque. Una gran cantidad de árboles se extendía por la zona, y, en el medio de la arboleda, se podía distinguir un lago imponente, artificial y tranquilo.
Se dirigió hasta el banco más cercano a aquel lago, y sentándose en ese pequeño paraíso, fijó su vista en la superficie cristalina del agua.
Una pareja de enamorados caminaron por su frente, interrumpiéndole por un segundo su contemplación.
Sonrió con tristeza.
Escuchó un trozo de la conversación de las pareja.
-¡Ah! ¡Cómo te puede gustar un tipo como ése! ¡Usa faldas!
-¡Ah! ¡Pero es muy tierno! Kaori debe ser la mujer más feliz del mundo... –comentó la chica, mientras se sujetaba del brazo de su novio.
-¿Ah? ¿Y entonces yo qué soy? ¿Tú no eres feliz conmigo? –sonrió irónico.
-¡Ah! ¡Celoso!
El diálogo continuó, pero se desvaneció para los oídos de Tetsu debido a la distancia.
Se mantuvo observando el lago.
Esa joven, era una fan de él.
Tomó sus anteojos y, sacándoselos, fijó su mirada en ellos.
Él deseaba pasar desapercibido, ser un desconocido para todas sus fans... pero aquel objeto que tenía en sus manos, no hacía más que ocultar su imagen, que era la única distinguida. Para todas sus fans, él seguía siendo tan anónimo como cualquier humano que caminara por la calle, que cruzara su mirada con otro por un instante, y que nunca más en el tiempo, ambas personas se volvieran a encontrar.
Un instante olvidado. Olvidado.
El era un perfecto desconocido para todas ellas, aunque ellas nunca aceptarían esa verdad. Suspiró.
-¿Tetsu-san? –una voz grave, profunda y ronca lo extrajo de sus pensamientos. Parpadeó rápidamente y miró al hombre dueño de tal voz.
-¿Eh?
-¡Tetsu-san! Cuánto tiempo si saber de ti...
-¡Ah! Tamori-san *4. Qué agradable sorpresa –sonrió por cortesía, sin intenciones de ocultar la tristeza. Aquel sentimiento de vacío rebalsaba su ser, incontenible, incapaz de controlarlo con sus gestos políticamente correctos.
-¿Ah? ¿Seguro? –comentó rápidamente. El hombre maduro se sentó al lado de Tetsu, mirando los anteojos que éste llevaba en la mano.
-¡Claro…! -afirmó forzando su sonrisa, una vez más. Sólo apariencia, sólo imagen.
-Eh... ¿son nuevos? -preguntó señalando los anteojos que Tetsu llevaba en la mano.
-¿Esto…? No. No.
-Son lindos. Me gustan.
-¡Ah! Gracias.
Tamori observó en silencio a Tetsu, quien enmudeció, desvaneciendo lentamente su sonrisa. El maduro presentador se recostó sobre el banco, y fijó su vista en el lago. Tetsu adoptó igual posición, agradecido por la sutileza del viejo sabio.
-¿Qué es de tu vida, Tetsu-san?
-Ah... nada...
-¿Hn? ¿Nada? –lo miró fijamente a los ojos, mas el joven no despegaba su vista de la superficie cristalina del lago. Exhaló incómodo de preguntar en el silencio, y regresó a su posición inicial–. Hace tiempo que no se te siente en el medio.
-Eee –afirmó con suavidad.
-¿Estás produciendo algo nuevo?
-Mmm... no.
-¿Y qué has estado haciendo?
-... –Tetsu bajó su vista hacia el suelo, para observar sus zapatillas negras. Él mismo se estaba planteando qué era lo que había hecho en todo ese tiempo. Sólo perder vida, perder esencia, perderse en el vacío, por causa de un idiota, por culpa de la estupidez ajena, por la razón de no tener certeza.
-Tienes problemas, muchacho. ¿No?
-... -el joven suspiró. Comenzó a jugar con los anteojos que aún sostenía.
-De acuerdo. Tal vez quieras soledad, pero entiende algo... sea lo que sea que te esté afectando, creo que nada cura más rápido que el trabajo.
-Sí. Debería ponerme a crear, pero... ya no es lo mismo...
-¿Por qué?
-Ya no puedo crear esa música que tanto gustaba...
-Pues crea la música que necesitas crear... deja de pensar en el mercado, en la discográfica, y en tu representante. Piensa que cualquier creación tuya, tus fans la aceptarán. Ellas te quieren a ti.
-No.
-¿Eh?
-Quieren a la imagen. Pero la imagen se marchita, Tamori-san. Las cosas cambian.
-Sí. Es verdad.
-Ya no soy el de antes.
-Lo sé.
Tetsu giró su rostro para enfrentar al hombre que lo miraba a través de sus anchos anteojos oscuros. El joven parpadeó varias veces.
-Estás triste. Se nota. En ti, se nota demasiado -justificó el viejo japonés.
-Mmm... por eso no puedo crear, no puedo presentarme...
-Tetsu-san, el trabajo salva. Tienes que ponerte a trabajar ya.
-Pero no tengo motivación. Realmente no...
-Dentro de cinco meses te quiero en mi programa presentando en exclusiva tu nuevo CD.
-¿Nuevo CD? Pero... si no tengo…
-Lo tendrás dentro de cinco meses. Yo que tú, me pongo a trabajar inmediatamente. No me vayas a fallar. Nunca lo has hecho.
El viejo japonés se levantó con tranquilidad y tras un saludo ameno, se alejó del banco, regresando a lo que debería ser su casa. Gran cantidad de famosos vivía en ese barrio, uno de los más costosos del Japón, pero que presentaba un agradable ambiente familiar y tranquilo en medio de la ruidosa ciudad.
Tetsu regresó a contemplar el lago. Estaba obligado a cumplirle. Aunque no lo hubiera prometido, el viejo zorro sabía perfectamente la actitud obsesiva del joven, y utilizando aquel dato como herramienta, ejecutó una buena motivación para que Tetsu comenzara a producir, tras años de inactividad total.
El joven se levantó del banco, y, colocándose los anteojos, se dirigió a su estudio de grabación. Empezaría llamando a sus músicos, y daría inicio a una nueva etapa de Tetsu69. Tal vez oscura, posiblemente misteriosa, quizás, una contra-cara de lo que ya venía exponiendo su antiguo amante en cuanto a producción solista. Pero él elegiría un estilo más agresivo: el heavy metal. Una nueva expresión, más dura, más provocadora que sus antiguas producciones, con letras nacidas del odio, de la frustración, de la soledad. Una elaboración, concebida sólo para ayudarle a mantenerse por más tiempo a flote.
Sólo para retrasar el final.
El inminente e irreversible final.
~Continuará~
Notas:
-Já: esta expresión tiene que ver con una exhalación de incredulidad, más que una risa. Me olvidé de aclararlo en la secuela anterior, pero por las dudas...
-Eee: es el equivalente de 'hai' pero informal (afirmación: sí)
-Mn: es el típico sonido informal de afirmación (muchos lo escriben 'un'). Cuando es alargado, implica el de duda, y el de interrogación estará acompañado por sus correspondientes signos.
0) Kitamura Ken: es verdad, y no pregunten. :P
1) Tanabata: fecha festival de Japón: 7 de julio. Se festeja que dos amantes (estrellas separadas por la vía Láctea) se juntan esa sola vez en el año al crearse espontáneamente un puente que atraviesa la vía Láctea, permitiéndoles salir de su soledad anual, y pasar ese día juntos.
2) Koi (鯉): carpa. Pez común de verse en los lagos artificiales dentro de la paisajística japonesa. Son anaranjados, blancos, negros y combinados en estos tonos.
3) Koi (恋): amor/cariño. Es otro kanji, y es un equivalente al Ai (愛amor) pero más similar al 'te quiero' español. Su significado es diferente al Ai (amor), y sería algo así como 'amor tierno','romance', 'pasión tierna'. También tiene un significado de 'querido/a' cuando se lo utiliza en la palabra 'koibito'(恋人)= 'novio/a, amante'. Como todo en japonés, es muy ambiguo, y tiene sutilezas que lo definen como único para diferentes situaciones. [volver arriba]
4) Tamori-san: Presentador del Music Station. Es un japonés maduro, que siempre usa anteojos de sol negro, y suele ser muy gracioso con sus invitados.
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