ADAPTACIÓN. La historia corresponde a Lucy Gordon, los personajes al gran Tite Kubo. Espero que la disfruten tanto como yo.
Prólogo
NO IBA a llorar. Aunque las lagrimas empujaran tras sus ojos, no iba a llorar para que Ichigo Kurosaki no se enterara del daño que le había hecho.
Deko Inoue se tapó la boca con la mano para contener los sollozos. Desde el coche, veía el paisaje borroso tras una espesa neblina de lágrimas y dolor. Tras de sí, cada lento y tortuoso segundo dejaba atrás al hombre que amaba.
Ichigo Kurosaki yacía sentado a su lado, observando fijamente a la carretera. No dedicó una sola mirada a Deko, y ella sabía que él realmente no desbordaba ninguna clase de empatía con su corazón roto.
Cada músculo de su cuerpo reflejaba poder. Desde su rostro arrogante hasta las manos fuertes con las que agarraba el volante.
Después de todo, en un mundo salvaje el control es muy importante. Estaba muy enfadado porque su hermano pequeño, Kaien, había elegido a una chica corriente para casarse. Así que se encargó de destruir el compromiso. Y lo hizo con total eficacia.
Aunque tenía tan solo veintitantos años, su rostro notaba autoridad. Su familia vivía en Kurosaki Manor desde hacía una infinidad de generaciones, controlando las fincas de los alrededores. Ichigo Kurosaki era el último dueño.
La chica sentada a su izquierda denotaba exactamente lo contrario. Solo tenía dieciocho años, y era tan delgada que su figura recordaba a alguna clase de ser indefenso. Durante su corta experiencia de vida, había visto el rostro andrajoso de la pobreza durante quizás muchísimo tiempo, pero no la maldad. Su primer enfrentamiento con una fuerza implacable la dejó destrozada, sentada en un automóvil más costoso que ella misma, junto al único ser humano que pudo llegar a ganarse su odio sin tapujo alguno.
—Llegaremos a la estación dentro de cinco minutos —dijo Ichigo—. Con tiempo de sobra para que tomes el tren.
—No tienes derecho a hacer esto —Respondió ella atropelladamente, conteniendo el nudo atascado en su garganta.
—Ya lo hemos hablado —dijo él con tono impacientado, como si aquel asunto no fuera más importante que sacar el bote de basura a la calle por las mañanas —. No habría funcionado. Hazme caso, Kaien no es el marido adecuado para ti.
—Porque él es un Kurosaki y mi madre solía limpiaros el suelo –dijo arrastrando el desprecio en cada palabra.
—Mira, no...
—Decidiste romper nuestro compromiso en cuanto Kaien nos presentó, ¿verdad?
—Sí, más o menos. Pero no hagas una tragedia de todo esto. Tienes dieciocho años. Tu corazón sanará pronto.
— ¡Para ti es tan fácil! —gritó ella—. Tú das las órdenes y todo el mundo ha de obedecerte. Pero yo no te obedecí. No acepté tu dinero ni escuché tus razones sobre por qué no era la mujer adecuada...
—Solo intentaba...
—Así que como no pudiste hacer otras cosas, tú... —de repente perdió el control. Ver ese par de ojos marrones e impenetrables era más de lo que podía soportar —. ¿Cómo pudiste hacerlo? —gimoteó—. ¿Cómo puedes ser tan cruel?
Ichigo mantuvo la vista al frente durante un cúmulo de segundos que resultaron increíblemente lentos. De pronto fijó su mirada en Deko, expresando quizás un par de cosas que no hacía falta explicar a alguien tan carente de importancia.
—Hemos llegado -dijo él abriendo la puerta—. No montes una escena. Ya sé lo que opinas de mí y no me importa.
Deko lanzó una risotada. Seca, vacía.
—No te importa nada, solo deshacerte de mí.
—Sin duda estaré mucho más contento en cuanto te subas al tren.
En cuanto el tren llegó a la estación, él metió la maleta y apremió a Deko para que sus piernas temblorosas y sin energía subieran de una buena vez.
Cuando Deko yacía bajo el umbral, Ichigo la detuvo tomando su fría mano, sin que ella se diera el tiempo de darle alguna clase de respuesta.
—No llores, pequeña —dijo en tono amable. Deko no supo de su mirada indescifrable—. E intenta no odiarme. Créeme, es lo mejor —cerró la puerta, dejándola finalmente lejos de su vida.
El jefe de estación tocó el silbato. Deko abrió la ventana y se asomó para responder a aquellas palabras mentirosas e innecesarias.
—Pero te odio. Te odio porque pisoteas a la gente y no te preocupas por sus sentimientos. Te has deshecho de mí porque consideras que no soy lo suficientemente buena. Voy a demostrarte que estás equivocado. Volveré.
—No vuelvas -contestó él con dureza—. Mantente alejada de esta familia.
El tren comenzó a moverse.
— ¿Has oído? —gritó ella—. Algún día volveré.
Él no contestó, pero se quedó mirándola hasta que el tren desapareció.
Deko creyó ver una expresión de sorpresa en su rostro.
Y seis años luego de todo aquello, la enfermera Orihime Dekorin Inoue cumpliría su palabra.
