Lazos del destino


Capítulo 1

El despertar


Hacía mucho que no era capaz de ver más allá de lo que había a mí alrededor. En realidad, ni siquiera era consciente de cuanto llevaba allí, en qué estado me encontraba o cuándo acabaría aquello. Pensé que quizás ni siquiera tendría fin.

Lo cierto era que no me preocupaba porque a pesar de estar rodeada de una densa oscuridad, la sentía extrañamente cercana a mí; muy familiar. No me hacía sentir incómoda ni perdida. Todo lo contrario, sentía que me abrazaba y me acunaba cada instante. Nada de soledad, dolor o angustia como tampoco de alegría, ilusión o felicidad. Simplemente, me sentía aliviada. En paz conmigo misma.

Sin embargo, había algo que perturbaba mi inescrutable tranquilidad y serenidad. Hacía no mucho o quizás hacía ya tiempo, que había aparecido algo escalofriante, ¿cerca? ¿lejos? de donde me encontraba. No sabía exactamente lo que era, desde que estaba allí no podía percibir la materia como tal, ni ver mis propias manos o mi cuerpo. Simplemente sabía que era yo misma y me sentía como tal, nada más. Pero después, percibí algo cerca de mí con intenciones de alterar mi entorno.

Aquello que se acercaba trastornaba mi espacio vacío de emociones y me hacía estar terriblemente confusa y desorientada. Me transmitía miedo y temor ante lo que pudiera ser, me devolvía poco a poco esos sentimientos y esas sensaciones que no podía experimentar antes. A medida que se acercaba comenzaba a sentirme ¿viva? quizás fuera esa la palabra adecuada para describirlo. Pues notaba con claridad todo lo cruel y hermoso que conllevaba "el vivir" tal y como lo conocemos.

Y entonces, esa oscuridad a mi alrededor comenzó a disiparse y a convertirse únicamente en una sombra que estaba siendo eliminada lentamente por los rayos del sol. Me quedé expectante ante lo que pudiera ocurrir, pues no sabía qué sería lo siguiente que cambiaría.

Poco a poco, esas tinieblas dejaban de transmitirme seguridad y calor, más bien, pasaban a convertirse en una negrura intensa a la que no quería volver a acercarme. Llevaba tanto inmersa en ella que me había acostumbrado a prescindir de todos mis sentidos. Me percaté entonces, de que era esa tranquila y amena luz la única capaz de llenarme por completo y de transmitirme calidez. Me devolvía mi energía, mis sueños y mis ilusiones.

Al de poco gracias a ella, a esas voces que me reclamaban continuamente, sería capaz de recordar quién era, donde me encontraba y qué hacía allí. Pronto, mis veintiún años de edad cobraron sentido y con ellos cada uno de los recuerdos almacenados en mi mente.

En unos cuantos minutos, si, fui capaz de contarlos con libertad pues volvía a tener nociones, percibía mi propio cuerpo. El corazón me latía a un ritmo normal, quizás algo pausado y las voces a mi alrededor se volvían más claras alertando mis oídos. Olía… olía algo dulce; flores, si, eran flores puestas en agua probablemente en un gran jarrón. Pero también había algo más, quizás café recién hecho. Un café amargo y deliciosamente apetecible. Traté de mover los dedos de la mano, no sé si lo conseguí a la primera pero por si acaso repetí la misma acción en varias ocasiones. Y tuve la impresión de que lo había logrado porque una de las voces junto a mí se exaltó, agarró con fuerza mi mano hablándome, dirigiéndose a mí directamente. La otra voz se desvaneció al instante.

-…sa- escuché algo, alguien llamándome. Intenté abrir también los ojos pero mis párpados aún pesaban demasiado. Casi podía ver todo con claridad a pesar de tener los ojos cerrados, pero no me bastó con eso, quería ver de verdad otra vez. Apreciar cada detalle y color ante mí. Por eso, volví a esforzarme por abrirlos y en cuanto conseguí escuchar bien a la persona a mi lado, también advertí su imagen borrosa muy cerca de mí.

-…Mikasa…- un anhelo repetitivo, con cierto tono alegre, esperanzador y también suplicante.

-Mikasa… por fin has despertado- Parpadeé varias veces seguidas eliminando la fina capa borrosa sobre mis pupilas que me impedía reconocer la figura, aunque ya sabía de quien se trataba.

La mujer a mi lado me observaba con ojos brillantes cubiertos de lágrimas. Eran tal y como los recordaba aunque parecían cansados y envejecidos, habían perdido luz y… vida. Me agarraba la mano con fuerza, entonces, ya era capaz de notarla, me sujetaba como si no quisiera dejarme ir nunca más.

-Mikasa… ¿cómo te encuentras, cariño?- me preguntó con un hilillo de voz suave y sutil que para nada dañó mis oídos. Volví a centrar mi mirada en ella dejando de lado la sala y su decoración que era prácticamente igual a como la había imaginado. Quería responderle pero mis cuerdas bocales parecían estar bloqueadas. Abrí la boca un par de veces balbuceando como un pez, intentando decir algo.

-Ma…má- conseguí decir casi en un susurro ronco y forzado. No sé si lo había imaginado o si realmente lo había dicho en alto para ambas, pero en cuanto sus lágrimas cayeron por sus mejillas supe que debía haberlo escuchado. En ese instante se levantó para abrazarme sin emplear mucha fuerza y yo hundí mi cabeza en su cabello negro y fino.

Olía a vainilla, un aroma dulce que opacaba el de las flores junto a mí. Lo echaba en falta porque me hacía sentir nostálgica, como si llevara mucho tiempo sin poder respirarlo.

-¿Mikasa?- una nueva voz se unió, en esta ocasión la de un hombre mayor que apareció junto a la que parecía ser la médico. Lo reconocí en seguida. Como siempre, con su pelo rubio pajizo ni corto ni largo. Su barba bien recortada y su cándida sonrisa.

-Papá…- susurré con algo más de tranquilidad y soltura. Mi padre se acercó con intención de cogerme la otra mano pero la doctora se adelantó para empezar con su inspección. Observé como revisaba mis heridas, lo que me permitió echarle un vistazo al estado de mi propio cuerpo; no parecía grave, solo me revisó la herida en mi costado que ya había cicatrizado dejando una marca notoria en mi piel blanca cual porcelana. Y mi cabeza. No tenía ningún golpe o cicatriz pero también revisó cada uno de mis sentidos.

-Bien, estás prácticamente recuperada. Con un poco de rehabilitación podrás volver a hacer vida normal- habló la médico algo seca. Estaba totalmente concentrada en lo que hacía. Pasó a mis piernas que estaban bastante delgadas, las estiró y dobló en varias ocasiones para asegurarse de su movilidad y después volvió a pararse a mi lado.

-Me pasaré mañana para hacerte unas cuantas preguntas y decidir tu tiempo de rehabilitación. Hoy descansa todo lo que puedas y no te esfuerces.- pidió. Desapareció por la puerta para seguir atendiendo a otros pacientes y entonces mis padres no pudieron resistir nuevamente las ganas de abalanzarse sobre mí.

-Mikasa…- susurró mi padre mientras nos envolvía en sus brazos a mi madre y a mí. –Nos temíamos lo peor.- noté cómo mi madre le daba un pequeño codazo en el brazo para indicarle que no hablara de ese tipo de cosas y se disculpó.

-Perdonen, la hora de visitas está a punto de terminarse. Les agradecería que fueran acabando.- habló de repente una enfermera menuda que había irrumpido en el cuarto con facilidad.

-¿Terminar? Me quedaré aquí esta noche- dijo mi madre. La observé con cuidado, estaba terriblemente agotada aunque lo negara. No podía permitir que pasara otra noche más en vela por mí. Miré a mi padre y me asintió con suavidad comprendiendo al instante mis pensamientos.

-Ahora que Mikasa ha despertado no es necesario que te quedes aquí.- trató de convencerla él acercándose hasta donde estaba.

-Ni lo sueñes.- se negó rotundamente.

-Mamá, necesito descansar y tu también. Estoy bien, no me pasará nada, mañana podrás volver a verme si quieres y me encontrarás despierta esperándote- terminé por decirle a pesar de que tuve que pararme en dos ocasiones para coger aire. Sus expresiones se ablandaron a causa de mi petición y pareció emocionada por poder escuchar de nuevo mi voz.

Finalmente se dejó guiar por los brazos de mi padre. Ambos se despidieron con cariño y tras eso se marcharon dejándome sola en la habitación. Todo estaba en silencio y en cuanto logré alcanzar el interruptor a mi derecha apagué las luces para sumirme en la oscuridad. Una totalmente diferente a la que había presenciado un rato antes.

Volví a relajar mi cuerpo para acomodarme en la cama sobre la que estaba. No me sentía cansada pero aún así mis ojos se cerraron automáticamente. En mi mente los últimos recuerdos empezaron a aflorar mediante imágenes, permitiéndome rememorar los sucesos que me llevaron hasta el hospital. Si, recordaba a la perfección lo sucedido, era algo que por mucho que intentara, no podría dejar atrás. Aún así, no me asustaba y antes de que pudiera profundizar en esas vagas imágenes, me sumí en un sueño profundo.


Bajé las escaleras acompañada por mi madre. Habían transcurrido cuatro semanas desde que empecé la rehabilitación y mi estado físico había mejorado considerablemente, aún así, me sorprendió que me dieran el alta tan rápido. Durante el tiempo que había permanecido en cama, mis piernas se habían entumecido muchísimo, incluso fui incapaz de caminar la primera semana. Los médicos me dijeron que fue a causa del accidente. Pero con gran esfuerzo, no me costó trabajo volverlas a poner en funcionamiento.

-Tengo ganas de volver a casa- le dije a mi madre, incapaz de transmitirle solo con palabras la tremenda paz que me envolvía al pensar en mi hogar. Pero ella se mantuvo callada en todo momento con la cabeza gacha, lo que no me dio muy buenas vibraciones. Algo ocurría.

Concentré toda mi atención en la mano que ella tenía posada sobre mi espalda, empujándome con delicadeza hacia el exterior del hospital.

Los rayos de sol me molestaron unos instantes pero pronto me acostumbré a la claridad del entorno. El cielo estaba algo nublado y la temperatura era agradable, ni mucho calor, ni demasiado frío. Miré curiosa a mí alrededor tratando de no perderme ni un solo detalle. Echaba en falta el bullicio de la gente y aquellos escenarios abarrotados que me resultaban tan amenos.

Continué dejándome guiar por mi madre, buscando con la mirada una cara conocida. Esperaba dar con mi padre y su coche mal aparcado en alguna zona cercana, sin embargo, nos detuvimos ante un vehículo negro e intimidante. Pero me llamó más la atención la persona que se encontraba fuera de él, apoyada sobre la puerta del conductor, fumando.

-¿Mamá?- pregunté volviendo a fijar la mirada en ella, esperando una respuesta. Una vez nos detuvimos a pocos centímetros del hombre, ella habló.

-Mikasa, la doctora cree que es mejor que te tomes un descanso en un lugar tranquilo.- comenzó a decir mirándome directamente a los ojos con no muy buen aspecto. –Él es un amigo de la familia, pasarás un tiempo con él y después volverás con nosotros a casa.

-¿Un tiempo? ¿Por qué nadie me ha hablado de esto hasta ahora?- pregunté con tono monótono pero urgente al mismo tiempo. Hacía poco que estaba recuperada y en vez de permitirme regresar a mi vida cotidiana, pretendían mandarme con un total extraño a otro lugar que no conocía. Y eso me inquietaba.

-Mikasa, es lo mejor para ti, te vendrá bien. Solo serán dos meses.- aseguró, indicándome con su tono de voz que no siguiera insistiendo porque era la única opción que me daban.

Me pasé unos cuantos segundos contemplando a aquel desconocido. Su rostro desinteresado y vacío mostraba estar totalmente aburrido con aquella conversación. Probablemente estaría tan disgustado como yo con la decisión de dejarme convivir con él ese tiempo. Su cabello negro y corto lo llevaba peinado a ambos lados, con la raya en medio y la zona inferior rapada. Sus ojos azules claros contrastaban de sobremanera con su pelo azabache y su tez blanquecina. Cuando terminó su cigarro lo tiró al suelo y lo pisó, después se enderezó y contemplé que era unos pocos centímetros más bajo que yo, pero aparentaba sacarme varios años de edad. De alguna manera, su actitud me transmitía desconfianza.

Permanecí en mi lugar debatiéndome entre largarme con aquel extraño y vivir una posible horrible pesadilla, o montar una escenita ante media ciudad negándome a irme con él. Finalmente, suspiré, abracé a mi madre para despedirme de ella y me dirigí a abrir la puerta del asiento tras el conductor para entrar al interior.

Una mano firme me detuvo antes de que lograra abrirla, y acto seguido, escuché una voz profunda y baja. Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente durante varios segundos

-Ponte delante.- no protesté, di la vuelta al vehículo para ocupar el lugar del copiloto. Acto seguido, él también montó. Puso en marcha el coche dispuesto a marcharse pero la voz de mi madre lo interrumpió.

-Cuida de ella.- pidió. El hombre junto a mi soltó un bufido a modo de queja, como si aquello le fastidiara. Subió la ventana deprisa y desde que partimos, no cruzamos una sola palabra durante parte del viaje.

Incómoda por aquel silencio tan pesado, preferí mirar y contemplar el paisaje en el exterior mientras me acomodaba como podía en aquel asiento mullido y acogedor. Mirara a donde mirara el interior del vehículo estaba impecable y me vi envuelta en el olor del ambientador que era refrescante. Poco a poco, a medida que nos alejábamos el número de viviendas que nos encontrábamos disminuían y pronto pasamos a una zona repleta de vegetación en la que no había casi rastro de la huella humana. Extrañamente aquel lugar me transmitía una paz interior increíble.

Más tarde, me encontré mirando de reojo al hombre a mi lado. Llevaba medio brazo izquierdo fuera de la ventana, un gesto bastante peligroso. Mientras que el otro brazo lo estaba sujeto al volante, conduciendo con soltura y control. Hacía rato que no nos cruzábamos con ningún otro vehículo, desde que nos habíamos salido de la carretera para continuar por un camino secundario sin asfaltar. Era un único camino para ambos sentidos en el que nosotros teníamos prioridad. Una vez salimos a una recta con los alrededores despejados de árboles, noté como comenzaba a aumentar la velocidad, traspasando el límite fijado.

-Qué ocurre.- me sobresaltó su voz. Ni siquiera me estaba mirando directamente pero debía haberse percatado de que lo contemplaba fijamente, analizándolo. Inquieta, aparté la mirada tratando de disimular pero aún así, quise aventurarme a responder.

-Mikasa- dije entonces, llevaba demasiado tiempo sin hablar porque en un principio me salió una voz ronca y sin fuerza. –Así me llamo.- el silencio continuó unos instantes haciéndome sentir estúpida por plantearme la mínima posibilidad de hacer más amenos aquel viaje. Me estaba mudando temporalmente con un hombre del que ni siquiera conocía su nombre.

-¿Es que eres idiota?- respondió bufando, sin apartar en ningún momento su mirada de la carretera y de la nueva zona boscosa en la que nos estábamos sumergiendo. –Nunca dejaría montar a un desconocido en mi coche.- y supe que estaba en lo cierto, mi madre debía haberle hablado de mí, de mi accidente y de mi estado. Era consciente de ello, sin embargo, mi única intención había sido conocer su nombre para saber cómo referirme a él.

-Lo sé- respondí molesta por la forma en la que había contestado. Parecía estar tomándome por idiota. –Quería que me dijeras tu nombre.- admití. Volví a escucharlo suspirar, entonces, tuve la sensación de que me había estado contemplando unos breves segundos pero en ningún momento quise cerciorarme de ello. Quizás era mejor tratar lo menos posible con alguien tan desagradable como él. Cumpliría con el tiempo que tuviera que permanecer con él y después todo volvería a ser como siempre para mí, jamás tendría que volver a cruzármelo.

-Levi.- mi corazón dio un pequeño vuelco al no esperar a esas alturas una respuesta por su parte. Fue más bien un susurro que se disipó al instante, pero que, sin embargo, permaneció en mi cabeza durante el resto del viaje.


Un buen rato después se abrió un gran claro ante nosotros que daba a un campo, aparentemente perfectamente cuidado y trabajado. A un lado se situaba una pequeña y acogedora casa de dos pisos con porche y dos balcones. A pocos metros de ella una especie de huerta que se extendía hacia el fondo. Podían verse los pequeños brotes comenzando a crecer lenta y pausadamente. Al otro extremo del edificio el bosque continuaba hasta perderse de vista.

Cuando el coche se detuvo dos personas salieron al porche impacientes, hasta ese momento tampoco había reparado en el pequeño parque con columpios no muy lejos de la entrada del bosque que acabábamos de surcar.

Esperé a que Levi bajara para imitar sus pasos. Traté de disimular mi nerviosismo y caminé directamente hacia la mujer bajita de pelo anaranjado y corto que nos esperaba con una niña pequeña de la mano.

Analicé a la niña, todavía en la distancia. Su piel era blanca y pura como la de la mujer a su lado que sonreía con dulzura. Tenía un largo cabello azabache, como el de Levi, el cual se agitó con fuerza en el momento en el que la menor salió disparada a los brazos del hombre. Contemplé como Levi la recibía encantando, aunque conteniendo sus emociones en todo instante. Estiró los brazos para cogerla y alzarla unos centímetros en el aire, después, la acercó a él y la envolvió en un fuerte abrazo. Una escena que para nada pegaba con una persona tosca como él.

La pequeña sonrió y yo decidí pararme a unos metros de ellos para no interrumpir aquel momento entre ambos. No sabía muy bien qué hacer, por lo que lo mejor era esperar.

-¿Ya no estás enfadada?- escuché preguntar a Levi. La cara de la pequeña cambió repentinamente y en el momento en el que la dejó en el suelo se cruzó de brazos haciendo un mohín.

-Sigo enfadada.- contestó brusca con su vocecilla. Levi chasqueó la lengua y se giró para mirarme al tiempo que la pequeña hacía lo mismo, como si yo le hubiera llamado la atención.

-¿Quién es?- preguntó señalándome con su pequeña mano. Levi gruñó un poco mientras me dirigía una mirada aburrida y molesta.

-Es nuestra invitada, se quedará un tiempo con nosotros.- respondió seco.

-¿Por qué no la saludas?- propuso con voz melodiosa la mujer, quien se había acercado hasta ellos.

El rostro de la niña era angelical, dulce y fino, tenía ojos claros como los de Levi y unas grandes pestañas negras. Su sonrisa era harmoniosa, me hacía sentir tranquila. Su melena negra le llegaba hasta la mitad de la espalda y aparentaba ser increíblemente sedoso y ligero.

-Hola, pequeña.- la saludé con delicadeza. Me agaché para estar a su mismo nivel. No tenía costumbre de tratar con niños, por lo que no sabía demasiado bien como actuar con ellos, por eso, ver que me devolvía la sonrisa me alivió bastante.

-¡Hola! ¿Quién eres tú?- preguntó curiosa mostrándome sus pequeños dientes de leche. En un pequeño vistazo me percaté de que le faltaba una de las paletas, pero no estropeaba para nada su bonito rostro.

-Mi nombre es Mikasa, ¿y el tuyo?- pareció pararse unos segundos repitiendo mi nombre mentalmente para recordarlo.

-Kimber- contestó de nuevo fijando sus ojos en los míos, eran de un precioso azul claro.

-Encantada de conocerte, Kimber.- sonreí un poco para no forzar demasiado el gesto.

-Vamos, Mikasa.- se precipitó a agarrar mi mano y tirar de mí. Me obligó a ponerme de pie y seguirla.

Así, llegamos hasta donde estaban Levi y su mujer hablando al tiempo que nos observaban a ambas avanzar hasta ellos. Kimber soltó mi mano para pasar a agarrar la de Levi, la cual simulaba tener el triple del tamaño que la de ella. La mujer se dirigió a mí para presentarse y darme la bienvenida.

-Mikasa, ¿verdad?- comenzó a hablar sonriéndome y tendiéndome una mano que no dudé en estrechar al instante.

-Encantada de conocerla, señora. Agradezco que me dejéis quedarme un tiempo en vuestra familia.- respondí. Pero parecía haberme equivocado en algo porque el rostro de la mujer se puso más rojo que un tomate y bajó la mirada al suelo, avergonzada. Se movió inquieta de un lado a otro en un leve balanceo. Entonces, pasé a mirar a Levi en busca de respuestas a aquella actitud y noté que él estaba aún más serio que durante el viaje en coche. Era evidente que un aura de incomodidad se extendió entre todos nosotros.

-N-no, te confundes, Mikasa.- tartamudeó un poco. –Levi y yo… no… no…- se trabó al no encontrar las palabras idóneas para explicarse, aunque ya comprendía en qué me había equivocado.

-Te agradezco que cuidaras de Kimber, Petra.- interrumpió Levi, probablemente cansado y molesto con la situación que se estaba alargando más de lo debido. Vi como le tendía un pequeño sobre que seguramente contendría dinero.

-No hace falta, sabes que lo hago encantada- trató de negarse pero Levi le dirigió una mirada amenazante, no admitiendo una negativa como respuesta.

-Cógelo.

-Está bien…- aceptó sin más remedio. Luego se volteó hacia el coche- supongo que ahora que está Mikasa no nos veremos tanto, pero me pasaré a visitaros de vez en cuando.- dijo con tono amable aunque pude percibir un atisbo de tristeza. Se despidió de Kimber y de mí y tras eso Levi se dirigió a ella.

-Te acercaré a tu casa.- ella asintió. –Kimber, estás a cargo de Mikasa, enséñale la casa.- la pequeña asintió contenta y en cuanto contemplamos como el coche desaparecía de nuestras vistas, la pequeña volvió a arrastrarme, en esta ocasión al interior del edificio.

Lo primero de lo que me percaté al entrar fue la extrema limpieza que pude percibir en cada rincón de la casa, incluso en las zonas más inalcanzables. Todos y cada uno de los objetos y muebles se encontraban bien colocados en sus lugares. Comenzaba a anochecer pero todavía veíamos con claridad en el interior.

Nos introdujimos por la puerta que daba al huerto y que estaba conectada directamente con la cocina, la cual disponía de una gran mesa en medio. Después, pasamos a la amplia entrada donde divisé la puerta principal y unas escaleras al lado derecho del lugar que llevaban al segundo piso. Al fondo y en frente de la puerta principal, estaba la sala de estar; dos sofás, una televisión en perfecto estado y varias estanterías llenas de libros a parte de una mesa de cristal.

Tras eso, subimos al segundo piso y lo primero que me enseñó fue su propia habitación. Parecía ilusionada por mostrármela. Nos pasamos un buen rato ahí, pues me mostró algunos de sus juguetes preferidos y los últimos dibujos que había hecho días atrás. Me sorprendió que en vez de dejarlos por algún lado tirados, volviera a guardarlos en su lugar correspondiente.

-Papá se enfada si no tengo el cuarto ordenado.- explicó refunfuñando. –Vamos, te enseñaré la habitación de invitados.- la seguí por el largo pasillo hasta el extremo contrario donde había un cuarto de baño y frente a él una habitación: La que sería mía durante aquellos días. Era sencilla, y simple, nada cargada de objetos ni decoración. Para mi perfecta. Y con aquello terminó de mostrarme el lugar, aunque no pude evitar fijarme en el cuarto situado junto al mío, el cual daba fin al pasillo y que se encontraba entre el baño y mi habitación. La puerta estaba cerrada y Kimber lo había ignorado por completo. No habría llamado mi atención de no ser por el hecho de que la pequeña me había enseñado todos y cada uno de los lugares, incluso la despensa. Pero tampoco quise darle importancia.

-Se hace tarde, ¿por qué no preparamos la cena, Kimber?- le propuse cuando empezamos a bajar las escaleras. Ella asintió con la cabeza. Me indicó donde estaban las cosas y no tardamos en ponernos a ello. Teníamos en mente preparar unos fideos acompañados de verduras.

-Ya casi hemos acabado.- dijo ella contenta removiendo el salteado de verduras que había terminado de freírse. –Luego tendremos que dejar todo limpio o papá se enfadará.- me informó de nuevo. La miré de reojo, estaba concentrada en lo que hacía, se esforzaba. –Se pasa el día limpiando- suspiró aparentando estar indignada y llevándose una de sus manitas a la cabeza, me transmitía ternura contemplarla subida sobre un pequeño banco de madera para ser capaz de alcanzar la sartén. –es un obse…-

-¿Qué es lo que soy, Kimber?- la llamó una voz tras nosotras. Ambas miramos atrás para ver a Levi acomodado sobre la silla, se había deshecho de las botas que vestía, parecía llevar en aquel lugar unos cuantos minutos y sin embargo, no nos habíamos percatado de su presencia en ningún momento.

-N-nada, papá.- trató de sonreír sin éxito, en vez de eso, puso una expresión algo extraña que estuvo a punto de provocarme una sonrisa.


La cena transcurrió en total calma, la pequeña se ocupó de mantener vivas las conversaciones con su padre y conmigo. Me contó que ambos cuidaban y recolectaban las verduras del huerto que tenían y que estaban riquísimas, tanto que en una ocasión obtuvieron un premio.

Y en todo aquel rato no pude evitar preguntarme dónde estaría la madre de aquella dulce criatura que sonreía sin parar, alegrando la velada, emocionándose con cada nuevo plan que tenía previsto para aquellos días de verano, contenta por contar con mi compañía. Pero por algún motivo, no me atrevía a preguntar por ello. Prefería esperar al momento idóneo, si a Levi le costaba entablar conversaciones fluidas y hablar de su vida privada, entonces no tenía caso que le preguntara directamente a él sobre un tema que podría ser realmente delicado. Pues esa era la sensación que yo tenía.

-Kimber, es hora de que te vayas a la cama.- anunció de golpe provocando varias quejas de la niña.

-Pero papá, estoy de vacaciones, ¿no puedo quedarme un rato más?- insistió esperanzada de que aceptara su petición. Pero Levi se negó.

-No, es tarde.- la niña desapareció de la sala arrastrando los pies mientras Levi optó por fumarse un cigarro allí mismo. Abrió un poco la puerta trasera, permitiéndome contemplar la densa oscuridad del exterior que producía escalofríos. Me sentía un poco insegura al estar allí, tan lejos de la civilización, perdida en medio de ningún lugar.

Ignoré aquel sentimiento de intranquilidad y soledad y me puse a recoger todo con rapidez. Lo mejor era acabar aquello cuanto antes para poder irme a dormir y descansar. Había sido un día un tanto agotador y aún debía hacerme a aquella nueva vida temporal. Debía admitir que respirar aire fresco en un entorno como aquel me sentaba bien, al fin y al cabo era un contacto directo con la naturaleza, una experiencia más que sumar.

Miré por encima de mi hombro, contemplando a Levi apoyado sobre el marco de la puerta, su mirada se perdía en el abismo ante él, en algún punto de la oscuridad. Exhaló el humo lentamente. La temperatura había bajado pero no hacía frío, lo que indicaba con claridad que estábamos en verano.

-Oye- empezó a hablar Levi repentinamente. Me sobresalté y estuve a punto de dejar caer uno de los platos pero lo agarré a tiempo. No lograba acostumbrarme a escuchar su voz, menos aún en momentos tan silenciosos e inalterables. –por las noches cerramos todas las puertas y ventanas. Hay animales salvajes fuera y es mejor prevenir.- me dijo advirtiéndome. Miré entonces la sala y todas las ventanas se encontraban bien cerradas. Levi terminó su cigarro y cuando echó el humo fuera, prosiguió a cerrar la puerta y echar sus pestillos.

Recogió uno de los platos sucios y los vasos para colocarlos a mi lado y ahorrarme el trabajo de tener que llevarlos hasta allí.

-También hay otra cosa que quiero advertirte.- lo noté muy cerca de mí, su mirada se clavaba en mi piel, traspasándola. Si no fuera por mi gran capacidad para mantener la calma y controlar los nervios, me habría puesto a temblar ante él porque me indicaba peligro. Mi instinto me exigía que saliera de allí y que me alejara de él cuanto antes. Pero no lo hice, dejé que hablara mientras continuaba con lo mío. –Si sabes lo que te conviene, no intentarás entrar jamás en mi habitación. ¿Entendido?- preguntó. Asentí una sola vez, ni siquiera se había molestado en explicarme cual debía ser su cuarto, lo que significaba que era consciente de que yo debía estar al tanto de ello. Así como de que Kimber debía haberla pasado por alto cuando me enseñaba toda la casa y que de algún modo debía haber llamado mi atención. Era como si me leyera la mente.

Segundos después, se alejó y lo escuché subir las escaleras. Que me impidiera entrar en aquel lugar, lejos de conseguir su objetivo de alejarme de él, solo me atraía más. Despertaba en mi las ganas de saber qué debía esconder en ese sitio que no dejaba que nadie lo viera, posiblemente ni a su propia hija. Sin embargo, mi curiosidad se apagó casi al instante. En realidad, yo no tenía nada que ver con ellos y probablemente lo que fuera que hubiera allí tampoco debía ser de mi interés, así que lo dejé de lado. No era ningún tipo de suplicio cumplir con aquellas dos cosas que me había pedido.

Al de un rato, cuando estaba terminando de fregar y recoger, volví a escuchar sus pasos y me tensé inevitablemente. Pensé que volvería a dirigirse a mí con su actitud tosca para advertirme sobre algún asunto más pero me sorprendió bastante que no fuera así.

-La mocosa quiere que le des las buenas noches.- suspiró antes de hablar. –Terminaré yo de recoger, vete a descansar.- soltó como si fuera una orden más que un ofrecimiento. En silencio, pasé junto a él sin mirarlo y subí las escaleras recordando a la perfección donde estaba situado el cuarto de Kimber.

Toqué con suavidad la puerta antes de introducirme. La pequeña se encontraba arropada hasta el cuello en el centro de la cama. Tenía varios peluches junto a ella y un aparato de luz colocado en uno de los enchufes, el cual proyectaba estrellas sobre el techo y daba claridad a la habitación. Me pareció muy acogedora.

-Vengo a darte las buenas noches.- me acerqué a ella y me sonrió contenta. Quiso levantarse pero no se lo permití, en vez de eso, volví a arroparla bien. –Mañana podremos hacer cosas juntas, pero para eso, primero tienes que descansar.- asintió con la cabeza y cerró los ojos, probablemente queriendo conciliar el sueño cuanto antes para que la noche transcurriera y llegara un nuevo día. –Buenas noches, Kimber.- me despedí.

-Mikasa…- susurró antes de que cerrara la puerta tras de mí. Me quedé unos instantes allí, escuchando su vocecilla a punto de caer rendida en los brazos de Morfeo. –se que papá parece siempre enfadado, pero es muy bueno-. Logró decir antes de caer rendida por el cansancio. Sonreí levemente ante aquello, era demasiado tierna y me costaba creer que padre e hija fueran tan distintos entre sí.

Una vez en el pasillo, me percaté de que toda la casa estaba sumida en el más absoluto silencio. No había una sola luz encendida, ni tampoco ruidos. Levi debía haberse ido a dormir también. A tientas, avancé hasta la puerta de mi cuarto y después la abrí introduciéndome en él. La luz de la luna se filtró por la ventana y gracias a eso evité tropezarme con los muebles. Yo tampoco tardé en quedarme dormida, el cansancio me había pasado factura y todavía tenía que seguir recuperándome.


¡Buenas! Aquí empiezo con un RivaMika cortito que prometí hace tiempo pero que aún no tenía del todo listo. Tendrá unos tres capítulos al igual que "Masquerade" y bueno, solo espero que lo disfrutéis. ¡Hasta pronto!