Disclaimer: El mundo de Harry Potter es cosa de Jotaká. La expansión del Potterverso fue idea de Sorg-esp y yo sólo lo paso bien escribiendo.
Es Navidad, para empezar, pero también se acerca el aniversario del topic dedicado a la Magia Hispanii (de donde proviene esta expansión), así que decidimos celebrar por partida doble y escribir sobre las navidades de algunos de nuestros personajes. Yo he elegido a Silvia Correa, hermana mediana de mi querida Elisa (para más de sus aventuras, ir a Un fuego que enciende otros fuegos, un fic que recopila distintas historias de estos personajes). Mis brujillos son chilenos y por tanto, no necesariamente son como los del Potterverso. Heredan mucho de la Magia Hispanii de Sorg-esp, por lo que este fic va dedicado a ella con especial cariño.
Y me dejo de hablar, para darle el paso a mis personajes.
Una historia de Navidades
I
Como papá
Puerto Varas, Chile. 24 de diciembre de 1998
—¿Tus hermanas están listas? —preguntó Carola a su hija mediana, que acababa de hacer su entrada en el hall de la casa—. Tenemos que aparecernos para ir a donde los tata, ya saben que a tu Neni no le gusta que lleguen atrasados.
—La Vicky está enojada —explicó la chiquilla, de ocho años—. Dice que el vestido que le compraste es de niñita y no se lo va a poner. La Eli ya viene.
Carola suspiró. ¡Vaya con su hija mayor! Cualquiera diría que la chiquilla tenía trece en lugar de diez. Si así era en esos momentos, Carola prefería no saber cómo sería su primogénita de adolescente.
—Yo me encargo —su madre, Rosa, acababa de aparecer en la entrada. Carola suspiró aliviada. Bastante estrés tenía con la cena en casa de sus suegros como para además sumarle una preadolescente precoz. Por suerte tenía a su madre ahí.
Silvia arrugó la nariz al ver a su abuela desaparecer por la puerta que llevaba a las habitaciones de las niñas. Victoria era imposible, siempre reclamando por todo. La mamá les había comprado unos vestidos muy lindos para la comida donde los tatas. ¿Por qué no se ponía eso y dejaba de reclamar?
—¿Qué le pediste al Viejito Pascuero? —su hermana menor, Elisa, acababa de aparecer en la entrada de la casa.
La niña había insistido en que era lo suficientemente mayor como para vestirse y peinarse sola. Se las había apañado de lo más bien con el vestido, pero su pelo era un desastre. Como sus hermanas mayores, Elisa tenía una espesa mata de cabello ondulado, que costaba un mundo poner en su lugar, y había tratado de hacerse una trenza con los resultados que uno podría esperar de una chiquilla de seis años a la que aún le costaba alcanzarse la parte de atrás de la cabeza.
—Unos libros y una libreta grande y gorda —le contestó mientras se acercaba a su hermana—. Espera, que te voy a arreglar la trenza. ¿Te la hiciste sola?
—Sí —declaró Eli con una sonrisa orgullosa. Rápidamente, Silvia se la desarmó y peinándola con los dedos la terminó de peinar como se debía.
—¿Por qué pediste libros? —preguntó Eli de nuevo, cuando su hermana la alejó un poco para contemplar su obra—. En la casa hay muchos.
—Sí, pero ya me leí todos los que la mamá dice que son para mí. Así que pedí más.
Elisa no dijo nada. Hacía tiempo que había aprendido a aceptar las pequeñas rarezas de su hermana Silvia. Silvi era genial, no como Vicky que siempre la echaba de su pieza y era una antipática.
Justo en ese momento, Carola volvió al hall, seguida de una malhumorada Victoria, que había terminado por ponerse el vestido que su madre le indicaba. De hecho, las tres niñas iban vestida de forma más o menos similar: vestidos blancos con flores de distintos colores en el ruedo de la falda. Más que el hecho de ir con vestido, lo que fastidiaba a la mayor del trío era tener que ir combinada con sus dos hermanitas menores. ¡Pero si ella ya era grande!
—Ya, por fin podemos salir —declaró Carola al ver a sus tres retoñas vestidas y peinadas frente a ella—. Buenas noches, mamá —añadió en dirección a Rosa, que estaba alistándose para asistir a la comida de sus hermanas.
—Ya sabes que si necesitas cualquier cosa, me llamas —le recordó Rosa—. Pórtense bien, niñitas —agregó antes de Desaparecer con un gesto de su varita.
Carola no se tardó en hacer lo propio, en conjunto con sus tres niñas.
-o-
Fundo San Pablo de Quebradilla
—Ay, qué rico que pudieron venir —Silvia sintió el olor familiar al perfume de su Neni inundándole la nariz. No podía imaginársela usando ningún otro perfume—. Están todas muy grandes y muy lindas. Vicky, cada día estás más igual a tu padre.
La aludida respondió con un gruñido. Aún no le encantaba la idea de ir vestida igual que sus hermanas y estaba dispuesta a mostrarlo todo lo posible.
—Gracias, María Elena —Carola siempre llamaba a su suegra por el nombre completo y nunca se había acostumbrado a llamarla Neni, como hacían sus hijos y el resto de la familia—. La Vicky está algo enojada, parece. No quiso ponerse el vestido.
—Es de niñita —protestó la muchacha—. La Eli está usando uno igual, además. Es de guaguas (1).
—¡No soy una guagua! —reclamó la aludida, encarando a su hermana mayor—. Te voy a llenar la cara de puntos morados —añadió, refiriéndose a un hecho sucedido unas semanas atrás. A pesar del punto cómico que había tenido el ataque de magia accidental de la pequeña, Victoria había decidido que no provocaría a su hermanita por un tiempo. Sin embargo, con el mal genio con que andaba, la chiquilla se había olvidado de la resolución.
—No tienes una varita —le dijo, sacándole la lengua.
—Pero el próximo año si voy a tener y te voy a llenar la cara de patas de pulpo.
—Tentáculos —dijo Siliva, sin poder resistirse. Ante su comentario, tanto su abuela como su madre no pudieron hacer más que reír.
—Ya, dejen de pelear ustedes dos —apuntó Carola mirando fijamente a sus hijas—. Pobres de ustedes si escucho una pelea hoy. Se supone que la Navidad es para pasarlo bien y compartir en familia, no para pelear.
—Sí, mamá —dijeron las dos al unísono, sabiendo que su madre nunca amenazaba en vano.
-o-
Como todos los años, la familia Correa en pleno se había reunido para Nochebuena. El único ausente era Tomás, el papá de Victoria, Silvia y Elisa, que había muerto cuando las niñas eran muy pequeñas. Cada vez que iban a la hacienda de los abuelos, Silvia se dedicaba a mirar las fotos de su padre de jovencito. Le hubiera gustado parecerse a él, como sus hermanas. La abuela siempre decía que Victoria tenía la misma nariz que Tomás, y Elisa había heredado sus ojos. A Silvia le habría gustado parecerse más a papá. Todo el mundo decía que era una copia de mamá, que era muy bonita y todo, pero Silvia quería ser más como papá. Todo el mundo decía cosas geniales sobre papá; que era valiente, que jugaba quidditch estupendamente, que siempre hacía bromas. Silvia no era nada de eso. Ella era callada y pasaba desapercibida. Seguro que papá nunca había pasado desapercibido.
No, Silvia no tenía nada de su papá. Ni siquiera podía recordarlo mucho.
No era que no le gustara parecerse a su mamá. Siempre le había gustado su pelo rizado y sus bonitos ojos cafés, pero… no era lo mismo.
—Aquí estás —su mamá la sobresaltó al aparecer en el estudio del abuelo, donde estaban colgadas las fotografías de sus hijos. En todas ellas se movían, saludando y jugando entre los márgenes de la foto.
—Quería ver al papá —murmuró Silvi. Pudo ver que el rostro de su madre se entristecía al ver la fotografía de su padre—. Era muy guapo —añadió, tomando la mano de Carola.
—Pues sí. Pero no sólo eso —Carola se agachó y rodeó a su hija con los brazos—. También era muy generoso y valiente…
—Como la Eli y la Vicky —señaló Silvia rápidamente. «Valiente» había sido el adjetivo que todo el mundo había pensado cuando Elisa, unas semanas atrás, se había caído de un árbol y no había llorado nada mientras la llevaban al doctor, aunque se había quebrado un brazo. Y Victoria era valiente, también. Nunca se escondía a la hora de un desafío.
—Sí, cierto. Pero tú también eres generosa y te gusta compartir —señaló mirando a la niña—. Además, tu papá era muy inteligente —dijo Carola—, como tú —agregó tocándole la nariz a su hija—. Le gustaban los libros, mucho. De hecho, fue una de las primeras cosas que tuvimos en común: los libros.
—¿De verdad?
Silvia no estaba muy segura de si creerle o no a su mamá. En las fotos papá siempre estaba jugando a algo, sacudiéndose el pelo o vestido para el Quidditch. Nunca había visto una foto de su papá leyendo, como algunas de la mamá que tenían en los álbumes de la casa. Carola decía que a Tomás le gustaba sorprenderla con la cámara cuando menos se lo esperaba.
—Sí. ¿No te acuerdas de cuándo las despertaba para contarles cuentos?
—No —la niña negó con la cabeza.
—Al papá le encantaba leer contigo. Tu cuento preferido era el de la ratita presumida y creo que Tomás se lo aprendió de memoria. ¡Tú lo corregías cuando se equivocaba!
Silvia se rió. Lo que mamá decía parecía ser verdad. Quizás si tenía algo de su papá.
—Ven, que los niños ya quieren abrir sus regalos —Carola le guiñó un ojo a la chiquilla y se incorporó ofreciéndole la mano—. Vamos antes de que la Eli le ponga cola de burro a la Jesu.
(1) Guagua: Bebé
Silvia es una chica que tiene sus inseguridades. Cosa normal si consideramos que tiende a pasar desapercibida entre sus dos hermanas de personalidad apabullante. Pero también es alguien que tiene las cosas claras y siempre está dispuesta a ayudar a su madre en todo.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina
