Notas: Una pequeña historia que escribí de mi OTP. Los apodos los dejo en inglés porque me parece que suenan mejor. Espero escribir más capítulos. Contenido T, quizás pas futuro.
Es increíble lo poco que ha cambiado el castillo, si es que ha cambiado algo en absoluto. A pesar de todo, no puede evitar sonreír. Quizá su primer sonrisa sincera desde que se enteró de… la fuga. Aún le cuesta creerlo. Sirius Black ha escapado de Azkaban. Es el motivo por el cual está aquí, después de todo. Tal vez el único motivo. Y sin embargo, aún no puede terminar de creerlo; resulta casi tan descabellado como la idea de que él fue quien…
–Basta. Fue él quien lo hizo. No vale la pena…
A veces se lo tiene que repetir a sí mismo en voz alta. Continúa caminando hacia su despacho. Su despacho… Suena tan extraño. ¿Alguna vez tuvo un trabajo tan formal? Realmente tiene que considerarlo, ha tenido tantos que no los recuerda todos. Resulta tan trivial pensar en el trabajo, algo con lo cual se mantiene. Vivió de la herencia de James por bastante tiempo, más del cual quisiera admitir. Intentó ahorrar casi todo el dinero, le daba vergüenza utilizarlo. Todo le daba vergüenza en ese tiempo. Como no haberse dado cuenta… ¡Maldita sea! Estar aquí será más difícil de lo que pensó, pero nunca piensa demasiado bien las cosas, desde luego. A pesar de que siempre lo consideraron el más sensato del grupo, nunca dejó de ser un Merodeador, y menos aún un Gryffindor.
Le sorprende ver al Sauce Boxeador aún plantado. ¿Qué necesidad hay de tal árbol? Quizás la Profesora Sprout no quiso que lo removieran, con su manía por la plantas…
—¡James! ¿A que no te atreves a cortarle la cabeza a tu mandrágora? — la sonrisa de Sirius combinaba con su mirada, el reto imposible de negar para su mejor amigo desde el momento en que fue pronunciado. Remus suspiró, intentando alejarse. No se imaginaba lo mucho que gritaría la planta al ser decapitada, ni quería saberlo.
—Sirius, ¿te he dicho que estás loco? — James ya copiaba su sonrisa. Remus definitivamente no quería ver esto, pero tampoco podía simplemente irse de la clase. —Y que eso me encanta, amigo mío. —Tomó un cuchillo, agarró las hojas que sostenían la cabeza de su mandrágora, dispuesto a seguir con su ridículo reto, cuando la profesora Sprout, normalmente bonachona y tranquila, pegó un grito que no tendrían nada que envidiar las pequeñas mandrágoras. James tiró el cuchillo, con ojos como platos.
Remus nunca olvidaría el sermón que se llevaron sus amigos, que él por defecto también tuvo que escuchar, sobre la importancia que tienen las plantas, el respeto que se tiene que tener por ellas, que también son seres vivos, que no se les debe matar por diversión, etc, etc. Y desde luego, el hecho de que sus amigos nunca más sugirieron matar nada para pasar el rato.
Aunque Sirius…
No.
La casualidad es increíble, pero la profesora Sprout se aproxima. Le saluda como "Profesor Lupin". Antes de que se de cuenta, le pide que le llame Remus. Ella se sorprende, pero lo acepta y le pide que le llame Pomona a cambio. Él acepta gustoso. Se despiden y continúa su camino.
Mucho mejor. No quiere que nadie aquí sea su profesor. O ex-profesor. No quiere que nada aquí sea parte de su pasado.
Desde luego, eso será prácticamente imposible. Pero nada pierde intentando.
Ser profesor no es nada fácil. Algunos pensarían que Dumbledore le hizo un favor al dejarlo dar clases aquí, pero están totalmente equivocados. Sabe que está capacitado, pero no tiene la experiencia preparando clases. Aunando el hecho de que no ha hecho magia en varios años. Simplemente decidió alejarse, era más fácil así. No podía lidiar con todo al mismo tiempo, su licantropía, la pérdida de sus amigos, de su… de todos. Era demasiado. Pero la magia volvió a él como un pez que vuelve al agua. Es su estado más natural, y le sorprende lo fácil que se le da hacerlo.
Los demás profesores no hacen más que apoyarlo, a excepción de Snape, naturalmente. Al superar el shock inicial de saber que el viejo Snivellus será su colega, y será nada más y nada menos que quien le prepare la poción Matalobos cada mes, Remus no ha hecho más que intentar aceptar el hecho de que Snape (o mejor dicho, Severus) es alguien de confianza. Sí, claro, pasó años pensando que Severus era un Mortífago, pero apenas lo conocía, y ya sabe que no puede confiar en su propio juicio ni de gente que conoció, gente con la cual vivió MALDITA SEA.
Severus. Fue tan amable de proporcionarle la criatura que necesita ahora para su próxima y primer clase con los alumnos de tercer año. La clase donde estará Harry. Si va a enseñar de Boggarts, necesita asegurarse de que él mismo puede hacerse cargo de uno en este momento. De que no habrá sorpresas.
—Vaya, Lupin. Al menos una cosa sí te tomas en serio, no como tus dos antecesores. Aunque claramente, otros profesores más capacitados no necesitarían practicar contra una criatura de tan baja categoría como un Boggart...
Sonríe al recordar lo que considera un cumplido por parte de Snape. Abre el armario.
Y todo comienza mal cuando, en vez de salir una luna llena de éste, sale un hocico. Y después un perro negro y enorme. Mirándolo intensamente.
—No te tengo miedo. Te detesto. No es lo mismo.
El perro lo sigue mirando. Se acerca. Remus no se inmuta. Es un Boggart, es un estúpido boggart.
El perro se convierte en un humano. No en el demacrado y cadavérico humano que se ve en los pósters y periódicos. En el humano que él conoció años atrás. Se convierte en el ser humano que él…
—¿Por qué nunca me buscaste, Remus?
—Riddikulus… — pero sabe que es inútil. No ha pensando en cómo ridiculizar esto. Lo ridículo es que el Boggart lo haya acorralado así. Realmente es un profesor patético.
—¿Por qué nunca viniste a verme? ¿Por qué no exigiste un juicio? Yo no fui, Moony. Yo jamás habría podido ser… — Sirius (no, el Boggart), tiene una mirada imposible. Una mirada de absoluta sinceridad. Una mirada que él realmente teme.
Decide no responder. No puede alimentarle más. Pero estando ahí, frente a él, es imposible pensar en otra cosa. Así que recuerda aquella vez que lo delató, que le dijo su secreto a Snape. Cuando estuvo tan cerca de matarlo. ¿Cómo es que alguna vez le perdonó por ello? Lo recuerda aún, en su forma de lobo, y el olor a James en forma humana. Quiso matarlos a ambos. Al lobo realmente le teme. Y le temerá toda su vida, porque jamás podrá curarse, y siempre podrá ser él un traidor, hasta para sus mejores amigos, porque él siempre fue y será un monstruo una vez al mes. Eso siempre estuvo claro y siempre le aterró más que nada en este miserable mundo.
El Boggart se transforma en la luna llena. Remus rápidamente lo hechiza y encierra nuevamente.
Se siente exhausto, patético e inevitablemente angustiado. Algo en la mirada de aquel Boggart…
—Moony…
—No. No quiero que me llames así, Black.
El dolor en la expresión de Sirius lastimó a Remus también. Casi quería retirar sus palabras. Pero realmente no podía perdonarlo. No esta vez. No luego de tanto.
—Remus. —Escuchar su nombre no fue mejor. A decir verdad, Remus no quería saber absolutamente nada de Sirius en ese momento. Quizás nunca. —¿Cuánto tiempo más pasará? Necesito saber… Si nunca vas a perdonarme.
—¿Por qué? ¿Qué harás si te digo aquí y ahora, que nunca te podré perdonar haberme traicionado? —Sirius cada vez parecía más un perro asustado, recibiendo un regaño de su dueño. Lo cual no apaciguaba nada la ira de Remus, y no sabía porqué. —Me traicionaste, Sirius… Nunca te pedí tomarte en serio mi condición, pero jamás pensé que harías algo como esto…
Estaba cansado. Cansado de lidiar con Sirius y sus miradas furtivas, buscando cada momento que estaba a solas, para pedirle perdón, disculpas, preguntarle qué podía hacer para remediarlo. Y James, que si bien no lo defendía abiertamente, había disculpado inmediatamente a su mejor amigo (también tenía algo que disculpar, ya que se puso a sí mismo en peligro para arreglarlo) e indirectamente buscaba el perdón de Remus por él también. Peter, que por supuesto se ponía de lado de los demás, haciendo comentarios como "Pero no fue para tanto, ¿no? Nadie salió herido" los cuales solo empeoraban más su humor. Claro que no, nadie había salido herido, y por lo tanto se lo tomarían como una más de sus putas bromas, como su propia condición, desde el momento en que se hicieron Animagos para poder ir a explorar lugares desconocidos. Al menos a Sirius podía imaginarlo con esa idea en la cabeza.
Y a pesar de todo, no esperaba que en ese momento Sirius lo tomara por los hombros, mirándolo cara a cara. Esta vez no tenía una expresión de perro regañado, sino de determinación y algo más. Casi de enfado, de no ser porque le era genuinamente imposible enfadarse con Remus en ese momento. Pero lo que le había dicho, casi lo consigue.
—Jamás, jamás vuelvas a decir eso. —Remus tragó saliva, y se maldijo a sí mismo en silencio por no poder evitar sentirse nervioso al tener a Sirius tan cerca. Sentía el calor subir a su rostro y sabía que no era por el enfado. —¿De verdad crees que no me tomo en serio lo que eres? ¿Crees que no me importa? ¡Joder, sé que fui un imbécil! Sé que pudo salir todo tan mal, sé que Snivellus pudo morir, no solo él, sino James, ¡JAMES!... Sé que tú también pudiste… pudiste ser… ¡Mierda! Sé que todo pudo irse a la mierda por mi culpa, y lo peor es que yo iba a ser el que saldría ileso de todo esto, por mi herencia maldita. ¡Yo, que causé todo, iba a salir como sin nada, todo por unos estúpidos galeones y lechuzas de mi padre! —Sirius bajó la mirada por un momento, como avergonzado de sus palabras. Pero Remus sabía de lo que en verdad estaba avergonzado. Siempre que hablaba de su sangre, de su familia, no podía evitar cambiar el tono de voz, los gestos. Realmente los despreciaba. Cuando levantó la mirada de nuevo, la mirada de Sirius no demostraba otra cosa que no fuera la más absoluta sinceridad. Esta vez, Remus fue quien agachó la suya, y no puedo evitar sentirse avergonzado, avergonzando de no haber tomado en serio a su amigo antes, y odiándose por ello.
"No quiero perdonarte. No quiero, no quiero, no quiero… ¿Por qué lo hago?"
Remus suspiró sonoramente. No valía la pena preguntarse algo de lo cual ya sabía la respuesta. Retiró las manos de Sirius de sus hombros y comenzó a caminar hacia fuera de la habitación. Se detuvo unos pasos después, sin mirar hacia atrás. Tan solo habló.
—¿Te vas a quedar ahí, Padfoot?
Sirius sonrió ampliamente. Un perro lo reemplazó, ladrando y dando pequeños saltos para llegar junto al hombre lobo, que tampoco pudo evitar dar una pequeña sonrisa.
Remus se desconcerta cuando escucha golpes en la puerta de su despacho. Agradece la interrupción a sus propios pensamientos y saluda a Minerva. Le sigue pareciendo un tanto extraño saludar de nombre a la profesora que tantas veces le regañó junto a sus amigos, aunque para ser justos, él recibía más cumplidos que el resto, además de que fue Prefecto por considerable tiempo. Minerva le entrega un par de libros que solicitó, además de pergaminos de dejó el previo profesor Lockhart (muy escasos y aparentemente inútiles). Hace ademanes como de querer comentar algo, pero no se atreve. Es él quien tiene que invitar, como usualmente sucede.
—¿Qué pasa, Minerva? ¿Algo que quieras comentarme?
Ella parece un poco avergonzada, lo cual es realmente cómico de observar. Usualmente eran siempre ellos los que se avergonzaban al ser reprendidos por su profesora.
—Bueno, sí Remus. Verás… quisiera comentarlo yo antes de que otros profesores lo digan, o escuches rumores pero… Es posible que encuentres que no todos confían en tus… lealtades. Hay quienes no confían en el juicio de Dumbledore, lo cual no es nada nuevo, pero si escuchas comentarios, o…
Vaya, no es nada que no esperara. Pero de verdad, ¿otros profesores? Salvo Snivellus, es decir, Severus… Lo cual no es sorpresa.
—Ya. Gracias por el aviso. Me imaginaba que iba a ser algo así, sabiendo que eramos amigos y… en fin.
—Claro. Porque eran amigos. —El tono de Minerva invita a decir más, pero Remus se queda callado, alzando una ceja. Ella desvía la mirada. —Bueno, te dejo esto. Espero que tengas mucho éxito en tus próximas clases, me han comentado cosas muy buenas ya de las primeras. Yo sabía que serías excelente, uno de mis mejores alumnos. —sonríe, pero es evidente que está algo nerviosa por lo que dijo antes.
—Gracias, Minerva. Pero, antes de irte, ¿me podrías aclarar a qué te referías con lo de antes? —si algo ha perdido con los años, es la vergüenza. Francamente, no sabe si algo le queda.
—Bueno, no es nada…
—Insisto…
Se miran. Minerva sabe que no va a irse hasta responder. Después de todo, si bien respeta a su colega, sabe que fue uno de sus alumnos más persistentes y problemáticos, la influencia de su grupo fuerte y sin duda permanente.
—Remus, con el tiempo te darás cuenta, estando aquí, que los profesores no somos ciegos como los alumnos creen, ni como son ellos mismos. Mucho menos los jefes de casa. Es muy difícil que suceda algo entre los alumnos de lo cual no nos enteremos. Y los jóvenes enamorados… Bueno, digamos que hay pocas cosas menos evidentes que eso.
Increíblemente, Remus logra sonrojarse. Minerva casi sonríe, pero lo siente muy descarado, y es una maestra en el autocontrol. Se despide cordialmente y se retira, dejándolo con sus propios pensamientos.
—Sirius.
—Mmm.
—Sirius…
Más gruñidos y sonidos que eran palabras inentendibles. Ambos se encontraban hechos un nudo de miembros humanos en la cama (no recordaban bien de quién), y desde luego era Remus el más sensato quien recordaba que ya habían dormido más de la cuenta y se perderían la clase de Transformaciones. Lo que comenzó como una siesta de Remus, siguió con un perro acostándose junto a él y terminó con un par de jóvenes sin control de sus deseos, desatando sus ganas de besar, acariciar y lamer cada vez más rincones de sus cuerpos.
—Prongs y Wormtail podrían venir en cualquier momento.
—Qué me importa.
—Padfoot…
—Arghh….
Finalmente Sirius se dignó a levantarse, aún sin nada puesto. Remus desvió la mirada, estúpidamente, como por cortesía. Desde luego, Sirius se percató de esto.
—¿Qué pasa, Moony? ¿Ya no te gusta lo que ves? —claramente le estaba molestando. Sonreía como un idiota.
—Cállate. —Remus estaba cada vez más sonrojado, pero ahora se negaba a mirarlo a propósito. Comenzó a vestirse, volteando por completo hacia el otro lado.
—Vamos Moony… —escuchaba la voz de Sirius más cerca, pero no voltearía. No pensaba perder contra su ego. —Dime que te gusto, ¿sí?
—¿Por qué? —realmente se lo preguntaba. ¿Por qué quería saber lo obvio? ¡Es imposible que a alguien no le gustes, idiota! ¡Chica o chico! Joder, eres…
Cuando finalmente se dignó a voltear, Sirius estaba frente a él, a pocos centímetros de su rostro, aún sin nada puesto, el muy hijo de puta.
—Porque a mí me encantas tú, joder Moony. Me encanta mirarte, ¿por qué te estás vistiendo, idiota? —los ojos grises no escondían su deseo, y por una vez en su vida, Remus se sintió la presa y no el depredador. Sirius bajó la mirada, acariciando la línea de vellos que comenzaban en el ombligo del licántropo, aún sin camisa pero ya con ropa interior. Deslizando los dedos por debajo de esta. Remus suspiró.
—No hay nada más sexy que tú, Sirius. Nada, absolutamente nada, ni nadie. —Se besaron nuevamente, y sobra decir que se perdieron la clase.
El dolor que invade a Remus es tan intenso que por un momento se siente cegado. Un dolor interno, totalmente opuesto al dolor que siente cada mes con sus transformaciones. Hacía tanto tiempo que no pensaba en su relación con Sirius, con tanto éxito, que casi, casi se convence de que la había olvidado. Por supuesto, para olvidarla tendría que haber pensado en ella de nuevo en primer lugar. Y ahora que lo ha hecho...
Remus Lupin se siente como un verdadero idiota. Realmente no lo pensó dos veces antes de aceptar este trabajo…
Quiere irse. Quiere irse ya. Si pasa más tiempo aquí, no sabe qué hará, no sabe qué más pasará. Este lugar esta lleno de recuerdos, de emociones que no sabe si puede manejar.
… Pero Harry está aquí. Harry está aquí y no puede defraudarlo. Tiene que protegerlo. Por James y por Lily. Y por Peter, por la memoria de Peter y de los Merodeadores, no puede dejar que Sirius Black nuevamente haga de las suyas.
Decide quedarse.
