Mi nuevo fanfic. Va a ser cortito, de cuatro capítulos (creo) y epílogo. No tardaré mucho en subir porque es muy corto y los capítulos también son cortos. Tal vez tengáis algo antes de que pase una semana. Después seguiré con la saga de las criadas. Para quien ha preguntado en otro fanfic: Hace unos meses publiqué un fanfic titulado Había una princesa y dije que era el primero de una saga de criadas. Esto quiere decir que en ellos Kagome hace de criada, no que todos formen parte de una misma historia. Sólo repito el rol, pero cambiando por completo la historia. Y ahora, os dejo con la historia:
Capítulo 1: Fijación
En este mundo hay multitud de cosas imposibles de definir. ¿Os ha pasado alguna vez que veis algo tan maravilloso e impactante que os quedáis con la boca abierta incapaces de pronunciar una sola palabra? La primera vez que a él le pasó eso en la vida fue cuando le dieron una beca en el instituto para ir a Nueva York. Al ver la magnificencia de la estatua de la libertad en persona, necesitó varios minutos para recuperar la compostura. Nunca en toda su vida había experimentado esa sensación hasta cumplir los dieciocho años y viajar a ese lugar.
Su vida nunca había sido nada especialmente excepcional. De nombre Inuyasha Taisho, nació veintiséis años atrás en una pequeña comarca inglesa. Sus padres eran Inu no Taisho e Izayoi Taisho. Su padre trabajaba en una pequeña empresa de productos alimenticios que llevaba toda la vida en la comarca. Su madre era profesora de primaria en un colegio privado para señoritas. También tenía un par de hermanos. Su hermano mayor Sesshomaru era el tipo más frío y escalofriante imaginable. Ahora bien, físicamente eran tan sumamente parecidos que si se vistieran y peinaran igual, los confundirían por la calle. Su hermana pequeña se llamaba Rin, era una pequeña belleza y con veinte años ya estaba comprometida al hijo del alcalde.
Estudió hasta terminar bachiller, se fue de viaje gratis gracias a sus buenas notas y ahí se acabó todo. Sus padres no podían permitirse una universidad ni para él, ni para ninguno de sus hermanos. Su casa estaba hipotecada por segunda vez y cuando el hermano de su padre enfermó, no dudaron en darle todos sus ahorros para pagar la operación que lo salvaría. Aquel acto los honraba a los dos y sabía que ambos se sentían mal por haber perdido el dinero que ahorraron con tanto esfuerzo para darles un futuro a sus hijos, pero ¿qué era más importante que una vida?
Su siguiente paso después de aquello fue viajar a la ciudad para encontrar el trabajo y la satisfacción que ya no le daba su pequeña comarca. Londres era el centro del país, era la ciudad más magnífica y estaba llena de monumentos a la belleza, la libertad y el poder. Por segunda vez en su vida se quedó sin palabras para definir todo aquello. Su nueva vida había empezado y estaba impaciente por descubrir qué le depararía su futuro.
El primer trabajo que encontró fue como mensajero y con el dinero que ganaba se alquilaba una habitación. Logró ascender al encontrar un trabajo en el museo, limpiando. Para muchos el que un hombre trabajara en el servicio de limpieza era motivo de burla, pero él no lo veía así. Iba a ganar dinero para vivir, ¿no? ¿Qué deshonra tenía ganarse la vida? Después de eso, encontró un trabajo en una pequeña y coqueta cafetería en el centro. Ganaba más y podía permitirse un pequeño apartamento, pero no era en absoluto lo que había soñado. ¿Cuándo se iban a cumplir sus sueños? Empezaba a pensar que las películas sobre personas tan normales y pobres como él que viajaban a la ciudad y cumplían todos sus sueños eran mentira. Había estado a punto de rendirse en la búsqueda de aquello que le faltaba en la vida cuando ella apareció y el mundo se llenó de color.
Todos los días, acudía a su cafetería una mujer que había cambiado por completo su vida. No sabía su nombre, nunca había hablado con ella de algo que no fuera su pedido, pero cuando la miraba a los ojos creía conocerla, haber estado esperándola toda su vida. La primera vez que la vio, cuando estaba totalmente hundido en su miseria, le recorrió el mismo sentimiento que en Nueva York, observando la estatua de la libertad. Después recordó la primera vez en la que estuvo en Londres y volvió a ella. No sabía qué era, pero esa mujer era muy diferente a todo cuanto había visto. Era especial, era maravillosa.
Siempre tomaba café con leche, era su favorito. Había dos colas para hacer los pedidos, dos únicos camareros y el cliente escogía dónde ponerse. Ella nunca se puso en la cola de Kouga; ella siempre se puso en su cola. ¿Eso era una señal? Alguna vez soñó despierto con que le hablaba, le preguntaba su nombre y le pedía una cita. Ella le sonreía como sólo ella sabía hacerlo y entonces despertaba y se percataba de que nada de eso era real. ¿Por qué un ángel iba a querer bajar del cielo para estar con él?
Su jefe solía decirle que no soñara despierto. No era tonto y se había dado cuenta de que esa mujer que acudía todos los días al café, lo cautivaba. En más de una ocasión se había quedado con su café en la mano sin entregárselo, mirándola como si no fuera real. Ella le había devuelto la mirada extrañada y nerviosa y su jefe había intervenido disculpándose por su incompetencia. Sin embargo, aquella mujer no era rencorosa, fría, ni altiva. Ella era amable y cuando su jefe le decía eso se reía suavemente y le recordaba que su café era el mejor del mundo. A ella le gustaba el café que él preparaba.
Esa mañana llovía. No era nada extraño que lloviera en Londres, pero le resultaba incómodo tener que cargar con su paraguas durante todo el día. Tenían todas las luces del café encendidas debido a la poca iluminación que entraba a través de las ventanas y no había tantos clientes como de costumbre. Los días en los que llovía la gente prefería no ir por la calle con un café en la mano. Eran muchos los que estarían desayunando en sus casas, pero ella no, ella vendría.
- ¡Inuyasha, estás en las nubes!
Se volvió hacia su jefe al escucharlo con el trapo de secar en la mano.
- ¡El mostrador ya está bien seco, ve encendiendo la cafetera!
Su jefe tenía razón, estaba en las nubes, como todas las mañanas. Ella solía ir al café sobre las ocho y media de la mañana. Normalmente sólo iba por las mañanas, pero, en alguna ocasión, acudió por la tarde. Si ella iba por la tarde no pedía café con leche, ordenaba un cappuccino.
Rellenó la bandeja del café con unos granos recién molidos y sacó un par de cajas de leche de la cámara refrigeradora para ir calentándola. El timbre de la puerta sonó en ese momento y se volvió. Llegaba dos minutos antes de la hora. Ella dejó su paraguas plateado de diseño en el paragüero y se frotó las manos enrojecidas por el frío mientras se dirigía hacia su mostrador. Su forma de moverse era sofisticada y elegante, como una aristócrata. A cada paso que daba parecía que se elevaba del suelo y tenía la gracia de una bailarina de ballet.
La primera vez que la vio pensó que ninguna mujer podría tener un cabello como el suyo. Ese color azabache tan intenso parecía teñido, pero no lo era. Tenía el color azabache más bonito natural. Su larga melena caía sobre sus hombros hasta su cintura en una ordenada masa de bucles naturales y brillantes. Tenía flequillo sobre la frente, elegantemente cortado, de tal manera que caía desfilado hasta su oreja con elegantes pendientes de oro. Su tez blanca nívea, parecía del color de la nieve y era casi translúcida. No era un país en el que la gente acostumbrara a estar bronceada, pero nunca antes había visto algo así. Tenía la nariz pequeña y respingona más encantadora que había visto desde la última vez que su hermana y él se reunieron. Sus labios carnosos y rojos lo incitaban, pero jamás pensaría cosas impuras sobre ella. El día en que se conocieron, había llevado gafas de sol, y cuando se las quitó, le fallaron las rodillas y a punto estuvo de flaquear. Aquellos ojos enmarcados en largas pestañas, aquellos hermosos ojos color chocolate no eran nada que hubiera visto antes.
Cuando miraba a los ojos a esa mujer, se sentía triste y feliz al mismo tiempo. Decía tanto y tan poco al mismo tiempo que era imposible no sentirse confuso. Ella nunca mostraba sus sentimientos a través de sus ojos, ella reservaba sus ojos únicamente para mirar y evaluar su entorno. Saber que tu presencia llamaba su atención era el sentimiento más extraño que jamás podría experimentar una persona. Cuando ella lo miraba el mundo se detenía y uno se sentía vivo. No sabía cómo lo hacía, pero podría devolverle la vida a un muerto.
Ella se detuvo frente al mostrador con la mirada fija en él. Se sentía nervioso y tranquilo, las dos cosas al mismo tiempo, mientras que ella lo miraba. ¿Cómo podía inspirarle una sensación tan extraña?
- Buenos días, ¿tomará lo de siempre?
- Sí, por favor.
Por favor. Ella no necesitaba decir esas palabras para llamar la atención o dar las gracias. Ella sólo tenía que mirarlo para tenerlo a sus pies. Por ese café habían pasado cientos de mujeres hermosas que se creían el ombligo del mundo y hacían cuanto podían por amargarle la mañana. Su mujer sin nombre era amable y gentil con todos, cuando no lo necesitaba. Al fin y al cabo, ella era el cliente y él el camarero, no había nada más.
Preparó con todo el cuidado y el cariño que le fue posible su café con leche, tal y como hacía día a día. Tenía cuidado con los pedidos de todos sus clientes, pero con ella era especialmente meticuloso, con ella la sensación era diferente. Puso la tapa al vaso del café y fue entonces cuando se percató de que todo había sido demasiado rápido. En cuanto se lo diera, ella se marcharía y todo habría terminado.
Se volvió y la vio allí, expectante, sin apartar la mirada de él. ¿Lo habría estado observando mientras preparaba su pedido? Ése era su día. El café estaba vacío, su jefe estaba en la trastienda haciendo cuentas, Kouga estaba en el callejón cargando cajas. Allí no había nadie más que ellos dos, los dos solos.
- Aquí tiene su café.
- Gracias. – sonrió.
Entonces, ella estiró el brazo ofreciéndole las tres libras que costaba y él aprovechó para hacer algo que nunca antes había hecho por miedo a que otros clientes lo vieran. Por fin podía hacerlo.
- No hace falta, invita la casa.
- ¿Ah, sí?- alzó una ceja- ¿Y por qué me invita la casa?
Eso, ¿por qué le invitaba la casa? ¿No podía aceptar su invitación y punto? No, no debía enfadarse con ella ya que no guardaban ninguna mala intención sus palabras. Además, ésa estaba siendo la conversación más larga que habían tenido en toda su vida.
- Por ser nuestra cliente más fiel.
- ¡Qué suerte!
Ella hizo amago de guardarse el dinero, pero, en lugar de eso, lo echó en el bote de las propinas.
- ¿Por qué hace eso?
Lo preguntó sin pensar.
- Porque siempre me atiende el camarero más amable. Además, - sonrió y le dio un sorbo a su café- un buen café merece una buena propina.
Ése era el momento. Allí estaba su oportunidad de alargar la conversación, de hablar más con ella, de saber algo más sobre su persona. Sin embargo, se calló como el cobarde que era y la vio dar media vuelta y dirigirse hacia la puerta. No dijo nada, ni se atrevía a hacerlo y cuando ella agarró su paraguas, se dio media vuelta para rellenar la cesta de las bolsitas de azúcar. Escuchó la puerta abrirse, pero en lugar de escuchar cómo volvía a cerrarse, escuchó un grito femenino y un cuerpo cayendo al suelo.
Se volvió rápidamente y vio a su ángel tirado en el suelo y a un hombre parado en la puerta sin hacer nada. Saltó del mostrador y corrió hacia ella para socorrerla. La ayudó a sentarse y se asustó al ver la sangre. Sacó el paño blanco de la cinturilla de su delantal y con suavidad lo llevo hacia su nariz para limpiarla y detener la hemorragia. Podría haberle roto la nariz, era un milagro que no lo hubiera conseguido.
- ¿Es que no sabe abrir una puerta?- le gritó al hombre en pie sin hacer el más mínimo movimiento- Podría haberle roto la nariz…
- Esto no es asunto tuyo. – le dijo el hombre en pie- ¡Márchate!
Un momento, ¿se conocían? ¿Lo había hecho a propósito? La mujer a su lado no decía nada, no se movía y tampoco parecía atreverse a mirar al hombre que se alzaba sobre ellos.
- Resulta que está en el café en el que trabajo, así que sí es asunto mío.
- ¿Es con él?- gritó- ¿Me has dejado para irte con este camarero muerto de hambre?
¿Eran novios? Bueno, más bien lo fueron porque acababa de decir que ella rompió con él y no le extrañaba. No podía entender que hubiera estado saliendo con un hombre tan agresivo.
- Nunca hemos estado saliendo… - musitó ella a su lado.
Nunca. ¡Cómo le aliviaba escuchar esas palabras! Por un momento se había llevado un buen susto.
- ¡Fuimos juntos al cine y a cenar!- le gritó- He visto tu maldito espectáculo de ballet cada noche y fui al funeral de tu padre…
- Como amigos. Sólo éramos amigos, nunca he querido más contigo y te lo dejé bien claro.
No le gustaba el tono que empezaba a adquirir esa conversación. Ella estaba dejando bien claro que nunca vio en él algo más que un amigo, pero, a juzgar por las palabras y el comportamiento del otro, esa conversación no era la primera vez que la tenían. Además, Kagome estaba muy calmada para haber sido golpeada de esa manera. ¿La habría golpeado antes? Tal vez cuando le dijo que sólo eran amigos por primera vez.
- Eso fue después de todo aquello, después de…
- Siento que entendieras otra cosa, pero yo nunca vi nuestras salidas como citas.
- ¡Maldita zorra!
Detuvo el golpe con su brazo y cogió impulso para alzarse y empujar al hombre fuera del café. Él, sorprendido por la repentina fuerza que acababa de demostrar el camarero, no fue capaz de defenderse, y cayó sobre un charco en la acera.
- ¡Y no vuelvas nunca a este café!- le gritó- Nos reservamos el derecho de admisión y aquí no entra nadie que golpee a una mujer.
Cerró la puerta de nuevo sin querer oír ni uno solo más de sus insultos y miró hacia la calle sorprendido de que se marchara por sí solo, sin causar más problemas. Cuando se volvió hacia ella de nuevo, la encontró intentando levantarse del suelo sin soltar el paño que detenía la hemorragia. La tela blanca se había teñido de color burdeos. La guió hacia el otro lado del mostrador, donde había sillas, y la obligó a sentarse.
- Voy a por el botiquín, no se mueva de aquí.
Corrió hacia la trastienda e ignorando a su jefe, abrió la puerta del baño y entró. Abrió la puerta del botiquín y sacó de él unas gasas, desinfectante, cicatrizante y tiritas. Otra vez salió a la carrera sin que su jefe alzara tan siquiera la vista de sus cuentas y volvió al mostrador. Ella se estaba levantando y lo miró como si acabara de descubrirla en su huida.
- ¡No puede irse!- exclamó- Tengo que curarla.
- Yo… Siento mucho lo que ha sucedido… - dejó el paño sobre el mostrador- Yo no…- se detuvo al fijarse en su expresión- ¿Qué ocurre?
La herida en su nariz estaba muy fea y empezaba a inflamarse toda la zona. También necesitaría crema antibiótica.
- Será mejor que se siente, hágame caso.
Ella, al escucharlo, se llevó una mano a la nariz y tocó con un dedo tembloroso la zona. Se encogió y apretó los dientes al sentir el dolor en la zona y, sin decir una sola palabra más, decidió obedecerle. Él se sintió más aliviado cuando se sentó al fin, y mojó un paño limpio para limpiarle la sangre de la cara y de la herida antes de desinfectarla.
- Se preguntará quién era ése, ¿no?
No contestó, pues no quería incomodarla si en realidad no deseaba hablar.
- Pensé que era un amigo, pero un día descubrí que no era tan buen amigo.
Ella quería hablar, entonces tenía licencia para preguntar.
- ¿Cómo descubrió que no eran tan amigos?
- Porque dio por asumido que podía presentarse en mi apartamento pretendiendo acostarse conmigo como si yo fuera una vulgar pros… Bueno, ya me entiende… - se mordió el labio- Mujer de la noche. Yo lo rechacé y le dije que para mí sólo era un amigo, pero no lo entendió…
- Algunos hombres no quieren entender la realidad.
En las noticias podían escucharse casos como aquél todos los días.
- No es la primera vez que me golpea, pero no esperaba que lo hiciera en público.
- ¿Lo ha denunciado?
- No, intenté que entrara en razón primero, pero no me escucha. Se ve que tendré que llegar a ese extremo.
- ¿Necesita que la acompañe…?
- ¡No!- cortó su pregunta- Usted no tiene que hacer nada más. Primero me ha defendido de él y luego me ha curado, ya ha hecho demasiado por mí. Le agradezco todo esto.
Ella se levantó para demostrarle que de verdad no estaba dispuesta a aceptar ninguna clase de ayuda por su parte y él se desanimó. Nunca había estado tan cerca de ella, nunca había hablado tanto con él, nunca la tuvo de esa forma y le era arrebatada.
- Gracias por todo.
- Espere.- cogió unas tiritas y se las puso sobre la herida- Va a parecer que lleva un antifaz durante unos días.
- Bueno, así podré jugar al zorro con mis sobrinos.
Ella le sonrió una vez más, agarró su paraguas y se marchó dejándolo con la curiosidad y el potente sentimiento que le gritaba que debía protegerla. No le gustaba la idea de que anduviera sola por ahí sabiendo que un hombre violento la estaba acosando, pero él no podía hacer nada. Si empezaba a perseguirla aunque fuera por protección en contra de su voluntad, no se estaría portando con ella mejor que ese tipejo. Ella lo vería de la misma forma.
Guardó todos los utensilios del botiquín y sirvió a todos los clientes que vinieron más tarde hasta que llegó la hora de su descanso. En su descanso, encendió el ordenador y se puso a navegar por internet en busca de los espectáculos de ballet que se ofertaban en Londres. Buscó y buscó y cuando al fin había perdido la esperanza, la vio. Ella era la portada de un espectáculo de ballet, del lago de los cisnes. Vestía un elegante tutu blanco con pedrería y purpurina y tenía el cabello recogido en un elegante moño que favorecía sus bellos rasgos femeninos. En el cartel ponía el lugar y la hora del espectáculo, hasta cuándo se produciría, y los nombres de los productores. No ponía el nombre de la bailarina principal, ¿por qué? ¿Acaso nunca lograría adivinar cómo se llamaba ella? Pensó en ir a ver el espectáculo, pero cuando vio el precio, se le salieron los ojos de las cuencas. Tendría que ahorrar durante un año entero para poder pagarlo sin quedarse un mes entero sin comer.
A juzgar por su forma de caminar, debió suponer antes que ella era una bailarina de ballet. Cada paso suyo era un paso de baile. Tenía la gracia natural de una mujer que se dedicaba en cuerpo y alma a la danza y no la dejarían salir al escenario hasta que su rostro volviera a lucir igual que siempre. Se lo había tomado sorprendentemente bien teniendo en cuenta que no iba a poder actuar.
El resto del día transcurrió tan tranquilo y tan normal como cualquier otro día. Salió del café a las ocho y se fue hacia su pequeño apartamento, pero escuchó unos pasos a su espalda. Al volverse vio al hombre que la había golpeado. Se detuvo y lo miró dispuesto a decirle un par de cosas pero, entonces, alguien lo agarró por la espalda y le cayó toda una lluvia de puñetazos y patadas.
Continuará…
