Chapter 1
Estábamos a cuatro días de qué terminara otro año. Eran palabras tan grandes de pensar qué el solo hecho de profundizar en ellas me hacía estremecerme. ¿cuánto no podía pasar en un año? ¿qué tantas decisiones no podríamos tomar cada día de ese mismo año? ¿Cuántas de todas esas veces nuestras decisiones serían buenas? ¿Cuántas no lo serían? ¿De qué forma podía esto alterar todo lo que estaba por venir?
No siempre nos ponemos a pensar en esas pequeñas cuestiones de la vida.
Consecuencias.
Buenas o malas, solo importaba que podría desencadenar una sola decisión. Qué cabe mencionar, no siempre tomamos decisiones sopesando todas las posibilidades, y no porqué no queramos, sino porqué dentro de todas esas cadenas de consecuencias, no siempre los momentos permitían que se tomará la mejor decisión a largo plazo, no.
A veces la adrenalina del momento, los sentimientos encegueciendo nuestra poca cordura, la falta de ánimo. Eran muchos factores los qué no nos permiten realmente considerar la inmensidad de posibilidades. Aunque había otras veces qué sí podíamos pero elegíamos no hacerlo.
Es tan complicada la vida, pero no por eso quiere decir que no sea hermosa, o qué nosotros dentro de todo, queramos vivirla mal. No. La idea de todos los seres humanos para la vida, era la misma.
Esperanza.
Cada individuo espera con ansías tomar una decisión y qué ésta sea la mejor de todas, y que solo traiga cosas buenas a nuestra vida, pero por azares del destino no todos los seres humanos empezamos con esa suerte. Pues inclusive para aquellos que en un punto comienzan a tomar decisiones sin importar lo qué pueda ocurrir, la primera idea estaba cargada de esperanza.
Contemplé la Luna. Era luna llena, en invierno; según muchas fuentes era el tipo de fenómeno que ocurre un invierno cada 38 años, en los qué las fases de la luna permiten que haya luna llena en está estación del año. La tan esperada luna fría. Se veía tan grande, mejor dicho majestuosa, era la luna perfecta para recordar lo insignificante de mi especie frente al Universo entero.
Todo era tan insignificante comparado con la propia Naturaleza, lo contradictorio era qué la misma naturaleza en nosotros comparada con otros seres vivos, era en sí misma insignificante. Pero alguien tenía que hacerlo, no?
-Querida.- sentí una mano en mi espalda. Suspiré.- es hora de irnos.- dijo la que reconocí como mi hermana.
Asentí y le dirige un última mirada a la luna. Sonreí.
Estaba a poco de cumplir los 22 años, no había hecho mucho de mi vida, y sentía como si estuviese a pocos pasos de la muerte. Irónico. Quizá no era un pensamiento apropiado para una persona de mi edad, pero era inevitable, contando los sucesos qué habían empezado a terminar con mi vida, de un tiempo a acá.
Cerré la ventana de la habitación y me encaminé al pasillo. Eché un último vistazo a la que por aquellos años había sido mi habitación, suspiré y me encaminé hacía la camioneta cerrando las puertas detrás de mí. Eché una última mirada a aquella casa, esa qué se sintió como el lugar más seguro de mi mundo, y a la vez qué muchas veces se sintió como una cárcel. Cerré todo como debía ser, di la última vuelta a la llave y dejé que mis pulmones se llenarán de nuevo de ese aire.
Enfoque mi vista y contemplando a mi madre sollozar en el asiento del copiloto de la camioneta, alejé las pocas lágrimas que picaban en mi alma. Miré a mi sobrino qué jugaba con unos pequeños coches en el asiento trasero. Sonreí.
-¿No olvidas nada?.- preguntó mi hermana. Giré mi cabeza a ella.
Tenía los ojos un poco hinchados, las arrugas estaban en su rostro más presentes a este punto de su vida. Su cabello lucía un poco más descuidado y con las mismas
canas de cortos años atrás saludando al mundo. Negué con la cabeza, y vi como extendía su mano a mí pidiendo las llaves.
Bajé la vista y encontrando ese manojo de llaves en mis manos, todos aquellos recuerdos pasaron por mi memoria, todos los sentimientos regresaron a mí. Como si ésta fuese la primera vez. Negué con la cabeza y la miré a los ojos mientras guardaba esas llaves en mi bolsillo. Me miró un poco sorprendida, pero no dijo nada.
Caminé a mi coche dejándola ahí. Suspiré por la millonésima vez en el día y entré a la soledad de mi auto. Lo encendí y dejé que todo se guardará de nuevo en mi interior.
Actualidad...
-Bella, necesito qué revises los últimos arreglos qué le he hecho al diseño.- dijo mi compañera mientras se asomaba por la puerta de mi oficina. Asentí.
-Está en el correo?.- dije alzando la vista para ver su respuesta. Me sonrió y contesto con un asentimiento de cabeza. Se había acercado a mi escritorio en lo qué formulaba mi pregunta.- Ahora lo checo.-
Ella se marchó cerrando la puerta. Observé su figura salir de mi oficina, y tecleando unos últimos renglones, cambie de ventanas, para descargar el dichoso archivo.
Anoté los pequeños cambios hechos en la bitácora de trabajo, corregí algunos pequeños errores de ortografía, sí era un poco absurdo quizá pensar que a estás alturas pudiesen cometer errores ortográficos, pero pasaba, más cuando llevabas días trabajando el mismo archivo, deje comentarios de la paleta de color y envíe de nuevo el archivo a la carpeta del equipo.
Tomé mi pequeña agenda y marqué el día que terminaba de trabajar en él. Era menos lo qué faltaba para poder finalizar éste proyecto. Todo había salido casi sin ningún contratiempo o al menos no algo qué sea lo suficientemente conflictivo.
Me puse de pie en mi escritorio acomodando mis pertenencias en el pequeño bolso qué llevaba, apague mi ordenador y me dispuse a salir de la oficina. Todos parecían demasiado emocionados por las fiestas de invierno, todo era tan diferente y tan poco significante para mí ya, qué no dejé mucho tiempo a mi mente pensar en ello. Caminé en medio de todo el ajetreo de los compañeros y me metí en el ascensor. Escuché un conocido tono en la soledad del mismo y saqué mi móvil del bolsillo.
-Diga.
-Tita?.- Sonreí. Tenía mucho tiempo qué mi sobrino me decía de esa manera. Y no dejaba de gustarme.- Dice bubu qué no olvides pasar a comprar las bebidas para hoy en la noche.- río.
Rodé los ojos.
-Estoy yendo a casa, en el camino iba a pasar por ellas. Dile qué no sé preocupe.- sonreí.
-Bien, si vas al supermercado compra dulces.- dijo emocionado.
Reí.
-Realmente considero qué serás muy culpable si muero por diabetes o algo intestinal.- Reímos.- Te veo en rato, Maurie.
Cuando llegué a la planta baja, caminé fuera del edificio y me dispuse a encontrar mi auto debajo de toda esa nieve. Cuando finalmente lo encontré aventé mi bolso al asiento del copiloto y me dispuse al supermercado. No podía dejar que me jodieran de nuevo si se me olvidaban las bebidas.
El viaje al supermercado había sido realmente rápido considerando las fechas, había comprado casi todo lo qué me habían pedido, había una bebida en especial qué me había tentado a comprar, pero sabía qué era un forma segura de arruinarle la velada a la familia.
Desistí.
Cuando llegue a la entrada de la casa, active el sensor del portón eléctrico y estacioné el coche en el lugar correspondiente. Baje las bolsas de la compra, y me dispuse a hacerme camino al interior por la puerta del garaje.
-Estoy en casa.- dije dejando mi abrigo y mi bufanda en el pequeño colgador del recibidor. Dejé el bolso a un costado, en el suelo y me quité las botas mojadas por la nieve derretida gracias a la calefacción de mi auto. Caminé por el pasillo cargando las bolsas y me adentré en la cocina. Aún me hacía gracia lo mucho que había costado acostumbrarnos del todo a la arquitectura norteamericana. A mi madre más qué ha nadie se le había hecho lo suficientemente difícil, pero sin contar los detalles coloridos y unos muebles empotrados, podría decir, qué habíamos sobrevivido.
Empecé a sacar los vinos y a acomodarlos en la nevera. Saqué algunos refrescos y los deje en la encimera de la cocina. Tomé la pequeña bolsa de dulces y la escondí en el último cajón de la alacena. Al fondo.
Escuché risas desde la escalera y vi a mi hermana entrar a la cocina. Detrás de ella venía su esposo. Hice una pequeña mueca y me concentré solo en volver a acomodar los vinos en la nevera.
-Qué bien qué estés aquí.- dijo Alice tomando un manojo de llaves de la pequeña mesa a la entrada de la cocina.- Jasper irá por algo más de crema para la ensalada y mi madre está arriba ayudando a Ian a poner luces en su cuarto. – asentí.- puedes ver la televisión o algo mientras llegan los invitados.- dijo restándome importancia.- Asentí de nuevo sin dejar de ver la escarcha en el congelador.
Escuché su ligero suspiro y fruncí el seño, no me podía culpar de todo, ella también tenía culpa qué nuestra relación fuera casi una mierda a no ser por los pocos comentarios qué compartíamos, únicamente en temas relacionados con mi sobrino. Cerré la nevera sin voltear a verla aún, doblé las bolsas de la compra y las estaba terminando de empujar en la gaveta de bolsas cuando escuché algunos pasos y el sonido de un bastón.
-Qué bueno tenerte aquí, Bear.- escuché la voz de mi madre. Alcé la vista y sonreí agradeciendo el apodo. Me decía así desde pequeña.
Di la vuelta a la pequeña encimera que nos separaba y la abracé.
-Es bueno verte también, madre.- dije besando su mejilla.- Aunque no es como si no nos viéramos.- reí.
-No tanto como me gustaría, querida.- dijo bajando la mirada.
-Claro, pero ya vez que empezó la etapa de qué no se puede tener todo al mismo tiempo.- dije rodando los ojos. Sus ojos brillaron con tristeza recordando la frase. Era lo qué ella me decía cuando le decía que porqué tenía que trabajar todo el tiempo. Hice una mueca pues al menos éste año intentaba no arruinar la cena para todos. Carraspeé mirando al suelo .– Me dijo Alice qué está un poco seca la ensalada.- asintió.
-Al parecer compraron poca crema, pero Jasper ya está en eso.- dijo rodando los ojos.
Para nadie era un secreto qué el yerno de mi madre no era del agrado de todos. Pero al menos ahora era un poco más soportable. Jasper es el padre biológico de Ian, pero el comienzo de su relación con mi hermana había sido lo suficientemente tormentoso como para hacer todo un poco incómodo. Sin embargo después de la muerte de la abuela, el habernos mudado a Canadá había cambiado un poco las cosas. Las travesías de la familia habían comenzado después de ese fatídico día. Mi abuela era lo único qué nos mantenía en nuestro pueblo natal al sur de México, al ella no estar, no había más por lo qué quedarse. Nos mudamos a un pequeño estado más arriba en el sureste de México dónde terminé la carrera, y entre ese tiempo mi hermana había decidido perdonar y olvidar todo lo ocurrido con su pasado, entre eso estaba su marido, pero no lo consiguió del todo, pues al poco tiempo antes de qué me graduará, el había por fin logrado convencer a mi hermana que estaba dispuesto a hacer algo por recuperarlos.
Lo cuál según mi madre ya era algo, como decirlo, en sus palabras había sido "es algo, no malo, solo algo" para nuestro pequeño nieto/sobrino. Así fue como en una oportunidad especial, de esas qué son pocas en la vida, habíamos llegado del cálido México a la fría Canadá. Yo había conseguido trabajo y había empezado todo de nuevo, mi madre reacia había peleado por no quedarse sola, así qué mientras yo me mudaba a un apartamento cerca del centro de la ciudad, ella se había resignado a vivir casi en los suburbios con la familia de mi hermana en sus palabras, todo había sido por el interés de no perder contacto alguno con su nieto. Era el único, por eso nos pareció razonable.
-Pasemos a la sala.-dijo mi madre tomando mi mano.- Ian baja en un momento, está hablando por ese aparato con sus amigos.- reí. –Aún no me acostumbro a estás cosas.
Asentí.
-Es normal, Reneé. Ya estás algo vieja.- reí al ver su cara.- Pero sigues igual de hermosa.- besé su mejilla. Nos acomodamos en el pequeño sofá frente al televisor. La vida nos había tratado bien, mi hermana trabajaba, al igual qué su marido, él había logrado poner una carpintería y le iba muy bien, al grado que ya tenían algunas sucursales, ella había conseguido un empleo por medio tiempo en un despacho de publicidad, con las dos carreras qué tenía no había costado tanto como antes en México. Mi pequeño sobrino, había terminado algunos pequeños cursos de la primaria y estaba a poco tiempo de terminar su educación elemental. Mi madre por otro lado, al no ser una persona muy adepta a quedarse en casa sin hacer nada, había logrado unirse a clubs de decorado de interiores, en los cuales había logrado inscribirse a cursos para especializarse en eso. Hasta ahora parecía ir bien con el pequeño negocio qué habían formado ella y compañera de jardinería, porqué si, se había rendido al típico pasatiempo de una madre entrada en años.
Estuvimos un tiempo enfocadas en el televisor, cuando escuchamos pasos en las escaleras. Sentí como un cuerpo pequeño se abalanzaba sobre mí y sonreí tratando de atajarlo en mis brazos, para qué no cayera.
-tita!.- gritó casi en mi oído.- Los trajiste.- susurro.
Miré a mi madre y reí cuando ella rodó los ojos.
-Puedo escucharte cariño, pero solo por ahora no le diré nada a tu tía. -Reímos.
-Vamos a la cocina, Maurie.- dije dejándolo sobre sus pies y encaminándome al contrabando. El verdadero nombre de mi pequeño sobrino era el mismo qué el del padre de mi hermana, pero desde siempre había optado por no llamarlo por su nombre, quizá era una tontería, pero sentía que si lo hacía traicionaba un poco a mi propio padre. Sí es tonto, olviden qué lo dije, la realidad, es qué para mí, mi sobrino siempre ha sido "Maurie". Nos repartimos algunos dulces, incluso le dimos alguno a mi madre. Nos sentamos de nuevo a ver la televisión. Mi sobrino me contó casi todo lo qué había hecho en la escuela, y él como su madre se había negado a qué tuviese un perro de nuevo. Fruncí el seño. El anterior, había muerto pero no era culpa del pequeño. Solo era la suerte qué había tenido al encandilarse justo con el cachorro qué había nacido un poco más débil, y ya se encontraba enfermo, pero nadie nos los dijo.
-Quizá cuando entres a la media cambie de opinión.- dije encogiéndome de hombros.
-Quizá.- suspiraron él y mi madre. Sonreí.
-Hemos vuelto!.- se escuchó la voz de mi hermana. Me puse de pie ayudando a mi madre y mi sobrino corrió al pasillo.- Hola, cariño.- dijo mientras nos guiaba a todos a la cocina.
-Espero que hayan comprado suficiente crema está vez.- susurro mi madre haciendo qué riera.
Nos metimos todos a la cocina, para ver como mi hermana y mi cuñado intentaban rescatar la ensalada de manzana. Jugué un poco con mis dedos, mientras mi sobrino rebotaba por todos lados "intentando" ayudar.
-¿Vendrán muchos invitados?.- preguntó mi sobrino. Eso me interesaba por lo tanto me concentré en hacer parecer qué no.
-Demasiados.- dijo mi cuñado casi alarmándome. Logré contenerme cuando mi madre intervino.
-Serán los mismo del año pasado, Ian, el jefe de tu madre y la vecina de final de cuadra.- dijo frunciendo el seño. Sonreí. Nunca había perdonado ala mujer cuando una Navidad había visto la preciosa rosa de tiempo que mi madre cultivaba, y la convenció de regalarle un "hijo" para qué ella la tuviera también en su jardín, mi madre había accedido al fin, pero una noche fría de invierno no era el mejor momento para cortarlo, pero al parecer la vecina no sabía eso, así qué se le había hecho fácil hacerlo después de cenar. Al día siguiente mi madre lloró por esas rosas.
-Cuidado, recuerdos de Vietnam.- dije mirando a mi madre, quién solo me vio y negó con la cabeza.
Mi sobrino y yo reímos al saber plenamente qué ella estaba recordando lo sucedido.
-Maldita mujer.-susurró.
-Mamá!.- gritó mi hermana haciendo señas para qué recordara al mocoso qué rebotaba por la cocina.
Reí mientras tomaba la mano de mi madre y nos dedicábamos a vagar por el comedor.
-¿Quieres un poco más de pollo, Bear?.- dijo mi madre señalando la encimera. Negué mientras me limpiaba la boca.
-Estoy completamente llena. Gracias.- dije bebiendo un sorbo de vino.- Creo que deberíamos recoger todo para salir al patio.- Asintieron.
Los invitados habían llegado a tiempo, como costumbre tomábamos el postre en el pequeño jardín de mi madre, bajo las estrellas, era una forma secreta de mi familia de compartir como siempre con mi abuela. La vecina había traído una pequeña tarta de carne, qué según había horneado ella, todos supimos qué no era posible, porqué había estado deliciosa. El jefe de mi hermana, un hombre maduro de unos años más qué ella había optado por otra botella de vino, un poco caro. Lo cuál decía lo mucho qué agradecía las constantes invitaciones a cenar.
-Claro, pero tengo algo que contarles antes.- dijo mi hermana deteniendo a mi madre de levantarse colocando su mano en la muñeca. Dejé los pocos platos qué había recogido en el fregadero y me giré a ella. Todos la veíamos con atención. Tomó la mano de su esposo y nos vio a cada uno de nuevo con una sonrisa. Fruncí el seño. Estamos embarazados! De nuevo.- Dijo de pronto, nos miró a mi madre y a mí alternadamente. Mi madre soltó algunas lágrimas y la abrazó como pudo estirándose en la mesa. La vecina gritaba cosas un poco incoherentes por sus emoción algo sobre la bendición de dos bebés. Su jefe palmeo el hombro de Jasper y se dieron un masculino abrazo. Sin saber exacto qué poder terminar de decir solo me acerqué al comedor.
-Muchas Felicidades.- dije levantando la copa.- En hora buena!.- sonreí. Mi hermana asintió. Se escuchó un leve golpe del tenedor y giramos a ver a mi pequeño sobrino.
Al contrario de lo qué imagine, no estaba rebotando, lo cual era extraño, alguien no estaba del todo feliz, algo pasaba en su retorcida cabeza de niño y creo que sabía que era. Sonreí.
-Ya tendrás a alguien con quien jugar en casa, campeón.- sonreí tomando su mano. El me miró y después de un rato de buscar algo en mi mirada sonrió un poco.- Verás que todo irá bien. Nada como una familia cada vez más grande.- sonreímos. Asintió y abrazó a su madre.
Ella lo besó en la frente y el de pronto se alejó de ella mirando al suelo. Le puse toda mi atención.
-¿Qué pasa si es una niña?.-dijo frunciendo el seño.- ¿y si no le agrado?.- preguntó.
-Eso es imposible, los hermanos están diseñados para quererse.- dijo mi hermana, el la miró y luego a mí. Frunció más el seño.
-Eso significa que pelearemos todo el tiempo como ustedes? Eso hacen los hermanos porqué se quieren?.- preguntó.
Me carcajeé sin poder evitarlo ganándome una mirada de muerte por parte de mi hermana, ¡Oh dulce inocencia!.
Nadie comentó nada, así qué lo tomé como mi señal. Me acerqué a mi sobrino y lo cargué en mis brazos. Lo dejé en la encimera de la cocina, y lo miré a los ojos.
-No tienes de qué preocuparte, velo así.- dije cuando me hizo un puchero.- Si es un chico, pelearan por chicas cuando crezcan, pero eso no significa qué dejaran de quererse, tú madre y yo somos un caso a parte, ninguno de ustedes será como tu madre, o como yo, en su caso.- susurré.- Los hermanos se aman, pero también son seres humanos, Maurie, cometemos errores, además, tú eres lo suficientemente genial como para lograr qué ese mocoso qué viene en camino bese el suelo por donde pises, por lo tanto, no debes de preocuparte más qué por ser un buen ejemplo para él.- Sonreí.
Se quedó un segundo pensando.
-¿Y sí es niña?.- dijo como quién encuentra una falla en la ecuación de la gravedad. Sonreí.
-Ella deberá alejar a las chicas de ti, y tú deberás hacer lo mismo con ella, conforme crezcan te iré llenando de más sabiduría, ahora solo preocúpate por ser un buen ejemplo de chico para lo qué sea que te toqué como hermano.- dije revolviendo sus cabellos.
Sonrió y besó mi mejilla. Lo bajé de la encimera y el corrió escaleras arriba. Me encogí de hombros y me giré a los demás.
Mi hermana me miró sorprendida y algo agradecida. Me encogí de hombros mentalmente. Mi madre solo me sonrió y los demás estaban casi igual de impresionados, no deje qué me importará, no era tan mala como me querían ver. Me levanté con algunos platos hacía el lavabo. Cuando los dejé ahí me recargué un poco en éste y suspiré. Me di la vuelta para encararlos a todos, tomé mi copa de vino casi por terminar y la alcé.
-Yo también tengo algo que decirles.- cuatro pares de ojos me miraban sonrientes.- En dos semanas regreso a México.- dije sonriendo. La sonrisa de todos se fue deshaciendo de a poco mientras sopesaban la noticia.
Hola!
Principalmente quiero ofrecerles una disculpa a todas aquellas qué me han leído y dejado sus comentarios en éste tiempo. Sé qué tengo demasiado abandonada mis historias y lo lamento. Estoy intentando encausar mi vida de nuevo.
Ésta es una historia qué se ha venido cociendo en mi mente y ahora qué la tengo ligeramente avanzada, he decidido compartirla para saber su opinión. Aún no tengo claro qué haré con ella, solo sé qué me interesa compartirla con ustedes a modo de disculpa, es la historia más "cruda" y real qué he escrito hasta ahora, espero qué la disfruten, y a ver a dónde nos lleva esto.
De nuevo muchas gracias por su apoyo, les pido me sigan apoyando con sus comentarios qué me hacen la persona más afortunada y feliz y me ayudan a crecer en mi expresión.
Un beso.
Bianca Medina.
