Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Éstos son propiedad de Stephenie Meyer, pero la trama sí es mía.
Capítulo I
"¡Te odio!"
Hola! Espero estén todas muy bien y se tomen el tiempo de leer esto. Bien, debido a que no logro decidirme por ninguna historia y sólo siguen llegándome más ideas jaja, he decidido subir el primer capítulo de todos los fanfics y dependiendo de la recepción que tengan, terminar uno y luego seguir con el otro hasta acabarlos por completo en el orden que vayan gustando, así que desde el fondo de mi corazoncito espero que les guste alguno y puedan ayudar a esta indecisa y dispersa chica jaja, sin más que decir, me despido. Un abrazote y muchas bendiciones!
Pd: Jeje, esta historia es bastante hot… y diferente, ya se darán cuenta. Es un mini fic, así que no tendrá muchos capítulos. Lamento cualquier error ortográfico y/o de gramática que pude haber pasado por alto.
…
Estaba harta, así de simple.
Ya no toleraba ni un segundo más en este sitio. Odio este maldito campo y odio a cada persona en él. Lo detesto con el alma.
— ¿Qué te pasa Isabella? — Retó mi madre enfadada luego que azoté la puerta con rabia.
— ¡Odio este lugar de mierda! — Grité mientras subía las escaleras pateando ferozmente.
Me metí en la habitación que ocupaba y cerré con la misma fuerza, botando un par de adornos pegados a la pared.
Me paseé enojada por el cuarto.
Antes no detestaba tanto venir, es más, me gustaba estar aquí. Quiero decir, es una gran casa –de hecho una especie de mansión, pero no es relevante– y hay un montón de paisajes hermosos, animales que ver y frutas a montones.
Hemos venido desde que tengo uso de razón y lo amaba, tenía hasta un columpio.
Le tenía aprecio a la gente que trabajaba aquí y solían tratarme bien. Mis padres no son déspotas ni arrogantes, son amables y todo el cuento. Sin embargo, ahora ya no quiero pasar un maldito segundo más entre estas cuatro paredes con un bastardo de mierda revolcándose con una de las putas del rancho en el establo.
Apreté los puños y ojos, golpeándome inconscientemente los muslos y tratando de borrar las imágenes repulsivas de mi mente.
Le odiaba por hacerlo, lo odiaba porque no me tomaba en cuenta y se creía la gran cosa cuando la verdad tenía un par de años más que yo. Pero sobre todas las cosas, detestaba que no me viera como la mujer que soy.
¡Por qué tenía que acostarse con esa chica de pelos rojos teñidos y que se levantaba las faldas ante el primero que se lo pedía! Los odiaba a ambos, odiaba todas las malditas mierdas.
Sin pensar realmente en lo que hacía, busqué una mochila y metí unas cuantas prendas. Sorbiéndome la maldita nariz y quitándome las lágrimas con dureza de las mejillas me dirigí al cuarto de mis padres, sacando del cajón un puñado de billetes y guardándolos en la maleta luego.
Vigilé el pasillo y al verlo desierto proseguí al mío. Abrí el ventanal y observé el rosal que crecía junto a mi ventana. Sin pensarlo más y enfurecida hasta la madre, me trepé por ahí y comencé el lento y doloroso descenso.
Para cuando llegué abajo, tenía rasguños sangrantes en los dedos y palmas. Mis piernas también habían padecido ante las espinas, pero no le presté atención y me dirigí a la cochera.
Mi padre no había sido muy listo o tenía demasiada confianza en mí como para ponerla justo frente a mi habitación, con la amplia variedad de llaves dispuestas para cualquiera.
Tomé las de un coche escarabajo de pintura negra y reluciente y nuevamente, sin detenerme a analizar nada, me metí dentro y encendí el auto. Yo sólo tenía que irme, ya no lo soportaba. Maldito peón de mierda, maldito estúpido.
Salí haciendo una maniobra loca y levantando polvo tras de mí, que quedó suspendido con los rayos del sol poniente atravesándolo.
Las personas que se encontraban en el portón, al ver que no pensaba detenerme y que por el contrario aceleraba más, abrieron de par en par y observaron atónitos cómo la tranquila y dulce hija de Charlie Swan se marchaba del jodido rancho.
-o-
Manejé hasta que las estrellas comenzaron a iluminar el cielo, y el sol no era más que la sensación del ambiente.
La carretera estaba vacía y avancé rápido hacia mi destino que era ningún lugar.
Era tan estúpida, tan imbécil que llevaba desde los trece años perdida y locamente enamorada del hijo del capataz de mi papá. Era su hombre de confianza y pasábamos todas las fechas importantes con él y su familia, que únicamente son Edward y Esme. El chico es hijo único y tiene diecinueve, mientras que yo tengo diecisiete a punto de cumplir dieciocho.
Cuando lo conocí me pareció el ser más hermoso con sus ojos verdes y sus gestos tan caballerosos, aunque con el pasar de los años se fue volviendo más pícaro, coqueto y guapo, por supuesto. A pesar que conmigo seguía siendo del mismo modo que cuando éramos niños, antes me fascinaba que solo me tocara el cabello de forma tierna y me tratara más como uno de ellos que como chica, pero ahora ya estaba harta. Apenas me miraba y seguía siendo exactamente como al principio. Y fue el tope cuando lo vi revolcándose salvajemente con esa zorra. ¡No era justo! ¡Yo lo conocía desde antes! ¡Pero ese bastardo estúpido no me prestaba atención! Pues bien, me dije, le y me demostraría que podría hacer que cualquiera se fijara en mí.
Aceleré con dirección a un pueblecillo pequeño donde brillaba un cartel de neón anunciando un bar.
Me tragué las lágrimas y me detuve en el estacionamiento, e inmediatamente saqué la ropa de mi mochila. Casi fue como si lo hubiese planeado, reflexioné al sacar las prendas bastante reveladoras y provocativas, piezas que no hubiera usado jamás, pero como no estaba pensando de forma racional… no lo dudé y comencé a desnudarme y a vestirme con la pequeña faldita y el top hasta mitad de estómago que presionaba mis senos hacia arriba, enseñando más piel de la que me gustaría. Abandoné los reparos y en cambio me dediqué a maquillar.
No usé algo suave y ligero como solía hacer en las reuniones familiares y demases, está vez utilicé colores que resaltaran mis ojos y pinté mis labios de un fuerte rojo que reconocí me quedaba bastante bien.
Junté mis labios para esparcir mejor el brillo de cereza y me solté el cabello, alborotándolo con energía.
Tenía rizos, pero no pequeños y bonitos, sino que más bien ondas que ahora se esparcían salvajemente por mi espalda y hombros.
Una vez que me consideré lista, me quité las zapatillas y me coloqué los tacones.
Al bajarme me sentí como toda una mujer sexy y sensual, y esto sólo aumentó cuando me aproximé caminando provocativamente hacia el lugar, pues los hombres dejaban de hablar entre ellos para comerme con los ojos.
— Hermosas piernas— comentó uno, silbando por lo bajo y me limité a sonreír, aunque mi corazón latía jodidamente rápido contra mis costillas.
El lugar era bastante rústico, partiendo por las puertas que me recordaron al lejano oeste. El interior se encontraba semi-oscuro y la música resonaba fuertemente.
De inmediato, advertí las miradas sobre mí y se mantuvieron todo lo que tardé en llegar a la barra.
— Un tequila, por favor— le sonreí al hombre que parecía entretenido en mi escote, por lo que tuve que carraspear para atraer su atención.
— De inmediato dulzura— mientras esperaba, ocupé una de las sillas y peiné el lugar, encontrando muchos ojos interesados.
Eres un estúpido Edward, pensé recibiendo mi bebida y procurando ser "sexy" al ingerirlo.
— Hey, ¿por qué tan solita? — Un joven de no más de veinte años ocupó un lugar junto a mí. Era bastante guapo, tuve que reconocer y esa mirada algo perversa le daba un toque magnífico.
— Porque lo estoy, ¿tú por qué tan solo? — Puse empeño en coquetearle.
— Porque el destino quería que te encontrara— sonrió.
— ¿Lo crees? — Crucé mis piernas y se detuvo en el gesto por unos segundos. Justo ahora me sentía con un poder que desconocía, pero que me hacía sentir muy bien.
— Estoy seguro. — Pasó su lengua por el labio inferior y desvié la mirada algo perturbada. — Soy Jacob, por cierto.
— Bella— sonreí apretando su mano.
— Y dime Bella… ¿eres de por aquí cerca? — Mientras pensaba en la respuesta, pidió más alcohol para él y para mí.
— Algo, sí. ¿Y tú? — Me tendió un vaso y sin pensarlo me lo bebí. Estaba fuerte pero logré no toser ni escupirle en la cara.
—No, estoy de vacaciones con unos primos— sonrió deslumbrantemente. — ¿Quieres más? — Interrogó al ver mi vaso vacío y asentí, después de todo a esto había venido.
Al cabo de haber bebido un par más, comencé a sentirme mareada y animada.
— ¿Pena de amor? — Preguntó.
— Oh, algo así.
— Responde sí o no mujer, deja los intermedios— rió y le seguí.
— Vale, sí. Le odio— terminé el contenido de mi vaso.
— Es extraño creer que una chica tan hermosa sufra por amor. Seguramente es un ciego— asentí con énfasis.
— Cree que soy una niña aún— confirmé.
— Él es un tema aparte, linda. Yo no creo que seas una niña— y como que no quiere la cosa, posó su mano en mi rodilla. Me sobresalté ligeramente, pero mantuve mi sonrisa.
— ¿Quieres bailar? — Lo cierto es que su mirada más bien lujuriosa y su toque con segundas intenciones me había puesto algo nerviosa.
— Claro. — Se levantó y me tendió la mano, la cual acepté pues dudaba de mi equilibrio.
Tal como había creído, me encontraba más borracha que sobria, ya que apenas nos paramos en el centro del círculo de baile comencé a moverme provocativamente y a soltar risitas estúpidas.
En algún momento dejé de preocuparme del resto y de todo en realidad y me dejé guiar por la música y las manos de Jacob que cada vez se volvían más osadas y firmes. Pasó de simplemente posarlas en mis caderas a acariciarme el estómago y casi rozarme el pecho y no me aparté porque simplemente no quería. Al carajo con el patético de Edward, que folle a Victoria como, donde y cuando quiera, a mí me importa una mierda.
— Tienes un cuerpo delicioso Bella— sentí sus labios en mi cuello y cerré los ojos, negándome a pensar o analizar más de lo debido lo que sucedía.
Hasta que de pronto me jaló tan cerca que percibí cada parte de su anatomía pegada a mí, y tuve que reconocer que lo perturbante era superior a la pequeña sensación de agrado. Pero si él notó algo de mi tensión, no le costó olvidarla pues con fuerza llevó mi cara hasta la suya, robándome un beso duro y poco disfrutable.
Sin embargo, no tuve tiempo de responderle o apartarme, puesto que de un segundo a otro perdía el equilibrio en la nada. Jacob había desaparecido para chocar contra uno de los postes del recinto.
— ¿Jacob? — Pregunté confusa dudando sobre mis pies. Él miró hacia mi derecha con ojos sorprendidos y luego furiosos.
Entonces reparé en la figura contigua.
No tuve necesidad de mirar más allá de sus bototos y jeans claros.
— ¿Qué mierdas haces aquí? — Interrogué echando chispas, pero él únicamente miraba al muchacho que se acercaba.
— ¿Quién te crees que eres maldito imbécil? — Reclamó.
— Nos vamos Isabella. — Me tomó del codo con fuerza y del mismo modo me zafé.
— No iré contigo a ningún lado y ahora márchate. — Caminé hacia Jacob, aunque antes de poderlo tocar me devolví a mi lugar como un estúpido resorte y odié los malditos tacones.
— Ella dijo que no. — Discutió el chico del que había sido apartada.
— Tú no te metas y tú camina— me ordenó con tono y mirada hosca.
— N…— antes que pudiera terminar, el puño de Jacob casi impacto en el rostro de Edward y era todo lo que ese hombre necesitaba para encenderse como una supernova. — ¡No lo hagas! — Grité, pero fue demasiado tarde.
Jacob ya había recibido el golpe y se estrellaba contra una mesa.
— ¡Ash! ¡Eres una maldita bestia! — Le golpeé el pecho con enojo.
— Camina te dije. — Su mirada era severa.
— ¡No voy a ningún lado contigo! — Grité en su cara y lo observé con recelo. Sus puños se tensaron al igual que su definida mandíbula.
— ¡Ustedes dos se marchan ya de mi bar!
Y sin que pudiera procesar que todos nos veían, Edward me cargó sin delicadeza ni contemplaciones sobre su hombro duro.
— ¡Maldito cabrón de mierda, bájame ya! — Pataleé sin pensar en mi mini falda ni en si le hacía daño, aunque quería hacerlo. Quería lastimarlo tanto como él me había lastimado a mí.
— Cállate. — Su voz era sumamente áspera y por un segundo sentí algo de temor, pero pronto continué retorciéndome.
Abandonamos el recinto, dejando atrás a unos jóvenes que se reían de buena de gana del espectáculo.
— ¡Por la puta mierda déjame ya! — Le golpeé con energías la espalda.
— Te mereces una buena zurra por comportarte así. Eres una niña. — Su disgusto era palpable y fue más evidente cuando me dejó dentro de la camioneta del rancho de mi padre.
— ¡A ti no te corresponde decir eso! — Exclamé impidiendo que cerrara la puerta. Me miró irritado.
— Deja de fastidiarme Isabella, me haces perder el tiempo en tener que llevarte a casa como si tuvieras seis años— sus palabras dolieron.
— ¡Entonces lárgate ya!
— No puedo irme sin llevarte de regreso. Ahora deja de comportarte así, joder. — Al fin dejaba de permanecer tan impasible.
— No me iré con…— interrumpió mi frase cerrando la puerta y la indignación ardió en mi interior y actué sin pensar. Abrí y salté fuera del carro, intentando correr. Aunque ni siquiera alcancé a poner ambos pies fuera cuando me agarró de la cintura.
— ¡Niñita malcriada! — Espetó muy enfadado y me arrastró hasta el asiento, poniéndome sobre sus rodillas en una postura humillante e incómoda. Y entonces descargó dos veces su mano sobre mi trasero. No fue demasiado suave en eso ni tampoco al ponerme de forma correcta en mi lugar, por lo que el picor no fue agradable.
Las lágrimas de ira y humillación se agolparon en mis ojos y apreté los dientes y puños para no llorar, mientras tanto él de forma brusca se sentaba en el lado del piloto y arrancaba dejando una estela de polvo tras nosotros.
Me mantuve en silencio y sin mirarlo en ningún momento. Ahora sentía que lo odiaba de verdad. ¿Quién se creía que era para nalguearme como si fuera mi padre? Era un simple peón, nada más que eso y pensaba recordárselo cada vez que pudiera. Se había terminado la estúpida chiquilla enamorada, él solo se merecía mi desprecio y enojo. Así que mejor ni pensara en que le iba a poner las cosas tan simples.
Observé por el parabrisas que nos acercábamos a un semáforo y apenas el coche se detuvo en la luz roja quité de forma veloz e inesperada el seguro y escapé tan rápido como mis torpes pies me lo permitieron.
Oí que aparcaba y continué corriendo hasta que tropecé y caí de rodillas. Intenté levantarme aunque fue tarde. Él ya me había alcanzado.
— ¡Maldita sea Isabella! — Me zafé de su agarre y gateé hasta que me tomó de las piernas y me obligó a voltear. Lo pateé hasta que me soltó. — No me dejas otro remedio— al oír esas palabras me quedé quieta y me apoyé sobre mis codos y aparté el pelo de mi rostro para verlo llevarse las manos al cinturón.
Sentí mi corazón acelerarse y mi respiración de por sí agitada debido a la persecución se triplicó.
— ¿Q-qué vas a hacer? — Lo observé altanera pesé al estúpido hormigueo de excitación y temor en mi vientre.
Mantenía sus ojos fijos en los míos mientras soltaba su cinturón negro y tragué grueso al verlo inclinarse.
Antes que pudiera procesarlo, me encontraba en plan de huida.
Casi me sentía como bambi huyendo de un lobo o lo que fuese.
— Oh, no corras ahora Isabella. — Y agarrándome de las rodillas me inmovilizó de cara a la tierra. Y por más que quisiera no podía evitar la ligera corriente eléctrica que recorría mis terminaciones nerviosas, al sentir sus manos cálidas tocar mi piel hasta que noté algo distinto y duro en mis tobillos.
Cuando me di cuenta, ya era muy tarde. Había atado mis pies con el cinturón y ahora me quitaba los tacones.
— Ahora sí, la niñita se quedará tranquila ¿no? — Sonrió burlón al levantarme y ponerme frente a él. La sensación de humillación era similar a la anterior, pero no se lo demostraría.
— Eres un imbécil que no sabe tratar a las mujeres, aunque qué se puede esperar de un pobre peón desgraciado— escupí con toda la intención de herirlo. Se limitó a cargarme sobre su hombro de nuevo y posar sus manos en mis muslos.
No perdí oportunidad de despotricar en su contra ni de pegarle. Le detestaba por hacerme sentir tan infantil y degradada.
— Creo que aún necesitas tranquilizarte un poco más, niña. — Comentó despreocupado antes de volverse a los asientos traseros y tomar algo parecido a una bufanda.
Malditas fueran sus manos veloces, no tuve tiempo de escupirle ni de nada antes que atara mis muñecas y me pusiera el cinturón de seguridad, inmovilizando mi cuerpo casi por completo.
— ¡No soy un perro para que me andes amarrando! — Grité— ¡Suéltame ya mismo maldito peón!
— Ssh, tu voz tan chillona me irrita. — Habló lentamente mientras se quitaba la pañoleta que traía en el bolsillo de su jeans y posteriormente se acercaba a mi cabeza. Me revolví inquieta dentro de lo que podía, aunque con una de sus fuertes manos me la sostuvo y con la otra puso su estúpida prenda en forma de mordaza en mi boca.
Chillé contra ella, pero cualquier grito o palabra se quedaba en un intento patético que parecía gemido y aullido.
Tuve deseos fervientes de patearlo y también de llorar, mas no hice ninguna y me limité a ignorarlo por completo.
¿Qué me gustaba de esta bestia bruta? ¡Nada debía gustarme! ¡Todo en él apestaba y no podía hacer menos que odiarlo! Medité de regreso al rancho y sé que los últimos pensamientos que tuve antes de dormirme versaban sobre lo mismo, porque incluso mi subconsciente estaba de acuerdo.
-o-
Desperté al sentir que me movían de la posición que había adoptado como cómoda y fue para toparme con las manos de Edward en mis piernas. De modo inconsciente me apegué hacia la puerta, encogiéndome.
— Tranquila, sólo te voy a soltar— aseguró volteando sus palmas abiertas en un gesto de inocencia. Me limité a volver la cabeza al lado contrario, tratando por todos los medios no desconcentrarme por lo cálido que parecían ser sus dedos sobre mi piel. — Ya está— roté mis pies a modo de prueba y pronto liberó mis adoloridas muñecas, aunque definitivamente la peor parte se la había llevado mis tobillos.
No esperé a que me quitara la tonta mordaza, yo misma lo hice y se la arrojé al rostro, pretendiendo hacer una salida dramática y hubiera resultado si su mano no hubiera tomado mi codo.
— Bella— suspiró y podía leer una pizca de arrepentimiento en su ceño. — Siento esto, déjame ver— y sin que le diera yo permiso, se propuso examinar mi tobillo algo colorado ahí donde el cinturón había apretado.
— No me toques. — Me retiré de la forma más brusca que pude— no soporto que un vil peón muerto de hambre me toque. Y si no quieres perder tu estúpido trabajo no te me vuelvas a acercar o le diré todo esto a mi padre. Maldito desgraciado— no sentí ningún tipo de remordimiento al escupirle aquellas palabras antes de salir de la camioneta, dando un portazo.
Entré del mismo modo, sacándole una exclamación ahogada a una mujer que limpiaba una mesa cercana y que mis padres aparecieran en la estancia con gesto preocupado, pero al mirarme detenidamente fruncieron el ceño y sobre todo mi padre, pareció molesto.
— ¿Y esto qué significa? — Interrogó mirándome con severidad.
— ¿Qué parece?
— A mí me parece que vienes de una especie de burdel, hasta luces como prostituta— las palabras de mamá me dañaron.
— Si crees que estuve haciendo esas cosas, es tu problema. — Y pretendí huir a mi cuarto, pero por segunda vez en la noche, me vi interrumpida.
— Nada de eso señorita. ¿Dónde estuviste? No es si quieres responder, tienes que hacerlo. — El agarre de Charlie en mi brazo era duro.
— No les importa. Ya déjenme en paz ¿acaso tengo seis años? — Me zafé— y si tienen alguna duda acerca de mi estúpida vida ¿por qué no mandan al peón ese a investigarme tal como lo enviaron a buscarme? Solo porque ustedes no tengan una vida no quiere decir que yo no la tenga o quiera tenerla…— ni siquiera fui capaz de continuar la idea, pues la mano de Renée cruzó mi rostro de lado a lado, haciéndome apretar los dientes y mirarla mal.
— ¡Quién te has creído chiquilla infernal! — Exclamó y entonces reparé en la figura en la puerta. Él, el maldito peón había observado toda la escena y eso ya era el tope para mí.
— Con permiso— y sin esperar nada corrí escaleras arriba. Tenía tantos deseos de gritar y llorar de frustración, todos mis planes se habían ido por la borda y por culpa de quién ¡del puto Edward! Seguí con mi huida hasta que me encontré en la oscura habitación en la que dormía y exploté en un mar de patético llanto de ira y eso no fue todo, si iba a hacer una pataleta, la haría completa. Comencé a golpear con mis puños el piso y luego tiré un par de cosas de mi cama antes de lanzarme a ella de forma ruda.
¡Cuánto odiaba todo ahora! ¡Solo quería devolverme a la ciudad y dejar atrás al mugroso ese!
Pasé el resto de la noche echándole mierdas y cuando me sentí algo mejor, logré conciliar el sueño y no desperté hasta bien entrada la mañana.
