Disclaimer: Ningún personaje de la RoV me pertenece.

Nota para los lectores: ¡Bienvenidos a quienes pasen! Soy Trenzas y quisiera darles una breve guía (podría decirse) de lo que van a empezar a leer sólo para evitar que se sientan algo confundidas (os) al pasar de párrafo en párrafo. Bien, la siguiente historia es un What if un tipo de subgénero de los fics clasificados como Alternate Universe o Universo Alterno, y lo escribí basándome en la RoV (anime y manga) y el contexto histórico en que ellos se desarrollaron. Les pido disculpas por alguna inexactitud con el contexto histórico mismo o con algún detalle que haya olvidado de nuestros querídisimos personajes. La verdad es que que he tratado por años de resolver aquí en fanfiction esta historia que subía bajo distintos títulos pero cuya trama nunca pude resolver, porque había algo que no me agradaba, a los personajes les faltaba motivos para seguir adelante e impulsar la narración. Así que esta vez, dejé fluir mi imaginación de la forma más natural que pude para esta vez poder terminar.

La trama: Es sobre la relación madre-hija, sobre cómo la desaparición de un conocido en común les afecta en su relación que no es muy positiva. La historia es sobre como este evento aunque algo aislado a su núcleo de amigos íntimos, llega a re-difinir el modo en que se ven a sí mismas y a su propia relación.


LAS DESAPARICIONES

I

ISABELLE

15 de Octubre, año 1807

ME PREGUNTO ¿QUÉ LE SUCEDE A UNA MUJER CUANDO SE COMPORTA MAL?

Mademoiselle Ana Bouscat era la más joven de las parteras y profesoras de La Maternité, nuestra escuela y hospital de Partería.

Era una mujer de veintitantos, alta, de cabellos y ojos castaños. No ha estado aquí cumpliendo su rol desde el día 15 de Septiembre, el día en que nuestra institución informó que habría un ligero cambio en el personal docente. Un profesor dando el paso para reemplazarla, fue el cambio que visualizamos.

No lo lamenté tan profundamente como mis compañeras. Yo me encontraba … algo revuelta.

Aquel día, había redactado y enviado una carta al señor Francois Chatelet, rompiendo el compromiso de matrimonio que me ligaba a él.

Que fuera hijo de Bernard y Rosalie Chatelet, hacía todo peor. Ambos, son quizás los únicos y más viejos amigos que mis padres jamás han tenido.

Martilló mi mente el hecho de que podría estar poniendo en riesgo esta relación. Pero, había estado arrastrando podrida información. Había logrado mantenerme callada por un tiempo y ya no podía más.

Francois había estado compartiendo cama. No conmigo.

A la gente le gusta hablar, a la cara te arrojan las indecentes pistas. No me fue difícil ensamblarlas, no fue complicado darme cuenta que mi prometido realizaba frecuentes visitas a una Maison de Tolerance (casa de putas)

Mi nombre es Isabelle Maia Grandier, soy estudiante de Segundo año en la escuela y hospital de La Maternité en Port Royal de Paris. Tengo solo diesisiete años, pero ante los ojos de la sociedad, mis cortos años no me salvan de mi desgracia, de hecho, que yo sea una estudiante sólo hace de mi condición - doncella en desgracia, solterona, bruja desgraciada - algo más grave.

De acuerdo a lo anterior, no hay demasiado argumento para quejarme por haber sido traicionada. De acuerdo a lo anterior, me lo buscado. Es que he hecho de mí misma un terrible prospecto para el matrimonio, ya que el modelo perfecto es un sonriente ángel alado descendiendo raudamente con plumero y escoba a la cocina para tener la cena a tiempo.

No alcanzaba a llegar a tiempo, y cuando lo lograba me encontraba tan exhausta que las sonrisas no me alcanzaban. Así que, es cierto, no me he comportado muy bien.

Recuerdo que dos años atrás cuando fui aceptada en La Maternité, tuve una pesadilla. Me encontraba en mi habitación, en la casa de mis padres. Era de noche y dormía, hasta que un soplo sobre mi rostro logró despertarme. Al sentarme sobre mi cama, poco a poco logré ver las inmediaciones de mi habitación, las tenues luces de la calle la iluminaban, esa fría lucecilla de las lámparas de gas.

A los pies de mi cama, casi en la esquina, una figura se hallaba sentada, era oscura cual sombra, no lograba ver su rostro o algún atisbo de rasgos, aún así sentía cómo me observaba. Comenzó a crecer o a fundirse con otros oscuros rincones de mí habitación. Lo invadió todo. No podía moverme o respirar. Estaba aterrada, pero la facultad de gritar me la había robado. Antes de despertar, como en un breve estado de conciencia me daba cuenta; estaba quebrada y machacada, ahogándome con mis propios fluidos bajo su peso.

La pesadilla volvió a repetirse cuando terminé mi compromiso con Francois.

EL DIA DESPUÉS DE MI ROMPIMIENTO, ESCUCHÉ QUE EN REALIDAD ANA HABÍA DESAPARECIDO. Lo escuchamos de Irene Pontier, una aterradora enfermera que generalmente está a cargo de la limpieza de los pacientes del Hospital.

Siempre nos habla en modo de queja y las palabras sangre, traseros y fecas reinan en su vocabulario para describir las más dantescas escenas que haya vivido en todos los centros hospitalarios que llegó a limpiar durante sus años de oficio.

Hoy por la mañana, viniendo o yendo a sus labores de limpieza le vimos con la escoba en mano. No debí mirarla, pero su aspecto de hechicera medieval siempre logró hipnotizarme. Así que, habiendo atrapado su mirada, una vez más se acercó a mí y mis dos amigas y compañeras, Aurore Pelletier y Gertrude Colin. Con desagrado nos miramos al unísono, pensábamos que la vieja bruja se acercaba otra vez a la hora del desayuno a atentar contra nuestro apetito. Pero esta vez fue distinto.

Tratábamos de deshacernos de la modorra causada por los trabajos de parto que debimos asistir durante la madrugada. Yo había sido la última en salir con mi supervisora, ya que la mujer bajo nuestro cuidado había soportado doce horas tratando de dar a luz.

Gracias a esa chica de quince años, vi el amanecer y dormí una hora antes de comenzar una nueva jornada.

Cuando Irene aterrizó las palmas de sus huesudas manos sobre nuestra mesa no esperábamos que dijera "La policía me ha sometido a un interrogatorio"

Gertrude se atoró con un trozo de pan y Aurore se quemó la lengua con su té. Yo sentí como si me hubiesen cegado con la luz de una linterna. Pero ni siquiera eso me hizo ver hacia qué lío estaba siendo arrastrada la vieja enfermera.

"Fui llamada por el director" continuó Irene "Un commissionare y un inspector de la policía esperaban por mí en su oficina"

"¿Y qué querrían contigo?" Aurore preguntó.

"Pues preguntar sobre Bouscat" Irene replicó

"¿Pero por qué tú?" Gertrude continuó, ofendiendo profundamente a Irene; es que había mirado su corta altura y su huesuda fisonomía, como si fuera lo más insignificante de este planeta.

A esto Irene se le vino encima, manos sobre la cintura y brazos en jarra "¡Pues quizás una mocosa imprudente como tú habrá dicho que yo fui la última en verla!"

"¡Esa fuiste tú!" encogida en su silla Gertrude contestó "Lo comentaste a la profesora Hucherard el lunes pasado, antes de nuestra clase de anatomía"

"¿No eres un sospechoso para ellos verdad Irene?" Aurore preguntó un poco preocupada.

Irene le quedó mirando con sus grandes ojos de búho y rostro enjuto. Luego los cerró y frunció el ceño. La vieja estaba preocupada "Bouscat fue demasiado lejos"

"¿Demasiado lejos?" Aurore preguntó.

Apoyando sus codos sobre la mesa, Irene acercó su rostro y nosotras a ella "Se involucró demasiado en la vida de esas chicas" susurró.

"¿Qué chicas?" Aurore insistió

"Pacientes del hospital"

Nunca conocí a Ana Bouscat. No de verdad. Era mi profesora y a la distancia podíamos reconocernos, pero eso era todo.

Las relaciones entre pacientes y parteras de La Maternité se limitan sólo a atención y cuidado dentro del establecimiento. Comprometerse con sus vidas privadas es complejo y está prohibido.

Ana desobedeció.

YA SON MÁS DE LAS SEIS DE LA TARDE. ME ENCUENTRO EN EL JARDÍN DE LA ESCUELA, CERCA DEL REFECTORIO. Falta una hora para nuestra siguiente clase. Todas mis compañeras se han ido a descansar, pero últimamente yo solo encuentro descanso a mi mente si muevo mis manos.

Corren gotas de sudor por mis sienes y cuello. Recuerdo que Francois solía verme y decir que parecía una Hermosa ninfa al colectar flores y hierbas. Era un lindo halago, porque dejaba de sentirme como un trapo inmundo, pero también recuerdo que nunca me preguntó por qué colectaba tanto pasto, pero no creo que fuese de su interés averiguarlo, porque luego comenzaba a hablar de sus estudios universitarios y sobre cuán angustiado se hallaba porque su padre no aprobaba mucho las direcciones que tomaba… Su letanía duraría mucho tiempo, así que, yo seguía colectando y atando hierbas, más tarde las colgaría y dejaría secar. Posteriormente, las almacenaría y conservaría en diversos paquetes de papel y cartón para darles diversos usos. La especie que recojo ahora, tiene muchas propiedades. La mentha piperita calma cólicos estomacales y la halitosis, pero puede ayudar con los síntomas de algunas enfermedades respiratorias, como la picazón que provoca la tos en la forma de un jarabe, y en la forma de un ungüento aplicado sobre el pecho despeja las vías respiratorias.

Solo existe un curso sobre hierbas medicinales en la escuela y está enfocado nada más al tratamiento de mujeres encintas. Por mi cuenta es que realizo averiguaciones más extensas. Textos y tratados sobre su composición química existen y son suficientes para profundizar futuras investigaciones. Por ejemplo, hace un tiempo había leído un texto de un médico alemán, sobre el menthol y su origen de extracción. Su nombre era Gaubius y había aislado el compuesto de la planta hacia como medio siglo.

Tengo la intención de practicar y explorar el método con que lo hizo y me encuentro muy concentrada en ello, hasta que noto a una presencia. Una mujer va caminando junto a dos hombres por un corredor, rodeando el jardín en que estoy, uno es el director Landru y el otro jamás lo he visto en mi vida.

La mujer se parece mucho a Ana.

Recuerdo que Ana solía pasear por los corredores a esta hora, la primera vez que me vio armando mis extraños paquetes de hierbas me advirtió "No entre a las salas de parto hasta haberse labado bien las manos, señorita Grandier". Con el pasar de los meses se habituó a verme en el jardín y yo me acostumbré a oir de ella "¡Las manos, las manos, Grandier!"

Me agradaba. Era más receptiva a lo que cualquiera de sus alumnas tenía que decir.

¿Qué significa estar desaparecida? Lo más horrible es pensar en la muerte engulléndosela, pero, ¿qué tal si está viva? ¿Qué tal si desaparecer significa dejar todo atrás para empezar de nuevo y hacer lo que se desea? No es una idea excesiva; mucha gente se ufana de cuán racionales son, pero son solo palabras que desechan en alguna conversación de tono pseudo-intelectual. Sus acciones diarias carecen totalmente de sensatez.

…Tengo un ejemplo muy cercano en mi familia

-¡Isabelle! – alguien me llama. Levanto la vista en dirección a la voz y veo que es Aurore, señalando con su mano a mi dirección. El favor es para un hombre uniformado, que de pie espera a su lado. Es del regimiento de Granaderos a Caballo Montado, un oficial en jefe, un general para ser exacta.

Bien…la hora de la verdad ha llegado: Si pueden creerlo, este personaje es mi madre. Espero, que dentro de mis amistades y conocidos, Aurore sea la única en saber la compleja historia de Oscar de Jarjayes. Sí. Ese es su nombre.

Así que cuando mi madre me localiza, mi amiga se retira y ella se acerca.

Su visita es inusual. Pero está aquí, recientemente llegada de uno de sus viajes al Norte, en donde quizás revisó el despliegue de regimientos o asistió a una reunión de oficiales. Sé que está recién llegada, porque el agotamiento se ve en su cara y pesa sobre su espalda, aun así no me quita su atención de encima.

Me levanto, quitando cualquier ramita u otro material del suelo que se halla enredado en las fibras de mi ropa. Me arreglo algo el cabello y me enderezo para saludar.

-Bonsoir, Monsieur – comienzo, pero sintiéndome algo incómoda mientras me aferro a mi ramo de hierbas – Si hubiese estado enterada de su visita me habría preparado.

En realidad, me veo bastante rústica. Llevo el cabello a medio tomar, estoy usando un vestido de algodón que no he querido desechar desde los quince años. Es blanco y tiene hojitas diminutas estampadas a lo largo del faldón.

-No debes preocuparte por tus vestidos, vine para asegurarme que te encontrabas bien – explica diligentemente preocupada.

-Oh – digo, casi en tono de pregunta.

-Soy tu madre Isabelle – ofendida me reprocha.

No es que dude de ella, como acaba de decir, es mi madre. Pero no estoy acostumbrada a que sea muy demostrativa, generalmente le veo fría e indiferente ante mi presencia, y cuando tiene la decencia de mirarme creo que me somete a exigentes procesos de evaluación, a los que casi siempre repruebo. Nunca sé cuándo hago algo bien de acuerdo a su criterio… ¿Cuál es el bendito criterio de mi madre?

-¿Acaba de llegar a París? – le pregunto para salir del incómodo pantano.

-Así es – me contesta

-¿Ha visto a mi padre? –le pregunto y ella asiente.

-Me contó lo sucedido ¿Cómo te encuentras?

Va directo al grano y me estremezco. Es que me pregunto cuántos detalles mi querido padre habrá entregado como para que su Señora esposa viniese a mí con tanta premura, ansiosa y sin descanso. No pensaba compartir mi humillación con ella.

Se entera de los principales hitos en la vida de mi hermano y la mía, gracias a las cartas de mi padre o cuando finalmente llega a verle. Lo que aconteció hace un mes, lo sabe solo ahora.

Pregunta cómo he estado y no sé qué se supone que debo decir. Pienso que últimamente no he podido estar peor y eso que la he tenido a ella como madre por diecisiete años. Me esfuerzo por estudiar duro todo el día, por compartir con mis amigas, pero cuando llega la hora de dormir hago un nido bajo mis frazadas y a veces, lloro hasta quedarme dormida.

Decido ser parcialmente honesta con ella, es que no puedo decir ¿Me presta su arma? Me aliviaría mucho un tiro en la cabeza, la mejor opción es –He estado mejor, pero padre dice que el tiempo lo cura todo.

-Eso es cierto – sonriente contesta – estarás bien.

Me parece que acaba de tratar de subir mi ánimo. Poco convencida, me muerdo los labios. Creo que es la peor prestidigitadora que haya existido. Pero, al menos lo intentó.

-¿Cómo estuvo su viaje? – cambio de tema

-Largo – lacónica como suele ser, contesta. Realmente no sé cómo se las arregla para inhabilitar al interlocutor a agregar algo más a la conversación.

De una mano a otra, paso mi bouquet de mentas, pensando en la excusa que me permita largarme de aquí, pero con ella no hay alternativa sino apuntar al blanco – Pensé que estaría molesta– le confieso.

Confundida, abre aún más sus grandes ojos azules– ¿Por qué razón?

Le quedo mirando a la cara y por un momento dudo

Arquea sus cejas aún más demandando una respuesta, así que la entrego – Porque acabé con mi compromiso, las relaciones entre padre y los Chatelet han estado tensas.

-Oh, tiene sentido – dice. Eso no me tranquiliza, tiene esa mirada fría y analítica sobre mí. Luego cruza sus manos tras la espalda, da una mirada al edificio en donde está emplazada la escuela y mueve la cabeza en señal de negación; ¡ahí esta! ¡Otro examen que repruebo! En medio del suspiro pacífico de la vegetación, la escucho suspirar decepcionada –Oh, Isabelle… Nunca consideré sensato que vinieras aquí –dice. No me sorprende que lo diga, pero de igual modo me afecta.

-¿Por qué? – pregunto, y como no dice nada el resentimiento de mi niñez comienza a brotar en mí de nuevo.

-Tienes que admitirlo: tu lista de pretendientes disminuyó notablemente después de tu entrada.

Me alejo algunos pasos, hacia unos parterres de flores en donde dejé mis guantes de jardín y unas tijeras. Me inclino para cogerlo todo.

-Sí, me he convertido en un ser indeseable– digo guardando mis tijeras en mis bolsillos, negándole mi mirada – ¿Quiere agregar algo más?

Pero, mi madre pierde rápidamente la paciencia conmigo. Como un rayo, su mirada se dirige hacia mí; - ¡No seas ridícula! - malhumorada me reprocha.

Me incorporo, me esfuerzo por cerrarme a ella, por mantenerme serena, pero esto último no lo logro.

-Por favor, no llores- me advierte y maquinalmente me trago todo. -No debes preocuparte – incómoda y con mirada inquieta me dice – tu padre y yo resolveremos nuestros asuntos.

Le vuelvo a mirar y asiento.

Después de una pausa pregunta –¿Qué harás ahora?

Aclaro mi garganta -Prácticas, en el Hospital

A esto fija su atención en mí –¿Prácticas? – pregunta con aire desconfiado –¿no es que sólo estudiaban?

-También se debe aplicar lo aprendido, madre – explico abriendo más signos de interrogación en su cara - No nos dejan solas, hay médicos y matronas supervisándonos siempre – agrego y por lo menos algo logra aquietarse.

-Bien, entonces es hora de que me marche. – dice, y nuevamente me sorprende con un gesto. No me da tiempo a reaccionar, camina un paso más, coge mi mentón y besa mi frente, se da media vuelta y se encamina.

-Le acompaño a la salida – Ofrezco, elevando un poco mi voz para que me escuche

-No voy a extraviarme Isabelle – con sarcasmo contesta. Ya ha alcanzado el corredor, pero al igual que ella, yo no espero, sólo me encamino.

-Solo le ofresco mi compañía – con honestidad indico, una vez que llego a su lado. Siento algo de placer al verle un gesto desencajado. Me encanta disolverle ese paredón de cinismo.

Caminamos hacia la salida, en completo silencio, pero la verdad es que es mejor así. A veces pienso que es todo lo que tenemos, la ausencia de nuestras voces más el sonido de nuestros pasos. Cuando pequeña me llevaba de la mano a todas partes y he observado desde entonces que es la parte más fácil de nuestra relación, caminar juntas hacia algún lado, porque basta que una de las dos decida abrir la boca para terminar en discusión.

Es complicado, nosotros, nuestra pequeña familia. Nuestros conocidos, saben que tengo madre, pero al verla serían incapaces de reconocerla como tal. Justo ahora, estudiantes y profesores a nuestro alrededor, ven que un hombre me acompaña a la salida.

Desde el umbral de la entrada a la escuela, cómplice de su transformación, le veo montando su caballo. Me envía una seña de despedida y yo la devuelvo. Para todos, en la inmediatez del presente, a mi madre no le pueden encontrar en ningún lado.

Es lo que quería decir con el hecho de desaparecer, mi madre no está donde todos esperan que esté, así que Oscar puede hacer y estar en donde quiera.

ANA TAMBIÉN SE HA DESVANECIDO… ¿EN DÓNDE ESTÁ? ¿QUÉ FORMA TOMÓ?

Las velas de nuestra habitación están lejos de ser extinguidas al igual que estas ideas que no dejan de sobrecogerme.

Aurore y yo somos las únicas arropadas en nuestras camas, intentando sin mucho éxito, conciliar el sueño.

La mayoría de las estudiantes de Segundo año, son alojadas dentro de la escuela para cumplir nuestros extendidos turnos y horas de estudio. Siendo así, catorce mujeres de variadas edades y orígenes duermen en tres habitaciones. Aurore y yo compartimos una con tres chicas más, que en este momento se encuentran atendiendo a sus pacientes.

La pequeña llama sobre mi velador es serena, suavemente ilumina mis frazadas. Nubosa lana y cremoso algodón, la textura de ambas me recuerdan a estar sumergida en un relajante baño de leche, miel y lavanda, perfecto para conciliar el sueño. Pero el sueño se me escapa.

Después de la charla con mi madre había hecho el camino de regreso al interior de la escuela. Ya era hora de la cena, así que me encaminé al refectorio.

Inquieto ambiente encontré al llegar. Había muchas mesas para sentarse y servirse las comidas del día, pero las alumnas se hallaban apretujadas contra una sola.

Hablaban sobre la pareja que había visto en el corredor junto a nuestro director. Se apellidaban Bouscat. El hombre era tío de Ana y la mujer su propia madre. Ambos habían llegado acompañados por dos oficiales de policía.

-Creen que Irene está involucrada, no lo puedo creer- digo a mi amiga.

-Pues bien, Irene es extraña – desde su cama Aurore me contesta. No ha hecho más que darse vueltas bajo sus frazadas y gruñendo. Se encuentra muy lejos de conciliar el sueño, así que continúa hablándome- Por culpa de Francois, no pudiste ver lo que sucedió: Irene se tornó muy interesante para un inspector de policía y sobre todo para la madre de Ana.

La madre de Ana había empacado todo lo que pertenecía a su hija hacía casi un mes. Con el correr de los días, mientras inventariaba, observó qué algunos ítemes no estaban. Pensó que serían objetos y ropas que su hija se hallaba usando cuando desapareció. Pero a la mujer le llamó la atención esa enfermera fisgona, de curiosa apariencia que se acercaba a ella a platicar sobre Ana. Su aspecto era hosco y similar a la de las villanas de los cuentos de hadas que envenenan a las doncellas. Quería salir de las dudas, así que realizó una petición a nuestro director.

El cuartucho de Irene fue puesto patas arriba al ser requisado y lamentablemente encontraron algo con qué inculparla. La teoría que fue construida en base al hallazgo fue que la vieja enfermera había robado a la joven partera y se había desecho de ella para mantener su inocencia.

-No creo que haber encontrado un brazalete sea suficiente para apresarla e inculparla – le comento a mi amiga.

-Lo sé – contesta y como una niña pequeña agita y bate los pies bajo las frazadas hasta finalmente sentarse. Estira el brazo hacia su mesa de noche, toma un cepillo, lo aplica sobre su pelirrojo cabello unas cuantas veces, devuelve el artefacto, toma su diario y realiza algunas notas, quizás sobre su última asistencia a un parto. De repente se detiene y mira al vacío.

-¿Qué te pasa? – le pregunto y se voltea a mí, una idea brilla en sus ojos avellanados.

-¡Tenemos diarios! - entusiasmada me chilla.

-Tenemos

-Si tuviésemos su diario de registro…

-¿El diario de quién?

-El de Ana por supuesto – me aclara– si lo tuviésemos, sabríamos quienes eran sus pacientes, los lugares en donde les atendió, quizás el último lugar en dónde estuvo; escribimos todo en los diarios de partería – iluminada mi amiga concluye, pero olvida algunos detalles.

-Siento decírtelo, pero es posible que el diario se encuentre entre todo lo que su madre llevó de aquí, como también es posible que se haya extraviado con ella.

Incrédula, desvía sus ojos de mí y hacia la oscuridad del otro lado de nuestro cuarto. Divisando las formas que se dan entre las sombras de la noche como manchas de tinta sobre el papel, ella deja caer su espalda sobre sus almohadones.

OSCAR

Octubre 27, año 1807

UN ENVIADO DE LA CORONA ESPAÑOLA LLEGÓ A FIRMAR UN NUEVO TRATADO AQUÍ EN FONTAINEBLEU. El Señor Izquierdo, concejero de Carlos IV y de su muy cuestionado primer ministro, Manuel de Godoy, ha venido a negociar con nuestra parte, Monsieur Gérard Duroc.

Sólo me encuentro aquí para asegurar el orden de este evento y la seguridad de quienes participan, hasta su término.

Preveo el planeamiento de otra campaña, otras batallas qué pelear.

Podría decirse que este acuerdo ha dejado conformes a ambas partes, pero eso puede ser cuestionado con facilidad. El objetivo del tratado es tener de aliado al reino español para poner a Portugal bajo control, ya que se ha negado a cooperar y proceder con el bloqueo continental a Inglaterra.

Los términos de la alianza son una supuesta repartición de territorios. Una vez que Portugal sea invadido será dividido en tres zonas. El Norte, comprendiendo Oporto, sería entregado con el nombre de Reino de Lusitania al sobrino de Fernando VII, Louis II of Etruria, en compensación de los territorios italianos entregados a Napoleón. La porción media, Beiras, Trás os montes y Estremadura Portuguesa, serán reservados para un posible intercambio por Gibraltar y la Isla de Trinidad, ahora en manos de Gran Bretaña. La zona del sur, Alentejo y Algarve será entregada a Manuel Godoy y su familia como el Principado de Algarves.

En cuanto a las colonias españolas, su reparto entre nosotros y España será dejado para un acuerdo o tratado posterior.

Hace ya algún tiempo, todo esto me está pareciendo una gran farsa. El espíritu de nuestra revolución se ha disipado casi por completo. La empresa de esparcir los ideales de esta ha sido opacada por tratados de tono arrogante como este. Me sorprende que España haya cedido: para invadir Portugal junto a ellos, nuestras fuerzas deben acantonarse en su propio territorio.

No se ha dado aún el número de regimientos involucrados en esta tarea o quien de todos nosotros estará a cargo. Cualquiera sea el plan, se encuentra envuelto por aires de sigilo, de clandestinidad.

Nadie cuestionará nada, hasta nuestros líderes son guiados por una fe ciega.

Ya es tarde. El sol se oculta y he de supervisar a dos oficiales en comando de las brigadas enviadas para la protección de las autoridades asistentes. Su reunión ya ha terminado hace unas horas y debo despachar a mis hombres cuanto antes.

Debo ir a casa.

ESTUVE MUY CERCA DE DEJAR MI UNIFORME, PERO DESPUÉS DE TREINTA Y TRES AÑOS, un adulto como yo encontró demasiado difícil remover los hábitos que construyeron su vida, su identidad.

No tengo excusa para lo que hice, y nadie me perdonará por ello.

Mi nombre es Oscar Francois de Jarjayes. Nacida en familia Noble fui criada para convertirme en guardian y protector de la Familia Real de Francia. Por mi honor juré cumplir con esta tarea, siendo muy joven. Casi Veinte años después me deshonraría a mí misma y a mi familia, al cometer un acto de traición imperdonable.

Renunciar como capitán de las Guardias Reales, para convertirme en el comandante de una Compañía de Guardias Franceses no fue imperdonable. Pero que mi compañía y yo nos uniésemos a las insurrecciones del verano de Julio de1789, lo fue y cambió todo.

...ANDRÉ...

Son las cuatro de la mañana cuando llego a él en Saint Germain, en la casa que una vez pretendimos convertir en nuestro hogar. Fue mi culpa que el plan no funcionara del modo en que lo habíamos soñado.

Está despierto. Desde la calle puedo ver las luces, iluminando las ventanas de la sala.

Por mi misma, hago mi camino al interior de nuestra propiedad. Por un jardín y hasta un establo en donde puedo asegurar a mi caballo.

Regreso por el jardín tomo un corredor hacia una puerta de entrada y sigo un pasillo que me guía directo a donde está.

-¿Dirías que es tarde por la noche o temprano por la mañana? – pregunta. Se encuentra frente a una mesa, con un periódico desplegado sobre esta, pero ha levantado la vista hacia mí.

-Temprano por la mañana, por supuesto - contesto

-¿Qué tal una taza de chocolate? – dice apartándose del periódico y moviéndose hacia una esquina de la sala en donde una mesa más pequeña se halla servida con su ofrecimiento– en dos horas más debo regresar.

Comenzó como mi sirviente, cuando tenía ocho años. Obtuvo su libertad al finalizar su servicio como guardia francés en la compañía que yo comandaba. Tenía treinta y cuatro años.

Sus días como soldado terminaron un día antes del ataque a la prisión de la Bastilla.

Un disparo en el pecho casi se lo lleva a la tumba. Recuerdo cuanto le costó recuperarse. Fue una tortura esperar. Entonces, concentrada en la variación de colores en su rostro, de cuantas pequeñas raciones de comida aceptaba su extenuado cuerpo, velando su sueño y el ritmo de su respiración, yo permanecía inconciente de mí misma.

La Declaración de los derechos del Ciudadano, fueron escritos y dados a conocer el 12 de Agosto de 1789. Los hombres eran iguales y finalmente libres. Fue una ocasión feliz y todos lo celebramos. Esa mañana vomité hasta quedar reducida a un patético trapo.

"Leve indigestión" decía, a quien preguntara, incluso a mi convaleciente André. Fui una tonta, incluso él podía notar que ya nada sería igual.

Me tomó un tiempo aceptar mi nueva condición.

Pero, recuerdo esa maravillosa sonrisa, solo una que él puede tener ¡Iba a ser padre!

Rió, se levantó de su cama y olvidando las heridas de su cuerpo trató de alzarme en sus brazos. El dolor frustró su intento. Le obligué a sentarse y descansar pero, luego continuó riendo. Nunca lo había hecho tan feliz, por eso no dije palabra. Debía celebrar con él. Merecía eso y mucho más.

Los problemas no terminaron allí. Incluso antes de esta noticia mi deseo era unirnos en matrimonio, pero mi sola identidad y reputación fueron obstáculos para ir más adelante con este plan. Yo era un hombre.

Así como mi vientre crecía, Oscar iba retirándose de la vida pública; no encontraría forma de explicar el fenómeno que afectaba a su cuerpo. Cómo excusarse, cómo construir sin cimientos, la verdad se desplomaría sobre mí en cada momento, por mucho que lo intentara no lo lograría.

Al quinto o sexto mes, dejamos el departamento en donde los Chatelet nos habían alojado y mudamos a nuestro primer hogar. Una vez allí, reduje mi vida al interior, sobre todo mientras esperaba a que naciera… a que nacieran. No sabía que iban a ser dos.

El quince de Abril de 1790, tras horas de un dolor inigualable a cualquier herida que haya sufrido en batallas, di a luz a un niño. No admití objeción de su padre. Le llamé Alexandre Gerard.

Pero tres minutos después, de forma inesperada nuevos dolores me atormentaron. Dieron paso a una pequeñísima criatura, una que nadie pensó vendría. Quise llamarle Maia, pero André reclamó la victoria cuando nuestra bebita reaccionó. Abrió sus ojos cuando le llamó Isabelle y casi burlón dijo "¿Ves? ¡Le agrada!"

El concenso fue Isabelle Maia.

FUE ABRUPTO. UNA MEDIATARDE DE PRIMAVERA UN PAR DE MELLIZOS ME HABÍAN ATRAPADO. No es racional pensar que dos seres sean ante todo más importantes que cualquier ser humano en todo el mundo, pero para mí, Isabelle y Alexandre lo eran. Lo siguen siendo.

No dormí. Me instaron a hacerlo; estaba exhausta, pero debía ver cómo eran aseados y cambiados de paños. Debía saber cómo hacerles dormir, debía conocer a la nodriza que los alimentaría, porque no permitiría su entrada jamás a nuestro hogar. Yo era la madre; yo debía cuidar de mis bebés y no podía fracasar.

Pero tras dos días y eternos llantos, habría de conseguir el paradero de una segunda nodriza, ya que mi leche no era suficiente para alimentar a ambos niños.

El sol salía y luego la noche caía, y todos los días eran iguales. Habilidades de sala cuna no estaban lejos de mí sino inalcanzables y la asistencia de mis sirvientas para realizar la tarea más simple era siempre requerida. No sabía con seguridad qué diablos estaba haciendo con mis pequeños, necesitaba a una criada para confirmar si el pañal estaba asegurado y no escapara materia de ningún tipo, si mi hijo tenía fiebre o quizás le había arropado demasiado, cuanta ropa debía quitarle para que no atrapase un resfriado, qué debía hacer para que dejase de llorar, si ya había probado todo!... ¡Dios! ¡Nunca fui preparada para esta vida, porqué otras madres sabían exactamente qué hacer! Dormía y despertaba cuando ellos lo hacían, corría a ellos ante cualquier llanto, el dolor me atacaba cuando a ellos les escocía… Era feliz cuando sonreían o un nuevo gesto se dibujaba en sus regordetas mejillas, cuando caminaron y hablaron, mi pecho habría podido explotar de emoción...!

¡Qué se necesita para ser madre...! Creo que nunca lo llegaré a saber...

En medio de todo esta confusión, escuchaba ese zumbido de realidad que jamás había cesado a pesar de mis nuevas preocupaciones. Mis hijos alcanzaban los dos años de vida y el mundo se venía encima de nuestra joven República.

En medio de esta, André intentaba sobrevivir. Poco a poco maduraba y comenzó a conocer una parte de él que yo nunca le había permitido descubrir. Había trabajado duro durante toda su vida, pero nunca cosechó los frutos de su esfuerzo. Él me asistía a mí, por lo tanto, yo cosechaba el éxito.

Luego sus hijos nacieron, y el destino le desafió a encontrar su propio camino. No podia retornar a su uniforme. André tenía un ojo ciego y ya que no contaba con un amo que usara sus influencias a su favor, no sería admitido nunca más.

Nuestros ahorros nos mantuvieron en una vida sobria mientras él establecía nuevas conexiones y luchaba por obtener una posición. Eventualmente vio un buen resultado.

Le recuerdo llegando cada día como si un peso enorme se hubiese levantado de él. Era el mismo de siempre, pero disitinto, como si una fuerza dentro de él fluyera con más naturalidad, más independiente y resuelto de lo que había imaginado. A aquella resolución que en ocasiones había demostrado en su niñez, yo solía llamarle desobediencia y reveldía. Unos cuantos azotes de mi padre habían reprimido aquella conducta que entonces volvía a surgir como una virtud.

Cuando sus niños recibían su beso de buenas noches, parecía completo. Luego me encontraría a mí y sonreiría, yo avanzaría a él y reclamaría mi beso y su abrazo. Preguntaría cómo había sido mi día y yo sabía que él deseaba oírme decir que había sido tan retador y realizador como lo había sido para él.

¿Lo había sido?

Había una monstruosidad de respuesta a esa pregunta, un grito horrible amenazando con destruirme. Así que asentía y comenzaba el relato de dos niños pequeños y su torpe madre.

La mayoría no desea dejar a sus hijos y esperaba a que André pensara eso de mí, ya que me excusaba ante cualquier invitación en la que tuviese que aparecer en público.

Eventualmente creo que asumió que debería atender a estas por su cuenta. Se convirtió en un hábito para ambos. Nuestras únicas salidas eran hechas a la calle de L'Odeon, al departamento de los Chatelet.

Cuando nuestros hijos cumplieron los dos años de vida, problemas aún más desastrosos llegaron a nuestra nación. Estábamos en crisis, pero sorprendentemente nuestros nuevos gobernantes electos decidieron declarar la guerra.

No teníamos ejército o los recursos para mantener uno. Aunque muchos civiles estaban dispuestos a pelear y defender lo que tanto les había costado obtener, no poseían entrenamiento en absoluto.

Miembros de un ejército en ruinas recorrían Paris y al resto del país en busca de los pocos oficiales en jefe de elite para entregar instrucción a una masa de reclutas inexpertos. Eso supe y pude confirmar cuando André regresó de otra velada solo y sin su esposa.

Le encontré cuidando el sueño de nuestros hijos. Yo me detuve ante la entrada de su habitación y le saludé. "¿Cómo estuvo tú tarde? ¿Bien?"

"Vi a Alain" dijo, apartando suavemente un mechón de la frente de Alexandre. Volvió su rostro a mí

"¿Cómo está?" pregunté desde mi lugar. Tenía que recordar que había excluido a Alain y a cualquiera otro de mis subalternos al iniciar mis nuevas actividades del hogar. Él llegó a visitarnos en muchas oportunidades, pero comencé a perderle de vista ya que nuestros quehaceres no coincidían en absoluto.

"El ejército lo ha reclutado" contesto, inusualmente cortante "dice que muchos preguntan por ti…"

"Iré a la cama, no les despiertes" le ordené y me marché.

Al día siguiente, cruzaríamos un par de palabras y se marcharía, lo cual estaba bien según mi humor del día, pues a la noche regresaría y me haría saber sobre los dos oficiales que le habían visitado. Ya que había sido el antiguo valet de Oscar Francois, se hallaban seguros en que él podría localizarlo y entregarle la urgente misiva.

"Te dejaré a solas para que lo leas" dijo mientras tomaba el sobre sellado de sus manos.

"No será necesario" dije, pero cuando aparté mi atención del correo, me encontré sola en medio del cuarto de lectura frente a mi escritorio.

La llamada de Isabelle me arrancó de allí. Dejé la carta sobre mi escritorio y fui en su búsqueda. La encontré tumbada en el jardín, en medio de margaritas. Al verme, sonriente caminó a mí con una mano extendida. Un caracol babeaba su mano. "¡Isabelle!"le reproché, quitando al molusco de su palma. Comenzó a llorar cuando saqué de sus bolsillos otros animalejos, piedras y tierra...Siempre le gustó jugar con tierra...

Sabía el contenido de aquella misiva, el pedido formal para hacerme parte en el entrenamiento de un cuerpo del ejército.

Pude confirmar lo anterior cuando mi hijo descubrió mi escritorio. El pequeño niño de manos inquietas rompió y abrió muchos documentos y había pasado amena tarde gracias a mis tintas y plumas.

"Sólo tiene dos años" André dijo, abogando por él. Solo diré que si su padre no lo hubiese levantado de mi silla, habría recibido sus primeras nalgadas.

Mientras reorganizaba y colocaba todo en su lugar, leí lo que quedaba de la carta de un oficial llamado Kilmaine, a quien en el pasado sólo conocí por reputación, cuando solíamos servir a nuestros reyes. Implorar por ayuda no era vergonzoso, para él en ese instante era imprescindible; suficientes razones tenia para hacerlo. No exageraba al utilizar la palabra "patético" para describir el estado de nuestras fuerzas militares. El dinero en las arcas era inexistente, uniformes y armas herramientas inalcanzables, al igual que comida y otros insumos.

Era alarmante, una pesadilla, pero todo lo que debía hacer durante la siguiente hora, era darle a mi hijo un buen baño.

Recuerdo cómo mi frente hervía; había logrado quitarle la ropa al pequeño renuente al jabón y el agua caliente, pero había arrancado de su cuarto y huído desnudo por los pasillos mientras yo iba tras él. Sylvie, nuestra criada más joven, preparaba una bañera en el cuarto de los niños mientras Alexandre intentaba esconderse bajo una cómoda en la habitación de su padre y mía. Sólo logró poner a salvo la mitad de su cuerpo. Cuando tomé su pie, sobresaltado, golpeó su propia cabeza contra la parte inferior del mueble. Su llanto fue un aullido interminable, pero sólo así pude tomarlo en brazos y llevar a la bañera.

A pesar de las burbujas y el agua tibia, se quejaba constantemente, cuando nuestra criada y yo comenzamos nos inclinamos ante la bañera a fregar su rostro y manos manchadas en tinta.

"Te enseñará a no jugar con las cosas de tu madre" escuché a su padre diciendo. Su reproche se hundió en su risa afable. Había entrado y cerrado la puerta tras de sí.

"¿Él mismo te entregó esa carta?" Le pregunté volteando mi cabeza hacia él por un breve instante. Debido al gesto incauto en su rostro, agregué "Kilmaine"

"No tuvo alternativa" asintiendo dijo "no hay quién le asista"

"Lo sé" respondí, devolviéndome a mi hijo, quien había quitado la barro de jabón de las manos de Sylvie para morderla "describió la situación interna de forma bastante clara, es desolador, no tenemos cómo defender a nuestro país" continué mientras arrancaba la barra de jabón y un llanto de mi pequeño.

"¿Qué vas a hacer?" preguntó casi al mismo tiempo en que escuchamos diminuta voz llamándole del otro lado de la puerta sobre la cual él se afirmaba de brazos cruzados.

"Realmente no puedo decirlo, André" respondí, indicándole a la criada que saliera y atendiera a mi hija.

André abrió la puerta dándole el paso, volvió a cerrarla sin quitarme su atención de encima "Nuestro estado es crítico" insistió, por alguna razón que no entendía entonces.

Algo en su tono me hizo dudar, algo ansioso, algo molesto; Sylvie había salido a atender a Isabelle, pero no era hábito en él ignorar a su hija "¿Nuestro estado?" pregunté, volviéndome nuevamente a él. Con su pregunta en mente, pensaba en nosotros, nuestros pequeños ¿Quería hablar de ello? "Habla más claro" demandé.

"¿Hay forma más clara de exponerlo? Tú más que nadie sabe qué está pasando" extrañado cuestionó mi orden.

Horrorizada pensé que una vez más había logrado leer mi mente, que sabía el espanto de mujer a quién se había unido. Decía conocerme bien, pero eso nunca acaba de lograrse.

"¡Qué esperas que haga!" la barra de jabón que sostenía se resbaló de mis manos y hundió bajo el agua y escuché a Alexandre riendo; no sabía que su madre también se hundía y comenzaba a disolverse.

"Lo correcto, Oscar" calmado y asertivo contestó, pero cómo lo podría saber, cómo podía estar tan seguro.

"Ya no sé qué eso"

"Claro que lo sabes"

Aquella respuesta colmaba mi paciencia: podía escuchar a Isabelle gimoteando afuera, llamando a su padre y a la criada chantajeándola con mimos y postres esperando en la cocina. "¡Abre la puerta de una vez por todas!" ordené a André

"Oscar" me llamó y en eso Alexandre finalmente decidió chapotear y salpicarnos con agua jabonosa, considerable parte del contenido dentro de la bañera se derramó sobre mí y el suelo.

"¡Ya fue suficiente!" estallé y mi hijo se detuvo. Viéndome de pie, él mi miró desde su pequeñez, parpadeando una y otra vez rápidamente, sus manos hechas puño cerca de su rostro, como protegiéndose del monstruo de madre que tenía.

André no dejaba de observarme, pero le ignore. Mis manos alcanzaron una toalla para envolver a Alexandre. Con él en brazos abrí la puerta y encontré a su hermana zafándose de las manos de Sylvie y extendiendo las suyas a nosotros.

Tomé su pequeña mano y juntos enrumbamos a mi habitación. En ese momento recordé mi primer día en aquella casa. Estaba a pocos días de darlos a luz, antes de eso nada podía separarnos.

Yacimos en el mismo lecho como en aquel día de primavera, cuando nacieron. Cuando se quedaron dormidos, comencé a llorar. Sus pequeños cuerpos, relajados, ojos y bocas cerrados, su suave respiración era todo lo que oía mientras acariciaba sus rostros. Estos momentos eran los más difíciles; cuando mis niños entraban en el sueño; se encontraban en su propio mundo y yo quedaba en el mío, sola. Con nada que hacer, mis deseos y pensamientos me acosaban. Pero en ese día, me fue imposible reprimirlos.

André abrió la puerta, desde el umbral nos observaba. Estaba arruinado todo para él, una vez más hacía de su vida un infierno, pero no había más que ternura en su mirada.

"Perdóname" sollocé.

"Vas a regresar, sé que lo harás"

Sí. Él ya me conocía.

Algunos meses después, yo ya no estaría allí.