Disclaimer: Los pesonajes de esta historia pertenecen a la gran imaginación de J.R.R. Tolkien.
Aviso: Este fic participa en el Reto 5# Especial San Valentín, primer reto del mes de febrero del foro "El poney pisador".
Punzada
Solo otro hombre enamorado podría entender lo que cruzó mi mente en el glorioso instante en que , recién salido de mi letargo, mi mirada se encontró con el más bello rostro que jamás tuve el honor de contemplar. Aquella mujer era de una hermosura sin igual; ni siquiera la belleza inmortal de cualquier elfo podría superar la de Éowyn, pues la suya no era solo en apariencia. La fortaleza que albergaba su corazón era mil veces más grande que la de ningún caballero que yo hubiera conocido; la entereza que mostraba, sin parangón. Y eso era lo que agitó los cimientos de mi alma cuando mis ojos la contemplaron por primera vez.
Su pálido rostro; su cabello, del color de los campos sembrados que tanto caracterizaba a los habitantes de Rohan; sus suaves y blancas manos. Regia toda, así es y así la veía a cada instante que el calor que irradiaba me sacaba poco a poco de la oscuridad. Ni siquiera la hoja de reyes, que en un principio había conseguido retener mi cuerpo en el mundo de los vivos, hubiera podido lograr curar mi alma, marchita como estaba por la pérdida y el dolor más punzante. Y eso es lo que Éowyn había logrado; tan solo una mirada suya había bastado para sanarme.
La hoja de Morgul había cortado y ennegrecido mi carne de una manera atroz, y mi vida pendía de un hilo. Sin embargo, cuando contemplé a Éowyn, multitud de pensamientos se agolparon en mi mente. ¿No era eso, acaso, alguna especie de designio? Tomé como una señal el hecho de haber sobrevivido a tal situación y que, de repente, aquella hermosa dama se hallara frente a mi, arrancando cada resquicio de oscuridad que aún moraba en mi cuerpo e inundando todo mi ser con una luz que me sanaba por entero a cada mirada suya.
¿Cómo no amarla? Si con solo verla, apoyada en uno de los muros que daban al este, infundía tal coraje que mi pecho se henchía de un orgullo repentino, de coraje desmedido. ¿Cómo no hacerlo, pues? Si el corazón parecía querer salírseme del pecho a cada gesto suyo, por pequeño o insignificante que pudiera parecer.
Recuerdo como un bello sueño el momento en que la descubrí paseando por entre los blancos y fríos muros de las Casas de Curación, con la mirada perdida, viendo sin ver. Pues, aunque sus ojos se dirigieran al frente, no estaban puestos en nada más que en el este y en la batalla que estaría a punto de comenzar en la Puerta Negra. Y el primer pensamiento que cruzó mi mente fue que la admiraba de una manera desenfrenada, como de igual modo había comenzado a amarla sin saber siquiera el significado de mis sentimientos.
Pero las circunstancias eran demasiado complicadas como para que tan solo pensamientos de amor se dibujaran en mi mente. Sabía cuál era mi responsabilidad y con lo que tendría que lidiar si la fortuna acompañaba ese día a los valientes que se hallaban apostados ante los muros de Mordor. Un cúmulo de sensaciones contradictorias hicieron mella en mi de la más atroz e inesperada de las maneras, y no era menos violenta la batalla que se libraba en mi interior, pero el corazón venció a la razón una vez más y así pude perderme en el más dulce de los enamoramientos, con Éowyn, aunque ella aún no fuera consciente de ello.
