Advertencia: Cualquier parecido que veas en ésta historia con otras ajenas a mi persona, es la simple señal de que lo que te estás fumando no es nada bueno, o que necesitas urgentemente comprarte una vida.

Disclaimer: Odio decirlo, pero "Axis Powers Hetalia" como obra maestra no me pertenece, sino a Hidekazu Himaruya. No es mi intención lucrar con su creación, sino hacer de ésta historia una actividad de mero entretenimiento para quien se interese en leerla.


Capítulo: La culpa es de Japón

Aquella reunión de naciones era no muy diferente a las anteriores. Era de esperarse que el estadounidense estuviera allí, hablando con la boca llena de hamburguesas, con el inglés interrumpiéndolo enfadado, y el francés inmiscuyéndose en el conflicto de la forma más inadecuada, solo por llevar la contra. Y en efecto, así comenzó.

No terminaban todavía de tratar el preocupante tema del calentamiento global, que iba en evolución, cuando el mayor de los asiáticos sugirió cambiar de tema, no solo por verse directamente afectado en acusaciones que hacían los demás países, sino porque no se estaba llegando a ninguna solución concreta, y ya el aura de su compañero el euro-asiático no anunciaba nada bueno, a pesar de que éste se hallase sonriendo.

—Atención, por favor-aru— llamó el chino, chasqueando sus dedos — ¿Y si tratamos de hablar de algo distinto? Acusarnos no servirá de nada-aru.

—Tu problema no es ése, Yao. Te asusta que nos levantemos en tu contra por ser quien más contamina el mundo— retó gravemente Arthur, ya sintiendo que su jaqueca le haría estallar en cualquier momento.

— ¡No, no-aru! Es que en serio no estamos llegando a nada... ¡Y comienzo a asustarme-aru!— dirigió una rápida mirada al ruso sentado a su lado, de forma disimulada, de modo que todos, menos Iván, pudiesen percatarse de ello.

—Entonces, si alguien tiene algo más interesante que decir, y que no esté contra mi persona, podemos seguir con la reunión— dijo Alfred, suponiendo que en cuanto diera final al tema del calentamiento, exigiendo cambio, no tardarían en bombardearlo de demandas que prefería no escuchar.

—No se valen esos límites, yo tengo mucho que reclamarte maldito campesino— espetó el representante de Inglaterra, cruzándose de brazos.

—No queremos problemas internacionales, por favor. Pretendamos evadir temas polémicos, formar acuerdos entre todos y llegar a soluciones que a todos nos parezcan— fingió maduramente Alfred, adquiriendo una posición entre galante y humilde, y así dar fuerza a su idea.

—Pues es eso concuerdo con él...— comentó en voz alta Kiku, siendo interrumpido súbitamente por el suizo:

— ¡Ya te lo he dicho, Japón: da tu propia opinión...!—

— ¡Calma, calma!— llamó el chino, viendo que ahora también el austriaco comenzaba a inquietarse — ¿Por qué todas las reuniones pueden ser iguales...?—

—Porque siguen en cuestión los mismos problemas por resolver ¿No te suena eso? Quizás sea la respuesta— fue la intervención negativa del Francés —Si dos personas presentes, que no nombraré, supieran comportarse como unos caballeros, habríamos avanzado mucho más de lo previsto...—.

—Entonces, si alguien tiene algo inteligente que decir, y que no sean negativas o indirectas a otras naciones: que hable— propuso el estonio, mientras preparaba en su computadora un documento, dispuesto a hacer las de secretario y anotar todos los acuerdos y asuntos de la reunión. El ruso levantó su mano, aún manteniendo el dulce semblante que le caracterizaba.

—Mientras no propongas algo como tu "brillante" idea del comunismo, armas nucleares, vodka, que te devuelva Alaska o "Ser uno con Rusia": puedes hablar— indicó el estadounidense, contagiándose con la jaqueca del inglés y el austriaco.

—Quería proponer que hiciéramos una pausa para almorzar...—

— ¡Si, si, almuerzo! ¡Ya es hora de almorzar!— festejó Feliciano, tomando los papeles de sus apuntes y lanzándolos por el aire

— ¿Verdad que sí? Las diferencias horarias entre América y Europa son incómodas. Muero de hambre— dijo lastimoso el euroasiático.

— ¡Si! ¡Almuerzo! ¡Quiero almorzar!— el italiano veneciano se tomó del brazo de Ludwig, comenzando a remecerlo casi con salvajismo — ¡Almorcemos, apóyanos! ¡Quiero pasta!—

— ¡No me zamarrees! ¡De acuerdo: apoyo la idea de almorzar!— antes de que le sacaran de sus casillas, el alemán prefirió darle la razón a su eterno dolor de cabeza.

— ¡Perfecto, la comida es importantísima! ¡Yo siempre vengo preparado-aru!— Yao sacó de su bolso de carga una cocinilla pequeña, y abrió el conducto de gas en ésta — ¡Si alguien quiere calentar o preparar comida, sólo me lo pide-aru!—

— ¡No almuercen en la sala de reuniones: esto no es un restaurante!— el británico parecía ser el primero en no estar de acuerdo con la idea de comer, en vez de charlar.

— ¡Vamos, Arthur, la comida hará de la reunión algo más agradable! ¡Piénsalo!— animó el estadounidense, desenvolviendo otra hamburguesa —Podremos también probar algo de las otras naciones, podría resultar algo divertido—

—Y si gusta, mon chérie, puedo prepararles algo que les guste. Un poco de cocina gourmet francesa, y sus paladares quedarán encantados. No sólo sé hacer magia por las noches en las camas, sino que también soy un excelente cocinero...—

— ¡No, no y no!— gruñó Arthur, volteándose hacia la ventana —No se puede hablar con una panda de inmaduros hambrientos sobre algo serio—.

No sólo fueron Alfred, Francis y Feliciano los que trataron de convencer al inglés, sino que se sumaron a la causa gran parte de las otras naciones, que desde muy temprano habían venido casi a ayunas a la reunión en casa del americano. Bastó con decirle que podrían también tomar algo de té como un bajativo, y en vista de que ya se aproximaba la media tarde, Arthur aceptó.

—Sólo porque me gusta el té a las cuatro de la tarde, almorzaremos...—

— ¡Bien-aru! ¡Al fin algo en que todos concordamos-aru!— celebró Yao, dando más la llama a su cocinilla, mientras sofreía algo de carne y mariscos en una pequeña sartén.

—Tengo un microondas y un horno en mi cocina, si quieren acelerar el proceso— ofreció Alfred, conduciendo a muchos de los representantes extranjeros hacia su cocina.

Muchos de los que no solían asistir a reuniones pidieron permiso para ir a comprar algo a la ciudad, otros tantos bajaron a la cocina a calentar sus aperitivos. Mientras que los representantes de las naciones Italia, Alemania, Japón, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China, se quedaron en la sala, ya acostumbrados a todas esas reuniones a deshora, sabiendo que debían cargar con sus almuerzos guardados en caso que las reuniones se alargaran más de lo esperado.

El italiano llevaba en una cajita hermética algo de salsa, y pasta aún temperada. Alemania guardaba en el mismo sistema que Feliciano algunas salchichas y papas cocidas, y como era de esperarse, Kiku llevaba su caja con el almuerzo consistente en arroz blanco y algunos aderezos. A Alfred le bastaban sus hamburguesas y algo de milk-shake para pasar el hambre, mientras que Arthur era feliz con una taza de té bien cargado y algunos bollos o budín. Yao terminaba de sofreír algo de carne cuando empezó con el arroz, para ése entonces, Iván ya había tomado casi toda la sopa que solía llevar en un termo, casi de tres sorbos, y Francis esperó a que China acabara para prepararse algún surtido con los múltiples ingredientes que, como todo buen gourmet, cargaba consigo en caso de que se le fuese a ocurrir algo en sus salidas.

— ¡Buen provecho!— gritó Feliciano, antes de devorar su platillo predilecto sin demasiado apuro.

—Oigan, hay algo aquí que huele delicioso...— comentó Ludwig al aire, sorprendido de que no se tratase de su propia y preciada comida — ¿Qué es?

—También lo siento: es fuerte, pero... se huele exquisito-aru...— respondió Yao, mirando hacia la fuente de procedencia del aroma...

Todos lo imitaron, y pronto, las miradas se vieron posadas sobre Kiku, quien degustaba un aderezo de color oscuro, oloroso, que despertaba el apetito. Era como si se hubiesen combinado los más fuertes y sabrosos condimentos y especias en una sola salsa. Carraspearon con sus gargantas, como si con ello le hicieran entender que exigían una explicación...

— ¿Ah? ¿Qué...?— Kiku miró hacia todos lados... — ¿Qué pasa?

— ¿Qué tienes en ése frasco?— preguntó Francis.

—Es una mezcla que estuve probando en casa. La perfeccioné hoy en la mañana, poniéndole algunas cosas como químicos y demás. Quería un sabor acentuado, que resaltase en mi comida, y... resultó esto.

—Huele delicioso...— añadió Arthur, mirando codicioso aquella mezcla.

— ¿Compartirías un poco con nosotros...?— pidió Yao —Siempre has sido el ingenioso-aru. Es... tentador...—

—Si gustan, claro. Me sentiría halagado de que probaran mi invención.

—Irá bien con la pasta italiana— Feliciano sacó un poco con una cuchara, poniéndola en su plato.

Así lo hicieron todos los presentes. Sacaron algo de la salsa preparada por el japonés, y la mezclaron con sus respectivas comidas, salvo Arthur, que antes de llevarla a su boca con la cucharita de té, sugirió:

—Antes, y si es que no les molesta, quisiera bendecir la mesa...—

— ¿Complejo de Boy Scout*?— rió Alfred, deteniéndose en sus intenciones por morder la hamburguesa.

— ¡Tú solo repite después de mí, bastardo!— gruñó el acusado, antes de cerrar sus ojos y comenzar a recitar en un extraño dialecto, algo que todos de forma involuntaria repitieron en voz alta...

—Sin ofender, mon chérie, pero esto me suena a uno de tus embrujos baratos...— dijo Francis.

—Bueno, en realidad sí es un hechizo— Arthur soltó una risa que causó escalofríos —Uno para maldecir la comida...— todos comenzaron a atragantarse...

— ¡¿Eh? ¡¿Por qué?— Lloró Feliciano — ¡No me gusta la comida maldita...!

—Está de bromas, supongo— le calmó Ludwig —Solo se trata de cuentos infantiles y tontas tradiciones para asustar a gente como tú, Feli...

— ¡Tengo miedo! ¡No quiero pasta maldita...!— le interrumpió el veneciano, sin oír explicaciones. Arthur soltó otra carcajada, ésta vez burlesca.

—Coman antes que se enfríe. Y antes que vengan los otros a molestar aquí...— comentó Yao, metiendo a su boca una cucharada colmada de su preparación.

Lo siguiente fue prácticamente tragar sus aperitivos, aunque esto me significó que necesariamente no disfrutaron del nuevo aderezo de sus comidas. Los demás representantes de las naciones llegaron al salón, ya satisfechos y dispuestos a seguir con aquella conferencia. El sabor cargado y agradable de la salsa oscura preparada por Kiku, no se desvaneció de sus bocas por todo el resto de la reunión, e incluso parecía tener en ellos un efecto distinto, porque ahora más que ser la reunión el centro de detención y atención de los que la habían consumido, estaban más preocupados a cambio, de la pesada sensación de sueño, fatiga y apetito que les había dejado el almuerzo.

Alfred estaba algo más callado, y hasta sentía que la lengua y la mandíbula le pesaban para hablar. Feliciano había quedado en una especie de trance tan profundo, que ni siquiera se dio cuenta que un hilo de baba mojaba su mentón. Ludwig sentía sus párpados pesados, y los deseos de, literalmente, mandarlos a freír monos a todos e irse a dormir a casa. Kiku y Yao no se explicaba cómo, de un momento a otro, la vista se les nublaba como si fueran a desvanecerse... pensaron que se trataba del efecto de las diferencias horarias y el cansancio acumulado de tantas reuniones seguidas, todas agotadoras...

Francis no dejaba de bostezar, sus diálogos eran divagaciones sin ton ni son, y de vez en cuando carcajeaba somnoliento, como sin verdaderas ganas de reírse. Por su parte, Iván se había apoyado en la mesa, acomodando la cabeza entre ambos brazos cruzados sobre la tabla, aunque pretendía seguir escuchando y entendiendo los puntos que los otros exponían, aunque sin demasiado éxito. Arthur, sin siquiera darse cuenta, se había quedado estático, apoyado en la pared, como durmiendo con los ojos abiertos, sin conciencia ni reacción.

—Ve~— bostezó Feliciano, una vez que su saliva se hubo enfriado y le sacó del trance: — ¿Qué hora es?—

—Hora de acabar la reunión— propuso Alfred apresuradamente, levantándose de su asiento.

— ¡¿Hora de qué...? ¡Pero si apenas y voy en la razón doscientos siete de por qué Prusia debería volver a ser nación! ¡No me jodas, maldito consumista! ¡No puedes!— Gilbert estaba hecho una furia.

—Ya habrá tiempo para eso, aru... me urge una taza de té caliente...— se lamentó Yao en un gemido, ahogado en un bostezo.

—A mi un baño caliente...— objetó Francis

—Quiero meterme en mi cama— se quejó el ruso, no en condiciones muy diferentes a la del italiano.

—Bueno, bueno. Ya que todos insisten— Ludwig trató de esconder su apoyo tras la débil excusa —No podemos hacer la reunión si la mitad de los asistentes están con tanto sueño— se levantó de su asiento.

— ¡Sentados, maldita sea!— Vash les apuntó a los somnolientos con su revólver — ¡Hay demasiados problemas por resolver, y no pienso reunirme con ustedes de nuevo! ¡Hay tantas cosas por hacer que he tenido que hacerme un espacio, no podemos desaprovechar la oportunidad!

—Vash, cálmate— sugirió Roderich, aún con dolor de cabeza —Quizás si tengas razón, Sería desconsiderado forzarlos, y más aún, estando tan cansados dudo que pongan demasiada atención a los asuntos...

— ¡Es porque a nadie de ustedes, debiluchos, le conviene que mi nación aparezca nuevamente!— Gilbert rompió las hojas donde tenía anotados sus argumentos — ¡Están huyendo, cobardes! ¡Y tú, podrido señorito, tú eres el más asustado de todos, por eso les das la razón!

—Dios... ¿Todas las reuniones tienen que ser iguales?— Arthur despertó furioso, al ver su sueño interrumpido.

—Estoy cansado, por favor. Ya les citaré otro día para que nos pongamos de acuerdo...— el estadounidense se colocó de pie, y borró la pizarra escrita con marcador —Pueden retirarse...—

—Gracias al cielo— bostezó Kiku, comenzando a guardar su papeleo y otras pertenencias esparcidas en su lugar.

No tardaron en retirarse los afectados por aquel imprevisto bajón de somnolencia, y los otros, siguiéndoles muy de cerca. Vash, a regañadientes, salió corriendo del salón hacia su próximo compromiso, lamentando aquella pérdida de tiempo, tal y como le dolía perder dinero. Gilbert era sin duda el más furioso, pero luchar contra todos ellos en ese momento no ayudaría en nada: y acabó por irse a la casa que tenía por reservada en alguna zona entre Alemania y Polonia. Los demás se retiraron despidiéndose cordialmente, sin demasiada prisa.

De alguna milagrosa manera, los ocho afectados llegaron sanos y salvos a sus hogares. Se acompañaron los dos orientales sin intercambiar palabras, y los europeos fueron en grupo hacia el aeropuerto, para tomar el primer vuelo que fuera a cualquiera de sus naciones: sabían que en ellas podrían tomar algún autobús, tren, u otro avión hasta sus destinos específicos.

Alfred fue hacia el sofá de su sala de estar y se echó encima, hallándolo más acolchado y esponjoso que nunca; por ende, se quedó dormido ahí mismo.

Arthur, al llegar a Londres, apresuró sus cansados pasos hacia su residencia; y sin detenerse a saludar o dar explicaciones a la gente de su camino, se encerró en su habitación para dejarse caer en la colcha y dormirse profundamente.

Francis arribó en París luego de un corto vuelo desde Londres. Durmió un poco en el vuelo, y luego en el taxi que le llevó hasta su casa en un pequeño barrio del tipo "Ciudad Jardín", entró rápidamente, y al igual que Alfred en su casa, se echó a dormir en el sofá de la sala de estar.

Luego de despedirse del japonés, tras un largo vuelo desde Norteamérica a Asia, Yao entró a su casa en Pekín. Con unas pocas fuerzas puso a hervir el agua, y esperó hasta poder prepararse una taza de té caliente. La sorbió rápidamente y en seguida se metió en futón, cayendo dormido al poco rato.

Kiku, por su parte, tuvo que realizar otro vuelo hacia Tokio, en el que descansó un poco los ojos. Tras llegar a su casa en el taxi que encargó le esperara, se cambió de ropa y entró en el acogedor futón para entrar en un dulce trace del que seguramente, tardaría en despertar.

Iván despertó un poco por el frío ambiente que en Moscú le recibió, siendo pleno invierno. Tuvo que hacer terribles esfuerzos para no resbalar con la escharcha, o cuidar que ningún conductor le fuera a patinar el auto. Llegó a su residencia, siendo recibido por los temblorosos bálticos, que habían llegado antes por la rapidez con la que se fueron de la reunión, en espera de que su patrón les fuese a dirigir alguna indirecta para incomodarles. Nada. El ruso les saludó apenas, y subió en seguida a recostarse en la cama.

Feliciano y Ludwig se hicieron una silenciosa compañía hasta el centro de Europa. El alemán fue invitado por su amigo a quedarse a dormir en casa, por una simple tradición, o más bien: por la cercanía del hogar en inversa proporción a su creciente cansancio. Evitaron al furioso romano, que ese día estaba de visita en Venecia esperando a su hermano, y que al ver a Ludwig se alteró notablemente. Cerraron la puerta del habitáculo, y sin siquiera desprenderse de sus ropas, se echaron a dormir en la cama del italiano.

Sus sueños parecían normales y en calma. Dormían plácida y profundamente, sin que nadie se atreviese a intervenir por más urgente que fuera el asunto que ameritara hacerlo. De no ser por el pequeño detalle, producido por la combinación de la salsa japonesa y el maleficio del inglés, aquel sueño hubiera sido el más reparador de todos.

Pero no fue así...

Porque a la mañana siguiente, a las diez de la mañana, hora estadounidense, Alfred se levantó sintiendo su cuerpo extrañamente liviano, aunque también extrañamente pesado en algunas partes: las piernas, el pecho, y algo la cabeza...

Se desperezó bostezando varias veces seguidas, y caminó a paso moderado, extrañado por la sensación en su cuerpo, hasta llegar al cuarto de baño, donde lavó su cara con el agua helada que salía a chorros de la llave.

No fue hasta que terminó de lavar su cara y secarla, que se colocó sus anteojos y se miró al espejo.

Gran error...

Porque al fijar su vista en él, solo distinguió en su reflejo a una preciosa dama de ojos azules, y cabello hasta los hombros. Anonadado, retrocedió, sin poder siquiera formar un grito en su apretada garganta.

Miró hacia abajo: notando el voluptuoso pecho y la cintura estrecha en comparación a su contextura original. Las piernas torneadas, distorsionadas por el corte del pantalón de hombre que en ese instante vestía.

No acabó de salir de su asombro, cuando la garganta permitió la salida a todos los improperios, palabras mal articuladas y gritos de espanto que el americano debía de liberar...

Y la situación no fue distinta en las otras residencias, donde los antes afectados por el sueño que plácidamente lograron saciar, ahora despertaban a la que quizás sería la peor de sus pesadillas.


Notas:

*Los "Boys Scout", o mejor conocidos como "Niños Exploradores" tuvieron su origen en 1907 en Inglaterra, cuando Lord Baden Powell, su fundador, reunió a un grupo de muchachos, dándoles instrucción militar básica para formar personas de bien. Hasta los días de hoy, ésta asociación expandida por el mundo sigue en funcionamiento, se guardan tradiciones, juegos, cantos y se organizan encuentros entre ellos. Quizás una de sus tradiciones mejor guardadas, es la de bendecir la mesa mediante un canto de naturaleza religiosa.


Ufff... esto es apenas el inicio de lo que un día surgió de mi imaginación. Espero que haya sido de su agrado, porque entonces me darán el honor de seguir esta historia. Y si no: me lo hacen saber: así tomaré en cuenta sus opiniones y podré mejorar para un futuro, ojalá no muy lejano.

Un fic con reviews, es un fic feliz :).