Esta idea se me ocurrió hace ya tiempo… desde antes de que Donatelo descubriera que la sangre de Abril era el componente esencial para preparar el retromutágeno; así que tengan eso en cuenta cuando lean. ;D
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::::: DE VUELTA A LO BÁSICO :::::
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¿Cuántas veces le había advertido Donatelo a su pequeño hermano que no se acercara a su laboratorio por miedo a que provocara un accidente que pudiera afectar su salud o hasta su vida? Eran tantas, que se necesitaba de una secretaria ejecutiva para llevar la cuenta...
Y a pesar de las advertencias de todos, su padre incluido, parecía que Mikey sólo había nacido para dejarse llevar por su insaciable curiosidad. Él, dentro de su inocencia e ingenuidad, creía firmemente que si se le daba la oportunidad, podría ayudarle a su hermano más listo a avanzar con rapidez en su investigación para encontrar una cura para el mutágeno.
Varias veces, en el pasar de las semanas, Donatelo se desvelaba siguiendo una pista que le prometía darle, al fin, una respuesta al problema que tanto dolor le había causado a la chica que le gustaba, Abril.
El joven genio se entusiasmaba pensando que pronto le devolvería a la joven pelirroja el padre que había perdido por culpa de la extraña substancia extraterrestre. Pero siempre se encontraba en un callejón sin salida y eso lo llenaba de frustración... y Mikey siempre se daba cuenta de eso.
Un día en particular en que Miguel Ángel estaba frente al televisor viendo la película de terror de media noche, Donatelo salía de su laboratorio con el cansancio y el fastidio escritos por todo su rostro. Sin siquiera darle las buenas noches a su pequeño hermano, Donatelo se encerró en su habitación para después dejarse caer sobre su cama debido al cansancio.
Todos en la guarida ya estaban dormidos. Ese pensamiento le dio a Mikey una idea. Sin apagar el televisor para que pareciera que aún estaba viéndolo... se escabulló al territorio prohibido, el laboratorio de su hermano.
Una enorme mesa que le servía a Donatelo como un pequeño laboratorio improvisado, estaba repleta de matraces con substancias de lindos colores. Sólo Mikey supo que fue lo que lo indujo a empezar a mezclar un poco de cada uno de los contenedores en un gran vaso de precipitado...
El pequeño Miguel Ángel no descartó el contenido de ninguno de los matraces. La mezcolanza que estaba preparando contenía un chorrito o gotitas de cada uno de los líquidos que no conocía, pero que le parecían de lo más atrayentes. Sólo se detuvo cuando la revoltura comenzó a humear un poco para después cambiar a un color anaranjado muy brillante.
―Vaya... ¡qué lindo color! ¡De seguro que he inventado un nuevo refresco! ¡Debe tener un gran sabor! ― Murmuró Mikey deleitándose con el resultado ― "Lo voy a probar." ― Pensó.
La traviesa tortuga sujetó el vaso de precipitado para darle un buen trago, pero se detuvo de inmediato al sentir que el vidrio del vaso estaba un poco caliente.
― "Guácala, no me gusta el refresco cuando está caliente. ¡Ya sé, voy a vaciar un poco en un vaso y lo voy a meter al refrigerador! Y mañana ya estará bien frío." ― Después de pensarlo, Mikey fue a la cocina por un vaso normal, pero sólo cupo la mitad de lo que preparó.
Después de guardar el vaso en el refrigerador, Mikey se deshizo del resto de la mezcla tirándolo en uno de los túneles del drenaje.
― Listo, así nadie podrá copiar mi fórmula. Mi refresco será la sensación y seré ¡RICO! ― Se rió Mikey mientras regresaba a su casa. Al llegar, apagó la televisión y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, justo después de despertar, escuchaba a su hermano genio gritar ―: ¡MIGUEL ÁNGEL!
― ¡Oh no! ¿Cómo se dio cuenta? ¡Si hasta tiré el vaso en donde preparé mi refresco! ― El más chico se levantó y se dirigió a donde estaba su hermano de morado.
― ¡MIKEY! ¿Por qué has estado jugando en mi laboratorio? ― Le preguntó muy molesto el joven genio.
― ¿Por qué crees que fui yo? ― Se defendió el menor.
― ¡Porque tú eres el único que no entiende razones ni advertencias, tonto! ¡Además, todos mis matraces están graduados y se nota la falta de líquido! ¡Ahora podrías estar muerto y todo por ser tan irresponsable!
― No te disgustes Donnie... ― Murmuró con voz arrepentida el menor como disculpa al ver que el enojo de Donatelo era por el miedo de que algo malo le hubiera pasado ―, sólo preparé un refresco, no te preocupes.
Al escuchar la palabra "refresco", la frente del más listo se llenó de un sudor frío...
Donatelo sacudió a Miguel Ángel sujetándolo de los hombros mientras le gritaba medio histérico ―: ¡NO LO BEBISTE, ¿VERDAD?!
― ¡No! ¡No lo hice! ― Contestó el más chico frotándose el cuello, un poco molesto por el ataque de tortícolis que sufrió después de la zarandeada. Donatelo exhaló un suspiro de alivio.
― Estaba caliente y lo metí al refrigerador para enfriarlo ―, añadió Mikey haciendo que los temores de Donatelo volvieran en tropel.
― ¡POR QUÉ NO ME LO DIJISTE ANTES! ― Gritó Donatelo empujando a su hermanito hacia un lado y corriendo como bólido hacia la cocina ― ¡No me lo preguntaste! ― Alcanzó a contestar Mikey.
Donatelo pasó como un rayo por la sala donde estaban sus hermanos restantes. Rafael leía una revista y Leonardo estaba frente al televisor. El joven genio comenzó a buscar dentro del electrodoméstico, pero todos los recipientes es su interior estaban llenos de comida. Los únicos líquidos en el interior eran dos botellas de agua y un envase de leche.
Durante la frenética búsqueda, Miguel Ángel ya estaba al lado de su hermano. - ¿¡Dónde lo pusiste Mikey!? ¡No lo encuentro!
Mikey frunció el ceño y echó un vistazo al interior del refrigerador ― ¡Qué raro! Yo lo vacié en un vaso igualito al que está en el escurreplatos...
Esas palabras hicieron que la sangre se congelara en el cuerpo del más listo, alguien había bebido el contenido y había lavado el vaso...
Justo en ese momento entró Rafael a la cocina ― ¿Qué se traen entre manos ustedes dos? ¿Por qué corren como desquiciados?
Donatelo, para no asustar a su hermano, le preguntó con tranquilidad ―: Rafa... ¿tú bebiste lo que estaba en ese vaso?
― Al principio si quería... pero como era refresco de naranja, se lo ofrecí a Leo, como es su favo... ― Antes de que Rafael terminara su explicación sus dos hermanos palidecieron, salieron de la cocina y se dirigieron a la sala.
Frente al televisor estaba todo lo que el mayor usaba; sus coderas, sus rodilleras, las vendas de sus pies y manos, su cinturón, sus espadas dentro de sus fundas y su bandana... todo tirado en el suelo...
Las tres tortugas estaban paralizadas observando las pertenencias del mayor en el piso cuando de pronto vieron que algo se movía debajo de la bandana de Leonardo.
― ¿Qué es eso? ― Preguntó Mikey levantando con cuidado la badana. Justo debajo, una diminuta tortuga trataba de salir de entre la tela. El pequeño Mikey la agarró con cuidado colocándola en la palma de su mano. Rafael y Donatelo se acercaron sin poder creer lo que veían.
― No sabía que Leo se había comprado una mascota ―, dijo Miguel Ángel ganándose un zape por parte de Rafael.
― ¡Claro que no, tonto! ― Le gritó Donatelo tomando con cuidado a la pequeña tortuga de la mano del travieso ―. Es... es Leo... ― dijo por fin el más listo reconociendo de inmediato el color de la piel de su hermano ― ¿Te das cuenta de lo que esto significa, Mikey?
― ¿Que no voy a hacer una fortuna con mi refresco? ― Segundo zape por parte de Rafael.
― Significa... ¡Que has encontrado la cura al mutágeno! Sólo tú y tu increíble suerte pudieron haber hecho esto... ― Terminó murmurando el joven genio, sin poder creer que en sólo una noche el más joven hubiera dado con el remedio gracias a una tonta casualidad.
― ¿Aún tienes un poco de lo que preparaste, Mikey? ― Ante esa pregunta el más joven se rascó la cabeza en señal de que no quería contestar la pregunta pero al fin terminó diciendo ―: No, tiré el resto en el alcantarillado... no quería que copiaran la fórmula de mi refresco ―. Tercer zape por parte de Rafael.
― ¡Deja de decir esa palabra! ― Gritó Donatelo una vez más comenzando a perder la calma ―. Lo malo es que Leo lavó el vaso después de beberlo... no queda nada para analizar... ― Mencionó el joven genio con un poco de desesperación.
― Moraleja: no seas tan limpio ―, dijo Mikey tratando de hacerse el gracioso, esta vez un gran coscorrón le hizo ver estrellitas ― ¡Deja de golpearme, Rafael! ― Se quejó la pecosa tortuga.
Donatelo le pidió a Rafael que sostuviera a Leo mientras que se llevaba a Miguel Ángel casi arrastrando al laboratorio.
A pesar de que Rafael le atizaba a su hermano menor un buen golpe cada que decía una tontería, se limitaba a ver con una enorme curiosidad al hermano que había vuelto a su forma original.
Ni Donatelo ni Miguel Ángel se habían dado cuenta de que Rafael había permanecido silencioso durante todo el rato que estuvieron gritando. El más rudo se quedó un poco confundido cuando Donatelo le encargó cuidar al diminuto Leo.
Tan pronto como el más listo llegó a su laboratorio casi arrastrando al travieso, Rafael se le quedó viendo al pequeño ser que estaba en la palma de una de sus manos. Por un momento le pareció que él también lo miraba con curiosidad.
Lo pequeño del cuerpo original de Leonardo y su obvia fragilidad, despertaron en el de rojo un sentimiento de ternura tan profundo como nunca lo había sentido. Los pequeños ojos que lo miraban con insistencia, parecían reflejar la admiración.
Con gentileza, Rafael se acercó a los escalones que servían como sillones a la familia y colocó a la pequeña tortuga sobre uno de los cojines. Tan pronto como lo hizo, la pequeña tortuga comenzó a emitir sonidos extraños, como si estuviera protestando por el cambio de lugar.
Rafael, totalmente confundido, no sabía qué hacer, por lo que volvió a tomar al pequeño entre sus manos. En cuanto la tortuguita sintió que lo levantaban, dejó de quejarse.
― Vaya, así que te gusta que te carguen, ¿verdad? ― murmuró el de rojo sonriéndose al descubrir algo que no conocía de su hermano. Los pliegues de la sonrisa de Rafael desaparecieron para dar paso a una expresión de asombro al ver que el pequeño Leo frotaba su carita contra uno de sus dedos como si estuviera agradeciéndole.
Rafael volteó en todas direcciones para asegurarse de que nadie lo estaba observando y cuando estuvo completamente seguro, tocó la cabecita de la pequeña tortuga con sus labios, dándole un suave beso. Rafael se recostó sobre el escalón y se sorprendió a sí mismo colocando a su hermano sobre uno de sus hombros, tal y como lo hacía con Spike.
El pequeño Leo caminó lentamente por el hombro de Rafael hasta llegar al espacio que se formaba entre la piel del más rudo y su plastrón, justo debajo de su clavícula. Una vez ahí la pequeña tortuga escondió sus extremidades y su cabecita dentro de su caparazón cerrando sus ojos para dormir. Rafael de pronto se sintió inmensamente feliz viendo cómo el pequeño Leo le demostraba que estaba muy cómodo junto a él.
Mientras tanto, en el laboratorio...
― Por favor Mikey, concéntrate, tienes que recordar el orden en que mezclaste todo... ― Le rogaba Donatelo a su hermanito una vez más, con la voz más tranquila y paciente que tenía.
― Déjame pensar... ― Mikey de verdad se esforzaba por recordar el orden en que había agregado cada líquido al vaso principal, pero no lo lograba y comenzaba a desesperarse.
― ¡No sé! ¡No lo recuerdo! Lo siento Donnie... ― Exclamó Mikey sintiéndose muy culpable. Donatelo abandonó la idea de que su hermanito pudiera recordar todo lo que hizo, así que sólo se acercó al más joven, lo abrazó y le dijo―: No te preocupes Mikey, cuando menos ahora sé cuáles substancias usaste y la cantidad. Me tomará tiempo encontrar el orden correcto, pero me has ayudado a avanzar mucho.
― ¿Por qué no los vacías todos juntos y ya? ― Preguntó Mikey ya más tranquilo.
― A veces las reacciones químicas son muy específicas y exigen un orden preciso para llevarse a cabo Mikey, por eso no puedo vaciarlas en un orden aleatorio. Pero no te preocupes; ahora, lo más importante es regresar a Leo a su estado anterior.
― ¿Te va a tomar mucho tiempo? ― Preguntó el más chico.
― Un día o dos, sólo tengo que calcular la cantidad suficiente para que el cambio sea exacto. La primera vez tuvimos mucha suerte, hermanito. La casualidad lo hizo todo por nosotros. Gracias a nuestros genes individuales, el tiempo y la cantidad de mutágeno a la que estuvimos expuestos, nuestras cualidades y defectos, se acentuaron dando por resultado lo que somos hoy. Sólo espero que Leo pueda recuperar todos sus recuerdos y experiencias... o tendría que empezar desde cero siendo ya un adolescente... ― Esa posibilidad no le agradaba nada a Mikey, si eso sucediera, tendrían que arreglárselas sin un líder por un buen tiempo.
Para alejar a Mikey de los pensamientos tristes, su hermano más listo le dijo ―: Ve a ver cómo está Leo, Mikey, ayuda a Rafa a cuidarlo ― La sonrisa regresó al menor con rapidez.
― ¡Voy a ser el mejor hermano para Leo ahora que volvió a ser tan pequeñito!
Rafael no le quitaba los ojos de encima a su ahora diminuto hermano. Leonardo en ese momento tenía un poco en común con el antiguo Spike, pero el de rojo sabía muy bien que el sentimiento que estaba dentro de su corazón difería bastante del cariño a una mascota. Aunque Leonardo hubiera regresado a su forma primordial, el amor fraternal de Rafa por Leo seguía siendo el mismo.
Por un segundo, Rafael pensó que tal vez no sería tan malo que su hermano permaneciera de esa forma... al menos por un tiempo. Tal vez los demás no se habían dado cuenta, pero con todos los problemas que los Kraang y Destructor provocaban, poco a poco su hermano pasaba más y más tiempo al lado de Splinter para pulir sus habilidades y comenzaba, muy sutilmente, a dejar de hacer algunas de las cosas divertidas que acostumbraba hacer.
Con claridad, Rafael escuchó la potente exclamación de felicidad de Miguel Ángel y con rapidez, tomó a la diminuta tortuga que estaba tranquilamente descansando sobre su pecho y la colocó sobre el cojín más cercano, tomó una revista y fingió que la estaba leyendo.
Tan pronto como la pequeña tortuga sintió el cambio de lugar, comenzó a quejarse nuevamente. Lo primero que Miguel Ángel escuchó al acercarse al lugar donde su hermano de rojo descansaba, fueron los tenues sonidos provenientes de su ahora diminuto hermano mayor.
― Pobre Leo… ¿Qué le hiciste Rafael? ¿Por qué está llorando? ― Preguntó Mikey un poco molesto al notar la bien actuada indiferencia del de rojo a las quejas de la pequeña tortuga.
― ¡Yo no le hice nada, cabeza hueca! Él ya estaba así desde que ustedes se fueron… tal vez tiene hambre ― gritó Rafael para que Mikey no notara su nerviosismo.
Mikey levantó con cuidado a Leo y felizmente se dirigió a la cocina para darle algo de comer a su hermano. A medio camino se detuvo al notar que la diminuta tortuga frotaba su carita contra uno de sus dedos. El corazón sencillo y amoroso de Miguel Ángel dejó escapar un suspiro de ternura; por primera vez, desde el imprevisto evento, se alegraba de lo que había sucedido.
Miguel Ángel colocó a la pequeña tortuga sobre la "mesa" de la cocina y comenzó a preparar el desayuno. No se había puesto a pensar que su hermano, en ese estado, no podía razonar como antes y además, el travieso aún no se había dado cuenta de que su ahora pequeño hermano mayor, era muy inquieto; una combinación peligrosa.
El pequeño Leo comenzó a caminar y Mikey no se dio cuenta de ello, enfrascado como se encontraba en vigilar lo que tenía sobre la estufa. Un escaso segundo después de que Leonardo llegara a una de las orillas, el sonido de un cuerpo chocando contra unos de los lados de la "mesa" de concreto se escuchó, asustando a Miguel Ángel.
La pecosa tortuga se volvió de inmediato para averiguar qué había sucedido. Al mismo tiempo que Mikey se volvía, su hermano de rojo se levantaba del piso, con Leo en sus manos, lanzándole una mirada furibunda al travieso.
― ¡Leo casi se estrella contra el suelo, grandísimo tonto! ¿¡No lo estabas cuidando!? ― Reclamó el más rudo, colocando al pequeñito que acababa de salvar sobre la mesa ― ¡Si no me hubiera levantado para venir a desayunar, se habría lastimado!
― ¿Estás loco Rafa? ¡Estás hablando de Leo! ¡Él es un gran ninja! ― Replicó Mikey con el aplomo de la tontería recalcado con una enorme sonrisa.
― ¡LO ERA! ¡Ahora es una tortuga normal! ― Le gritó Rafael, no pudiendo creer que Mikey no pudiese comprenderlo.
― ¡No es cierto! Puede que sea pequeñito, pero Leo no ha dejado de ser quien es… ― Exclamó Mikey volviendo a recordar los temores que habían nacido en su conciencia después de que su hermano más listo le había mencionado los suyos ― ¡Te voy a demostrar que Leo sigue siendo el mismo! ― Aseguró Mikey abandonando la cocina, yendo rumbo a su habitación. En ese momento el más listo llegaba también a desayunar.
― ¿A dónde fue Mikey? ― Preguntó Donatelo sentándose al lado de su hermano de rojo, después de apagar la estufa que el más joven había dejado encendida.
― Se fue gritando a su cuarto, está convencido de que Leo sigue siendo el de antes… ― Respondió Rafael, mientras miraba a la tortuguita en su mano, comprendiendo los sentimientos del más joven. Parecía que ahora Donatelo atraía toda la atención del pequeño Leo, pues desde que había entrado a la cocina, Leonardo lo observaba atentamente.
Continuará…
