Aquí estoy otra vez yo, con otra historia.

Técnicamente, esto se desarroya en el mismo universo que mi otra historia una charla un tanto incómoda, pero los acontecimientos aquí relatados son cronológicamente anteriores, por lo que no hace falta para nada haber leido la otra.

Curiosamente, esta historia iba a ser una pequeña viñeta sobre el reencuentro de Kiki y Mü. Como es evidente, la cosa degeneró bastante y ahora es el regreso de tooooodos los santitos de Oro.

Espero que os guste.

Todos los personajes son propiedad de Masami Kurumada y de todos aquellos que hayan pagado por los derechos, yo solo los cojo prestados con la intención de humillarlos un poco... pero solo un poco.

Prólogo – Los que quedaron atrás.

La batalla contra Hades había sido sangrienta y dolorosa para muchos. En ella, valerosos guerreros de ambos bandos habían perdido la vida y ahora, a pesar de que el tiempo no se para a espera a que los que sobrevivieron y quedaron atrás se recuperen de lo que se les arrebató, también hay momentos para llorar a los seres queridos.

Hacía una semana que los Santos de bronce, ahora con armaduras Divinas, volvieron victoriosos tras rescatar a Athena.

Debido a la gravedad de sus heridas, Seiya de Pegaso estaba aún internado en el hospital, aunque su salud evolucionaba favorablemente. Sus cuatro compañeros ya han sido dados de alta y se encuentran en el Santuario.

En el templo de Aries, un muchacho pelirrojo lloraba desconsolado sobre la armadura dorada que se suponía que debía reparar. A pesar de que, técnicamente, era perfectamente capaz de llevar a cabo el trabajo en cuestión, no quería hacerlo, porque sabía que, una vez que reparara los ropajes de Aries, él sería envestido Caballero y esa idea le hacía pedazos el alma. Toda su vida había soñado con relevar a su maestro como Caballero dorado, pero quería que él le diera su aprobación, terminara su entrenamiento y le cediese la armadura por propia voluntad.

Pero ahora eso nunca pasaría.

Si arreglaba la armadura, sería lo mismo que admitir que nunca más volvería a ver a su maestro, a ese hombre que había sido mucho más que su mentor, que había sido como un hermano mayor, incluso como un padre.

Por eso lloraba, para sacar la angustia y el dolor.

Cuando se calmara, empezaría a reparar las Armaduras Doradas empezando por Piscis, así la de su maestro sería la última y podría aferrarse hasta el último momento a su sueño imposible.

Más arriba, en el Templo de Leo, una mujer, sentada en los escalones frente a la entrada, lloraba en silencio, con el rostro cubierto por una máscara, como había estado haciendo los últimos siete días, siempre en el mismo sitio, siempre a la misma hora, para rendir tributo a un amor que nunca tuvo oportunidad de florecer; por un hombre al que amó con toda su alma y al que nunca más volvería a ver.

En el templo de Libra, Shiryu del Dragón y su amiga de la infancia, Shunrei, recorrían por primera vez el lugar desde que el Caballero que lo defendía había muerto.

Ese hombre que había sido como un padre para ambos (aunque, si tomamos en cuenta su edad, más bien diríamos su abuelo), un gran apoyo y un excelente modelo a seguir; sabían que nunca volverían a ver su arrugado rostro lila sonriendo con condescendencia, regañándoles por algo que habían hecho, alabándoles por sus triunfos y eso se les clavaba en el corazón como un puñal.

En el Templo de Acuario, Hyoga del Cisne, sentado en el suelo, recordaba los momentos felices que una vez pasó con su maestro e Isaac cuando estaba entrenando. Saber que ambos estaban muertos le dolía mucho, pero al contario de lo que ocurría con el maestro de Shiryu, que a penas había fallecido unos días atrás, Camus llevaba mucho tiempo muerto ya y él había aprendido a superarlo y a recordar con cariño los momentos felices y a ignorar los malos y las traiciones, quedándose así con lo mejor del hombre que le había enseñado todo lo que sabía y había constituido durante mucho tiempo y en cierto modo la figura del padre que nunca había tenido.

El resto de los templos estaba vacío. Nadie lloraba por sus ocupantes. Personas de poder inconmensurable que habían dejado su huella en la historia, pero muchos de los cuales no habían sabido dejarla en el corazón de aquellos que quedaron atrás.

En el último y más grande de todos los Templos, construido junto a la estatua de Athena, el lugar destinado para que el Patriarca y la Diosa vivieran en él, la joven reencarnación de Athena, conocida como Saori Kido, sintiéndose como la más despreciable de las criaturas por haber llevado a la muerte a sus guerreros más que como la poderosa Diosa de la Sabiduría, las Artes, la Guerra Justa y vaya Zeus a saber qué cosas más (y digo Zeus porque Saori no tiene ni la más remota idea), buscaba desesperadamente una solución a lo ocurrido.

Y, aunque tardó una semana en dar con la forma de arreglarlo, lo consiguió, que es básicamente de lo que se trata.

Pintando en su rostro la primera sonrisa genuina en bastante tiempo, la joven conjuró su cosmos y, en un destello de luz, desapareció del lugar.


Fin del prólogo.

Me quedó realmente deprimente si lo comparas con el resto de la historia, pero espero que os haya gustado.

Dejadme review con vuestras impresiones, anda =)

Muchos besos a todos desde España.