Sentía el frío de la madrugada en Forks y estirando mis piernas intenté encontrar las mantas al pie de mi cama. "Otro primer día" pensé mientras daba todavía otra vuelta en la cama. Otro año en el instituto, y ya no podía esperar a que terminara. Estaba a un dos años de graduarme, y no podía esperar a terminar la secundaria para empezar una vida que solo me perteneciese a mí…
Beep…Beep-Beep-Beep…Beep... ugh, ¿Quién habría inventado esa cosa? El sonido más detestado por todo el mundo parecía rebotar en las paredes de mi cuarto volviendo en un sonoro eco, mientras mi mano intentaba localizar el molesto aparato en la mesa de luz que suponía estaba al lado de mi cama. No me resignaría en abrir mis ojos, pero a cada momento parecía que el irritante pitido iba en aumento. Di vuelta mi cabeza en la cama e intenté espiando con un ojo. El despertador no se hallaba en la mesita, sino en el piso, junto con todas mis sabanas. No tuve tiempo de apagarlo porque en un segundo, tenía a una duendecilla con tres kilos de azúcar encima, saltando de arriba abajo. Mientras el dichoso reloj seguía resonando, burlón.
"Alice… quítate" murmuré con la cabeza aún escondida en la almohada. Pero como siempre, la duendecilla ni se inmutó.
"Ya es de día Edward, y son… ¡¿las 6?" y tan solo con eso, tan rápido como apareció, se esfumó.
Aún no lograba entender cómo podía tomarse tanto tiempo, mujeres, pensé mientras volvía a sumirme en los sueños. La buena noticia era, que el despertador había dejado de sonar.
"¡Edward!"llamó mi mamá desde fuera de mi cuarto golpeando mi puerta- no…ni yo tendría tanta suerte.- "baja a desayunar".
Me incorporé cuando caí en la cuenta de que no habría otra opción. Ya que Esme misma vendría a sacarme de ser esa la ocasión.
Esme, con facciones jóvenes y mirada dulce, era mi madre, en todo sentido. Tiene un rostro en forma de corazón y la mirada que transmitía un sentimiento que solo las madres son capaces de transmitir. Su pelo, color de la miel, caía en suaves ondas hasta sus hombros. Cualquiera que la viera sabría que es una mujer de puro corazón. La quiero como mi madre, ya que nunca conocí a la mía ya que murió unos meses luego de mi nacimiento. Tirité un poco por el frío que entraba por la ventana que Alice debía haber dejado abierta. Como siempre había dejado en la silla al lado de mi escritorio lo que debía usar hoy. Hey, ¡No es mi culpa que mi hermanita tenga la fuerza necesaria como para destriparme si no lo hacía! Como todo buen hermano, sabía la manera de molestarla, pero si me permiten justificarme, no era suicida tampoco. Una remera de los "Rollings Stones", unos jeans desgastados, un sweater azul más mis zapatillas converse negras favoritas más tarde, bajé a la cocina para encontrarme con el aroma a waffles, galletas, y panqueques recién hechos. Esme simplemente sabía de gustos. Pensé mientras besaba su mejilla y tomaba asiento al lado de una pulgarcita excitada. Alice comenzó a charlotear sobre lo que sería según ella un gran día, hasta que Carlisle, nuestro padre hizo su entrada. Cualquiera que lo viera, notaría nuestro parecido. Tenía la misma quijada firme y la misma nariz, junto con los mismos ojos esmeraldas. A diferencia mía, tiene de cabello claro, rubio como el trigo. Al ser hijo del primer matrimonio de Carlisle tengo el mismo tono rojizo que tenía Elizabeth, mi madre biológica.
Como era ya costumbre la cocina quedó en silencio, como siempre. Alice bajó la mirada, callada súbitamente. Odiaba que tuviera ese efecto en ella. Mi hermana era siempre una pequeña bola de energía alegre, y no soportaba que perdiera su sonrisa, lo que solo pocas cosas lograban.
Carlisle se sentó a la cabecera de la mesa, con el periódico en mano, saludó a Esme con un beso en la mejilla mientras ella le dejaba su desayuno como lo quería y nos dedicó un asentimiento con la cabeza a Alice y a mí. Luego reanudó con su lectura, ignorándonos mundialmente. Varios minutos pasaron con el silencio habitual, cuando sorpresivamente…
"Alice, qué bueno que pases al secundario, hija."- inquirió Carlisle aún sin quitar sus ojos del dichoso periódico.
"Ehh… voy en segundo año"- respondió Alice. Y pude ver como su cara decaía aún más. Apreté mi puño por debajo de la mesa.
"Ah, ¿me pasas la miel?- le preguntó dirigiéndole apenas una mirada.
Y ya no lo soporté. Golpeé con fuerza la mesa y me levanté tan rápido que la silla golpeó el suelo con un sonido que retumbó en la silenciosa cocina. Esme me lanzó una mirada de reproché pero al mismo tiempo pidiéndome con la misma. No podía lastimarla asi que con algo de rudeza tomé la miel y la deposité a su alcance. Dando la vuelta tomé las llaves de la mesa y mi mochila de la silla que aún seguía en el piso.
"Alice, nos vamos"- le dirigí a Alice una última mirada antes de salir de la cocina e ir al garaje donde se encontraba mi volvo.
La esperé allí por unos minutos antes de que entrara al auto aún callada, y enfilara a la calle, rumbo al instituto. Alice tenía la mirada fija en la ventana, y sabía exactamente lo que pensaba.
"No hagas caso de lo que dice, Allie." Le dije luego de unos minutos en los que intente controlarme.
Sin embargo volteó y pude ver sus ojos llenarse con lagrimas. Quité una mano del volante y tomé una de las suyas, apretándola un poco, en señal de consuelo.
"No vale tu tiempo."- simplemente afirmé lo que muchas veces le había consolado las pocas veces que Él se dignaba a hablarnos.
Ella asintió y secó sus lágrimas. A los pocos minutos, llegamos al instituto y Alice volvía a ser la pequeña saltarina de siempre, cotilleando de todo y nada a la vez. Sonreí al tenerla otra vez. Esta es la Alice que conozco, y nadie debería cambiarla. Juré mientras aparcaba el auto.
