Antes de empezar, debo pedir perdón al fandom por este fic. No fue mi intención escribir algo así pero ver el tumblr a las siete de la mañana afecta y mucho. En realidad, este fic iba a ser humor, de hecho, empieza siendo humor. Pero mi mente es horrible y monstruosa y voy a hacer que vaya desvariando poco a poco hacia drama. Por ahora es todo humor, no hay problema, pero en los siguientes capítulos (no va a ser muy largo, uno o dos capítulos más, creo) va a ir degenerándose a pasos agigantados xD

Y... tampoco el humor es lo mío, pero necesitaba probar algo nuevo porque creo que todos los escenarios que escribo son muy dramáticos. Pero creo que he querido ser tan, pero tan bromista que casi he pasado a la línea de lo ooc. Por muy poquito.

Y... esto no me pertenece, los personajes son de Hajime-sensei quien buenamente me los presta para que yo haga lo que tenga que hacer. Más majo el hombre.

Y... los rumores son muy feos, no creáis una palabra de lo que os digan.

Y... besos y demás.


~Error~

Rivaille x Eren

¿Que cómo es el Sargento Rivaille? Vaya, es una pregunta… interesante.

En principio, nadie puede explicar con palabras sencillas y de menos de dos sílabas su inaudita y compleja personalidad. Cualquiera que tiene la dichosa ocasión de conocerle puede afirmarlo con seguridad. O desafortunada, según a quién le preguntéis. Porque a Rivaille nunca le ha asustado nada, jamás pierde los nervios y te habla siempre con una corrección y una educación propia de un noble. De alguna forma da mucho más miedo de esta forma. Hay algo en la presencia del Sargento que aterroriza y nadie sabe con exactitud qué podía ser.

Unos dicen que eran sus ojos lo que hacen a un hombre hecho y derecho temblar de terror. Los que lo han visto de cerca afirman que son acero puro y que podían volverse de un color incluso más metálico cuando está realmente enfadado, aunque no hubiera nada más en su postura que lo delatara. En la ciudad cuentan muchas historias sobre él y muchas afirman que podía matar a titanes únicamente con su mirada. Claro que sólo son rumores. Pero, sinceramente, nunca he visto a nadie en la policía militar que pudiera entablar una conversación de más de cinco minutos con él… por si acaso.

Otros opinan que lo que de verdad daba miedo era su voz profunda y sosegada que jamás se alzaba más de lo debido. Algunos hombres del escuadrón tienen pesadillas con esa voz que le susurraba órdenes aun estando dormidos, aunque ninguno lo va a admitir. Dicen que Mark Sempter, ya sabéis ese chico con la cicatriz en la cara, sufrió un ataque de nervios a media noche cuando Rivaille se acercó a él, sigiloso y letal, ya que se había quedado dormido sentado en el suelo cuando debería estar vigilando la zona norte. El muchacho jamás volvió a ser el mismo, sus amigos todavía le escuchan jadear entre sueños y despertase gritando: «¡cambio de guardia, cambio de guardia!» Pobre chico…

Hay un tercer grupo, mucho menos numeroso que los otros, que asevera que en realidad todo se reducía a su postura. Fría, apática, impasible, carente de ninguna emoción, ni siquiera durante la batalla cuyos movimientos son tan precisos que nadie nunca le había visto dar un paso en vano. El Sargento puede estar vigilando durante horas de pie con las manos a la espalda mirando el horizonte con la misma expresión imperturbable. Sara me dijo que ayer le acompañó a vigilar el sur y que al verle había llegado a pensar que se había transformado en una estatua. Y creo que es una definición que se acerca bastante a la realidad.

Sólo hay dos personas en toda la legión que consiguen tener una relación más o menos amable con Rivaille. Antes había algunos más, unos miembros de su escuadrón que le acompañaban en las batallas, pero no había vuelto a acercarse a los nuevos desde que ellos murieron. La que seguro que conocéis es la chica de gafas, Hanji, que se pasa el día hablando de los titanes. No me extraña nada que se siente junto a él en las comidas hablando tan tranquila, hay que estar completamente loco como para poder conversar con el Sargento durante un día entero. También se le puede ver junto al jefe del escuadrón, uno rubio, grande, que se pasa todo el tiempo dando órdenes con una cara de estreñido. No, aún no sabéis quién es, se ha ido a una expedición y no volverá hasta mañana. Es un tipo muy inteligente, lo admito, aunque un poco pedante y si me lo preguntáis…

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Rivaille desde el umbral de la puerta.

Los cuatro chicos volvieron la cabeza hasta donde estaba el impresionante Sargento taladrándoles con la mirada. Liam tenía razón, era terrorífico esa voz casi gutural, ese porte helados y esos ojos grises, desafiantes y fieros. Al final, todos a una, desviaron la mirada a la vez al verse incapaces de enfrentarse a él.

—Nada, señor. Sólo estábamos hablando —comentó Liam con un hilo de voz—. Son novatos y les estaba explicando cómo funciona todo esto.

—Volved al trabajo.

—Sí, señor —respondieron los cuatro a la vez.

Pero justo antes de que desapareciera, Alec pudo ver que había otra persona siguiendo a Rivaille de cerca. Un chico moreno, más alto que el Sargento y de unos enormes ojos claros con los que miraba al Sargento fijamente prácticamente sin pestañear.

—¿Y ese, Liam? —preguntó acercándose a su compañero que estaba secando los platos del desayuno—. ¿Quién es ese chico?

—¿Él? No es nadie. Su perrito faldero personal, nada más. —El muchacho esperó un par de segundos para cerciorarse de que nadie les estaba escuchando y le susurró en la voz más baja que pudo—: Y un monstruo.

oooooooo

La gente que conocía bien al Sargento, que apenas se podía contar con los dedos de una mano, sabía que Rivaille era un hombre paciente y muy pragmático. Por eso, al contrario de algunas personas, no le importaba ni lo que dijeran de él. De vez en cuando escuchaba rumores, cosas sueltas y sin importancia, y dos segundos después los olvidaba, tenía mucho en qué pensar como para estar preocupándose de eso. Sí que se daba cuenta de que la actitud de sus compañeros con él había desmejorado mucho desde que las habladurías comenzaron, pero tampoco era algo que le quitaba el sueño. Lo que sí se lo podía quitar eran las continuas pesadillas en las que despertaba sudando, temblando y con el miedo agarrado en la garganta. Parecía ser que todos olvidaban que él también podía ser humano… Todos, sin excepción. Eren entre ellos. Aunque de forma un tanto diferente.

Sus compañeros normalmente se asustaban y se alejaban de él, pero Eren lo idolatraba como un verdadero fiel devoto. Se parecía un poco a esos cerdos del culto adorando sus preciadas murallas, sólo le faltaba gritar en la calle su admiración por Rivaille. Por lo pronto no hacía otra cosa que seguirle. Y hablar con él. Y pedirle consejo. Y acompañarle todas y cada una de las noches que le tocaba hacer guardia. Y preguntar si necesitaba algo para pasar una agradable velada bajo las estrellas mientras esperaban a que se hiciera de día.

—No eres mi puto sirviente, Eren —gruñó paseando por la muralla este.

—¿Pero no le apetece pan de nueces? Sé que al Sargento le gusta mucho y me ha dicho Mary que ha sobrado de la cena. Le he traído por si tiene hambre.

Rivaille se lo acabó quitando de las manos y masticándolo con ferocidad para que se callara de una jodida vez y lo dejara tranquilo el resto de la noche. Aunque tenía que admitir que no había cenado y tenía bastante hambre. Así que se sentía agradecido. Sólo un poco, para que el niño no se le subiera mucho a la cabeza.

No era ningún secreto que Eren podía llegar a ser realmente muy cargante. Tanto como para defender sus ideales como para perseguir lo que le gustaba. Y fíjate tú que Rivaille era las dos cosas juntas. Lo peor era que el chico no lograba, o no sabía, disimular. Vamos, que se notaba a la legua que bebía los vientos, los ríos y las montañas por él. Únicamente se necesitaba echar un vistazo en su brillo en esos ojos tan trasparentes, en todos los sentidos de la palabra, y ya se sabía la verdad. El niño estaba colado hasta los huesos por su superior y por ello le perseguía por todas partes aunque ya no fuera necesario. Se escudaba en la excusa de la decisión de aquel juicio tan lejano en el que a Rivaille le condenaban, sí condenaban porque estar con Eren las veinticuatro días no es más que una tortura, a no separarse de él. Bien podían haberles puesto unas cadenas que habría resultado lo mismo.

¿Y qué opinaba Rivaille de todo esto? Ah, bueno, el Sargento estaba realmente harto de Eren, como no podía ser de otra forma. Al principio estaba bien con el trato, el chico no hablaba mucho, parecía que le tenía un poco de miedo debido a la tremenda paliza que le dio a la vista de todo el mundo. También, es comprensible que se sintiera así con la persona a la que había empezado a considerar como su matón personal, aunque hubiera dicho en su momento que entendía por qué le había partido la cara a la vista de todo el mundo, pero ese es un tema aparte. En fin, que Rivaille vio que el chico no estaba del todo cómodo con él porque cada vez que hablaban notaba cómo escogía con cuidado las palabras para no desatar la ira que había provocado en Trost. Así que con toda su buena voluntad empezó a acercarse con amabilidad (le costó varios intentos, eso sí) y a hablar con él como una persona normal.

Las conclusiones a las que llegó para tomar esa decisión eran lógicas, tenían que pasar mucho tiempo juntos, en cualquier momento de despiste su vida podría prender de un hilo, ¿y quién mejor que su titán personal para salvarle? Aunque claro, para eso necesitaban conocerse y eso llevaba mucho tiempo, más de lo que estaba dispuesto a invertir. Pero a pesar de las fútiles conversaciones que compartían, eso agradó mucho al chico y en menos de un par de semanas ya lo tenía comiendo de la palma de su mano. Rivaille nunca habría podido averiguar el alcance de sus actos, si lo hubiera hecho habría dejado las cosas como estaban. Era mucho más fácil lidiar con un crío temeroso que con una fábrica de hormonas.

Había sido culpa de Rivaille el haber llegado a esa situación, pero también había sido él quien la había mantenido todo este tiempo. Si en algún momento se hubiera mantenido firme y le hubiera dicho claramente a Eren que se dejara las tonterías, que entre ellos dos no iba a pasar nada, lo sentimientos del niño se habrían cortado de raíz hacía años. Pero tampoco contó con otra cosa, y era que se había encariñado con él. A pesar de ser un dolor de pelotas permanente, le gustaba los momentos a solas hablando de cualquier cosa sin tocar en absoluto el tema de los titanes. Desconectar del trabajo por un tiempo era un verdadero alivio. Sin embargo, sí que intentó hablar varias veces con él para explicarle que ellos dos no eran, ni nunca serían, una pareja. Pero en cuanto veía al chico entusiasmado por hablar con su Sargento una vez más (porque siempre le hacía ilusión al muy idiota) y se la imaginaba destrozado por la noticia, con la mirada llena de lágrimas y un leve temblor en el cuerpo; reculaba en su decisión.

Aquel día lo intentó de nuevo, con todas sus fuerzas. Se había levantado a las seis y media de la mañana para estar fresco y despejado, listo para romper corazones. Le dijo al chico que necesitaba hablar con él después del desayuno. Eren asintió tan rápido que su cabeza se volvió una figura borrosa en el espacio y le agradeció que quisiera hablar con él, que era todo un honor poder compartir su tiempo con el Sargento y gilipolleces varias. No decía eso en realidad, pero el mensaje estaba implícito.

«Este es tonto» pensó Rivaille por millonésima vez sentándose al lado de Hanji.

Se pasó todo el desayuno preparándose, mentalizándose y recordándose que por ninguna circunstancia debía mirarle a la cara. A los pies o al techo, pero nunca a su mirada apenada, desolada, llena de orgullo herido y de… No iba a mirarle a la cara y ya.

Respiró profundamente al pasear con él por el pasillo mientras Eren le parloteaba de lo que había hecho en su día libre, ir al pueblo con Mikasa a reabastecer la Legión con víveres. Sumamente interesante, claro que sí.

—Escucha, Eren —le interrumpió él—. Tengo que hablar contigo de algo… delicado.

Como si de magia se tratara, la boca de Eren se cerró de inmediato. Aunque estuviera en mitad de un discurso, lo que decía su Sargento siempre era muy importante, así que merecía la pena escuchar.

—Yo… o sea, tú estás… —Rivaille avanzó más rápido intentando ordenar sus pensamientos al compás de sus pasos— Te tengo que decir una cosa y me debes escuchar.

—Claro, eso hago —dijo Eren extrañado de la torpeza de su superior.

—Yo lo que quiero decir es que… hay sentimientos… hay muchos sentimientos, ¿sabes? Hay buenos y malos, y no todos son buenos aunque sí unos cuantos, pero ese no es el caso. O sea, que hay que respetar a las personas y así debemos ser respetados. Tú me entiendes, ¿verdad?

—¿Yo? —preguntó el chico confuso—. Lo siento, no entiendo bien qué quiere decir.

Rivaille se dio un golpe en la frente con la mano y se dio la vuelta para seguir andando. Con tan mala suerte de que no se dio cuenta que estaba a centímetros de una escalera de ciento cincuenta y dos escalones, y como no podía ser de otra forma trastabilló y resbaló.

Eren fue más rápido que él. Rápidamente le cogió de la mano y tiró hacia él antes de que el hombre se partiera la cabeza contra la piedra.

—¿Señor? —preguntó aprovechando el momento y estrechándolo contra él. Eren podía tener diecinueve años, pero no era tonto así que sacaba de ventaja de la situación cuando podía ya que las ocasiones de tocarle no eran abundantes—. ¿Se encuentra bien?

—Creo... me duele el pie —dijo Rivaille apartándose de él, maldiciendo otra vez que el crío fuera tan alto, e intentando poner el pie en el suelo pero un dolor punzante que taladraba el tobillo una y otra vez y le impedía apoyarlo por completo.

Lo que no había conseguido una cuarentena de titanes, lo había logrado tres putos escalones. Si es que hay que joderse…


Y sé perfectamente que esto no está perfecto u.u Necesito una beta urgentemente, ¿alguien podría recomendarme?

Besos,

KJ*