Bueno, esta vez traigo un long-fic. Es el primero que escribo, asi que no se que tal haya quedado. Este no es el primer capitulo, es como la introducción, un prologo por asi decirlo. La idea surgio de algun fic donde Kido decía que parecia la mamá, no me acuerdo cual ni de quien es, asi que si saben, me avisan ;).Ojala lo disfruten.

Disclaimer: Los personajes no son mios, son de Jin-san y Shidu-san. La historia es enteramente mía.

Niños Otra Vez

Se levantó. Se sentía todavía como en un sueño; sus párpados pesaban ridículamente y se sentía terriblemente débil. La misión de ayer había sido inesperadamente difícil y los dejó a todos cansados, tanto física como mentalmente. Miró el reloj. Las nueve en punto de la mañana. Era hora de comenzar el día a día nuevamente.

Salió de la habitación estirando los brazos para desperezarse y lanzó al aire un largo bostezo. Sacó un par de ingredientes de la cocina y comenzó a hacer el desayuno. En intervalos regulares, salía de la cocina para recoger el desorden dejado la noche pasada y volvía en el momento exacto para darle la vuelta a los pancakes. Después de media hora, apagó la estufa y arregló la mesa.

Nadie se había levantado. Qué raro, pensó. Sin darle más importancia al asunto, pasó por el pasillo dándole unos golpecitos suaves a cada puerta y anunciando que la comida estaba lista. Volvió a la cocina para lavar la loza y ordenar todo. Simplemente parecía más la mamá que la líder de la brigada.

— ¡Oh! ¡Se ve delicioso!— Exclamó una vocecilla en el comedor.

— ¡Huele muy Bien!— Admiró otra.

Kido se quedó estática por unos instantes, su mente se había puesto en blanco y ninguna clase de impulso pasaba por ella. Cerró el grifo del agua, secó sus maños con una toallita que estaba cerca y, esperando que fuera una (para nada divertida) broma de su cansado cerebro, se dio lentamente la vuelta hacia el origen de esas voces infantiles. Esperaba encontrarse con sus compañeros, de la forma en que los conocía.

Cuando los observó bien simplemente no pudo pensar en nada. Quedó en un shock total. Sus siete amigos eran unos niños de, tal vez, siete u ocho años, incluso menos. Tapó su boca con la mano derecha y dejó salir entre dientes la expresión "Por todos los dioses". En ese instante, como si se hubiesen puesto de acuerdo, los chiquillos la miraron con sus penetrantes ojos rojos y la llamaron de una forma que, de haber sido algo tangente, lo hubiera tomado, después hubiera roto en miles de pedacitos y después lo botaría por la ventana para deshacerse de él.

Se dejó caer en sus rodillas y sosteniendo su cabeza con las dos manos, pegó la frente contra la pared más cercana. No lo creía, eso era un mal sueño, no, una ilusión. Sí, así que cuando se volviera a levantar encontraría a sus adolescentes amigos. Hizo una cuenta regresiva desde diez en su cabeza, y cuando vio el uno se levantó de golpe y los volvió a mirar, analizando los detalles lo más rápido que podía. Todo seguía igual a como lo había visto segundos antes, con el cambio de que todo daba vueltas debido al mareo producido al haberse puesto de pie rápidamente.

Soltó un largo suspiro y se sentó a la mesa con los pequeños, quienes, amablemente, le habían separado una buena porción de comida. Comió en silencio, mirándolos a todos atentamente, observando esas inocentes e infantiles sonrisas y sintiendo como la nostalgia aplastaba su pecho. Se comportó con calma el tiempo restante del desayuno, intentando no tener un ataque de nervios debido a las constantes peleas que sostenían los infantes. Como siempre, recogió y lavó los platos cuando todos terminaron.

— Kano ¿Podrías quedarte quieto?— Preguntó irritada ante las distracciones del pequeño rubio. Él le sonrió burlonamente y se fue a sentar a su lado. — Bien, todos van a decirme cuantos años tienen ¿Entendido?

Los chiquillos levantaban su brazo y decían con una sonrisa la edad que tenían. La situación se podía resumir en: Hibiya y Mary de seis años; Momo y Kano de siete; Konoha, Shintaro y Seto de ocho. ¿Y Ene? Kido no la había visto en toda la mañana y, aunque fuera poco probable, temía porque se hubiera convertido en una ciber-niña. Sin embargo, en este momento nada podía importarle menos que un programa de computador, tenía problemas más grandes frente a ella.

Lo primero era la ropa. La que tenían puesta les llegaba al piso y no los dejaba caminar apropiadamente. Necesitaba algo para ponerles. Lo segundo era la comida. No había suficiente para ocho personas, debía comprar ingredientes y el presupuesto de este mes estaba casi en ceros. El tercer y más grande problema era lidiar con ellos. Siete pequeños correteando por la casa, jugando y no prestándole atención era más de lo que ella podía manejar sola.

— Vamos a ir de compras— Los niños pusieron cara de disgusto y protestaron hasta que la joven los miró a todos con su "mirada muerta"— Vayan a sus cuartos y esperen a que yo llegue para vestirlos.

Con un desganado "si" obedecieron y se dirigieron a sus respectivas recamaras. Kido hizo lo mismo y del closet sacó toda la ropa vieja y pequeña que había guardado. No era mucho, pero con ella podría hacer algo por el momento. Tomó unas tijeras de coser aguja e hilo y comenzó a pasar por las habitaciones, haciendo ropa que se ajustara a la delgada figura de cada chiquillo. Ahora sí, oficialmente no era la líder de la organización, sino la mamá de esta.

Estaban todos listos. Se veían ligeramente presentables y las ropas no habían quedado tan mal hechas. Ahora debía esperar a Shintaro, quien se había devuelto a su habitación a hacer quién-sabe-qué. Explicó por última vez las reglas para salir (No separarse de ella, no tocar a las personas y no hacer desorden) y abrió la puerta cuando vio al mayor de los Kisaragi. Traía en su mano derecha un dispositivo negro y lo agitaba para mostrárselo.

— ¿Qué traes ahí?— Preguntó agachándose a su altura.

— Un celular, o eso creo— Respondió. La de cabello verde apretó el botón de encendido y en seguida la pantalla se iluminó en un tono blanco.

— ¡Qué injusto maestro! ¡¿Por qué apagó el celular?!— De la nada apareció la joven de cabellera azul y se mostró en una pose indignada ocupando casi toda la pantalla.

El pequeño genio se espantó. Su rostro se puso blanco y comenzó a temblar de miedo. Antes de que cualquiera pudiera mover siquiera un dedo, lanzó con todo lo que su bracito daba el celular mientras gritaba algo como "Un monstruo azul" o "Un virus azul". El aparato golpeó el borde de la pared y el sonido de algo rompiéndose hizo eco en la silenciosa sala. Tsubomi cerró los ojos y con cierta prisa fue a mirar si Ene estaba bien.

Recogió el celular y miró a la chica dentro de este, quien lloraba asustada y confundida. Se puso de pie y le pegó un suave puño a Shintaro en la cabeza. Suspiró (como por enésima vez en la mañana) y devolvió su vista a Ene, quien miraba a ambos lados sin creerse lo que veía.

— ¿Estás bien?— Le preguntó sacando a todos de la casa y cerrando la puerta con llave.

— S-si— Respondió poniéndose pálida al recordar la situación vivida segundos antes — Danchou-san ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué son todos unos niños?

— Eso quisiera saber yo— Los ojos de Kido brillaron en un color rojo y comenzaron a caminar por las vacías calles.

Todos parecían asustados, a pesar de que antes estaban felices jugando en casa. Verlos así le recordaba a su infancia, cuando quería desaparecer, o cuando lo hacía porque todos la molestaban por tener ojos rojos. Intentaba no pensar nunca en ello, pero ahora no lo podía evitar. La siguiente cosa en su mente fue su hermana mayor, Ayano, esa torpe castaña amante de las grullas de origami. Esa chica que les dio el coraje para seguir adelante, para no rendirse, la fundadora del Mekakushi-dan. Su recuerdo (el de su muerte) la ponía siempre enferma y no podía evitar maldecir al mundo y a quien les dio los ojos de color escarlata.

Si no hubiera sido por ello no tendrían que sufrir, no tendrían que estar asustados de las personas ni de ser llamados "monstruos". Sin embargo, si no hubieran sido maldecidos por sus poderes nunca se hubieran encontrado, es más, ni siquiera estarían vivos en ese momento. Lo detestaba, pero muy en el fondo estaba agradecida con la "maldición", pues por ella pudo conocer a las personas más importantes y especiales en el mundo.

Sin notarlo, había esbozado una pequeña sonrisa, lo suficientemente notable como para que los chicos se sintieran aliviados por su felicidad y olvidaran por unos instantes sus penas y temores. Entró al súper seguida por los pequeños, con las manos en los bolsillos y sin preocupaciones, sin saber que desde ese instante comenzaban sus aventuras como la mamá de siete niños, revoltosos y sin control de sus poderes.

¿Qué les pareció? Como ya dije, es una introducción, asi que en el proximo la historia será mejor. Gracias por leer y dejen sus comentarios.