El sol descendía tras su espalda, le daba una sensación de calidez y una sutil sonrisa le llega a los labios al ver como unos niños correteaban en su dirección. Él era el encargado del sermón de la tarde justo cuando el cielo se veía levemente aclarado por los últimos destellos de luz antes que la noche fría llegase cubriendo al mundo con su manto de tranquilidad.
Los monaguillos le siguen de cerca y no puede evitar suspirar mientras acomoda los lentes que caían del puente de su nariz, no importaba cuanto les enseñara; esos jóvenes hacían las cosas a su propio paso, a su modo pero él no iba a quejarse, él solo pensaba agradecer.
Estar rodeado de esa comunidad le complacía en demasía, la parroquia no era en extremo transitada pero eso no significaba que no tuviesen algunos seguidores. A él no le importaba demasiado el número de personas que llenan el lugar cada domingo, a él lo que en verdad le hacía feliz era el poder llegar, al menos, a uno de los corazones de aquellos que tomaban su tiempo para escucharle.
Un viento frío azota las ventanas y Will pasea la mirada buscando con atención a los jóvenes que debían estar a su alrededor; tal parece que habían decidido esconderse hasta que la misa diera lugar.
Alza el rostro y contempla con admiración la figura que descansaba en la pared, suspira entrecerrando los ojos y una leve oración escapa de sus labios.
La risa de los niños llega lejana a sus oídos pero es consciente de unos sonoros pasos que se dirigen en su dirección.
— ¿Padre?—una voz acentuada le invade y se gira con curiosidad. Sus ojos escrutaban a la figura que de a poco se posaba cerca de él.
— ¿Si?—esconde las manos bajo sus largas ropas y un escalofrío le recorre la espalda al darse cuenta que aquel extraño le sonreía.
No parecía conocido, no lograba ubicar si le había visto en algún otro lugar. Envuelto en un perfecto traje de tres piezas y con una corbata, mantenía una pulcritud impresionante que hacía juego con su cabello cuidadosamente peinado. Desde donde estaba, en el medio de la iglesia, antojaba una visión un tanto extraña, quizás desentonante con la simpleza del lugar.
— ¿Está muy ocupado? ¿O tiene tiempo para escuchar a un pecador?—una leve sonrisa surca su rostro y Will humedece los labios en un acto reflejo sintiendo la garganta seca. Cada vez se sentía más incómodo ante la presencia de aquel hombre y no entendía la razón; la forma en cómo le observaba, como si se burlara del simple hecho de estar en un lugar sagrado para muchos.
—Por favor—extiende el brazo para indicarle el camino hacia el confesionario, el hombre camino despacio y desfila frente suyo con calma; Will es capaz de ver su rostro con más facilidad gracias a la luz de las velas y su corazón da un vuelco asustado por impresión pero se convence a sí mismo de que ha sido su imaginación.
No había forma de que el color de ojos pudiese cambiar de esa manera.
—Perdóneme Padre, he pecado—su voz calmada resuena en la pequeña cabina y Will siente como el sudor frío le llena la espalda. Separa los labios pero ningún sonido sale de su garganta y su ritmo cardíaco se acelera; escucha la leve risa que suena al otro lado del confesionario. — ¿Padre William? ¿Está escuchándome?
—No soy solo yo quien escucha. El Señor también está aquí y él será capaz de redimir tus pecados—toma el rosario con las manos mientras su mente trabaja con rapidez y sus palabras fluyen, algo en el fondo de su consciencia le decía que estuviese alerta.
—No estaría tan seguro de eso Padre.
— ¿A qué se refiere?
— ¿Su Dios está dispuesto a perdonar a este pecador?
—Él es un ser misericordioso. Dispuesto a perdonarnos a todos.
— ¿Incluso a un asesino?—una respiración que no sabía cuando había decido aguantar, escapa como una exclamación llena de sorpresa y tiene quitarse los lentes, haciendo presión en el puente de su nariz.
El silencio les envuelve por unos momentos mientras Will se recuesta de la pared y suspira callado tratando de calmar sus nervios, la ansiedad que siente es abrumadora.
Es la primera vez que escucha algo como eso, en el tiempo que llevaba en aquella parroquia había escuchado de cosas como hurtos leves o incluso de hombres que se arrepentían al amanecer por hacer maltratado a sus esposas o hijos con malas palabras pero nunca nada como esto.
Asesinato.
— ¿Te arrepientes?—mechones de su cabello se adhieren a su frente gracias al sudor.
— ¿No desea escuchar mi historia primero?—está tentado a dar negativa pero sabe que no es correcto, él estaba allí para escuchar todo lo que los feligreses estuviesen dispuesto a revelar, él tomaba las confesiones en su corazón y con ayuda de su fe podía ofrecerlas al Señor y así, todo aquello de lo que se avergonzasen, todo pecado podía ser redimido, perdonado y olvidado.
—Estoy aquí para escucharte—jamás imaginó que podía sentirse arrepentido de hablar con tanta franqueza.
En los siguientes diez minutos William fue testigo de atrocidades; su mente no podía evitar el llevarle de viaje en sus memorias e imaginar todo lo que el desconocido le narraba, Will era capaz de imaginar con tal avidez que era abrumadora; lágrimas llenaron sus ojos al escuchar como este hombre aniquilaba a ciertas personas. Personas que él conocía o que al menos había visto una vez en la Iglesia, todos eran asesinados con brutalidad.
Sangre. Sangre era todo lo que contemplaba detrás de sus pupilas, líquido caliente y escarlata que escapaba de sus ojos como la más cristalina agua llena de sal y amargura.
— ¿Puede perdonarme Padre?—allí estaba de nuevo el tono burlón.
— ¿Te arrepientes?—repite su pregunta y limpia sus mejillas con suavidad.
—Jamás—le llega a los oídos como un susurro, casi inaudible y aun así cercano, como si estuviese a su lado; y es esa sensación lo que le hace apresurar el paso, sale del confesionario y abre la puerta contraria.
Se encuentra con un espacio vacío que le hace dudar de su sanidad, pero no era momento de sentir temor. La misa estaba por comenzar y él tenía que hacerse cargo.
