Advertencia: tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de Cassandra Clare.
Este relato es el premio de LadyChocolateLover por haber ganado el reto "Los Instrumentos Mortales" del foro [Cazadores de Sombras].
Sé que no es lo que esperabas (de hecho, no sé qué esperabas, no has dicho nada sobre ello) pero, aún así, espero te guste este pequeño relato. ¡Enhorabuena por haber ganado el reto!
Troubles
Podía sentirlo, vibraba dentro de él, simultáneo, simétrico, al milímetro, corriendo por su piel, latiendo en su pecho, como otro corazón sosteniendo otra vida, otra mucho más valiosa que la suya propia. Era él. Siempre era él, no podía ser otro. Nunca sería otro, lo sabía casi desde el día en que le conoció.
Le había cambiado, aunque jamás lo admitiría. Le había devuelto parte de su vida perdida, una razón para pelear, más allá del deber o la responsabilidad. Aportaba sentido y sensatez a su maltrecha cabeza alocada, estabilidad. Era la razón de sus pasiones, era la explicación a todo aquello en lo que creía, era la fuerza ardiendo en sus venas, era el miedo cada vez que le veía palidecer, era el amor más puro que había conocido. Era su vicio más oculto, el placer de rozarse levemente, de hacer brollar sonrisas en esos labios exhaustos de respirar, era el secreto más grande jamás guardado; era James, su mayor debilidad.
Entreabrió la puerta y entró de puntillas en la habitación. La penumbra se colaba por la alta ventana que dejaba entrar el perfume del verano londinense; hierba, el titilar de las hojas en los árboles, bailando en lo alto, casi rozando el cielo, el aroma de los besos robados a la luna, de los secretos susurrados en alto. La noche dibujaba sombras sobre sus cansados ojos, alargando sus párpados sobre el lienzo blanco en que la luz convertía su piel. Su cabello salpicaba la almohada, hebras de plata difuminándose en la oscuridad. Sentía su respiración, tenue y profunda, la vida aún preservada en su interior. Perderle sería perderse a sí mismo otra vez, desear morir a cada instante. Pero aún estaba a su lado, aún su piel retenía la calidez que él emanaba, que él tanto deseaba. Y sus labios rozaron los suyos en un susurro cayado, suave, tímido, intrigante. Nunca hubiese imaginado que James Carstairs pudiera ser tan problemático de sacar de su cabeza, porque después de aquello no había pensamiento que no tuviera grabado su nombre o que no evocase el sabor de aquel beso.
