Los brazos de Elsa eran demasiado delgados, se repetía la muchacha mientras tecleaba dato tras dato en su computador; si alguna vez tuviera que usar sus brazos para levantar algo pesado, se le romperían. "No estoy hecha para soportar cargas" se decía la chica. "No parezco sustancial, y por eso estoy obligada a hacer un trabajo insubstancial."

Era una racionalización que había intentado antes y que nunca se había creído más que a medias. Se había graduado en la Universidad de San-Fransokyo con el tercer historial más alto de la historia de la facultad; y cuando intentó encontrar trabajo, en vez de ser inundada por prestigiosas ofertas de empleo, se vio obligada a elegir entre ser programadora de ordenadores en el Centro Informático de Burgess o un puesto de administradora en la ciudad de Berk que estaba en alguna isla perdido de la mano de Dios que ni siquiera aparecía en los mapas oficiales.

- Es un aprendizaje – le había dicho su consejero – Hazlo bien y subirás rápidamente.

Pero Elsa sentía que ni siquiera su consejero lo creía. ¿Qué podía esperar hacer bien en Burgess? Su empleo era en "Obras Sociales", el Departamento de Servicios a Ancianos, la Oficina de Pagos de Pensiones. Y aunque desde ahí se administraban los pagos de pensión a todo el norte de Europa, la oficina era de segunda.

Si Elsa pudiera convencerse de una vez de que no había conseguido un puesto mejor por alguna falsa impresión que hubiera dado, de debilidad o incompetencia o inseguridad, entonces creería que, probando que era fuerte, competente y digna de confianza, su situación podría mejorar. Pero sabía bien que ese no era el caso. Por alguna estúpida razón sin sentido parecía que la sociedad hacía que fueran los jóvenes, las mujeres y la gente capaz quien se viera reducida a desempeñar un papel de segunda o tercera fila en una comunidad.

Y aunque la juventud se curaría con el tiempo, no había nada que pudiera hacer particularmente con su condición de chica… los transexuales eran aún más discriminados. Y su talento, las mismas habilidades que la habrían hecho valiosísima para el servicio gubernamental, la convertían en un objeto de envidia, de resentimiento e incluso de miedo.

Llevaba ahí tres semanas, y hoy había llegado por fin a su cima. El trabajo le requería, al menos, una tercera parte de su tiempo… cuando no se esforzaba. Así que, suponiendo que necesitaba probar su competencia, empezó a averiguar cosas sobre el sistema, comprender la función general de todo, la forma en que los sistemas de datos se enlazaban.

- ¿Quién programa los ordenadores? – preguntó Elsa inocentemente al Señor Weselton, el encargado de Pensiones.

- Todos nosotros – dijo él reintegrándose inmediatamente a su mesa de despacho, donde las cifras bailoteaban por toda la superficie, mostrándole exactamente lo que sucedía en cada una de las mesas de su oficina.

- ¿Pero quién preparó las cosas para que funcionasen? – insistió Elsa – ¿El primer programa?

Weselton parecía más que sorprendido. La miró con intensidad, luego dijo con fiereza:

- Cuando quiera un proyecto de investigación sobre el tema, serás la primera persona a la que llame. Pero ahora mismo tu trabajo es tomar las tablas de inflación y aplicarlas a las clases de pensiones para el año presupuestario que empieza dentro de seis meses, ¡Y cuando estás a mi mesa, Elsa, ni tú ni yo estamos haciendo nuestro trabajo!

Elsa esperó unos instantes, contemplando la cabeza ligeramente clava del hombre mientras jugaba con los números de su mesa, induciendo al ordenador a continuar con los procedimientos de costumbre.

Elsa no podía comprender la violencia de su estallido, que fuera tan defensivo como si le hubieran preguntado si era cierto que había resultado castrado en un accidente en el patio de juegos cuando tenía 5 años. Cuando él advirtió que ella estaba aún allí de pie, extendió la mano y señalo un punto en su mesa donde no aparecía ninguna cifra.

- ¿Ves ese punto blanco? – preguntó Weselton

- Sí.

- Eres tú. Ese es el trabajo que estás haciendo ahora mismo.

Y Elsa regresó a su mesa y a su computador y empezó a introducir los números con sus finos dedos, sintiéndose débil y más insignificante que nunca.

No era solo Weselton, ni el trabajo. Desde que llegó, sintió que ninguno de sus compañeros estaba interesado en entablar amistad con ella. Las conversaciones nunca la incluían; los chistes privados siempre la dejaban completamente a oscuras; la gente se callaba cuando ella se acercaba a una mesa en el comedor o a uno de los surtidores de los pasillos. Al principio (y todavía), ella intentó creer que no hacía amigos con facilidad porque era joven y frágil. Pero la verdad era que desde el principio, había sabido que era debido al hecho de que era una mujer ambiciosa con calificaciones notables de la mejor universidad del planeta, porque era curiosa, quería aprender y ser excelente, lo que constituía una amenaza para todos y les hacía parecer malos.

"Burócratas insignificantes con mentes infinitésimas," se dijo mientras aporreaba las teclas del ordenador. "Mentes pequeñas dirigiendo una tarea pequeña, aterrorizados ante alguien que huela a grandeza potencial… o incluso a potencial mediocridad."

Todos la vieron regresar a su mesa después de su entrevista con Weselton. Incluso las mujeres la miraron de arriba debajo de una manera desdeñosa, como si el hecho de escrutar su cuerpo expresara la opinión que tenían de su mente y de su corazón. No hubo ni una mirada de simpatía en ningún rostro.

Dejó de golpear las teclas y se contuvo. "Piensa así Elsa," se dijo "y nunca llegarás a ninguna parte. Tengo que hacerlo lo mejor que pueda, tengo que intentar serlo, y esperar que llegue un cambio, una oportunidad para destacar"

El monitor de su computadora brillaba frente a ella, fijo, tan firme como su ambición de trabajar en los altos puestos de gobierno, tan cegador como su miedo… de pronto ya no pudo seguir concentrándose más en su trabajo. Pidió permiso para almorzar, se le concedió, y dejó su trabajo para ir a comer. Los ojos de los demás volvieron a seguirla, y después de marcharse pudo oír el murmullo de una conversación que iniciaba. La oficina estaba insoportablemente en silencio cuando ella se encontraba presente; cuando ella se marchaba, todos se sentían amistosos.

Fue ese día en el comedor cunado conoció a Jack.

La cafetería del edificio de "Obras sociales" estaba en el último piso. La comida también era un asco, se lamentó Elsa con un suspiró mientras tomaba su bandeja y la llevaba hasta una mesa vacía. Esta tan sumida en sus pensamientos que un chico colocó su bandeja de alimentos sobre la misma mesa sin que ella se diera cuenta. Desde luego, el chico tampoco hizo ruido, pero Elsa sintió su mirada sobre ella.

Al alzar la mirada vio a un chico observándola. Tenía ojos azules profundos pero simpáticos, rasgos delicados y una boca que sonreía perpetuamente, como si supiera el chiste y no quisiera contárselo a nadie porque en realidad no tenía ninguna gracia.

- Me he enterado que Weselton te comió viva hoy.

"Los chismorreos se propagan rápidamente" pensó Elsa… pero no pudo dejar de sentirse adulada por este completo desconocido que se preocupaba; no podía dejar de sentirse complacida de que alguien le estuviera hablando de verdad sobre algo diferente al trabajo.

- Me han mordido – dijo Elsa – pero no me han tragado todavía.

- Me he fijado en ti – contestó el chico sonriéndole.

- Yo nunca me he fijado en ti – respondió Elsa, aunque no era totalmente cierto. Le había visto por los alrededores. Trabajaba en Estadísticas, Departamento de Vidas. Oficina de muertes, estaba en el piso de abajo. No le había llamado mucho la atención, digamos que estaba vacunada contra la atracción hacia los hombres. ¿Es apuesto? Se preguntó brevemente. ¿Es guapo? No estaba segura. Interesante al menos. Sus ojos parecían tan inocentes y su boca tan sabia. Incluso su cabellera blanca por más extravagante que pudiera ser era… ¿linda?

- Sí que lo has hecho – contestó él, aun sonriendo – eres una marginada.

De modo que era así de obvio; ella lamento oírlo expresado en palabras.

- ¿Lo soy?

- Es algo que tenemos en común. Los dos somos unos marginados.

Entonces era una excusa para ligar; Elsa suspiró. Se había convertido en una experta en detectar planes como aquel: estudiantes aburridos habían intentado muchas veces iluminar una tarde sombría con intentos de seducirla. Una o dos veces había seguido el juego. Nunca valía la pena el esfuerzo.

- Con tan poco en común, dudo que tengamos una buena amistad por delante – dijo ella regresando la atención a su comida.

- ¿Amigos? Deberíamos ser enemigos – le dijo él – podremos ayudarnos mutuamente mientras nos odiemos.

No pudo evitarlo. Levantó la mirada de su comida. Se dijo que era porque estaba cansada del horrible sabor que tenía la comida de esa cafetería. Apartó la comida y se recargo en la silla, esperando a que el chico continuara.

- Verás – dijo él sabiendo que iba a escucharle – mientras te entretienes rechazándome, puedes tener la satisfacción de saber que eres parte de la mayoría de los que hay aquí. Quiero decir que puede que no estés dentro, pero desde luego sabes quién está fuera.

Elsa no pudo evitarlo. Se hecho a reír. Él ladeó la cabeza.

- Vaya, se estropeó la teoría de la furcia frígida – dijo él.

- Deberías verme en la cama – repuso Elsa, y entonces se sorprendió al darse cuenta de que en vez de evitar su intento de seducción había seguido la corriente, él sin embargo evitó dar la respuesta obvia y cambio de tema.

- Tu gran error de hoy ha sido preguntarle a Weselton sobre historia. ¿Cómo iba a saberlo? Podría encontrarse en medio de una guerra y no darse cuenta de lo que estuviera pasando. Para él no suceden cosas… sólo tendencias. Es miopía estadística, una enfermedad endémica en nuestra profesión.

- Solo quería saber cómo funciona todo. Se pasó al enfadarse. Me sorprende ver lo rápido que se ha corrido la voz.

Él le sonrió, alargo la mano y le tocó el brazo. A ella no le gustaba mucho el contacto físico, pero toleró el gesto.

- Estoy terriblemente aburrido, ¿tú no? Quiero decir, cansado de todo este asunto.

Ella asintió.

- ¿A quién le importa nada? Tiene que hacerse, como sembrar y enseñar a los niños a leer y todo eso, pero a nadie le gusta de veras.

- A mí sí – dijo Elsa – o al menos me gustaría a un nivel superior.

- ¿Superior a qué?

- Superior a tener que introducir información sobre las pensiones en una computadora.

- Sube quince escalafones y verás que todos siguen siendo unos cretinos.

- Yo no lo sería – dijo Elsa y entonces se dio cuenta de que estaba siendo demasiado intensa ¿Quería de verdad confiar sus ambiciones a este muchacho?

- ¿Y qué eres tú?, ¿Inmune a la estupidez? Todo el que presume de tomar decisiones sobre la vida de otras personas es un cretino – él se rio, solo que esta vez parecía un poco cortado, hizo un gesto como si se colocara una máscara sobre el rostro y como si realmente lo hubiera hecho, su cara se volvió frívola e inocente de nuevo, desaparecidos todos los indicios de profunda reflexión.

- Te estoy aburriendo – siguió.

- ¿Cómo podrías hacerlo? Eres la primera persona que me habla de algo que no sean estadísticas en tres semanas.

- Es porque apestas a competencia, ya sabes. Una semana antes de que llegaras aquí, todos oyeron hablar de tu puntuación en los exámenes de la universidad. Bastante impresionante. Todos nos sentimos impulsados a odiarte.

- Ahora dices nosotros. Eres parte del grupo ¿o no?

Él negó con la cabeza y su cara se volvió seria de nuevo.

- No. Pero estoy en la dirección contraria a la tuya. Se cierran a ti porque eres mejor que ellos y te temen. A mí me evitan porque estoy más allá del desdén.

Elsa pensó que el chico parecía estar convencido de lo que decía. También se le ocurrió que si dejaba que la conversación continuara por más tiempo, no podría deshacerse de él fácilmente.

- Gracias por acompañarme durante el almuerzo – dijo ignorando el hecho de que aún no había tocado su comida – aunque la verdad es que no necesitas convertirlo en un hábito.

Él pareció sorprendido.

- ¿Qué he dicho? ¿Por qué te has enfadado?

Ella sonrió fríamente.

- No estoy enfadada. – dijo con su mejor voz de "seguro como el infierno que no podrás acostarte conmigo"

Con ese tonó y su mirada era capaz de congelar un río tropical. Se imaginó los cristalillos formándose en su nariz mientras se daba la vuelta, le mostraba la espalda y se marchaba, y al instante lo lamentó. Ese era el contacto más humano que había tenido en semanas. En años, realmente… él parecía más preocupado personalmente que nadie a quien hubiera conocido en San-Fransokyo. Y lo había despedido sin enterarse siquiera de su nombre.

No supo que él la estaba siguiendo hasta que la alcanzó de camino al elevador, él la tomó del brazo, lo bastante fuerte como para que no pudiera zafarse con facilidad, pero no con tanta firmeza como para que ella quisiera hacerlo. Ella no aminoró su paso, pero él se puso a su altura perfectamente.

- ¿Estás segura?

- ¿Segura de qué? – contestó de nuevo con voz glacial.

- De que no quieres que seamos amigos. Necesito amistad, ya sabes. Incluso de una mujer recelosa, fría de corazón y asustada de muerte como tú. Claro que tu vida social está tan completa que tendrás que buscar meses en tu libro de citas para encontrar una tarde que puedas pasar conmigo.

Ella se giró hacia él, con la intensión, más por instinto que por deseos, de pararle en seco, soltarse el brazo y regresar a su oficina sola. Pero una sonrisa inadvertida arruino el efecto: no dijo nada, aunque intentó contener su propia sonrisa en respuesta. Él la imitó, esforzándose cómicamente por fruncir el ceño y fracasando finalmente. Ella se rió con fuerza.

- Me llamo Jack – dijo – y tú eres Elsa ¿cierto?

Ella asintió, intentando deshacerse de la sonrisa de sus propios labios inútilmente.

- Vamos a pretender que piensas que merezco la pena. Vamos a pretender que quieres verme esta noche. Vamos a pretender que me das la dirección y el número de tu departamento y que paseamos por el centro de la ciudad para que no tengas que preocuparte de que intente llevarte a la cama. Vamos a pretender que te fías de mí.

Ella lo pretendió. No fue difícil.

- Calle Winter número 20-13, habitación A 7

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Bueno, he pasado todo el día atrapada en casa de mi tía con lluvia, una computadora de escritorio con internet y un viejo libro que pensé que había perdido y que en realidad se había quedado en casa de mi tía, es un libro que me gusta muchísimo y que ya ni siquiera recordaba que alguna vez había leído y amado, (no me juzguen el libro es buenísimo y digno, pero yo soy una simple humana distraída de mente dispersa) y al estarlo releyendo encontré esta escena y no sé porque pensé que me gustaría verla con Jack y Elsa y bueno ya que estaba escrita y para que mi día y mi trasero plano de tanto estar sentada no fueran en vano, pensé en subir lo que escribí y heme aquí.

Sería lindo si me dieran su opinión y me dijeran si quieren que le dé una pequeña continuación tan escandalosa como sigue en el libro o no.