Disclaimer: Personajes pertenecientes a Rumiko Takahashi.
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Parte 1.
Después de una semana había vuelto al apartamento viendo cómo todo estaba apagado y silencioso, había llamado varias veces a su mujer pero ella no contestaba y no se presentaba a trabajar. Si, era su mujer, suya y no era necesario que llevara un anillo para saber que le pertenecía. Pero entró en pánico cuando vio que nadie le contestaba. Rápidamente corrió hasta su habitación y abrió el armario.
Nada. No había nada.
Corrió por todo el piso gritando su nombre pero nada, nada ni nadie estaba allí. Salió del apartamento y fue a la portería del edificio y desesperado golpeó la puerta, Myoga abrió e inmediatamente le pregunto sobre la mujer que vivía en el 265, le había dicho que la chica se había ido hacía ya cinco días y le había dejado las llaves del auto que él le había dado que estaba en el garage del lugar y las del apartamento para que se las entregara.
Agarró ambas llaves, dio las gracias y volvió a entrar en el piso.
Devastado miró el polvoso apartamento oscuro. Carecía de color sin ella, caminó hasta la habitación que pocas veces compartían y se sentó sobre la cama. Su perfume aún estaba en las almohadas. Tranquilo y tratando de controlar su temperamento llamó a su celular. El aparato sonó encima del buró blanco que tenía en una esquina de la habitación, lo había dejado, a él y al maldito teléfono.
Arrojó el aparato contra la pared y este se hizo añicos al instante. Estaba furioso. Si que lo estaba.
—¡Demonios!
-o-
Unos cinco días antes...
-o-
Kagome casi se cayó de la silla al ver el resultado.
¿Positivo?
Mierda. ¿Como pudo pasar? Siempre había usado protección, pero al parecer, las pastillas no eran efectivas, iría al ginecólogo cuando todo el lío estuviese "arreglado". Mierda, lo que faltaba.
Hizo su larga melena hacia atrás con ambas manos y dejó la prueba de embarazo en la mesa. Suspiró y casi quiso arrancarse cada cabello de su cabeza.
—¿Y ahora que mierda voy a hacer?
Sólo había una cosa que hacer. Miró el departamento con pena y se dirigió al armario, saco una maleta color rosa del mismo y la abrió arrojando cada prenda que tenía. Sacó su celular y marcó el único número que se sabía de memoria. Lo puso en alta voz dejandolo en la mesita de noche mientras ella se ponía a sacar todo del armario, y sonó una... dos... tres veces.
—Maldición, contesta.
—¿Bueno?
—¡Sango!
Cayó al suelo al enredar sus altos tacones con un vestido amarillo de fiesta al tratar de correr hacia la mesita de noche. Se arrastró como pudo y agarró el teléfono aún estando en el suelo.
—¿Kagome?
—¡Si! Gracias a Dios que contestaste...
—Kagome ¿estás bien?
—No, no estoy bien. Acabo de descubrir algo que prácticamente será el causante de mi muerte y no tengo idea que hacer, además de que estoy estúpidamente colada por un hombre casado, creo que estoy a punto de entrar en pánico y...
—¡Ya! ¡Cálmate!
—¿¡Pero cómo quieres que me calme!? Estoy a punto de entrar en una crisis nerviosa en este momento.
Empezó a morderse la uña del dedo pulgar derecho con mucho nerviosismo y Sango suspiró del otro lado de la línea.
—Bien, primero respira...
Kagome hizo caso a su hermana y respiró hondamente. Sus manos aún temblaban pero pudo recuperar la poca cordura que le quedaba.
—Gracias...
—Ahora, cuéntame...
—Estoy embarazada.
La línea quedo un par de segundos en silencio antes de que su hermana volviera a hablar.
—¡Wow! Eso es... hmm, inesperado.
—Lo sé... –Kagome suspiró con fuerza. –Soy una estúpida.
—Si lo eres. –concordó. –Pero eso no te servirá de nada ahora.
—Lo sé.
—¿Y que piensas hacer?
—Irme, claro está.
Se deshizo de sus tacones quedando descalza y miró el enorme armario de la enorme habitación del enorme departamento. Inuyasha Taisho era su jefe hacía ya tres años, ella era su simple secretaria. Kagome había estado buscando un trabajo rápido desde que llegó a la ciudad de California y eso había sido lo mejor que había encontrado. Las cosas fueron normales los primeros dos años, hasta que su novio la engaño abandonándola un año atrás, ella era una engañada virgen y podía decirse que estaba vulnerable. Inuyasha Taisho había sido la distracción perfecta, el problema era que estaba casado, con una neurótica, controladora y súper celosa esposa. Kikyo Tama de Taisho era la pesadilla de todo hombre casado o no-casado. Era una mujer con temperamento fuertísimo y no le gustaba que anduvieran detrás de lo suyo. En teoría, estaba loca.
Más eso no le había importado a ninguno de los dos, con algunas mentiras de aquí y por allá habían tenido una relación de amantes de un año. Los dos estaban satisfechos y no tenían sentimientos por el otro. (O al menos eso era lo que ella quería hacerse creer) Las cosas eran bastante tolerables para ambos pero ahora con ella embarazada las cosas se complicaban, y mucho.
—¿Eso es lo que harás? ¿escapar?
—¿Que otra cosa quieres que haga?
—¿Y que hay de él?
—¿Prefieres que me quede viendo cómo una furiosa Kikyo viene detrás de mi? –preguntó con sorna. –¿Viste lo que soy? Me matará si me agarra. ¡Esa mujer es una loca!
—Ella no tiene la culpa de que midas un metro y medio..
—¿De que lado estas, Sango? –reprochó. –También recuerdame que ella no tiene la culpa de que me halla metido con su marido.
—Bueno, en teoría...
—Mejor cállate.
Sango rió del otro lado de la línea. Su hermana menor siempre había sido una muchacha irresponsable y salvaje por así decirlo. Ahora que necesitaba su ayuda era grato verla desesperada luego de los regaños que pasó de adolescente por su culpa. Ella era la única que sabía de su relación con su jefe, nadie más que ella era quien llevaba el ritmo de la situación.
—¿Que pasará con Inuyasha?
—Se las arreglará sin mi.
—¿No se lo dirás?
—¡Por supuesto que no! ¿Que estas loca?
—¡Pero es su hijo!
—¿Me ayudarás o simplemente me dirás que hacer?
Sango suspiró, no conocía a Inuyasha Taisho más que en revistas y programas de televisión. Era un hombre muy guapo, rico y conocido por medio mundo, pero con el temperamento de un perro fiero. Eso les traerían problemas, y Kagome lo sabía. Más, nunca le negaría ayuda a su hermanita.
—Ya, ¿estás segura de querer volver a la vida de campo?
—Súper segura.
—Muy bien, mañana te esperaré en la terminal de autobuses.
La familia Higurashi tenía una pintoresca hacienda en un pueblo lejos de la ciudad, allí sería el escondite perfecto.
—Muy bien, gracias hermana.
—¡Me la deberás!
—¡Toda la vida!
Se despidieron y Kagome miró su maleta a medio hacer, ya no habría vuelta atrás. O se iría dejando toda la maraña de mentiras o moriría en más manos de Kikyo Taisho.
Veinticuatro de diciembre.
