LOS ANGELES, 28 DE DICIEMBRE DE 1994

"Moon Princess". La canción inunda toda mi sencilla habitación. Estoy en mi cama, escribiendo en mi agenda de cuero. Mi padre tiene una parecida. Me parezco bastante a mi padre, o eso dicen. Estoy muy a gusto con la música, relajada. Aunque hoy no voy a pasar la noche en casa. Mi madre está en viaje de negocios y mi padre tiene que cumplir un recado de su jefe en Nevada, así que pasaré la noche en algún hotel barato. Solo de pensarlo me imagino la voz de mi progenitor ordenándome que haga la maleta de una vez por todas. Mis expectativas se cumplen. Mi padre invade mi cuarto, enviando al garete la tranquilidad.

-¡Conque aquí te escondes! ¡Te he dicho hace rato que empieces con la maleta! ¡Vamos, no seas perezosa!

-¡Ya voy, solo quería despejarme un poco! Vaya ejemplar…

En fin, no voy a ponerme a discutir. Dejo la agenda en la cama, apago mi tocadiscos, abro la maleta roja que tengo en la mesa y empiezo a seleccionar un par de mudas de mi armario de mala gana. Meto un par de camisas, un pantalón rojo, unas mallas negras, un fular a topos, una bufanda de rayas y un pijama de franela de color rojo con conejitos rosas. Añado unas zapatillas viejas con una oveja como diseño. La ropa interior, por supuesto, aunque no voy a hablar de ella. Sé de sobra que como mucho voy a usar el pijama, y nada más. No suelo estar todo el día cambiándome de atuendo.

-Ah, sí, la cartera de antes…

Mi padre me ha dejado el dinero para pagar el hotel y otros gastos extra que pueda tener. No es que estemos forrados, la verdad. Si lo estuviéramos, no tendría que pasar la noche fuera porque sé que mi padre ya habría dimitido.

-¡Nos vamos, pelirrojilla!-. La voz de mi padre resuena por todo el apartamento.

Sí, soy pelirroja. Un color muy bonito para el pelo. Casi todo el mundo que me conoce se fija en mi melenita escarlata. Pero, ¿Qué más puedo hacer? Cierro la maleta con la llave cochambrosa, la sujeto de la asa, cojo mi agenda y abandono mi habitación.

Como siempre, el coche está allí, esperándonos. Me gusta tratarlo como si fuera un ser vivo. Cuando mi padre lleva varios días sin usarlo, me da penita. Sí, vale, ¿Qué pasa? Me da pena un coche. Sé que tengo que replantearme mi vida, ¿Y qué? Ocupo el asiento trasero después de endiñarle a mi padre la maleta para que la guarde. Soy así y lo demás son tonterías.

Empiezo a mirar el aburrido paisaje invernal de diciembre. Es el último miércoles del año, aunque a mi padre no parecen entusiasmarle nada estas fiestas. Me hace un regalito, por supuesto, pero no soporta los villancicos. Todavía no sé por qué, pero los odia con toda su alma. No conozco mucho a mi viejo, aunque lo quiero más de lo que aparento. Trabaja como vendedor a domicilio para una empresa llamada Red Crown. Se llama Kyle Hyde. No sé por qué tiene este trabajo, ya que es un tipo más bien arisco y taciturno, siempre en su mundo. Es un hombre misterioso para mí. Lleva el pelo castaño corto, ligeramente peinado. Su atuendo es casi siempre el mismo, una camisa, una corbata, unos pantalones oscuros a juego con la chaqueta de su empresa y unos zapatos corrientes y molientes. Es alto, lo que le confiere un aspecto atlético, aunque tiene ya sus 48 tacos. Se conserva bastante bien, lo admito. A veces le pregunto por su pasado, pero el muy listo siempre me da largas para no hablar del tema. Poco a poco voy sucumbiendo al sueño…

Mi padre me despierta con los griteríos que él mismo se dice.

-¡Mierda!

Maldita sea, ahora que estaba dormida soñando que vivía entre fajos de billetes. La realidad puede ser cruel.

-¡Maldita sea, baja el volumen, estaba frita!

-Perdona, es que se ha encendido la puñetera lucecita del depósito de la gasolina. He de ir a echarle.

-¿Y por esa estupidez has de soltar un taco que se ha oído en 20 kilómetros a la redonda? Hyde, te estás haciendo viejo.

-A mí me lo dirás, pelirrojilla.

-¿Falta mucho? Estoy segura de que no volveré a dormirme y no me apetece estar mirando arbolitos.

-Ya casi hemos llegado.

-¡Pero si aquí no hay nada!

-Deja ya de quejarte, señorita, es lo que haces todo el día. Como si a mí me apeteciera aceptar este maldito encargo.

-Mira, allí hay una gasolinera. Échale al depósito antes de que se te vuelvan a fundir los fusibles.

Silencio. Muy típico de mi padre. La verdad es que es un raro, igual que yo. Ironías de la vida. Aunque he de admitir que a mí también me vendrá bien parar. Mi vejiga ha pasado a estar en alerta.

El viejo Hyde aparca con un frenazo que me hace tambalear.

-Ahora vuelvo. Voy al baño.

-No te alejes o me vas a oír cuando te coja.

Mientras mi padre se queda echando gasolina entro en el baño de mujeres. Algo asqueroso, como me esperaba. Así que prefiero no tardar en irme de allí. Al cabo de unos 10 minutos, me siento mucho más aliviada. Me dispongo a volver con el viejo carcamal, aunque algo me hace desviar la vista un momento. Una niña. Tal vez de mi misma edad, pero de apariencia más inocente. Lleva una melena rubísima, algo despeinada, ropa que parece que abriga, pero a la vez sencilla, un collar y un par de pulseras, una en cada mano. No parece haberme visto. La verdad es que parece que está triste. Intento preguntarle, pero para cuando me quiero dar cuenta, ya se ha marchado.

-Sí que has tardado. Anda, sube al coche.

Mi padre me abre la puerta, se asegura de que no me va a pillar la mano y cierra enérgicamente.

-Oye, papá, antes he visto a una niña rubia vagando en mitad de ningún sitio.

-Habrá venido con sus padres.

-¡Pero si no había nadie más a parte de unos servidores!

-Pues será hija de los dueños, o algo así. No le des importancia y estate quietecita. ¡Maldita sea, ponte el cinturón! ¡Como me pillen me matan!

Rechisto a la vez que me pongo el cinturón. Algo hace que no pueda quitarme la imagen de esa niña de la cabeza. ¿Qué haría allí? ¿Por qué estaría triste?

20 minutos pasan rápido para mí. Mi reloj de pulsera de manecillas marca alrededor de las 5 de la tarde. Mi padre para enfrente de un cuchitril que está en medio de la nada. Tiene una estructura muy vieja y desgastada. En la azotea tiene el nombre del hotel en luces de neón, a esas horas apagadas: Hotel Dusk.

-Vamos, pequeña. Ya hemos llegado.- Mi padre me tiende la maleta.- ¿Tienes la llave? ¿Y el dinero?

-Sí, papá. Lo tengo todo preparado. ¿Pero por qué este hotel en especial? Está para el arrastre, y no me hace gracia llevar casco.

-Por nada en especial…

Sé que mi padre me está mintiendo. El tono le delata a leguas.

-Solo será una noche, cielo. Solo te pido que te portes bien y tengas cuidado.

Me llamo Kylie Hyde. Soy una chica de 13 años más o menos normal. Con mis cosillas, evidentemente. Me encanta llevar chaqueta y corbata y los zumos embriagadores. No tengo un color en particular, pero sí un animal: el conejo. Tengo la cara de mi padre (sin perilla, claro está), el ojo derecho color chocolate y el izquierdo, verde bosque (tengo heterocroma, una cosa muy rara en humanos) y el pelo pelirrojo, pero de ese pelirrojo que no se nota que es de bote. Me gusta el jazz y normalmente me atraen las situaciones misteriosas. Tengo tendencia a investigar por todas partes. La verdad sea dicha, tampoco soy muy sociable y en la escuela no tengo demasiados amigos. Mi segundo nombre es Brenda. ¿En qué estarían pensando mis viejos?

-¡Kylie!

-Voy…

Entramos en el hotel. Por un momento temía que la puerta se cayera a pedazos y con ella la pared, pero nada, falsa alarma. No se ve ni un alma.

-Vaya tugurio al que me has traído, Hyde.

-Mi jefe me llama por mi apellido. ¿No puedes acostumbrarte a llamarme "papá" y no "Hyde"?

-Lo siento, Hyde- Me encanta picar a mi padre.

Nos acercamos a lo que parece el mostrador de recepción. Cada vez que avanzo hacia un mueble temo por mi vida. Mi padre pulsa el timbre varias veces. De una puerta sale una mujer castaña con el pelo ligeramente recogido, de unos 30 o 40 años.

-¡Papá, estoy ocupada! ¡No puedes llamarme para quejarte a cada minuto! ¿Eh? Pero si… ¡No son mi padre!

-¿Su padre?- pregunto como una idiota.

-Sí, el dueño del hotel. Es majo, pero está todo el día no dando un palo al agua. Siento haberles confundido con él.

Pausa. La mujer carraspea.

-Me llamo Jenny Smith. Soy la recepcionista. Bienvenidos al hotel Dusk.

-¿Jenny? ¡¿Usted es la hija del dueño?!

-¡Papá! ¿De qué os conocéis?

-¿Eh? Nada, nada, estaba pensando. Disculpe.

-Así que quieren una habitación.

-Para ella, yo esta noche trabajo fuera.

-Ya veo. Es menor de edad, ¿No? En ese caso deberían enseñarme el carné de la niña y usted debería firmar una autorización conforme la deja pasar la noche aquí.

Sin que nadie me diga nada, me acerco a los sofás y dejo la maleta en la mesa mientras mi padre escribe la autorización que me permita pasar en el hotel la noche sola. La abro una vez más con la llave y saco mi carné de la cartera. Vuelvo a meter la cartera en la maleta y cierro.

-Rellena la hoja de inscripción y te daré la habitación, pequeña.

-Vamos, Kylie.

-No soy un bebé, papá, sé escribir sola.

Cojo el bolígrafo con la mano con la que escribo (la izquierda) y relleno la hoja de inscripción siguiente:

NOMBRE: Kylie Hyde

ESTADO: Los Ángeles, California.

DIRECCIÓN: Apartamentos Cape West, 202.

FECHA DE HOY: 28 Diciembre 1994

Le doy la hoja de inscripción y mi carné a Jenny Smith.

-¿"Kylie Hyde"? ¿Te llamas Kylie Hyde, pequeña?

-Mírelo, eso dice mi carné.

-Hm, vaya…

-¿Ocurre algo?-. Mi padre lo dice como si ya se oliera lo que va a pasar.

-Es que… Hace un tiempo vino una niña con el mismo nombre.

-¿Con el mismo nombre que yo? Es raro, no tengo un nombre muy común.

-Así es. Si ahora me pongo a hacer memoria, tendría tu edad, tal vez un poco más pequeña. Era rubia, alta y delgada.

¿De dónde me suena esa descripción? Ya lo tengo, la niña de la gasolinera.

-¿Cómo puede ser?

-¿Qué dices? ¿Conoces a alguien con el mismo nombre que yo, papá?

-No, no, claro que no. Pero es posible. Norteamérica es muy grande, cielo.

-En fin… No pasa nada por eso, ¿No? Vino con su padre.

-¡Maldita sea! ¡Es muy tarde! ¡Ed me va a matar otra vez!

-¿Eh?

-He de irme ya, cielo. Pórtate bien y no molestes, ¿Eh? No quiero disgustos.

-Te lo prometo, Hyde.

-Así me gusta.

Le doy un beso en la mejilla a mi padre. Me siento rara al hacerlo.

-Te llegará un paquete de tu madre, ¿Eh? Disculpe, señora Smith, ¿Podría mandarle el paquete a mi hija en cuanto llegue?

-Por supuesto, descuide. Yo me encargaré de cuidar de Kylie, señor Hyde.

-Gracias. Adiós, pelirrojilla. Te llamaré cuando llegue.

Mi padre se despide de mí y sale del hotel. Me despido de él con la mano. A saber qué me mandará mi madre en ese paquete.

-En fin, Kylie. En cuanto a tu habitación… Te daré la 215. Toma la llave.

Cojo la llave de la habitación 215. Lleva un llavero de tela desgastado en el que pone el número y la palabra "Deseo".

-¿"Deseo"? ¿Y eso a qué viene?

-Es el nombre de la estancia.

-¿Lleva nombre?

-¡Claro! Es el toque personal del hotel. Todas las habitaciones tienen el suyo: "Amor, Coraje, Alba, Ángel, Éxito…" Pero mi favorita es "Deseo".

-¡Vaya chorrada! Eso me parece una macabra estupidez.

-¿Cómo?

-Ponerles nombre es una pérdida de tiempo. Con un número es más que suficiente.

-De acuerdo, ya veo que no te gusta perder el tiempo, pero hay gente a la que le gusta este toque. Entonces me ahorraré contarte la historia.

-¿Qué historia?

-Nada, nada, patrañas.

-No se haga la interesante, se lo ruego. ¿De qué me habla?

-De acuerdo, te lo contaré. Es una historia que tiene que ver con tu habitación, la 215.

-¿Fantasmas o algo así?

-¡Bah, nada que ver! ¿Tienes un sueño, niña?

-Los sueños no son para chicas como yo, al menos de momento.

-Ya veo… Pero en fin… Tal vez algún deseo puede hacerse realidad esta noche, ¿Entiendes?

-¿Me está diciendo que esa habitación concede deseos?

-Sí. Ya son dos personas las que lo afirman. Así que…

-¡Ja, ja, ja! No esperaba que me fueran a contar una historia así.

-De acuerdo, ya has dejado claro que no te importan este tipo de cosas. En fin… Me encargaré de ver qué ha pasado con el paquete que ha dicho tu padre. Si aparece, llamaré al botones y te lo subirá a tu cuarto.

-Por mí, estupendo.

-¿Eso es todo?

-Sí.

-Disfruta de tu estancia. Las escaleras están a la izquierda del vestíbulo. Las encontrarás enseguida.

-Vale.

Me dispongo a ir hacia el vestíbulo. Antes de llegar oigo la puerta con el mismo crujido que ha hecho cuando yo la he abierto antes.

-Disculpe, ¿Tienen habitaciones?

La voz masculina que oigo es algo ronca. Me giro y confirmo mis sospechas: Un hombre muy mayor acaba de entrar. Va vestido sencillamente y se apoya en el suelo con un bastón. No sé por qué, pero mis piernas no respondieron y me vi incitada a oír esa conversación.

-Bienvenido, señor, al hotel Dusk. Sí, tenemos habitaciones. ¿De qué tipo le interesa?

-Mi mujer me habló de una habitación de este hotel un tanto especial. La habitación de los deseos.

-Sé cuál dice. Pero siento comunicarle…-Jenny no puede acabar.

-¡No me diga que está ocupada! Oh, qué decepción.

-Lo siento enormemente. ¿Quiere que le preparemos otra?

-De acuerdo. Necesitaré cobijo esta noche.

El resto de la conversación es más monótona, así que dejo de cotillear como una vulgar maruja y continúo. De nuevo, he de parar por la presencia de un hombre.

-¿Eh?

-¿Ocurre algo, señor?

-No, no, es que… ¿Dónde están tus padres, pequeña?

-Me alojo sola. Mi padre ha firmado la autorización ya que tiene un recado de negocios y no puede llevarme. Esto… No quiero ser maleducada, pero ¿Con quién tengo el honor de hablar?

-¿Yo? Soy el dueño del hotel, Dunning Smith.

Menudo nombrecito tiene el tipo.

-Ah, así que es usted.

-¿Ya me has visto?

-No, es que la mujer de recepción me confundió con usted.

-Ya veo. Mi hija te ha confundido conmigo.

-Sí, y oiga. Quería preguntarle una cosa.

-Dime.

-¿Recuerda a alguien con mi mismo nombre que viniera por el hotel?

-¿Cómo te llamas?

-Kylie Hyde. Su hija lo comentó, y era para ver si sabía algo…

-Hm… Ahora mismo no me suena. Si me acuerdo o cualquier cosa, te avisaré. Te alojas en la habitación…

-215.

-Perfecto, me acordaré. Adelante, disfruta de tu estancia. He de marcharme.

Sin más palabras, Smith se marcha por el pasillo derecho. Avanzo hacia la izquierda. Tal y como me había dicho Jenny, allí están las escaleras. Empiezo a subirlas y vuelvo a temer por mi vida al oír los crujidos que hace ese armatoste. De nuevo, vuelven a interrumpir mi marcha. Un crío está sentado en las escaleras.

-¿Eh?

El niño sigue jugando sin prestarme atención.

-Disculpa, pequeño. Estás interrumpiendo el paso. Apártate.

-No.

Lo que me faltaba, maldita sea… ¿Por qué no me deja el mundo en paz?

-¿Por qué no?

-Estoy jugando.

-¿Jugando? Esto no es una ludoteca, chaval.

-¡Ya lo sé! Estamos en unas escaleras.

-Muy bien, premio para el caballerete. ¿Y para qué sirven las escaleras? Para pasar. Déjame pasar.

El chico sigue ahí, sin moverse ni un milímetro. Suspiro para mis adentros. Me tranquilizo como puedo.

-¿Cómo te llamas?

-¡Cállate! ¡No pienso decirte nada, zampabollos!

-¿Zampabollos? ¿Tan regordeta estoy?

Me estoy mosqueando. Intento contar hasta 50, pero no funciona.

-¡Estás empezando a cansarme! ¡No pienso aguantar más!

-¡Uuuuuh, qué miedo me da! ¿Y qué piensas a hacer, listilla?

-¿De verdad quieres saberlo? Podría avisar a la recepcionista para que te riña. O tal vez avisar a tu madre y que vea lo bien que te portas.

-¿Llamar a…? ¿Mi madre?

-¿Dónde está tu madre?

-No está aquí.

-¿Y eso?

No responde. Decido modificar mi personalidad temporalmente.

-Vamos, pequeño, ¿Por qué no quieres apartarte? Si tienes una buena razón…

-No puedo acabarlo…

Pienso que lo que no ha acabado de montar es su buen carácter, pero no lo digo, ni mucho menos.

-¿El qué?

-Un puzle.

-Vale, ¿Y qué tiene que ver eso para que no te muevas?

-No puedo acabarlo. Pensaba irme al acabarlo, ¡Pero no puedo! ¡No puedo acabarlo! ¡Bua, bua!

El niño se echa a llorar. Menudo renacuajo más plasta.

-Vale, te ayudaré a acabarlo. Déjame a mí.

-¿Me ayudarás, zampabollos?

-¡No me llames eso! Me llamo Kylie Hyde. Si piensas hablarme, llámame por mi nombre.

-¿Zampabollos Hyde?

-Bah, déjalo. Enséñame ese puzle.

Me pongo a montar un puzle como si fuera una criaja de cinco años. Humillante, sin duda. El puzle es del Conejito Rosa, el conejo que sale en mi pijama y el conejo que es mi hucha. Pan comido. En menos de 3 minutos, está listo.

-Ale, ya está. Puedes marcharte.

Me dice que no con la cabeza.

-¿No? ¿Pero qué?

-¡¿Qué tiene de divertido si no lo acabo yo?!

El chaval coge el puzle y lo tira por las escaleras.

-¡¿Pero qué haces?! ¡Por lo menos podrías haberme dado las gracias!

-¡Cartucho, que no te escucho!

-Así no llegarás lejos…

Me enfado de verdad. Ya parezco mi viejo.

-¡Será mejor que te comportes!

-¿Eh?

-¡Recoge ahora mismo el dichoso puzle!

-¡No puedes obligarme!

-¡Tú lo has tirado y tú lo vas a recoger! ¡Hala, ya estás tardando!

-¡De acuerdo! Lo siento…

Hago valer mi autoridad y el chiquillo se acojona. Pero por lo menos ya lo ha recogido todo.

-¿Contenta?

-Sí, eso está mejor.

-Lo siento, yo…- El niño se pone a llorar otra vez.

-Vale, ya está, déjalo.

Siguen los llantos.

-Vamos, tranquilízate. Oye, yo no quería…

-¡Ja, ja, ja! Te lo has tragado, ja, ja.

El chaval aquél coge el puzle y sube las escaleras riéndose de mí.

-¡Maldita sea, no hago más que perder el tiempo!

Diviso una pieza del puzle en un eslabón de la escalera. La recojo de mala gana y sigo subiendo.

Acabo por fin de subir las escaleras. Pero nada, otra vez igual. Una chica rubia sale de la habitación 213. Parece aturdida, así que hago que baje de las nubes.

-Hola.

-Ah…

-¿Te ocurre algo?

-Nada, nada, déjalo.

-Como quieras, siento haberte molestado. Adiós.

Me dispongo a dejar a la rubita, pero me vuelve a hablar. La gente es muy cansina.

-Oye…

-¿Sí?

-¿Cómo te llamas?

-¿Yo? Kylie Hyde, estoy en la 215.

-Yo soy June. June February.

¿June February? Lo que tú digas, rubita. A saber de dónde ha salido. Debe tener por lo menos 20 años.

-¿Cuántos años tienes?

-15 años.

Muy bien, Hyde, muy bien deducido, sabuesa de tres al cuarto.

-¿Y tus padres?

-Vengo sola.

-Ah, como yo. Mi padre está de viaje de negocios.

-También el mío.

-Oye, ¿Sabes quién es el chiquillo de las escaleras?

-¿El qué?

-Un crío que estaba en las escaleras, de unos diez años. ¿Sabes dónde se aloja?

-Ah, ya, Christian. Se aloja con su viejo y su hermana mayor en la 219. Parece un tío algo torpe. ¿Algo más?

-No, por ahora.

-De acuerdo. ¡Chao!

June se mete en su habitación y cierra la puerta.

-A ver si puedo llegar por fin.

Llego con la llave en mano. Estoy a punto de lograr mi objetivo cuando…

-¿Hola?

Mierda… Estaba tan cerca…

-¿Sí?

-Tú eres la de la 215, ¿No?

-Así es. Kylie Hyde.

-Yo estoy en la 216 con mi madre. Me llamo Dave.

-¿Querías algo?

-No, nada en concreto. Solo comprobar qué clase de tipo se alojaba en la 215.

-¿Perdón?

-Ahora que te conozco, sé que no eres una de esas babosas que van tras una buena foto mía.

-¿Una foto tuya? Oye, no eres feo ni nada de eso, ¿Pero para qué quiero tu foto? Tengo otras cosas en qué pensar.

Dave se mosquea y vuelve a su habitación.

-Será chulo el tío… Bah, dejémoslo.

Por fin introduzco la llave en la cerradura y consigo entrar en mi habitación. Es muy sencilla, con una cama algo grande para mí, muebles viejos y un bodegón colgado.

-Vaya tontería me ha soltado Jenny. ¿Para qué tanta invención? Bah, voy a olvidarlo.

Dejo la maleta en una mesa redonda que hay en una esquina de la habitación. Aprovecho para relajarme un poco, revolcarme en la cama, etc. Me encanta dar vueltas en las camas y sentir esa frescura tan agradable en la cara. Suena el teléfono.

-Vaya, qué famosa soy…

Me siento en la cama y descuelgo el auricular. Oigo una voz femenina al otro lado.

-¿Kylie?

-Hola, mamá. ¿Qué tal te va en Beverly Hills?

-Pues bien, gracias. ¿Tu padre ya te ha dejado en el hotel? -Sí, así es. Se ha ido preocupado porque Ed se enfade.

-¡Ja, ja! Muy propio de tu padre. ¿Y qué, estás bien?

-Sí, claro, solo que los del hotel parecen empeñados en darme la brasa.

-No seas borde, Kylie, lo digo por tu bien.

-Lo que tú digas, mamá. Oye, ¿Sabes qué? La recepcionista ha dicho que hace ya un tiempo vino al hotel una chica con el mismo nombre que yo con su padre. ¿No te parece raro?

-Pues sí… ¿sabes? A tu padre le pasó lo mismo cuando se alojó en ese hotel antes de que tú nacieras.

-¿Papá se alojó en el hotel? No me lo ha dicho.

-¿Ah, no? Bueno, ya le conoces. No le gusta mucho hablar de esto.

-¿Y un tipo que se llamaba Kyle Hyde vino también antes que papá? ¿No te parece que podría estar relacionado?

-Igualita a tu padre, hija mía. Si quieres saber más de eso, pregúntale a tu padre. ¿Vale?

-Sí, mamá. Me tiene que llamar, así que le preguntaré.

-Estupendo. Oye, ¿Y mi paquete?

-No ha llegado. El de Correos se habrá retrasado con las entregas.

-Vaya… Pues llámame cuando llegue, ¿Vale?

-Sí. ¿Qué hay en el paquete?

-No mucho, solo unos regalitos que te he comprado.

-Mamá…

-Y también unas chuches, que sé que te encantan.

-Gracias, eres un sol, mamá.

-Nada, cariño. Tengo ganas de verte pronto.

-Sí, vale. Adiós.

-Chao.

Cuelgo el auricular. Mi madre se llama Rachel. Es secretaria de la empresa de mi padre. Allí se conocieron. El jefe la ha enviado a Beverly Hills para reunirse con un cliente importante y procesar no sé qué rollos. En cambio, mi padre tiene que ir al centro de Nevada a recoger unas entregas. Pero lo que me ha dicho mi madre… ¿Por qué mi padre me ocultaría algo así? Estoy segura de que se acordaba. Intentaré sonsacarle algo cuando me llame.

Algo me hace despertar de mi letargo detectivesco. De nuevo el teléfono. Lo cojo de nuevo. Suena otra vez una voz de mujer, pero no es mi madre.

-¿Kylie, pequeña?

-Señora Smith…

-¿Qué tal tu habitación? ¿Todo en orden?

-Me hará el apaño, gracias.

-Me alegro mucho. Llamaba porque me olvidé de comentarte una cosilla. Tienes que pagarme la habitación por adelantado.

-¿A qué se refiere?

-No me malinterpretes, pequeña, no digo que no me fíe de ti, es solo que la primera vez que vienes al hotel se paga por adelantado.

-Comprendo.

-Supongo que tienes el dinero, ¿No? Tu padre me dijo que te lo dio.

-Así es. Pero espere un minuto. ¿Quiere que vaya ahora mismo a pagarle?

-¡No, bonita, tranquila! Acabas de llegar y estarás muy cansada. Puedes echarte una siesta, si quieres. Si tienes un ratito antes de cenar, te lo agradecería.

-Claro.

-Gracias. Cuelgo.

Tal y como me ha dicho, Jenny Smith cuelga. En ese momento me viene a la cabeza que metí el dinero en mi maletín, así que me dirijo a sacarlo antes de que se me pase por alto y quede en ridículo. No sería la primera vez. Meto la llave en la cerradura y ¡Zas! La vieja llave se parte en dos.

-¡Mierda! ¡Ahora tenía que ser precisamente! ¿Y ahora qué? Espera…

Recuerdo una lección que mi adorado padre me enseñó cuando una vez se cerró la puerta del apartamento mientras estábamos fuera y no teníamos la llave: un alambre. ¿Pero de dónde lo consigo? Tal vez doblando un clip….

-Esto está chupado…

Doblo el clip que encuentro junto al folleto en forma de alambre. Pruebo a abrir mi famosa maleta, pero nada. Demasiado fino.

-Esto es inútil. Necesito algo más gordo o no iré muy lejos…

Toc, toc. Llaman a la puerta. Genial, justo lo que me faltaba. Qué remedio, hay que ir a abrir.

-¿Quién es?

Una voz de niña me contesta desde el otro lado.

-Soy la botones. Traigo un paquete para usted.

Abro la puerta. No veo casi a la supuesta botones. Solo un poco de su cabellera castaña y rizada. La voz no parece adulta, sino más bien joven. Extraño, sin duda.

-Ha llegado un paquete a su nombre.

-Estupendo. Déjalo por aquí.

-Lo siento, tengo otra caja encima. ¿Me la aguantas un segundo?

-Claro.

Cojo la caja que la botones tiene arriba. La coloco sobre mi cama. La botones mira hacia abajo.

-Bueno, me abro…

-¿"Me abro"? ¿Qué dices?

-No, nada, esto… He de irme… Quiero decir… Hyde… ¡Mierda!

-Espera un segundo… ¡Esa voz me suena!

-¡Eso es imposible!

-¡Mírame!

-¡Tengo que irme!

¿Qué le pasa a esa niña? ¿De qué tiene miedo? ¿Y por qué trabaja ya de pequeña?

-Oye.

-¿Sí?

-¡He dicho que me mires!

Cojo a la botones y hago que me mire a la fuerza. Esa cara…

-¡Tú!

-¡Mierda!

-¡Te conozco!

-¡Ahora sí que la he cagado!

-¡Louise!

Louise suspira.

-Perfecto, ya me has descubierto. Mi viejo me matará. En fin, de perdidos al río. ¿Cómo te va la vida, Hyde?

La chica es Louise DeNonno. Es una vieja conocida. Mi padre y el suyo son amigos, y quedaron un día y nos presentaron. Casi me había olvidado de ella. Pero no entiendo de qué tiene miedo.

-¿Por qué trabajas de botones?

-Mi viejo es el botones, pero se ha tenido que ir y me ha pedido que le sustituya. No tiene arreglo, está como una chota. Pero en fin…

-Vale, lo pillo. ¿Y de qué tenías miedo?

-También me lo dijo mi viejo. Que procurara que ningún conocido me viera.

-¿Por?

-Mi padre no quiere que nadie le pille currando aquí. En fin, no quiero hablar de eso, ¿Vale? ¿Qué tal tu viejo? ¿Qué haces sola?

-Está haciendo un recado, así que pasaré la noche aquí, sola.

-¡Eso es genial! ¡Corrámonos una buena juerga!

-Louise, no tienes remedio. ¿No tenías que trabajar para sustituir a tu viejo?

-No me des el tostón, colega. ¡Ya que has venido podemos pasarlo bien!

-Como quieras. Oye, y si tu padre te ha dicho que vigilases con los nombres conocidos, ¿Nunca has visto a nadie llamada como yo?

-¿Qué?

-La señora Smith lo comentó. Hace un tiempo vino una chica llamada como yo. ¿Tu padre no te contó nada?

-Pues no me suena de nada. Mi viejo me lo cuenta todo, y dudo que se le escapase un detallito de esa clase. Bueno, si necesitas algo, no me busques, que no quiero trabajar.

-Bocazas.

-He de entregar otra caja, así que me las piro, vampiro.

-Chao.

Louise se va. ¿Qué posibilidades había de volver a encontrarla aquí? Casi ninguna, supongo. En fin, no te hago esperar, mamá. Voy a ver qué regalito suculento me has comprado en Beverly Hills.

Me acerco a la cama y abro el paquete que me ha dado Louise. Solo hay un cuaderno cochambroso.

-¿Pero qué? No hay chuches, ni regalo. Este no es el paquete de mi madre. ¡Esa maldita bocazas se ha equivocado de paquete! ¡Mierda, todo me sale al revés!

Decido irme a recepción para quejarme. De nuevo, el teléfono estropea mis planes.

-¿Quién será ahora?

Cojo el teléfono. La voz de mi padre penetra en mi oído.

-¿Papá? ¿Dónde estás?

-Ya he llegado a Nevada, Kylie. Estoy en la calle, en una cabina telefónica. ¿Todo bien por ahí?

-Sí, bueno, digamos que sí. Ha habido un pequeño problema con un paquete, pero voy a ir a arreglarlo. Y papá…

-Dime…

-Mamá me ha dicho por teléfono que te alojaste hace un tiempo en este mismo hotel. ¿Por qué me mentiste?

-Mierda… Así que ya lo sabes…

-¿Pero por qué demonios me lo ocultas? ¿Pasó algo malo?

-No es nada, cielo. Olvídalo.

-No quiero. Me lo vas a contar sí o sí.

-Kylie, déjalo, de verdad. No pasó nada importante.

-Bueno, conque esas tenemos, ¿Eh? Pues me lo vas a contar, aunque sea algo "no importante", porque si no, le diré a mamá que a veces te levantas por la noche y te pegas un par de tragos de bourbon.

-Mierda… ¿Eso también lo sabes? ¿Es que me espías?

-No es nada importante. Así que se lo contaré a mamá. Como no tiene importancia…

-Maldita sea, cada día me pasa algo. De acuerdo, microbio, tú ganas. Te contaré algo. Pero ahora no. Se me está acabando el tiempo.

-Pues llámame después. Y si no, tengo tu número. Y si no me lo coges… Solo te digo que sé donde vives.

-Pues claro que lo sabes, porque eres mi hija y vives conmigo.

-Pues mejor, perpetuamente juntos, y eso significa…. 24 horas para torturarte, 30 días para torturarte, 1 año para torturarte. ¿Quieres que siga? Soy muy joven, Hyde.

-Que sí, pesada, te llamaré luego. Qué niña… No sé si me gusta que seas tan espabilada. Ahora ve a solucionar lo de los paquetes y te llamaré más tarde.

-Más te vale, viejo Hyde.

-Chao.

Cuelgo el teléfono. Tal vez después de todo venir a este tugurio haga que me entere sobre algo más de mi viejo. En fin, me voy a recepción antes de que se me pase. Bajo por las escaleras, pero antes el chaval de antes sale de su habitación.

-¿Eh?

-Hola, chaval.

Se queda mirando al techo. No me responde.

-¿Hola? Estoy aquí, pequeño.

-¡Yo no me llamo "pequeño"!

-Ya lo sé. Te llamas Christian, ¿Eh que sí?

-¡Anda! ¿Cómo lo sabes?

-Los mayores lo sabemos todo. Oye, deberías dejar de jugar en las escaleras. Molestas a los demás.

-No lo haré nunca más. Ya se me ha perdido algo muy importante. Y como siga a este ritmo, no veré nunca a mi madre.

-¿Eso que has perdido es esto?

Le enseño la pieza de puzle de las escaleras.

-¡Sí! ¡Eso es! ¡Muchas gracias!

Al devolvérsela, me fijo en que la ficha tiene unas líneas desiguales en el reverso. Parecen hechas a mano con un bolígrafo negro.

-Este puzle me lo regaló mi madre. ¡Es mi tesoro!

-Ya veo…

La puerta de la habitación 219 se vuelve a abrir. Sale una jovencita un poco más mayor que yo.

-Eh, hermanito, ¿Quién es tu amiguita?

-Soy Kylie Hyde. Estoy en la 215.

-Melissa, encantada.

Melissa me tiende la mano. La acepto sin demasiado entusiasmo. La puerta se vuelve a abrir y un hombre con malas pulgas sale de ella.

-¡Niños! ¡A la habitación ahora mismo, ya!

Los niños se asustan y entran sin rechistar.

-Gracias, Dios, por darme al viejo que tengo.

Río para mis adentros con mis chistes malos. Vuelvo a bajar las escaleras para dirigirme a recepción.

-Veamos si Jenny sigue allí.

En lugar de Jenny Smith, me encuentro con una chica rubia, vestida de negro y rosa, con dos pulseras y la mirada triste. ¡Eh! ¡Es ella! ¿Qué hace aquí? Me dispongo a hablar con ella.

-Esto… ¿Hola?

La chica no se gira, solamente mira hacia abajo.

-Te vi antes en la gasolinera. ¿Qué hacías allí, cómo te llamas?

No obtengo respuesta alguna. Tal vez…

-No será que… ¿No puedes oír? Lo siento, yo…

Oigo una vez detrás de mí.

-¡Claro que oye!

-¿Eh?

Me giro y veo a una mujer mayor con una melena castaña y el típico vestido de chacha.

-¿Quién es usted?

-Rosa Fox, la doncella.

-Ah, ya veo.

-¿Y tú?

-Kylie Hyde, de la 215.

La niña se gira de golpe y me mira de arriba abajo. Parece sorprendida.

-¿Eh? ¿Qué te pasa?

-Está nerviosa, eso es todo.

-¿Cómo se llama?

-Kya.

-¿Kya?

-Eso me parece. En una de sus pulseras pone "Kya".

-¿En la otra pone algo?

-"Brian". Pero no creo que se llame Brian.

-Así que te llamas Kya… ¿Quién es Brian?

La niña se pone muy triste de nuevo.

-Pobrecita. Andaba sola por ningún sitio.

-¿Se hará cargo de ella?

-Sí, por esta noche. Mañana la llevaré a la policía. Ahora debe irse a descansar.

-Espere un minuto, por favor.

-¿Sí?

-Antes la botones me ha traído un paquete que no era el mío, se habrá confundido.

-Vaya hombre… Esa Louise siempre mete la pata.

Suena el teléfono. Rosa corre a atenderlo. No puedo evitar mirar a la supuesta Kya. Cuando lo hago, baja la vista como si estuviera asustada de mí.

-Señorita Hyde, era la joven a la que entregaron su paquete por error. Dice que se lo llevará a su habitación.

-Por mí vale.

-Vamos, Kya, te llevo a descansar.

Kya alza la vista, me lanza un último vistazo y desaparece con Rosa.

-Esa niña… ¿Quién podrá ser?

Pienso que tal vez sea mejor olvidarlo. Tal vez solo sea una niña perdida y ya está. ¿Por qué las cosas han de ser complicadas? Me voy a mi habitación a esperar el paquete. De mientras ojeo el título de aquel cuaderno de partituras que venía con la caja equivocada. "Baladas para corazones sensibles".

Llaman a la puerta.

-¿Hum?

Me resigno a abrir. Por poco me da un ataque cuando veo a aquella chica. Entre que estaba en las nubes y tiene una apariencia peculiar (eso es un eufemismo), me llevo un susto de narices.

Esa chica lleva el pelo recogido en dos moños trenzados mal hechos, unas gafas de culo de botella y unos aparatos dentales que se verían desde la quinta China. Su sonrisa es estrafalaria.

-¿Señorita Hyde?

-La misma que viste y calza.

-Verá… La botones llevó un paquete a mi habitación hace un rato. Pero no era el mío.

-Ya, estoy al tanto. ¿Se llama?

-Oh, qué indiscreción por mi parte, discúlpeme. Soy Martina Summer.

¿Summer? Eso lo he oído.

-Me suena el apellido.

-No me extraña. Martin Summer, mi padre, es novelista. Cultiva el género del misterio. Sigo los pasos familiares, con la música. ¿Tal vez hayas leído alguna de sus obras?

-Sí, claro, esto… Tal vez recuerde haber leído una que mi padre me prestó, sí.

-¿Cuál de ellas?

-"Susurros de un ángel", creo.

-Vaya, no sabe cuánto me alegro.

-No serán necesarias más explicaciones. Yo tengo aquí su cuaderno, y usted tiene mi paquete. Nos lo cambiamos y fin de la historia.

Creo que he abierto mi bocaza más de la cuenta. Martina parece ofendida. Cosas de finolis raritas para mi gusto.

-Sí, es un buen resumen. Aquí tiene su caja.

-Y este es su cuaderno. Es lo único que había en la caja.

-¡Oh, mi cuaderno! ¡Por fin! ¡Mi querido cuaderno!

Martina se pone a ojearlo con parsimonia. ¿Pero qué bicho le ha picado? No sé para qué preguntas, Hyde. ¿No le ves las pintas de lunática?

-Creo que tal vez debería ocuparme de unos asuntos…

Martina no me hace ni caso.

-¡Eh!- suelto en un tono rudo.

-Oh, lo siento, me he emocionado. Adelante, coja su paquete.

Cojo la dichosa caja del suelo, la entro en mi habitación y cierro demasiado fuerte. Martina sigue con las partituras.

-Veamos por fin lo que hay en mi paquete…

Despego la cinta adhesiva sin demasiados miramientos y abro el pedazo de cartón doblado. Allí hay una radio, justo el modelo que le pedí a mi madre hace un tiempo. Gracias, mamá. También una corbata de color rosa a rayas rojas con toques de brillantina. Tiene la etiqueta de "Bella Regina", de ahí deduzco que es algo cara. Y una bolsita de chuches con un lacito. Qué cucada. Me encuentro un par de chismes raros: un busca, un taladro en miniatura y un bote de mejunje quita-adhesivos. ¿Pero qué chorradas son esas?

-Será mejor llamar a mi madre.

Marco el número de mi madre en el teléfono.

-¿Dígame?

-Mamá, soy yo.

-Hombre, Kylie. ¿Ya tienes lo que te he mandado?

-Sí, gracias por la radio, la corbata y las chuches. ¿Pero qué es lo otro?

-Un busca. Siempre que necesite que me llames te avisaré con la lucecita y deberás llamarme. ¿Lo harás?

-Como el de papá. Sí, claro, te llamaré. ¿Y lo demás?

-¿El qué?

-El mini-taladro y el bote raro.

-¡Ay, no! ¡Eso no era para ti, eran unas cosas para el jefe! Me he equivocado yo. Perdona, cariño.

-Tranquila. Pero qué suerte que me hayas avisado, porque iba a tirarlo….

-Kylie… ¿Has llamado a tu padre?

-Sí. Le he amenazado para que me cuente lo que no quiere contarme.

-No seas bruja, ¿Eh? He de colgar, tengo mucho papeleo. Adiós, mi niña. Cuídate.

Mi madre cuelga.

Hora de charlar con mi viejo. Espero que se acuerde de nuestra charlita pendiente, por su bien.

-¿Sí?

-¡Hyde, ya te estás escaqueando! ¡Ven a la oficina o te pongo de patitas en la calle!

-¡Ed! Mierda…

-Es broma, Hyde, soy yo, tu peor pesadilla.

-¡Kylie! ¡Maldita sea, no soporto que me tomen el pelo así! ¡¿Me oyes?!

Mi padre parece mosqueado. Siempre siento lástima cuando se pone así conmigo.

-Vale, vale, lo siento. Solo quería que empezáramos a hablar, ya sabes.

-¿Ahora? Oh, eso, es que estaba deshaciendo la maleta, y ya ni me acordaba.

-¡Que te crees que me engañas! Ya conozco tu afán por el escaqueo, Hyde. Empieza a largar. ¿Cuándo viniste al hotel este?

-Pues… Hará unos 15 años.

-¿A qué viniste?

-Vine por un recado de Ed, tenía que encontrar unos objetos para un cliente.

-Lo pillo. ¿Y eso del tío que se llamaba como tú?

-En realidad, no tenía mi mismo nombre, era un compañero mío que desapareció y al que estaba buscando.

-¿Cómo se llamaba?

-Bradley.

-No sabía que hubieras tenido un compañero vendedor un día.

-No era vendedor… Yo… Trabajé en la policía de Nueva York unos años…

-¡Toma del frasco! Ya me parecía que eras un entrometido en los trapos sucios de los demás…

-¡Cuidado con lo que dices, mocosa!

En cierta forma me hace gracia imaginarme la cara que estará poniendo mi viejo.

-No me apetece hablar de eso. Eso es todo lo que tenía que contarte yo. Ahora te toca. ¿Lo del paquete?

-Solucionado. Solamente hay una cosa que me tiene desconcertada. ¿Sabes la chica esa de la que te hablé de la gasolinera?

-Sí.

-Pues está aquí, en el hotel. Se llama Kya.

-Conque ya te has hecho su amiga…

-No, no te confundas conmigo, amigo. Kya tiene una esclava en el brazo en la que pone "Kya" y otra en la que pone "Brian". Por eso suponemos que su nombre es Kya.

-¿Brian? ¿Has dicho Brian?

-Sí, ¿Por?

-Por, por nada…. Es solo que me sonaba el nombre…

-¡No me vengas con esas a estas alturas! ¿De qué te suena?

-Huy, llaman a la puerta. Te llamo después. Tu madre me ha dicho que tienes un busca también. Te pego un toque. ¡Chao!

-¡Pero Hyde…!

Nada, muy tarde. Mi padre ha colgado ya. Sé que "Brian" le suena. Ya le sonsacaré el porqué.