Disclaimer: claro está que los personajes le pertenecen a Rowling (gracias a Merlín). Solo dejen que mi tiempo libre les de un buen rato.
Rubia, desdeñosa, perfecta a la vista de sus padres. Dio unos cuantos golpecitos a su cabello, acomodando de manera innecesaria su precioso y rubio cabello. Naturalmente, el gesto era simplemente por vanidad. Todos sabían que Narcissa Black era hermosa, y desde luego, ella estaba muy al tanto del hecho. Unos cuantos retoques, si alguien lograra seducir a un espejo, ella definitivamente lo haría.
-¿Narcissa, querida?- llamó su madre. -Los retrasos jamás han sido bien vistos - rostro solemne, mirada fría y una media sonrisa que no lograba romper la frialdad de sus orbes. Druella hizo un gesto para que Narcissa se apresurara y se acercara a ella. Ciertamente, la rubia no escatimaba cuando de su apariencia se trataba, y a cambio, el tren que la llevaría a su 5to. Año en Hogwarts estaba por irse.
Cerró el bello espejo de oro con sus delicadas iniciales detrás, lo guardó en su suave abrigo y se unió a la pelinegra que, aunque mantenía un porte informal, su presencia no dejaba de ser imponente, intimidante. Su gesto lo decía todo, Bellatrix parecía enloquecer con cada mestizo o muggle que veía.
-Inaceptable… completamente inaudito- decía para sí misma con un gesto de asco.
Andrómeda, por otro lado, mantenía silencio porque sabía que era lo apropiado. Se mantenía un poco detrás de Bellatrix, observando. Todos sabían que era la nueva oveja negra en la familia. Al menos, como decía Bella, antes podía ocultar su insensatez con el ser tan idiota que tenían de primo. Pero ahora, Andrómeda estaba completamente expuesta. Como algunas veces comentaban sus hermanas junto a Regulus, su primo, ella sería la siguiente si no se andaba con cuidado.
Con un ademán de Cygnus, las tres hermanas se dirigieron al tren, acompañadas de su madre. Narcissa siempre había sido la consentida, era la pequeña de los Black. Iba del brazo con su madre mientras Bellatrix iba adelantada con un caminar altanero y lanzando gestos de indiferencia y asco.
La serpiente roja comenzaba a arrojar humo como loca, anunciando su pronta partida.
-Ten un buen año, Bella- susurró Druella para su hija.
Era el último año de la mayor de las hermanas Black, y para todos, estaba claro que simplemente era un comienzo. Habían rumores, hablaban entre susurros, comentaban siempre por lo bajo. Algo grande se aproximaba.
Cerca de una de las entradas, Narcissa reconoció esa perfecta cabellera rubia, junto a un hombre un poco más alto que él. Lucius platicaba con su padre, no muy animadamente. Por lo contrario, la discreción era básica en jóvenes como él. ¿Se había dejado la barba? ¿Se había cortado el cabello? Como fuera, Lucius parecía más apuesto que la última vez que Narcissa lo había visto con su cabello platinado, manos con dedos largos, labios delgados y esa mirada... El movimiento de sus labios era lento, sus manos posaban sobre su espalda y asentía con seriedad cuando su padre le decía algo, su manzana de Adán se movía cuando respondía, sus labios llamaban de nuevo su atención. Era hipnotizante.
-Abraxas-, saludó el señor Black, dado como finalizado el momento de Narcissa. No había perdido ninguna esperanza con el menor de los Malfoy, aunque él ni siquiera mostrara un poco de interés hacia ella. ¿Pero qué le pasaba? Todos sus compañeros se giraban al verla, era bella, inteligente y además una Black.
Los Malfoy saludaron enseguida a Cygnus. Bellatrix no se detuvo, saludó con un asentimiento de cabeza llegando a la entrada del tren, despidiéndose de su madre. Andrómeda como una gatita sumisa, hizo lo mismo, subiendo en silencio y alejándose cautelosamente. Narcissa saludó con una media sonrisa, presionando levemente a su madre mientras ella se detenía. Su corazón casi dio un vuelco cuando vio a Lucius levantar la vista hacia ella y sonreírle de esa manera tan encantadora, asintiendo levemente y después regresando a la conversación. Claro que, una joven tan educada como ella, no permitiría que tal acto le hiciera perder la cabeza. Al menos, por fuera, parecía inmutable, seria y con un porte petulante y superior.
Entró sin más, caminando entre sus compañeros. Mientras alcanzaba a Bellatrix, podía escuchar como algunos alumnos gritaban y se colgaban de las ventanillas despidiéndose de sus padres, los típicos niños que apenas comenzaban su primer año, temerosos, algunos emocionados. Algunos compañeros de su casa la saludaban. Era obvio que muchos habían pasado por varios cambios, que algunas jovencitas intentaban imitar su corte de cabello o que otros por su lado, habían decidido estar juntos. Pero el cambio que tenía Lucius le parecía más interesante.
Bella llegó a un compartimiento libre, sentándose y suspirando con fastidio. Narcissa sabía que detestaba la intrusión de aquellos que no eran de su agrado, así que cerró el compartimiento y se sentó cerca de la ventana. Andrómeda se había perdido entre la multitud, y gracias a Merlín que eso había pasado. No quería empezar el curso con una discusión por culpa de su rara hermana, bastante tenía cuando confabulaban su apellido con el de un muggle. Ese Tonks al parecer, no era nada tonto.
-He escuchado a papá hablar de nuestros planes a futuro-, comentó Bellatrix con esa sonrisa socarrona que Narcissa conocía a la perfección. ¿De sus planes a futuro? Bellatrix no era una mujer que permitiera la intrusión de los demás sobre sus asuntos. Sabía que la conversación se basaría en ella, en Narcissa. A su hermana, la privacidad era lo más importante. Al menos para temas en específico, como los desconocidos planes que montaba con algunos de sus compañeros de curso. Lucius entre ellos.
Mantuvo su silencio dejando que su hermana prosiguiera. Sacó el espejo de su abrigo, jugando un momento con él para después abrirlo y toparse con el reflejo de su mirada.
-Matrimonio, Cissy. Estoy hablando de matrimonio-, prosiguió. Diciendo las palabras lentamente como si Narcissa no entendiera de lo que estaba hablando. -Dime, ¿has pensado en alguien?
¿Y eso de qué le servía? Entendido tenía que los matrimonios arreglados eran siempre la salida de familias como la Black para seguir manteniendo la pureza de sangre y la magia entre sus venas. ¿Pensar en alguien? Claro que no le diría a Bellatrix jamás si pensaba en alguien. Su hermana podría siempre escucharla, pero también sabía que de un momento a otro, se le podía soltar la lengua. No correría riesgos, por supuesto que no.
-Pues… en realidad… yo…- comenzó a decir pensativa. Se detuvo enseguida cuando el compartimiento se abrió y ese aroma oriental-amaderado, con otros aromas que resultaban magnéticos en sus notas de fondo, aquel aroma que le hacía perder la cabeza llenó el lugar.
Sí, Bellatrix. Pienso en eso casi todo el tiempo. De hecho, quisiera casarme con el rubio que acaba de entrar.
-¿Interrumpo algo?- preguntó con suavidad, arrastrando las palabras, con esa elegancia que lo caracterizaba.
-Para nada, Lucius- dijo Bella regresando la vista hacia la ventanilla, con ese tono tan común, informal, frío.
Deseó decirlo, pero se quedó callada mientras Lucius se sentaba junto a ella con un toque informal, como si estar con su padre y el resto de personas mágicas importantes le cansara, aunque fuera un poco, o aunque lo disimulara.
-Casi me pierdo allá afuera-, dijo con desprecio, después le sonrió ligeramente. Porque… le estaba sonriendo a ella, ¿no? Sin importar si no era una gran sonrisa, tenía un aire coqueto, demasiado encantador para ella. Sintió que la sangre subía a sus mejillas, mientras el espejo en sus manos se le resbalaba al tenerla completamente entretenida.
-Tranquilo, Lucius. Aún no llegamos y ¿ya deseas ensuciarte? No hemos platicado mucho… y, está claro que tenemos muchas cosas que aclarar-, dijo Bellatrix levantando una ceja con esa sonrisa de malicia, una mirada que brillaba y ese dejo de miedo que inspiraba a los demás. -Tu espejo, Narcissa- lanzó una mirada hacia el espejo que brillaba desde el suelo.
Lucius, caballerosamente se inclinó, su aroma llegó un poco más fuerte a su nariz entregándoselo. Su piel era fría, pero era suave. Suave y perfecta.
-Gracias- fue lo único que se limitó a decir, rompiendo de nuevo (aunque no quisiera y le costara) el encanto. Compórtate, no eres una niña.
No consentía dormir, tampoco hacer algo insensato en el trayecto. ¿Qué pensaría él? Le explicaría en muchas maneras sutiles que no era una niña, que era una Black. Detestaba que los demás la conocieran como la hermanita de Bellatrix. Sobre todo cuando se trataba de él, de Lucius Malfoy. Sabía que era uno de los mejores amigos de su hermana, una clara señal para ella. Estaba harta de la sutil indiferencia de Malfoy, ¿por qué lo hacía? ¿Lo hacía a propósito? No olvidaba con facilidad los momentos en que el famoso prefecto de Slytherin la defendía de su bastardo primo y sus secuaces. Tampoco cuando parecían tener indiferencias y él se iba negando y diciendo por lo bajo que solo era una niña consentida.
Pero ese año, el rubio se fijaría en Narcissa. Lo haría. Narcissa estaba decidida.
