Lugar
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Un perro ninja siempre sabe cuál es su lugar y cuando se es un perro ninja en el clan Inuzuka, esto se tiene presente en todo momento. Son fieles compañeros, iguales en batalla como en las tardes de aburrimiento, son el apoyo y, él se atrevía a asegurar, el pilar de quien jamás se atrevería a proclamarse su dueño y prefería otros términos, colega podría ser uno de ellos.
Cuando eres un perro en el clan Inuzuka, eres un miembro más de la familia y él lo había tenido presente en todo el tiempo que Tsume y él se habían acompañado; sabía bien cuál era su lugar en el corazón y en la vida de aquella enérgica e impudente chiquilla a la que vio convertirse en una audaz mujer.
Por lo mismo, cuando Hana y Kiba nacieron, a él no le molestó tumbarse en un rincón y ver a la mujer andar de aquí para allá, mascullando maldiciones y zangoloteando al bodoque que cargaba en brazos. No le importó que la mujer ya no lo molestara con esas extensas sesiones de cepillado o que solo le dedicara una mirada al final del día y ya no le rascara la cabeza con tanta frecuencia. No era un perro mimado, pero no podía negarse a la mano de la mujer cuando le rascaba donde le gustaba.
Kuromaru observó y toleró, en ambas ocasiones, desde su lecho en el amplió rincón de la sala, a los dos mocosos gatear a su alrededor; no le dio importancia a las manitas torpes que se aferraban a su pelaje, llenándolo de babas y tirando, o que en ocasiones iban a dar a sus ojos o el interior de su nariz, que le obligaban a abrir el hocico o se clavaban en lugares incómodos: sus costillas eran un ejemplo. Y, en algún momento, llegó a permitir a las crías morder, con esa curiosidad inocente y encías vacías, su cola o sus orejas... ya que el gesto de desagradable sorpresa, mientras las manos rechonchas quitaban los pelos babeados de la lengua, era algo de lo que no se cansaría si tuviera que soportarlo de nuevo, aunque no es como si quisiera repetirlo.
Sí, Kuromaru siempre supo cuál era su lugar.
Y por ello, cuando los mocosos llegaron a esa edad en la que deben dejar las naguas de su madre...
Kiba y Hana estaban tumbados en la sala, comiendo las sobras de la barbacoa de ese fin de semana familiar, mientras veían uno de sus programas de televisión estúpidos. Sus ojos se mantenían clavados en la caja aquella a la que Kuromaru no le encontraba sentido y soltaban risillas, sin dejar de llenarse las mejillas.
El enorme perro entró a la casa antes que Tsume y miró a los hermanos en silencio, que tardaron en notarlo, pero cuando lo hicieron se levantaron de manera apresurada y torpe, topando entre ellos y empujándose, para quitarse del camino. Caminó, dignificado, y trepó al sillón, sin quitarles la mirada aún de encima; podía ver los bocados abultarle una de las mejillas a cada uno. Kiba y Hana se miraron, comprendiendo, y le dejaron las sobras de barbacoa, alejándose de ahí entre insultos y empujones. Escuchó a los muchachos molestarse el uno a la otra y gruñó, notando la manera en que los hombros se encorvaban o se tensaban, para después desaparecer detrás de la puerta de la cocina.
Tsume entró entonces y le frotó detrás de la oreja, tumbándose luego en el sillón contiguo.
...no dudó en tomar el territorio y autoridad que, por derecho, le correspondían.
Nota: Tomé prestado el que Kiba y Hana le muerdan la cola y se llenen la boca de pelos de HinataWeasley, quien lo pensó y escribió primero, a mi parecer.
Viernes, 21 de septiembre de 2018
