Antes de nada, aclarar que, desgraciadamente, Hetalia no me pertenece. Este es ya mi tercer Germancest, y es que la pareja me encanta. Lo siento mucho si los capítulos se hacen algo cortos (mi profesor de literatura solía decir que tengo la awesome cualidad de decir mucho con pocas palabras, no sé si tendrá algo que ver). Y de verdad que lo siento, ya me callo.


Los ojos escarlata del albino miraban al vacío, mientras su mente era invadida poco a poco por un impoluto color blanco. Él no se daba cuenta, pero tenía la boca entreabierta y un hilo de baba caía de la comisura de sus labios. Una voz familiar lo sacó de su ensimismamiento.

-Gilbert, ¿vas a tardar mucho? Es que me quería duchar ~ - dijo Ludwig.

-Sí, sí, ya acabo.

El ojirrojo volvió a este mundo, dándose cuenta entonces de que después de todo aquel tiempo, se le habían enfriado las nalgas hasta tal punto que estaba convencido de que se le habían formado estalactitas en los glúteos.

Se apresuró a coger papel higiénico, ansiando abandonar aquel infierno gélido en el que se había convertido la taza del váter.

Salió del aseo, encontrándose con su hermano sentado en el suelo, sujetando algo en la mano. El rubio leyó en la pantalla del objeto:

-23 minutos y 41 segundos. ¡Wow, has batido tu propio récord! –añadió, mirando a Gilbert.

-¡¿ME ESTABAS CRONOMETRANDO?!

Ludwig rió por lo bajo. Esa era, justamente, la reacción que esperaba.

-Es que me aburría de esperar –se excusó-. ¿Qué otra cosa podía hacer?

-Noo sé... Esas revistas que te llevaste furtivamente de mi habitación, ¿para qué son, entonces?

Ludwig se sonrojó brutalmente y se levantó del suelo, derrotado.

-Me voy a duchar –masculló, poniendo la mano en el picaporte de la puerta.

-Eeh... Lud, yo... yo no entraría ahí ahora, precisamente...

El rubio ignoró las palabras de su hermano mayor y abrió la puerta del cuarto de baño, arrepintiéndose de ello al instante.

-¡Puaj! ¡Jod...! ¡¿Se puede saber qué has comido?!

-Tu wurst, solamente...

Ludwig lo miró con una cara prácticamente indescriptible. Era una expresión que tenía una mezcla extraña entre diversión, enfado, indignación... y algo más, pero no sabría decir el qué.

-¡NO DIGAS OBSCENIDADES!

-¿Obs...? –tardó un momento en comprender- Ah, vale, lo siento... Jeje...

El rubio, aún enfurruñado, se metió dentro del baño y dio un portazo. Preguntémonos cómo pudo sobrevivir. Intentó calmarse y empezó a quitarse la ropa.

Mientras tanto, Gilbert subía hacia su cuarto. Pensaba aprovechar el que su hermano se estuviera duchando para hacer alguna que otra actividad de ocio de las que le gustaban a él. Como, por ejemplo, ver pornografía homosexual en Internet. Eso sí que era tiempo de calidad. No tuvo que buscar demasiado para encontrar una página web interesante. Tenía muchas imágenes de su gusto, las guardaría en su pendrive.

Pero al meter la mano en el bolsillo de su pantalón, el dispositivo USB no estaba. Analizó sus actividades del día intentando recordar dónde podía haberlo dejado.

Se había levantado, había ido a orinar, había desayunado, se había puesto los vaqueros de su hermano y una camiseta negra de asas (de Ludwig cuando aún no tenía cuerpo de culturista), había chateado con Francis en el portátil, había desenchufado el PENDRIVE, se lo había metido en el bolsillo y... Mierda. Ya se acordaba de dónde lo había dejado. Al ir al baño, lo había sacado para que no se le cayera, y lo había dejado dentro del armario donde guardaban los cepillos de dientes.

Pero en ese momento el baño estaba ocupado por Ludwig. Y Ludwig se estaba duchando. Así que tendría que escoger entre morir a manos de su hermano pequeño por invadir su intimidad o morir a causa de la falta de pornografía. Tras meditarlo unos momentos, se decidió por la primera opción.

Llegó hasta la puerta del cuarto de baño y la abrió lentamente, tratando de no hacer ruido. Miró al frente, prohibiéndose a sí mismo desviar la mirada hacia el rubio, lo cual podría provocar una inconveniente hemorragia nasal que dejara pruebas de sus estratégicos movimientos y/o una posible erección.

Se tumbó en el suelo, dispuesto a avanzar arrastrándose hasta el lavabo. Así su hermano no lo vería si se le ocurría mirar al exterior de la ducha. Alcanzó su objetivo y, después de cerciorarse de que Ludwig no podía verlo desde la posición en la que estaba, se levantó. Abrió la puerta del armario y... allí estaba su amado pendrive. Lo cogió y se lo metió en el bolsillo del pantalón.

-¡¿GILBERT?!

El corazón del albino dio un vuelco. El pánico inundó sus ojos. Iba a morir, lo sabía. Lo único que pedía era una muerte rápida para sufrir lo menos posible. Muy despacio, giró la cabeza hacia el rubio. Pero no encontró enfado en su rostro. Simplemente confusión y, a juzgar por el leve tono rosado de sus mejillas, también vergüenza. Al darse cuenta de que Ludwig no iba a matarlo, más confiado, comenzó a bajar con la mirada por el húmedo cuerpo de su hermano menor, pero se vio obligado a apartar la vista cuando notó cierta rigidez entre sus piernas.

-G-Gilbert.

-¿Sí?

-¿Qué haces aquí? Sabías perfectamente que me estaba duchando.

-S-Sí, pero...

-"Sí, pero" ¿qué?

Gilbert guardó silencio. No podía decirle a su hermano la razón por la que había entrado en el baño sin previo aviso. Ludwig lo conocía demasiado bien. Si le decía el motivo de su presencia, éste sabría inmediatamente lo que había (o habría posteriormente) en el pendrive, y eso no le convenía.

Volvió a mirar a su hermano de arriba abajo y, sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre él, aprisionándolo contra la pared.

Ludwig se ruborizó aún más que antes, y Gilbert pudo notarlo. Sonrió para sí mismo y acarició con una mano el mojado y escurridizo pecho del rubio, quien jadeó ante el frío tacto de los blancos dedos de su hermano mayor. Pero la mano prusiana siguió bajando, y un par de centímetros antes de llegar a su destino, el instinto de supervivencia de Ludwig se activó, y sin proponérselo empujó al ojirrojo, que impactó fuertemente contra la pared opuesta.

-¿PERO A TI QUÉ TE PASA?

Gilbert levantó la cabeza y miró a su hermano, que, ahora tapado por una toalla, le devolvía la mirada ofendido.

-Estás loco, Gilbert. ¿Acaso se te ha olvidado que somos hermanos?

El otro no respondió. Con la espalda dolorida y la dignidad por los suelos, salió del baño y se encerró en su cuarto. Realmente tenía ganas de hacer lo que había estado a punto de hacer.