Me gustaba la idea de leer los libros desde el punto de vista de Draco y ver su evolución, de ver desarrollarse el personaje algo más. Así que decidí escribir este fic. He intentado ser lo más fiel que he podido a la historia original, sin embargo, está escrito desde mi percepción y mi visión del personaje (algo inevitable).

Aquí os dejo el primer capítulo de lo que sería el primer libro. Draco aún es un crío, así que no esperéis un mundo interior muy desarrollado.

Espero que os guste y seguir con el proyecto =)

Evidentemente los personajes no son míos, pertenecen a J.K. Rowling, igual que el mundo en el que está ambientado.

Asimismo son suyos los diálogos que aparecerán en cursiva, tomados directamente de los libros.

El resto de la historia es cosecha propia.

CAPÍTULO 1: LA CARTA

Al fin había llegado.

Mis labios se curvaron en una sonrisa de suficiencia cuando clavé la mirada en la pequeña lechuza blanca que canturreaba en el alfeizar de la ventana. Se rascaba las alas con una de sus patas, y en el pico sujetaba firmemente un sobre color tostado.

—¡Hola!—saludé a la lechuza abriendo la ventana y cogiendo la carta entre mis manos. La lechuza emitió un último gritito a modo de despedida antes de alzar nuevamente el vuelo. No pude dejar de mirarla hasta que se perdió en el horizonte.

Con la sonrisa aún en la cara me lancé sobre la cama, acariciando la carta con los dedos. Una de las esquinas estaba ligeramente arrugada, y la lechuza parecía haber picoteado un trocito de papel en el lado superior. Giré el rostro con un deje de fastidio. El sello rojo en la abertura era inconfundible, uniendo las cuatro casas del colegio en un escudo, y en la parte dorsal, escrito a pluma, podía leerse:

Draco Malfoy,

Habitación del ala oeste del segundo piso,

Mansión Malfoy.

—¡Mamá!— grité levantándome de la cama de un salto— ¡Mamá, ya ha llegado!

Y corrí fuera de la habitación, abalanzándome hacia las escaleras de mármol. La figura de nuestro elfo doméstico se cruzó en mi camino. Lo empujé a un lado sin mayor importancia.

—¡El joven amo ha recibido su carta! ¡Felicidades señor!— chillo Dobby con esa insoportable voz aguda que se te clavaba en los oídos.. Ni siquiera me volví para mirarlo, continúe corriendo, lleno de adrenalina, hasta llegar a la cocina donde mi madre tomaba tranquilamente unas tostadas y un café, sentada en uno de los taburetes que daba a la isla. Tenía abierto el profeta de par en par, con alguna que otra miga sobre sus páginas.

—¡Mira, mamá!— exclamé alzando la carta con los brazos para que pudiese tener una mejor visión de ella— Me acaba de llegar.

Ella alzó la mirada, permaneciendo con la vista fija en mí durante un par de segundos. Después esbozo una enorme sonrisa y me envolvió en un abrazo. Me revolvió el pelo y me dio un beso cálido en la frente. Sus manos acariciaban mis mejillas mientras sus ojos recorrían los míos.

—¿Lo ves?—dijo ella con dulzura— ¡Solo era cuestión de tiempo! ¡Te estás haciendo muy mayor!

—¿Dónde está papá? — le pregunté ansioso.

Sus labios se torcieron ligeramente:

—Está en su despacho, pero Draco…

Yo no escuché. Eché a correr de nuevo hacia el despacho que tenía mi padre en la planta inferior, donde solía esconderse día sí y día también a inspeccionar objetos que no me dejaba tocar y a citarse con personas sobre las que no me dejaba preguntar. La norma para molestarle cuando estaba en su despacho era que el motivo fuese realmente importante. Y esta vez, lo era. Al llegar frente a la puerta me paré en seco, peinándome los mechones que se habían movido de lugar y corrigiendo mi postura. Después carraspeé y di un par de golpes secos en la puerta.

—Adelante…

Abrí la puerta despacio, asomando lentamente la cabeza por la ranura. De pronto ya no estaba seguro de si mi razón era lo suficientemente importante.

—Buenos días, padre.

—¿Qué pasa, Draco?— preguntó él sin mucho interés, con la mirada aún fija en el objeto que tenía entre las manos, moviéndolo de un lado a otro y acercándolo a su oído derecho como si esperase oír algo.

Me aproximé hasta su escritorio, y como toda respuesta, coloqué el sobre delicadamente en la mesa, con una sonrisa tímida pero triunfal en el rostro. Al fin logré llamar su atención. Miró la carta y seguidamente me miró a mí, dejando aquel artilugio con forma de esfera sobre la mesa.

—Vaya…felicidades.

Pero no parecía en absoluto emocionado u orgulloso. Su ceño estaba fruncido y el labio superior curvado. Resignación.

—Empiezo el uno de septiembre— dije sin oder contenerme—,tal vez esta tarde podamos pasar por el callejón Diagon y entonces…

—No hay que precipitarse, Draco.

—¿Precipitarse?— pregunté incrédulo. Mi padre llevaba toda la vida hablando sobre lo bien que le había ido en Slytherin y cómo yo pertenecería también a esa casa y sobre todas las cosas que conseguiría si me empleaba a fondo. Incluso había empezado a instruirme en algunas de las materias. Y de pronto… ¿no había que precipitarse?

—No es la única opción- prosiguió calmadamente, dejando que sus ojos volviesen a perderse en sus cosas- Ya hablaremos más tarde.

—¡Pero…!

—Ahora no Draco- respondió en un tono de advetencia.

Sabiendo que cualquier palabra empleada en aquel contexto era una pérdida de tiempo, decidí salir enfurruñado del despacho, y así se lo hice saber con un pequeño portazo, tras el cual un escalofrío recorrió mi espina dorsal, preguntándome si aquello podría traerme represalias. A papá no le gustaban los portazos. Ni los portazos, ni los ruidos, ni los golpes, ni que se le llevase la contraria. Pero a mí tampoco me gustaba que me tratase como a un niño, y la rabia vencía entonces a cualquier miedo. Apreté los dientes enfadado y comencé a subir as escaleras, ignorando la voz de mi madre que me llamaba desde la cocina.

Era tan injusto. Papá era siempre tan injusto. Nunca me dejaba replica ni protestar. Como si no le importase nada de lo que yo pudiese decir. Como si yo no le importase.

Pegué un pequeño respingo al encontrarme por sorpresa a Dobby en mi habitación. Tenía las sabanas entre las manos y me miraba con las orejas gachas y los ojos bien abiertos.

Dobby llevaba en mi familia desde antes de mi nacimiento. Su madre había trabajado en la mansión cuando mi padre era niño. No muchas familias de magos tenían sus propios elfos domésticos, muchos simplemente pagaban porque hiciesen alguna labor puntual de limpieza. A nuestra casa, por ejemplo, venían cada mañana una decena de elfos y elfinas a limpiar y a preparar el almuerzo. Pero Dobby era el único que nos pertenecía.

Y por desgracia era el más insoportable de todos.

Tenía una nariz alargada y la piel llena de arrugas. Sus ojos te miraban con constante sorpresa, y sus orejas le daban aspecto de murciélago. Por si fuera poco, hablaba con una voz tan aguda que casi parecía que hubiese tragado helio.

—¡Largo de aquí! — le grité yo enfadado—Fuera… ¡Vamos!

Dobby salió apresuradamente, tropezando con sus propios pies a la par que hacia diversas reverencias con sus enormes manazas.

Torcí el gesto, algo decepcionado de que se hubiese dado tanta prisa. Necesitaba seguir gritando a alguien.

Dejé mi cuerpo caer sobre la cama, como un saco muerto, y exhalé un prolongado suspiro. En las paredes los posters de distintas estrellas de Quiditch me sonreían mientras se sumergían en el viento a toda velocidad. Los envidié. Esa sensación de libertad, de huida, de aventura. A veces era todo tan aburrido… Fui hasta el escritorio y con letra clara escribí un par de pergaminos preguntándoles a Crabbe y a Nott si ellos también habían recibido ya su carta. Después llamé a uno de los búhos que teníamos en la pajarería del jardín, Benhood, y le até los dos sobres a las patas tras obsequiarle con una de sus chucherías favoritas.

Mamá me llamó a comer un par de horas después.

En el comedor, la mesa estaba repleta de distintos tipos de carne y algo de verdura. Dobby había colocado cuidadosamente los cubiertos y estaba sirviendo una copa de vino a mi padre. Parecía que se iba a romper entre temblores. Dobby siempre parecía tan asustado... Era patético.

Me senté en mi sitio con la mirada fija en el plato, tratando deliberadamente de no mirar a ninguno de mis padres y que se hiciese patente mi enfado. Me serví un filete de lomo , cortándolo en trozos cada vez más minúsculos.

—Tu madre y yo hemos estado hablando—dijo entonces papá—. Llevaba un tiempo pensándolo…y no sé si Hogwarts es actualmente la mejor de las opciones.

Dejé los cubiertos sobre el plato y le miré desafiante. Mamá estaba sentada frente a él, con el labio superior curvado. Parecía que habían estado discutiendo.

—El mes pasado dijiste que sería un buen buscador de Slytherin— repuse en tono cortante.

Sus ojos se movieron indecisos hacia mamá, que le retiró la mirada al instante.

—Hace años que Hogwarts no es lo mismo— continuó él—. Desde que ese…Desde que Dumbledore está al mando la magia parece cosa de risa. Los hijos de muggles se pasean por ahí como si tal cosa. En Drumstrang, sin embargo, la sangre sigue siendo algo que respetar, ¿Entiendes?

—¿Qué diablos es Drumstrang—pregunté sin poder contenerme.

—¡Draco!— gritó mamá amenazante. Yo me disculpé en un murmullo y mi padre siguió hablando:

—Es uno de los colegios más prestigiosos de Europa. Debo habértelo explicado un millar de veces—y frunció el ceño—. El director, Igor Karkarov es un viejo amigo mío.

Mamá chistó y se llevó la copa a los labios, como si buscase una excusa que la eximiese de replicar.

—Mis amigos van a ir a Hogwarts…

—Tienes once años. Ya harás nuevos amigos.

—Pero yo…

—Basta.

Mamá se puso en pie. Su pelo rubio estaba recogido en un moño que le daba un aire elegante, e incluso con aquella mueca de desagrado en el rostro estaba muy guapa. Pasó por al lado de papá con aire altanero, sin mirarlo, y luego llegó hasta mí, arrodillándose a mi lado y cogiéndome la mano entre las suyas.

—¿Dónde quieres ir tú, cariño?

—¡Por Dios, Narcissa!— gritó mi padre exasperado—Es un crío, no importa lo que él quiera, no tiene edad para saber qué decisiones son beneficiosas para su futuro.

—¡Pero yo sí! ¡Y me niego a que lleves a mi hijo a miles de kilómetros de mí!

Los dos se miraron, furiosos. Como si mantuviesen un pulso de miradas. La tensión flotaba en el aire, y yo comenzaba a sentirme incómodo. Agarré la mano de mamá con más fuerza.

—Quiero ir a Hogwarts— dije. Y mamá sonrío victoriosa.

Aquello enfadó aún más a papá, que se levantó toscamente de la mesa, con la comida aún en el plato. Tras echarnos una mirada repleta de reproche, escupió:

—Haced lo que queráis. Sois insufribles… ¡Dobby, mi abrigo!

Y Dobby correteó hasta la entrada para colocarle a mi padre su gran abrigo de piel.

—Nos veremos en la cena.

Cuando se hubo marchado mamá me abrazo con vigor. Parecía muy contenta. Continuamos comiendo animadamente, mientras me contaba cómo había sido su primer día de colegio. Para cuando llegó el postre, a ambos nos dolían los dientes de tanto sonreír.