NdA: vi El gran showman y me fliparon la banda sonora y las coreografías, así que fui a llorarle a Jeannette11 para que hiciéramos algo al respecto por San Valentín con IwaOi de por medio. Si queréis ver la ilustración que ha dibujado, buscadla en tumblr o en su página de Facebook (Jeannette11) y por qué no, agregadme a mí también (Janet Cab Fanfiction). Probablemente Rewrite the stars sea un twoshot más que un threeshot, pero quiero sacar el próximo capítulo atrasadísimo de Confeti rosa antes que la segunda parte de este fic, así que me llevará un par de semanitas tenerla. ¡Escuchad Rewrite the stars y The Greatest Show mientras leéis!

Disclaimer: Haikyuu! no me pertenece a mí, sino a Haruichi Furudate.

He escrito esta minihistoria pensando en ella como en un regalo para todos vosotros, pero en especial para mi amiga Rox, que es un cielo (L). ¡Feliz San Valentín a todos!


Rewrite the stars

por Janet Cab


La mayor parte del tiempo, Iwaizumi está razonablemente contento de que Oikawa sea su mejor amigo. Al contrario que Makki y Mattsun, cuyo umbral de resistencia tirando por lo alto es de una hora antes de encender la Play y abrir un paquete de Pringles rancheras, Oikawa posee un aguante espeluznante cuando se trata de estudiar juntos para sus respectivos exámenes, y siempre se ofrece a cronometrarlo si Iwaizumi pretende ensayar para una exposición que va a tener próximamente. Es un colocador brillante, un tío legal, un currante. Alguien con quien Iwaizumi juega al vóley, pero también comparte todas las frikadas habidas y por haber y en fin, puede llegar a ser bastante gracioso si los planetas correctos se alinean, él está en modo zen y a Oikawa no le da por divertirse a su costa o hacer el payaso en un momento que requiere seriedad. Son un poco como el resto de amigos; se prestan el pijama cuando se quedan hasta tan tarde en casa del otro que acaban haciendo noche solo porque les da pereza volver a la suya, sus padres se conocen y juegan al mismo deporte en el mismo equipo desde que eran unos mocosos. Tienen broncas muy fuertes cada semana que siempre solucionan al día siguiente de cerrarle la puerta en las narices al otro, y cuyo origen suelen ser las maneras (demasiado bruscas, en opinión de Oikawa, porque fuera de la pista es un quejica que no aguanta nada) de Iwaizumi o los cojones demasiado gordos de Oikawa.

–Lo que pasa –tiene el atrevimiento de echarle en cara mientras almuerzan en el aula de Mattsun, los cuatro apiñados en torno a dos pupitres que han juntado. Todos con las pantuflas puestas salvo Mattsun, que se las quita siempre que puede– es que no estás seguro de tu virilidad, Iwa-chan. Si lo estuvieras no te importaría hacer de Zendaya.

Iwaizumi recuerda haber leído en un blog que un método para calmarse cuando sintiera que se estaba poniendo verde por algo, era visualizar un semáforo en rojo dentro de su cabeza o estirar un coletero que se hubiera colocado previamente en la muñeca, y replantearse si valía la pena ponerse como un energúmeno o no. Con el careto triunfal de Oikawa tan cerca, no obstante, de lo que tiene ganas es de saltarse el semáforo a doscientos por hora y asfixiarlo con el coletero hasta dejarlo azul.

Será cretino.

Tiene que contenerse muy fuerte para no saltarle los dientes de tres en tres. Hace acopio de todos los trucos que conoce. Piensa en música instrumental. Se imagina pedaleando en bici por un camino ascendente de montaña. Mira su reloj de pulsera durante dos minutos enteros antes de pronunciar palabra. Se recuerda que ese gilipollas es importante para él y que si le hace daño, va a tener que abrazarlo y escribirle una carta pidiéndole perdón (sí, es humillante pero podría ser peor; ambos lo mantienen en secreto, y por lo menos Oikawa no ha tomado recorte de Sheldon Cooper. Nunca le ha chantajeado con desterrarlo de su vida durante un año en caso de que no se apunte con él a un cursillo online de reconciliación, aunque con lo pirado que está Iwaizumi sigue esperando a que en una de esas suceda algo por el estilo).

Oikawa –empieza. No es verdaderamente consciente de lo furioso que está hasta que se oye hablar, y eso nunca es buena señal–, en primer lugar, no estás en posición de darme discursitos sobre el ego masculino porque eres un traidor de mierda que pretende disfrazarse del puto Zac Efron y encasquetarme a mí un bañador de licra y una peluca rosa.

–He dejado de escuchar cuando has llamado bañador al body violeta francés con escote en V de una de mis cantantes favoritas.

Ese. Ese es el tipo de información aleatoria que Oikawa sabe y que pone en peligro la consideración que Iwaizumi tiene hacia él.

–Y en segundo lugar –prosigue, optando por no entrar al trapo–: habíamos quedado en que la contribución del equipo de vóley al Festival de Primavera sería un puesto de perritos calientes. Algo sencillo, ropa que no nos importara ensuciar y punto –respira, respira–. Nada de numeritos de baile.

–Pero eso fue antes de que se estrenara el Gran Showman –protesta Oikawa, como si eso justificara el cambio de planes–. No es un numerito de baile cualquiera –insiste, masticando arroz y apuntándole con sus palillos–. Es el musical mejor coreografiado que vas a ver en todo 2018. Kyoutani haciendo del hombre-perro, Iwa-chan. ¿Vamos a renunciar a esa posibilidad?

Y esas son, precisamente, el tipo de ideas que comprometen su amistad. A Iwaizumi no le incomoda su cercanía. Faltaría más. Está hecho a ella. A que Oikawa le pase el brazo por los hombros o le dé una palmada en el culo o le haga cosquillas o le intente pasar el pie (del tamaño de una puta sandía) por la oreja para echarlo del sillón. Son cosas que puede reconocer que él también hace, aunque con menos frecuencia. Se supone que es el menos infantil de los dos, pero todavía se divierte haciéndole zancadillas mientras caminan por la calle o intentando colarle alguna piedrecilla entre los pies durante las excursiones del instituto solo para poder gritar "¡caño!" y arrearle un cogotazo. Y Oikawa siempre le sigue la corriente. Nunca se le agotan las ganas de guerra, pese a que vaya de mártir y de pobrecito. Una vez empujó a Iwaizumi por una colina de nieve y todavía le sorprendió llevarse un mordisco en la mejilla cuando bajó en trineo a comprobar que no se había muerto. Su nivel de confianza da tanto asco que Iwaizumi puede permitirse verlo salir del baño involuntariamente empalmado un sábado por la mañana y soltarle entre bostezos "apunta hacia otra parte tú, a ver si me vas a sacar un ojo".

Todo eso es una cosa. Protagonizar junto a él un espectáculo pensado para dos tortolitos es otra muy distina, y por más que se devana los sesos, es incapaz de entender por qué Oikawa quiere arrastrarlo a una movida como esa.

Se gira hacia Makki y Mattsun, que han permanecido callados desde que salió el tema. Esa es su función dentro del grupo. Observadores del caos. Eso es lo suyo. Les falta sacar las palomitas, los nachos con queso y las gafas 3D.

–¿Vosotros no tenéis nada que decir? –intenta Iwaizumi.

–Yo ya me he pedido ser la mujer barbuda –revela Makki.

–Y yo el pavo que tiene todo el cuerpo tatuado –secunda Mattsun–. Así Makki podrá podrá practicar los tatuajes de henna que aprendió a hacer en verano.

–Y mis padres decían que el cursillo intensivo no me iba a servir para nada –sonríe Makki, muy pagado de sí mismo.

–Nunca se puede contar con vosotros para aportar un punto de cordura –gruñe Iwaizumi, pasándose las manos por el pelo.

–Los entrenadores me han dado el visto bueno. Dicen que así por lo menos fomentamos la pasión por la música y el ejercicio, en lugar del consumo de grasas saturadas –sentencia Oikawa, cruzándose de brazos. Pensativo. Oh-oh–. Y no sé, creía que si había alguien que podía llenar un papel tan atlético como el de Zendaya ese serías tú, Iwa-chan. Eres mejor en béisbol y atletismo que la mayoría de los miembros titulares de esos clubs, y tienes los bíceps de Superman –fingidamente desilusionado–. Claro que si no te ves con fuerzas para moverte en un trapecio y cargar con mi peso en algunas partes puedes decirlo y ya está. Buscamos otra escena que puedas hacer y se acabó.

El muy hijo de puta manipulador. Sabe exactamente dónde tiene que pinchar para llevárselo a su terreno. Lo peor es que Iwaizumi ve la trampa a kilómetros pero nota cómo le succiona irremediablemente. Es como asomarse a un acantilado y notar que te traga.

Lo único que tiene que hacer es no hacer nada, y dejar que Oikawa lea entre líneas y entienda que Iwaizumi está a favor de su propuesta.

Tragarse el orgullo.

Eso es.

–Tráeme un trapecio y ya veremos si tengo o no tengo fuerza, pringado.

Así empieza.


Explícame otra vez por qué tú tienes que ser Phillip y yo Anne.

–Porque tengo más dinero que tú, Iwa-chan.

–También tienes un clasismo encima que no puedes con él.

–Y soy más blanco que tú.

–Clasista y supremacista blanco, lo tienes todo.


Kyoutani a lo mejor no tiene muchas luces, pero hasta él tiene claro que firmar algo sin leer la letra pequeña puede tener consecuencias muy negativas. Sus compañeros tienen todos el gesto contrariado, como si al igual que él se estuvieran oliendo la tostada, pero ninguno parece atreverse a poner voz a sus dudas.

–¿Qué queréis de nosotros? –decide preguntar, desconfiado. Oikawa los ha convocado en la sala del club quince minutos antes de lo habitual y como era de esperar, todos menos Yuda, Sawauchi y Shido han acudido a su llamado como borregos.

Para ser sinceros, a Kyoutani le habría gustado hacer lo mismo que ellos. Escaquearse, dejarse caer por ahí a la hora de siempre con alguna excusa vaga y apartarse todo lo que pudiera de lo que sea que estuviese tramando ese fantoche. El problema de haberse empezado a juntar más con esa chusma desde que habían perdido contra el Karasuno era, precisamente, que ahora todos lo conocían un poco mejor. Seguramente por eso Iwaizumi había decidido venir a avisarlo personalmente de que la reunión de ese día se había adelantado. Había finalizado el parte informativo con un "cuento contigo, Kyoutani" y un apretón en el hombro.

Así que ahí estaba, revolviéndose en su sitio y maldiciéndose por hacerle caso y concederle autoridad sobre él. Lee el papelucho que le tiende Hanamaki, pero no descubre nada muy revelador. Básicamente porque lo único que pone es "ACTA NOTARIAL" en el encabezado. A saber de dónde lo han sacado. Puede que del despacho en el que trabaja la madre de Hanamaki.

Kunimi lo había firmado sin contemplaciones, aparentemente más interesado en que sus séniors lo dejasen en paz que en averiguar lo que sucedía. Kindaichi había hecho lo propio, seguramente convencido de que si Iwaizumi estaba metido en el ajo no podía tratarse de nada perjudicial para su salud. Kyoutani, que le tiene cierto respeto a Iwaizumi, es consciente de que por muy sensato que sea, si Oikawa entra en la ecuación todo puede volverse una mierda muy peligrosa.

A Kyoutani le preocupa. Esa nueva generación de críos ingenuos. Mira con reproche a Kunimi y a Kindaichi, porque entiende que va a tener que hacerse parcialmente cargo de ellos, que son los típicos que aceptarían caramelos de un desconocido a la salida del instituto.

Por lo menos Watari, con el que Kyoutani no tiene mucho trato, y Yahaba, que nunca le da la razón en nada y es algo así como el abanderado número uno de los prejubilados de tercero, parecen apoyarlo en su escepticismo. Se le ocurre que si a lo mejor entre los tres adoptan alguna táctica en plan piña indestructible, tal vez tengan posibilidades de supervivencia.

–No es que no nos fiemos de vosotros, pero... –empieza Yahaba. Parece haber llegado a la misma conclusión que él. Se rasca la nuca con nerviosismo. Tratando de ser diplomático.

–Habla por ti –declara Kyoutani, ni corto ni perezoso.

–Estáis aquí en calidad de testigos –dice Oikawa por fin. No parece muy contento– porque mi mejor amigo no cree en mi palabra.

–Estáis aquí –aclara Iwaizumi– porque Oikawa me ha prometido que su hermana y su madre van a hacerme un traje que no atente contra mi integridad moral. Y necesito testigos que lo corroboren si se le ocurre jugarme el ojo, para por lo menos cobrar la indemnización de ochocientos mil yenes que hemos pactado.

Un traje.

–¿Y qué hay de vosotros dos? –aventura Yahaba, interpelando a Matsukawa y a Hanamaki.

Un traje.

–Somos demasiado fáciles de comprar –confiesa Matsukawa, sin inmutarse.

¿Un traje?

–Pero ninguno de nosotros es mayor de edad... –intenta Watari, inseguro.

Un golpe de Estado.

–Un momento. –Lo interrumpe Yahaba con sequedad. Kyoutani y él intercambian una mirada de alarma–. ¿Un traje? ¿Para qué?

–Es verdad –resuelve Oikawa. Taimado. Sonriente. Kyoutani puede verlo relamerse de anticipación–, que a vosotros todavía no os lo hemos contado.

El ramalazo de pánico repentino parece haberlo animado, porque carraspea y los pone al corriente de su nuevo cometido en el Festival de Primavera. A medida que va dando detalles sobre el complot que han montado entre los cuatro, la majadería en la que han involucrado al resto sin su consentimiento y en definitiva, lo que se disponen a hacer (las canciones que van a bailar, el personaje que va a interpretar cada uno, el atuendo que deberían usar, las tiendas en las que podrían encontrar los materiales que necesitan para hacerlo), a Yahaba y a Watari se les abre tanto la boca que Kyoutani está casi seguro de que se les va a desencajar la mandíbula.

Kindaichi se queda tan blanco que Kunimi tiene que sentarlo en una de las sillas desplegables, abrir una botella de agua y echársela por el cuello, porque da la impresión de que el chaval se va a desmayar de un momento a otro.

Kyoutani, por el contrario, tiene los labios muy apretados.

Bailar.

Bailar.

Pretenden que baile. Él.

Es surrealista. Trata de no pensar en lo que podrían decir su madre y los colegas del barrio en el que vive, a quienes ya les ha entregado las entradas para asistir al festival, si lo vieran cubierto de pies a cabeza con lentejuelas y purpurina, meneando el culo junto al resto de esos tíos al son de alguna canción prototípica de Disney. Delante del colegio entero.

–Iwaizumi-san –gruñe. Con aspereza. Ira contenida. Y un resquicio de esperanza–. ¿Tú estás de acuerdo con todo esto?

Sabe que están condenados cuando Iwaizumi se pinza el tabique nasal y suspira derrotado, lanzándole una mirada avergonzada de disculpa.

–Es una historia muy larga.

–Iwa-chan es así, KyouKen-chan –interviene Oikawa, luminoso y feliz como unas castañuelas. Alimentándose de la desolación de los demás–. Cuando dice que no, es que no.


Entonces quedamos en que no voy a ponerme nada que se asemeje a lo que lleva Red Foo en el videoclip de Sexy and I know it.

–Sinceramente, Iwa-chan, no entiendo qué tienes en contra de los slips con estampado de leopardo, cuando todos los hombres deberíamos tener por lo menos tres.

–¿Si tanto te molan por qué no te los pones tú?

–No es que no quiera. Es que la gente no está mentalizada para que aparezca con ellos. Y digo más: el instituto no está lo suficientemente equipado. Faltarían mascarillas de oxígeno, ansiolíticos, pañuelos, suero...

–Vete a la mierda.


Iwaizumi no se molesta en comprender de dónde ha sacado Oikawa el trapecio. El primo de la tía del vecino del portero que vigila el juzgado donde trabaja la hermana de su madre. Algo así. Deja de prestar atención a partir de la tercera conexión, porque tampoco es que tenga tiempo de ponerse a trazar árboles genealógicos. Y no es el único.

Desde que sus compañeros aceptaron a regañadientes embarcarse con ellos en todo ese lío del show, ninguno tiene tiempo para nada. El Aoba Johsai al completo está de exámenes finales. Los tres cursos. Siempre lo han organizado así, desde que Iwaizumi entró ahí a estudiar. De esa forma los estudiantes pasan el mal trago de tener que compatibilizar las actividades extraescolares con estudiar y comenzar los preparativos principales para la fiesta, y pueden relajarse durante la última semana, dedicarse exclusivamente a finiquitar lo que haya organizado cada club para el festival y divertirse durante la celebración.

Y este año además tenemos la graduación.

–¿Qué tal ha ido, Iwa-chan? –inquiere Oikawa, que lo está esperando fuera del Salón de Actos, con la chaqueta blanca del uniforme en la mano y la mochila colgando del hombro. Se nota que las vacaciones están cerca. Cada vez hace más calor–. ¿Te han puesto una bolsa en la cara para que salgas guapo?

Los alumnos de tercero llevan toda la mañana posando para las fotos individuales que se proyectarán en una pantalla durante la ceremonia, cada vez que uno de ellos suba al escenario a recoger su título y a estrecharle la mano al director, a la presidenta de la Asociación de Madres y Padres y a los profesores escogidos para presidir el acto. Iwaizumi acaba de terminar con su retrato. Básicamente, le han pedido que se suba a un taburete y le han hecho mirar hacia la izquierda y hacia la derecha para descubrir cuál es su perfil bueno, y una vez que han dado con él, ha tenido que doblar la pierna derecha primero y luego la izquierda, e inclinar el rostro hasta en nueve ocasiones, hasta que se le ha empezado a agriar una sonrisa ya de por sí tensa. Le habían endosado un gorro negro con un pompón celeste, una túnica gris perla y le habían disparado por lo menos seis o siete flashes. Después, había tenido que rellenar una ficha especificando el número de copias que quería quedarse y el tamaño, y si deseaba que le aplicasen photoshop para eliminar posibles puntos negros o rojeces.

Y todavía le quedaba la foto conjunta con el club de vóley y la foto que Oikawa se había empeñado en que se sacaran Mattsun, Makki y ellos dos juntos.

–¿Una bolsa en la cara? –le espeta, pescándolo de la corbata para que aligere el paso–. A ver si un día de estos te cae un rayo y te arregla la tuya, subnormal.

La madre y la hermana de Oikawa ya le han tomado las medidas para hacerle algo que pueda ponerse en la gala, aunque Iwaizumi todavía no ha decidido qué es exactamente lo que quiere, porque no le importa salir sin camisa, pero Oikawa está de pesado con que si lo hace, a él no le va a mirar nadie (como si eso fuera posible). Tampoco tiene claro lo que hacer con la parte de abajo, porque él prefiere algo corto, como los pantalones de vóley, pero Makki y Oikawa opinan que le favorecería más una malla larga que le marcase el paquete. Es de esos veredictos que le hacen dudar si sus amigos piensan de verdad lo que dicen o se lo están vacilando.


Hay algo que Iwaizumi tiene la certeza (porque Oikawa se lo ha dicho) de que su amigo nunca ha hecho con ninguna de sus novias.

–¿Estás despierto?

Iwaizumi hace la pregunta en voz queda, porque es posible que Oikawa se haya quedado dormido esperándolo, y prefiere no despertarlo y obtener silencio de su parte a que se desvele solo para contestarle "mno" y tratar de conciliar el sueño de nuevo.

Coloca su mochila en la silla del escritorio, guarda en la mesilla de noche el duplicado de las llaves de la casa de Oikawa (que tiene desde que empezaron la escuela media) y lo coge por debajo de la nuca y de las rodillas para acostarlo sobre su cama. Tiene la cara y los brazos como témpanos de hielo, porque es un derrochador y lleva peor que mal las temperaturas extremas, y de la misma manera que en invierno siempre se queda frito con la calefacción puesta, en verano hace lo propio el aire acondicionado, así que Iwaizumi apaga el Mitsubishi Electric y se quita el cinturón.

–Siempre me ha gustado –lo escucha murmurar de repente, medio ido–. Cuando te lo quitas o te lo pones. Es uno de tus mejores gestos.

Qué dices.

–Duérmete, anda –le sisea Iwaizumi, tendiéndose sobre el futón en el que Oikawa tiene la manía de acurrucarse con la intención de dejarle a él la cama. La colcha todavía está tibia. Arrugada, amoldada a la línea de su espalda–. He programado la alarma del móvil para que suene dentro de media hora y nos levantemos a estudiar.

–Vale –bosteza Oikawa, conforme, y se rasca la pierna con un pie enfundado en sus calcetines favoritos (unos verdes con snitches doradas) antes de quedarse inmóvil y seguir sobando.

Quedan para echar la siesta. Makki y Mattsun opinan que es maravilloso, porque les parece algo mucho más íntimo que tener sexo con alguien.

Hasta ellos les siguen la corriente de vez en cuando.

"–No es que yo sea un mal novio, Iwa-chan. Es que todavía no he encontrado una chica como tú".

Sigue siendo el mismo idiota que le enseñó el vóley. Más grande, más alto y grave al hablar.

"–Tampoco te creas. Conmigo eres un novio pésimo. Si me echaras un polvo de vez en cuando por lo menos compensarías un poco el resto de carencias".

Codazos, risotadas, "si te oyera el Capitán América te llevaba preso, Iwa-chan".

Oikawa.


Muchas gracias, chicas –dice Oikawa, despidiéndose de los "contactos" (ahora se llaman así) que tiene en el club de sonido, quienes han accedido a prestarles un rato la cabina de grabación–. Os debo una.

–Oikawa –sisea Iwaizumi, una vez que las muchachas han cerrado la puerta entre grititos de emoción–, ¿no te das cuenta de que nos estamos complicando la vida? O sea, más. Porque todo esto ya era complicado de cojones desde el minuto uno y parecía que no podía ir a peor, pero es como si te gustaran los retos. No sé tú, pero creo recordar que la última vez que hicimos un karaoke en casa de Makki cantábamos todos como el puto culo.

–Yo te he escuchado cantar en la ducha y no se te da ma... –Oikawa se agacha para esquivar el puñetazo de Iwaizumi, que le pasa rozando por los pelos–. Pero si entre ayer y hoy hemos visto un montón de ejercicios para afinar y calentar la voz en Youtube, Iwa-chan –le recuerda, tomando asiento y restándole importancia al asunto con un ademán de la mano–. He traído miel y limón y unas fotocopias de los lyrics de Rewrite the stars con tu parte en rosa y la mía en azul –indica, blandiéndolas–, y hace cinco minutos me enseñaron a retocar la voz con un programa en caso de que a alguno le salga un gallo. Y ni siquiera vamos a tener que cantar en directo. ¿Qué puede salir mal?

–¿Que qué puede salir mal? –exclama Iwaizumi–. Joder, pues todo. ¿Por qué coño no podemos descargarnos la cover que haya hecho algún tío y usarla?

A veces es incluso doloroso. Mirar a Oikawa y sentir que no lo conoce de verdad. Que es una muñeca matrioshka infinita. Que su centro es más inaccesible que el núcleo terrestre.

Hasta para él.

–Porque podemos hacerlo nosotros. Por eso, Iwa-chan.

Iwaizumi le arranca una de las fotocopias de la mano, exasperado. Le fastidia. Porque sabe que a Oikawa le pasa algo. Que hay un motivo detrás de todo lo que está haciendo. Siempre hay uno, y la mayoría de la gente no lo ve porque no escarba bajo la superficie. Ese es su trabajo. Asegurarse de que está todo en orden. De que Oikawa no comete ningún disparate.

Le da un toquecito con el hombro. Sentado junto a él en las sillas de cuero del estudio. Apenas un roce. Un "eh, tú, qué te pasa". Oikawa se limita a devolverle el gesto. Golpecito. Suspiro. Apoya su peso en el brazo de Iwaizumi y lo acompaña todo de una de esas sonrisas que le salen a la gente cuando cierra la puerta de casa por última vez, con una maleta en la mano y el corazón encogido en la otra. Como si no estuviera mirando a Iwaizumi, sino a una foto vieja en la que aparece. Como si se hubiera marchado ya.

Es una conversación que ya han tenido. En más de una ocasión. A veces con la luna de fondo y la seriedad por bandera, en la calle de siempre. Otras, riéndose y quitándole hierro al asunto y comparando lo que va a sucederles con el final de Fast and Furious 7 mientras Makki y Mattsun tararean el estribillo de See you again.

A Iwaizumi no lo admiten en la universidad a la que va a ir Oikawa, que cuenta con el mejor equipo de vóley de Miyagi, y Oikawa no puede desaprovechar una oportunidad como esa.

No hay discusión posible, en realidad.

No hay discusión porque es evidente. Que Oikawa va dos escalones por delante de él, e Iwaizumi es incapaz de recortar esa distancia. Tampoco puede tirarle de la manga para que lo espere. Han tenido la suerte de compartir el mismo sendero durante una travesía que ahora llega a su fin, y tienen que aceptarlo. Oikawa es su compañero en el viaje más largo que Iwaizumi ha emprendido nunca, y da las gracias por ello. Porque ambos lo entienden, aunque no se lo hayan dicho. Que lo que se acaba no es su amistad. Eso nunca.

Lo que se acaba es su oportunidad de alcanzar juntos un sueño.

–Oye –musita, porque hay momentos en los que Oikawa necesita que le griten y le sacudan para que le entren las cosas en la mollera. Hay momentos en los que necesita una palabrota y una palmada a dos micras de los ojos para poder abrirlos–. Estoy aquí.

Y hay momentos en los que necesita todo lo contrario.

–Lo sé, Iwa-chan.

–Ven aquí, tontaina.

Y es fácil, como siempre, porque están tristes pero se tienen, y tratan de que eso sea suficiente. Se familiarizan con las primeras frases de la letra. Bajito. Puntualizando "tienes que entrar un segundo más tarde, Tontikawa" y "¿y si fingimos que somos dos seiyūs que sirven para esto, Iwa-chan?".

Iwaizumi pasándole el brazo por el cuello y Oikawa dejándose abrazar. Cantando, cantando y cantando en un inglés muy mejorable, desde la piel de dos personas que se quieren pero se alejan de la otra.


Escúcheme con atención –exige Makki con voz grave, conteniendo la respiración dentro del corsé aguamarina–, llevo cinco días sin afeitarme solo para meterme en el papel, así que no quiero sentir el drama, quiero ser El Drama.

Como la madre y la hermana de Oikawa trabajan y no pueden hacerles los disfraces a todos, montan un fondo común para contratar a un costurero, al que visitan el día que tienen libre en el club de vóley. Uno a uno, van enseñándole al hombre imágenes del personaje del que quieren caracterizarse, y este les va eligiendo las telas más acordes para ello, subiéndolos a una tarima para tomarles el contorno y fijar los puntos con agujas.

Son demasiados para caber cómodamente en la pequeña tiendita, y excesivamente altos, así que se apiñan como pueden en un sillón tapizado de rojo y en los huecos que hay entre el mostrador, la mesilla de la máquina de coser y un carrito con perchas atestadas de vestidos largos de fiesta, chaquetas de terciopelo y hasta algo que parece una capa verde musgo con bordados de oropel.

Nadie se queja. No tienen estómago para protestar, a sabiendas de que Iwaizumi está grabando una canción de amor con Oikawa y matándose a hacer pesas y estiramientos con el propósito de ponerse un arnés y hacer cabriolas a quince metros de altura.

El rumor ya se ha extendido por todo el instituto. Las reacciones han sido diversas. Desde "estos del vóley están como cabras" pasando por "qué cracks, esos tíos son una risa" y desembocando en algo a lo que Iwaizumi lleva dando vueltas desde que Oikawa se empecinó en ello.

Por qué Rewrite the stars.

Once canciones. El Gran Showman tiene once canciones, y ellos van a interpretar dos. Una de ellas junto al resto del equipo y otra Oikawa y él a dúo. A esas alturas, habiendo asumido ya que van a tener que cantar y bailar sí o sí, nadie tiene problemas con The Greatest Show. El principio puede pasar por algo de Fall Out Boys, y aunque hayan descartado copiar la coreografía al milímetro por no coincidir con el número de bailarines de la película, se las pueden apañar. El ritmo es imponente y enérgico, y el sonido puede quedarles decente a pesar de que no cante ninguna chica para agudizar los coros.

Rewrite the stars, sin embargo, da qué pensar. Es la única canción de toda la banda sonora que se centra exclusivamente en el amor y en los factores que hacen de él algo imposible. Y la van a cantar Oikawa y él, cuando podrían haber escogido otra menos ñoña, como The other side. Un tío intentando convencer a otro de que trabaje para él mientras se invitan a chupitos mutuamente en un bar. Algo fácil. Hasta A million dreams podría haber tenido un pase heterosexual, por aquello de ser amigos de la infancia y compartir la pasión por el vóley y la ambición por llegar lejos.

Rewrite the stars puede ser bonita y emotiva y el regreso estelar de Zac Efron a un rol sensible y todo lo que Oikawa quiera, pero las cosas como son: acariciarle las barbas a un tío mientras le sueltas que sabes que te desea y le preguntas que por qué no puede ser tuyo es de todo menos heterosexual. Y eso le desconcierta, porque a Oikawa nunca le ha hecho falta utilizarlo a él para ser el foco de atención de las chicas, que supone que es de lo que se trata esta vez. Así que por qué ahora.

–El entrenador Mizoguchi acaba de enviarme un Line –anuncia Oikawa, probándose una chistera azul marino–. Ya han instalado las redes de seguridad en el gimnasio, Iwa-chan. Tenemos que pasarnos por ahí en media hora para que te expliquen cómo colocarte el arnés y las protecciones de las piernas, cómo caer, a dónde agarrarte y todo eso. Lo básico.

Nadie parece muy impresionado. ¿Conseguir que instalen un trapecio en un colegio y permitan que un alumno sin experiencia lo utilice? Pan comido para Oikawa.

Iwaizumi asiente, distraído con Kindaichi, a quien se le escapa un quejido de dolor cuando el costurero le clava una aguja en el muslo sin querer.

–Estupendo.


Vale. Nos vamos a matar –resuella, cinco minutos de vértigo después. Tiene que echarse hacia adelante y agarrarse las rodillas para no marearse–. Esto es de locos. –Se gira hacia Oikawa para cortarle antes de que hable–. Como me sueltes alguna parida del Sombrerero Loco tipo "las mejores personas lo están" te arreo. Avisado quedas.

Pero Oikawa está uno o dos tonos más pálido que de costumbre. Y eso que ha estado en el aire menos tiempo.

La diferencia es que por lo menos él no se ha caído.

–Nunca pensé que diría esto, pero me alegro tanto de no estar en vuestro lugar –inquiere Yuda, sombrío, recolocando la red sobre la que Iwaizumi ha aterrizado. Tal y como le han enseñado los monitores hace apenas un cuarto de hora.

–Solo iba a decir que nos hace falta entrenar los brazos y la espalda, Iwa-chan.

–Más nos vale –masculla Iwaizumi, chupándose los labios y resoplando– si no queremos matarnos.


Kyoutani se está empezando a plantear seriamente demandar a los de tercero. Por daños morales. Por acoso. Por trato degradante. Ha investigado y cada vez está más seguro de que podría enchufarles por lo menos dos delitos.

–Kyoutani –repite Iwaizumi, cansado–, que no me rechistes. Si no quieres ser el hombre-perro, tienes que hacer de Hugh Jackman por narices. Es el protagonista de la película, no podemos no tener a nadie haciendo de él.

Ambos se dirigen a toda prisa al pabellón. Los demás ya hace rato que están ahí ensayando, y ellos se han encontrado en el jardín que da a la cafetería porque han salido de sus exámenes (Inglés para Iwaizumi y Matemáticas para Kyoutani) casi simultáneamente. Muertos de sed y con la frente perlada en sudor.

–Si el problema no es Hugh –le gruñe Kyoutani, agobiado–. Es mi X-Men favorito. El problema es que canta. Y yo no canto.

Paran un momento delante de una máquina expendedora para comprar una lata de café fresquito.

–¿Te crees que yo sí? –inquiere Iwaizumi, compartiendo el café–. Mira, Kindaichi ya ha dicho que no le importa interpretar él al hombre-perro, y Watari es el más bajito del equipo, así que le viene que ni pintado el enano. Kunimi está conforme con ser la albina porque se la suda llevar lentillas...

–A ese se la suda todo.

–... Y Yahaba se ha quedado con el tío de los cuernos. Oikawa ha apostado quinientos yenes contra mí a que te está tirando las puntas por haberle sido infiel, pero yo confío en tu sentido del honor, así que no me decepciones.

Kyoutani lo mira atónito. Las implicaciones de lo que Iwaizumi acaba de decir son tantas y tan exageradas que le escandalizan.

–¡No estamos saliendo!

–Como iba diciendo –prosigue Iwaizumi, queriendo llegar al fondo del asunto–, todos estamos aquí haciendo cosas que no nos gustan. Hasta Oikawa se está mordiendo la lengua para no admitir que es todo una puta locura ahora que se ha subido al trapecio, aunque cada vez aguantamos más sobre él –y hace eso de poner cara de circunstancias y de "cuando seas mayor lo entenderás", y la última vez que Kyoutani comprobó su propio carnet de identidad seguía siendo hijo único, muchas gracias, no necesita un hermano mayor que le dé la brasa–. Eres vital para que el número salga redondo. Nunca volveré a pedirte nada más.

–He dicho que no –replica Kyoutani, fulminando a Iwaizumi con la mirada–, y es que no.


–Os odio a todos –farfulla, saliendo a toda prisa de la sala de grabación del club de sonido, en dirección a clase de Literatura. Arrastrando las zapatillas. Dando un portazo. Muerto de vergüenza.

Oikawa e Iwaizumi siguen con la boca abierta. Sin dar crédito.

–Menudo –boquea Oikawa, fascinado– vozarrón. ¿Qué hace este tío jugando al vóley?

Iwaizumi no puede hacer más que coincidir. Con un hilo de voz.

–Es el puto Pavarotti.


Oikawa y él tienen que machacar los pasos más que ningún otro miembro del club. Yuda, Sawauchi y Shido se han autoproclamado los encargados de manejar la red de seguridad, la luz y los pesos, de manera que casi siempre están con ellos. Ninguno de los dos tiene nada que objetar, a decir verdad. Alguien debe ocuparse de los aspectos técnicos, aunque sea para eludir la participación en el baile.

No obstante, las partes de la coreografía que tienen lugar a ras de suelo las practican solos. Los exámenes han finalizado y ya no tienen ningún torneo de vóley para el que prepararse (no hasta que comiencen la universidad, al menos), así que los entrenadores los ponen a calentar y a estirar antes que a los demás para que puedan marcharse pronto. Muy a pesar de Oikawa, que aparentemente pensaba sacar tiempo para el número de sus horas de sueño y descanso.

Son los primeros en abandonar todas las sesiones deportivas, pero siguen siendo los últimos en salir del instituto por las noches. Han sido los últimos desde hace tres años, e Iwaizumi creía que eso sería algo que siempre le pondría de los nervios. Que se quitaría un peso de encima cuando no tuviera que estar hasta las tantas detrás de Oikawa para poder cerrar el cuarto del club.

–A ver –jadea Oikawa, secándose la barbilla con el borde de la camiseta–. Vamos otra vez.

Pero no.

El pelo mojado y pegado a las sienes. Usan los pantalones turquesas y blancos del uniforme, pero se cambian los zapatos por otros más viejos y sustituyen la camisa por otra de tirantes.

–Lo voy a echar de menos. –Se encuentra diciendo–. Que seas tan pesado.

Le aprieta el brazo sudado con afecto y a Oikawa se le escapa una risita extraña.

–Lo sé –reconoce, con esa mueca agridulce que ha ido ganando terreno en su rostro–. ¿Cómo llevas lo de ponerte bocabajo en el aro, Iwa-chan?

–Mejor.

Las bocanadas de aire que toman. Los pasos que dan. Todo resuena contra el parqué y se estrella contra las puertas del pabellón, cubierto de noche y esas estrellas que solo se asoman al cielo del campo.

–Guay.

Iwaizumi asiente, alejándose de él unos metros en dirección a su portátil, que han colocado sobre el banquillo. Están ensayando con la versión retocada de la cover que grabaron en el club de sonido, para acostumbrarse al ritmo y dominar el lip sync, que es, en esencia, mover los labios de manera que parezca que son ellos los que están cantando a tiempo real.

–Esta es la última –le advierte Iwaizumi, apartándose del portátil en dos zancadas y dándole la espalda airadamente para fingir que está hasta los cojones de él, como le pasa a Anne con Phillip en la película. Es una situación tan recurrente entre ellos que apenas tiene actuar.

Cinco segundos después escucha a Oikawa alto y claro por los altavoces.

Nunca dejará de alucinarle. Lo bien que le sienta esa canción. A veces le da rabia que le siente bien todo, como si fueran las cosas las que se amoldaran a él y no al revés.

"You know I want you

it´s not a secret I try to hide.

I know you want me..."

Se anticipa a todos los giros y bajadas y ascensos repentinos de su timbre. Los ha escuchado tanto que se los sabe de memoria. Han hecho que la canción le guste. Que se le meta en la sangre y convierta una obligación en algo divertido. Oikawa siempre lo consigue. Transformarlo todo en algo de lo que Iwaizumi se alegra de formar parte.

"So don´t keep saying our hands are tied.

Your claim it´s not in the cards

and fate is pulling you miles away"

Sabe que Oikawa está caminando hacia él, y que tardará veinte segundos exactos en pasar por su izquierda mientras él trastea con la cuerda de un saco de arena imaginario. Echa a andar hacia la derecha, rehuyéndolo, como si no pudiera tenerlo frente a frente sin romperle la nariz o echarse a llorar. Más o menos.

"And out of reach from me.

But you´re here in my heart,

so who can stop me if I decide

that you´re my destiny?"

Lo sabe. Es que sabe lo que va a ocurrir, pero de todas formas parpadea y lo mira como si lo viera por primera vez cada vez que le coge la mano y le suelta "¿qué pasaría si reescribiéramos la historia? Di que estás hecho para ser mío", porque a Iwaizumi el inglés se le da de puto culo pero a fuerza de traducir los lyrics para interpretarlos lo mejor posible, entiende perfectamente lo que significa la letra.

"Nothing could keep us apart;
y
ou'd be the one I was meant to find"

Se deja perseguir. Caminando hacia atrás. Tratando de sostenerle los ojos, aunque es complicado hacerlo cuando Oikawa lo mira así. Todo chocolate derretido y ganas de jugar al gato y al ratón. Cuando lo gira de la cadera como si no le costara horrores contener el impulso de poner los ojos en blanco o proferir una risotada, como le sucede a él.

"It's up to you, and it's up to me,
n
o one can say what we get to be"

Comprende que tienen que hacerlo así. De verdad de la buena. Pero no puede evitarlo en cuanto Oikawa le echa el aliento en la cara. Pan de leche de la merienda maquillado a toda prisa con pasta de dientes y manchado de bebida isotónica. Se le activa un resorte que lo empuja a escupir cualquier gilipollez, la que sea con tal de paliar la sensación de la mano de Oikawa encima del elástico del calzoncillo, que sobresale por encima del pantalón. Esa mano que los acerca y que los atrapa.

–Oye tú –masculla–. No te pegues tanto, a ver qué va a pasar.

El resoplido de risa de Oikawa le hace cosquillas en la nariz. Le ata un nudo en el estómago y otro en la garganta y querría salir corriendo pero se le han quedado clavados los pies en el suelo y qué está haciendo.

"So why don't we rewrite the stars?"

–¿Me tienes miedo, Iwa-chan?

Sí.

No.

No es que le tenga miedo a él. Anne no le tiene miedo a Phillip y él no le tiene miedo a Oikawa. Le tiene miedo a sus ideas, a las cosas que no le cuenta, a los caminos hacia los que pretende arrastrarlo. A lo desconocido. A esa pregunta que parece estarle haciendo en silencio, en un idioma que Iwaizumi no comprende.

"Maybe the world could be ours"

–Qué te voy a tener miedo, subnormal.

Le tiene miedo a esa presión que está hecha de carne y sangre y frío y Oikawa contra sus labios.

A ese beso que no debería estar ahí.

Que está fuera de lugar entre ellos.

Porque Oikawa y él no se besan.

"Tonight"


¿Os ha gustado? Sabed que mis intenciones eran hacer un IwaOi amistoso, pero me han dicho "TÍA ES SAN VALENTÍN" y "TÍA ES IWAOI" y he cedido. Encasillada estoy, pero ojalá os haya gustado la idea ;;