Siento sus manos recorriendo mi espalda en un suave vaivén y tiemblo.
Tiemblo como un terremoto o como si estuviera muriendo de frío… Pero lo que siento es fuego, uno que me consume. Y cuando sus manos se dirigen a mi cintura y encuentran un camino libre bajo mi suéter, ese fuego deja de consumirme y empieza a regenérame.
Me resulta casi desesperante sentir la ligera aspereza de las yemas de sus dedos trazando caminos imaginarios en mi torso, mi vientre y mi pecho. Que sus labios parezcan no tener suficiente de los míos me hace preguntarme si de verdad soy tan deseable, si soy lo suficientemente atractiva como para que me toque de esta manera y me haga sentir tantas cosas al mismo tiempo que me resulte imposible concentrarme en una sola sensación.
Mientras nos deslizamos por la pared, yendo lentamente hacía la cama, él se separa de mí y yo me dejo caer extasiada en la orilla del colchón mientras observo cómo se despoja de su camisa y me mira sonriendo, luego de arrojarla a un lado sin muchos miramientos.
Se aproxima y se arrodilla frente a mí.
Sus ojos quedan a mi altura incluso en esa posición. Y lo observo fijamente cuando sus manos bajan hasta mi cintura, hasta mi suéter, y lo hacen subir poco a poco. La lentitud con la que me despoja de la prenda me maravilla y desespera por igual. Lo hace como si tuviera todo el tiempo del mundo, pero del mismo modo en el que lo haría alguien que desea preservar la sensación para siempre.
No tengo muy claro si yo me dejo caer o él me empuja con su cuerpo hasta estar los dos recostados. Sólo siento su torso sobre el mío, tibio, firme y familiar. Su boca busca la mía y mis manos se sienten como carbón al rojo vivo cuando encuentran su espalda y exploran toda su magnitud. Una de sus fuertes manos se cierra en mi muslo y hace que mi pierna le rodeé la cintura.
Se me escapa un gemido contra sus labios y Gale gruñe contra los míos.
Mi fuego se transforma en vapor y todo se condensa y se vuelve húmedo en cuanto él abandona mis labios y besa mi cuello con prisa. Todo adquiere un nuevo ritmo y me resulta muy fácil seguirlo. Su mano derecha baja hacía mi vientre mientras me besa de nuevo, esta vez con una profundidad y firmeza que duele.
― Gale…
― Katniss…
Siento el cuerpo ligero y luego una sacudida en el hombro.
―Hey, Katniss…
Abro los ojos y logro enfocar a Peeta.
Nuestra alcoba aparece ante mí cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad y me siento en la cama. Mi esposo prende la luz de su mesa de noche y se acerca a mí.
― ¿Estás bien?
― No… ― Evito mirarlo y me dejo caer sobre la almohada de nuevo.
― No dejabas de moverte ― Dice Peeta y siento su mirada. Suena preocupado. ―, y estás cubierta en sudor.
No digo nada y mantengo los ojos cerrados. Intento calmar mi respiración y me paso el dorso de la mano para limpiar el sudor. Escucho un clic y sé que Peeta apagó la lámpara. El colchón se hunde bajo su peso y siento su cuerpo junto al mío.
― Hablabas entre sueños ― Murmura.
Abro los ojos de golpe y logro ver esa estrella de plástico fluorescente que mi hijo puso en el techo hace unas semanas. Aparto la mirada y veo de reojo la silueta de Peeta sin hablar aún.
― ¿Era una pesadilla, Katniss? ¿Sobre la arena?
No me gusta mentirle a Peeta, no cuando él es tan bueno y se encarga de los niños cuando yo me quedo demasiado pensativa y me pierdo en el pasado. No cuando es capaz de hacerme reír aún.
Pero a pesar de eso, asiento levemente y Peeta se acerca para envolverme en sus brazos y besarme el cabello.
― Descuida… Sólo era una pesadilla, Kat ― Susurra a mi oído con su voz tan dulce y agacha la cabeza para besarme en los labios.
― Lo sé.
Lo abrazo fuerte porque odio mentirle y le pido disculpas en silencio. Escondo mi cabeza en su pecho, bajo las mantas, y aprieto los ojos pidiéndome disculpas a mí misma… Y a Gale, donde quiera que esté, por decir que aquel sueño fue una pesadilla.
