Capítulo 1: Un nuevo trabajo – las incontinencias – dudas.
-No puedes trabajar en ese lugar – intentó explicarle Albert a Candy.
-¿Por qué? ¿Acaso ellas no tienen los mismos derechos que otros seres humanos?
-Candy... sí, tienen derecho a la salud como todos nosotros, pero... tú eres demasiado inocente, ellas quizás encuentren divertido entregarte conocimientos que tú no tienes por qué adquirir.
-Me parece que tus palabras no son muy cristianas. La hermana María me enseñó que todos tenemos derecho al auxilio en caso de enfermedad y desgracia.
-Sí, pero hay otras mujeres que pueden hacerse cargo.
-Sabes bien que nadie más quiere trabajar ahí. Y en cambio, hay muchas que quieren trabajar en un hospital común y corriente. Albert, por favor, necesito estar en un lugar donde pueda hacer la diferencia.
-Primero fue el orfanato, luego los barrios pobres, después ese intento de irte a África, ahora esto... ¿dónde irás después? ¿A vivir con los leprosos?
-¿Te estás burlando de mí?
-No, pero quizás deberías reflexionar un poco en las motivaciones de tus actos. ¿Quieres hacer la diferencia o quieres olvidarte de tus propios problemas?
-No entiendo a qué te refieres. Mira, la señorita Pony tampoco está de acuerdo en lo que haré. A la hermana María le agradó menos. Si puedo desobedecerlas a ellas, ¿por qué tendría que hacerte caso a ti?
-Haz lo que quieras, Candy. No voy a discutir más contigo, pero te advierto que oirás y verás cosas que te cambiarán para siempre.
-No soy tan inocente como todos creen, Albert. Conozco los hechos de la vida.
-Si tú lo dices. Buena suerte, Candy, y recuerda que si me necesitas, puedes acudir a mí en cualquier momento.
Albert salió del departamento de Candy, aguantando las ganas de dar un portazo. No entendía el gusto de la chica por meterse en problemas. Primero, la absurda idea de cuidar a Neil en una supuesta enfermedad, que se terminó cuando el desgraciado intentó abusar de la muchacha; luego de esto, la obsesión por ir a atender enfermos a sus casas, en los barrios peligrosos, donde un grupo de ladrones la golpeó brutalmente para quitarle la cartera, enviándola agonizante al hospital por dos semanas – por suerte, no le hicieron nada más, pensaba Albert -; después esa idea de ir como enfermera a África, mientras aún estaba convaleciente de la paliza. Llegó a comprar el pasaje, pero cuando estaba en el puerto se desmayó, así que no pudo viajar. Y ahora esto... servir en la enfermería de la cárcel de mujeres. Y no cualquiera, sino en la "Santa Magdalena", la cárcel de prostitutas. Las mujeres de ese lugar estaban enfermas de cosas que Candy ni soñaba que existían. De hecho, Albert estaba seguro de que la pecosa creía que "gonorrea" era una especie de diarrea.
-Dios protege a los locos – se dijo Albert, para tranquilizarse, y subió a su auto.
Una vez sola, Candy sacó una pesada enciclopedia de la salud, para buscar definiciones de las enfermedades de transmisión sexual. Esa mañana, cuando el alcaide de la cárcel la había entrevistado, aseguró tener un conocimiento total de ese tema. Por suerte, no le pidieron que lo demostrara. Al ser virgen, ignoraba por completo los riesgos de una vida sexual activa en la que no se toman precauciones. Para ella, el mayor peligro del sexo era un embarazo no deseado, por lo que había oído en el hospital. Una vez tuvo que asistir a una mujer que se había hecho un aborto, pero jamás se había enfrentado a enfermos de sífilis, chancro blanco u otras cosas semejantes. Las enfermeras jóvenes eran alejadas de esas experiencias.
Después de una lectura concentrada de la enciclopedia, Candy tomó la firme decisión de continuar virgen por el resto de su vida. Los riesgos de las enfermedades de transmisión sexual eran demasiados, le sorprendía que no estuviera contagiado la mitad del mundo. Cerró la enciclopedia, intentando apartar de su mente las imágenes de verrugas genitales, y fue a la mansión de Annie para contarle de su próximo trabajo.
-¿Estás loca? ¡Tú no puedes trabajar en un lugar así! – le espetó Annie.
-Otra más... ¿Por qué nadie confía en mí?
-Porque eres una niña inocente. Ese lugar dañaría tu mente, quedarías traumada, asustada, loca...
-No soy tan inocente – replicó Candy, molesta.
-Claro... ¿qué hacen un hombre y una mujer en la cama?
-Duermen – respondió Candy sin dudarlo, lo que causó una explosión de risa en Annie.
-Hasta yo soy menos inocente que tú, y eso que jamás Archie me ha dado un beso apasionado – por un momento su expresión fue de amargura, pero prosiguió -. Mis padres me han hablado del tema, pero no creo que tú lo sepas...
-Conozco perfectamente la mecánica del amor, gracias – dijo Candy -. Un hombre y una mujer copulan de la siguiente manera: primero, el cerebro del hombre envía una hormona llamada...
-No dudo que conozcas las características físicas, pero va más allá... a unas chicas vírgenes como nosotras nos puede traumar lo que veamos en ese lugar, alejándonos del placer sexual en el futuro. Es decir, creo que deberías dedicarte un tiempo a ti misma, buscar un hombre y casarte, antes de trabajar en un lugar así.
-¡Qué anticuada eres!
-No es eso, es que creo que el sexo es importante en la vida de una mujer, y tú vas a trabajar en un lugar que te alejaría de una vida sexual saludable. Va a traumarte.
-No pienso iniciarme sexualmente, jamás; es muy peligroso. Si yo te mostrara unas fotografías...
-¿Peligroso? – Annie se inquietó; era muy miedosa - ¿El sexo es peligroso?
-Por supuesto – y a continuación, Candy comenzó a explicarle detalladamente las llagas que dejaban ciertas enfermedades, lo que llevó a Annie considerar como buena opción la idea de Candy.
-Me meteré a un convento – afirmó solemnemente Annie.
-¿Y Archie?
-Seguramente se meterá a cura apenas le contemos de esto.
-No podemos contarle; ¡es un hombre! Ellos son los culpables de la propagación de las enfermedades, con sus apetitos deshonestos. Según leí, muchas esposas honradas mueren enloquecidas por la sífilis que sus libertinos esposos les contagiaron.
Annie pensó unos instantes en silencio.
-No creo que todos sean así, Candy. Mira a mis padres, por ejemplo.
-Sí, pero al parecer, son la excepción.
-Pero si todos piensan como tú, se acabaría el género humano.
Esto hizo vacilar a Candy; no había considerado la relación entre sexo y bebés.
-Entonces hay que casarse con hombres en los que uno confíe. ¿Tú confías en Archie?
El silencio de Annie fue la más expresiva de las respuestas.
-Hace unas semanas creí verlo del brazo con otra chica. Pero mi madre dijo que deliraba. Que Archie no es de esos...
-Tú te casarás con él, Annie, si es que te decides. No puedes dejar que te aten a un hombre en el que no confías. Un hombre así podría contagiarte de cualquier cosa. Mira, yo quiero a Archie, pero él es un hombre y ellos, según lo que leí, son incontinentes por naturaleza. Sería mejor que hablaran largo y tendido para decidir si se casan o no.
-Estoy confundida, Candy. ¿Y si le preguntamos su opinión a Patty?
-No es mala idea – dijo Candy, que contaba con la aprobación de su tímida amiga -. Tendremos que esperar a su visita de la próxima semana. Bueno, tengo que irme. Mañana comienzo muy temprano en la cárcel. ¡Deséame suerte!
-Suerte, y no dejes que eso influya en ti.
-No soy tan inocente, Annie. He visto hombres desnudos, y seguramente tú no.
-Tus hombres desnudos han sido pacientes, eso no cuenta, tramposa.
