Steve Rogers siempre fue un hombre de costumbre.

Esa mañana de navidad se levantó temprano como de costumbre, saludó a cada persona que se le cruzó y les deseó una feliz navidad, salió del gigantesco edificio y tomó un autobus hacia Brooklyn.

Todo había cambiado, y al mismo tiempo le parecía familiar. Al menos su barrio no había cambiado mucho, la plaza en la que jugaba de niño seguía igual. Cada navidad había un hermoso árbol navideño y la gente cantaba villancicos alrededor.

Recordaba con anhelo que cada 25 de diciembre, él y Bucky se reunían en aquella plaza para disfrutar el ambiente navideño y cantar con los demás.

Steve sonreía para sí mismo cuando lo vio.

Barba de días, cabello atado, guantes y una chaqueta ocultando su brazo, mirando el árbol con expresión tranquila y serena.

Sus miradas se cruzaron solo un segundo. Sonrieron y tomaron caminos separados.

Las viejas costumbres nunca se pierden.