Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen, escribo sin fines de lucro. Es una idea de mi autoría.

Advertencia!: Si no les gusta el yaoi (relación chicoxchico) por favor lee bajo tu propio riesgo. Este fic es de contenido M, sólo para personas mentalmente maduras. También prefiero no molestarme respondiendo comentarios donde me comparen con algún otro fic (como ha pasado con la primera versión de este) así que sugiero que si algo te molesta no lo digas, mejor deja de leer.

Sin más que decir, disfruten.


Venganza

Capítulo 1

Arthur's PoV

-"¿Cómo llegué aquí? ¿Por qué?"-.

No entiendo nada.

Yo también me pregunto eso, pero ni siquiera puedo decirlo y recibir una respuesta, así que me limito a mirar. Ni siquiera un reloj a la vista, un calendario, algo que me de pistas del tiempo que ha pasado o del sitio en donde me encuentro. Mi mente son imágenes borrosas, cada vez me siento más desesperado, como odio sentirme así. Que alguien me ayude.

Y-Ya… ya recuerdo, tomé como de costumbre un té; nunca lo dejaría pasar –tal vez por una vieja costumbre inofensiva- y esa vez no sería distinto. Algo tenía mi té, lo noté cuando ya lo había terminado, pasaba por mi garganta con un dejo algo más amargo de lo que recordaba, pero ya no importa, sea como sea ya no importa.

Afortunadamente la fiebre ya no está, ese molesto síntoma que llevé desde la mañana. Algo común, pero frustrante al saberse un ser como una nación.

Estoy en una gran sala de estar, probablemente una mansión o castillo… No, creo que es más una mansión.

Estoy acostado en una cama enorme, sin más que unas sábanas blancas, se sienten suaves, cálidas, como de algodón supima*. Resaltan muy bien cómo me siento yo; helado y fuera de lugar, estamos en un lugar frío y sólo siento la textura de esa tela. Bien, no es de noche y estoy completamente seguro de que yo estaba en la junta de las naciones de noche, es decir, la junta se alargó… como siempre.

Si, en la junta, con el idiota de Francia y el retrasado de Italia, Japón, Alemania, América, China y Rusia… si, entonces…

-"¿Qué pasó?"-.

En verdad me estoy impacientando y francamente me está dando un poco de miedo.

-"¿Cuánto tiempo he estado dormido?"-.

Medio día, a lo sumo; me siento tan débil, aún mis fuerzas no están completas, lo sé y eso sólo acrecienta mi miedo.

De pronto, siento una mordaza en mi boca, tela fuertemente atada a mi boca, duele, tal vez no la había sentido antes por mi agarrotamiento. De verdad me duele. Quiero relajarme un poco, porque el dolor no es mucho; también en mis muñecas y el mis tobillos.

Pero en mis extremidades tengo puestas unas esposas. ¡De metal! ¿¡A qué maldito enfermo se le ocurre esposarme!? Mi error fue intentar moverlas, así pronto me quedé inmóvil, con mi cabeza girando hacia todos lados buscando alguna oportunidad de huida. Me siento un poco mal, la cabeza me da vueltas, siento que aunque tuviera los brazos y pies libres no me podría mover mucho más.

Mi cuerpo no está desnudo, por lo que internamente me alivia tan sólo un poco. Suelto una lágrima, algo que normalmente no haría en presencia de alguien, aunque sé que me observan, lo puedo sentir. A través de la cadena de las esposas, creo que hay una cuerda o algo así, mantiene mis manos sobre mi cabeza, en una posición incómoda.

Me limito a quejarme un poco, recuerdo un poco de la reunión, tal vez de esa manera todo lo que veo y siento disminuya; vaya idiotas todos, todos y cada uno de ellos. Me sentí mal de haberme levantado esa mañana, todo el día fue un infierno para mí, creo que definitivamente no fue de mis mejores momentos.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero seguramente habrán sido varias horas desde que desperté.

Estoy cansado, con la vista revisé todo lo que pude y en definitiva no hay salida para mí… Tengo miedo, aunque claro, jamás lo diré. Nadie me oirá decirlo.

Escucho la puerta abrirse, si no fuera porque todo está verdaderamente callado y yo no pudiera abrir seguramente no me hubiera dado cuenta. Es una persona alta, un hombre… Ciertamente me intimida, no cualquiera te secuestra sin más y simplemente te quedarías tranquilo como siempre. Yo siendo una nación, es difícil verse en una situación así.

-"Hola… Arthur"- ese nombre… años hace que no lo oía, creo que hablo de siglos enteros; me trae recuerdos horribles, pero sin poder decir nada me limito a mirar la sombra que es mi captor, su voz sería para mí lo mejor si no fuera por las circunstancias en las que me encuentro y el tono en que se utilizaba, que no era muy alentador, tampoco ayudaba a mi mente.

-"A-Al-Alf… A-Amé-América"- logro articular a través de la mordaza, creo que él se compadece porque me quita la tela de mi boca rápidamente y me quema al hacerlo. No grito, ni hago algún intento de hablar, me duele, pero pronto se pasa –"América, suéltame"- sé que no estoy en posición de exigir.

Pero por el amor de Dios estoy desesperado.

-"Dime Alfred, se escucha mejor"-.

-"Mal-maldito idiota, suéltame de una vez"- me estás asustando Alf, por favor.

-"No. Así que preferiría que hablaras con propiedad, caballero"- se escucha una burla en su voz, demasiado agria como para que fuese la risa del chico que yo conozco.

-"América, me duele, suéltame"- voy recordando lo que pasaba hacía unas horas, mientras siento que Alfred aprieta las amarras de mis brazos, ya casi no los siento.

Una de las manos de América pasó por mi costado y regresan a mi rostro, están frías y lastiman con cada movimiento brusco. Tenía en la mano la mordaza que antes yo tuve en la boca –"Un poco de emoción no nos vendría mal, ¿Eh, Arthur?"- pude ver una sonrisa desencajada, medio cruel, medio indiferente en su rostro; el rostro que yo adoraba en silencio y que ahora ya ni quería ver. Me cubrió los ojos y sólo veía sombras leves, su sombra.

-"¿Por qué? ¿Por qué haces esto?"- el terror en mi voz es evidente.

-"¿Por qué? Veamos…"- acarició mi mejilla con lentitud, su mano estaba fría –"Porque quiero venganza, venganza Arthur, venganza sweetie"- rió, con esa risa tan estruendosa que amo, con esa risa que me encanta.

-"Alfred, por favor, ¿de qué hablas?"- empiezo a llorar, porque sé lo que va a venir, él tono de su voz lo dice todo.

-"Mi infancia, mi adolescencia, mi independencia, mi vida adulta, todo… Todo eso… todo eso es tu culpa. Además, tú lo sabes bien, creo que no es el mejor momento para decirlo"- lo escucho tan serio y frío, tan molesto, yo lo lastimé, le hice daño, pero… Nunca quise hacerlo.

Realmente… no entiendo muy bien a qué se refiere. Me parece demasiado pobre su excusa, no puede ser eso.

-"Alfred… podemos hablarlo, suéltame… yo… vamos a hablar, sé que podemos…"- en ese momento su puño estrelló en mi estómago, y seguido de este en mi rostro –"Por… por f-favor… Alf… Alfred"-.

-"No, creo que ya no quiero hablarlo, mejor… vamos a entretenernos un rato"- siento mi camisa ser desabrochada, sólo los primeros dos botones, cuando al fin es desgarrada, llevándose consigo mi piel.

Los rasguños en mi pecho arden y lo único que puedo hacer es gritar, intentar apartarme, peor aún; no puedo. Siento el frío de su cuerpo contra el mío, su erección, su aliento, todo eso que alguna vez soñé, que pensé que serían simples sueños, hermosos sueños imposibles; ahora, son una porquería, los odio, me duele, no quiero sufrir así, la primera vez que…

Eso, eso que hacen las parejas, era malo, dolía, las personas lastiman de cualquier manera, a mí me habían enseñado que era distinto…

-"¡Lo siento! Alfred… ¡Suéltame! ¡Por favor! lo lamento… en serio"- suplico, lloro, casi lo grito.

-"Bien, eso es lo que dirás después, cuando te la meta…"- se ríe de nuevo, el estruendo, por una vez verdaderamente me molesta, me llena de dolor e impotencia, lo amo, aún así.

Empieza a posar su boca en mi cuello, lo muerde y yo grito, intento alejarme, no puedo. Se ríe y continua marcándome, como si yo fuera algo comestible una cosa, porquería sencillamente. Aunque no quiera empiezo a jadear, muerdo mis labios para no dejar escapar otra cosa, es difícil porque él no ver acrecienta los sentidos, el tacto es ahora como mi vista y toda sensación es intensificada al doble.

Alfred rasguña de nuevo, y un golpe en un costado, lame y muerde mis pezones, fuertemente que arde y pronto siento un líquido caliente deslizarse por mí. Es mi propia sangre y no hago otra cosa más que llorar.

-"Al-Alfred, Ya, duele… duele, por, por favor… lo siento, lo siento, lo juro"- siento su impaciencia en la boca y creo que por eso me quita la venda de los ojos, aunque ahora preferiría no verlo, pensar que es alguien más el que me está… me está torturando; eso sería lo mejor, pensar que es alguien más, o un terrible sueño.

-"Y sigues sin callarte, que tal… ¿qué tal si ahora dices mi nombre y sólo eso?"- baja su cara hasta mi pantalón y sin esperar un segundo baja la cremallera y me quita la ropa interior junto con mi pantalón, ese que tiempo antes mis hermanos habían preparado para mí –"Mi nombre Arthur, no lo olvides, sólo eso"-.

Mete mi miembro flácido a su boca, húmeda y contrastante; empieza a succionar y masajearlo.

-"¡A-Ah! Al-Alfred"- grito más por placer que por recordar la orden del idiota, mi idiota.

Siento que la boca baja y sube por mi miembro, y creo que yo no aguanto nada… percibo el final cerca…

-"No, aún no"- me sonríe al tiempo que se aleja de mí –"Yo también necesito ayuda"- eso es otra orden, que no tarda en hacerme cumplir, me suelta de las muñecas, intento frotármelas, pero no me deja y me pone la cara frente a él, frente a su miembro duro –"Lo quieres"- de nuevo, no pregunta y toma mi cabello, acerca su órgano a mi boca.

-"Alfred, por favor… ya fue suficiente"- intento sonar fuerte, sin embargo mi voz suena tan temblorosa, que provoco que se enfurezca.

-"¡Entiende algo! No es muy difícil, ¡Yo diré cuando sea suficiente!"- y sin más me hace meterme su miembro, casi me ahogo, pero él lleva el ritmo, un ritmo que no puedo seguir, y que no quiero hacerlo –"Así Arthur, así"- aumenta el ritmo, no sé ni que tanto tiempo he estado en aquella posición, pero pronto siento que Alfred termina en mi boca, llenándola de su esencia –"Trágalo todo"-.

Lo hago, me da miedo, no quiero que me lastime más. El asco me embarga, me dan ganas de vomitar e irme, salir corriendo de ese lugar.

-"Alf-Alfred, por favor, ya… por favor"- mis ojos están rojos, de eso estoy seguro, mis manos ni me sostienen, y él lo único que hace es mirarme, con esa mirada tan rara, que no le queda y que me hace temblar.

De pronto siento que todo está frío, la habitación, mi cuerpo, la cama y las sábanas.

-"¿Ya? No, esto es apenas la mitad"- acercó de nuevo su miembro a mí, pero esta vez siento el miedo a flor de piel, más aún que todo lo que ya ha hecho.

-"¡No! ¡No, no! ¡Alfred! ¡N-no!… ¡Perdón, perdón! ¡Lo lamento!, lo que haya hecho, lo juro lo lamento. ¡Suéltame, déjame ir! Por favor"- su sonrisa aumenta, me siento mal.

Pareciera que lo que digo es sólo excitante para él, porque pronto empieza a masturbarse viéndome a la cara. Cuando para, se pone entre mis piernas y como estoy ahora acostado de frente, pronto se pone entre mí.

-"¡No!"-.

-"Oh, sí Arthur, ahora acuérdate que sólo debes decir mi nombre"- ríe de nuevo, y de un simple movimiento se introduce en mí, grito, realmente siento como una parte de mí irse lejos, no lo sé.

-"Al-Alfred"- jadeo, susurro, ya no encuentro mi voz, ya no siento mi cuerpo, ya no siento las lágrimas, esas que hace tiempo habían dejado de caer, las súplicas quedan silenciadas, y el dolor se apodera de mí.

Creo que han pasado horas, pero no tan sólo una a lo sumo desde que todo empezó. Ya no importa, realmente ya no importa. Sale de mí bruscamente tal y como entró, me deja tirado en la cama y yo tomo mis piernas en mis brazos.

-"Ya, Arthur, ya todo acabó"- me susurro, tal como un loco haría en mi lugar, seguramente ni mi voz salió.

Lo que si pude gritar y seguir murmurando fue algo así como –"¡Lo siento, perdón!"- no podía pensar en otra cosa que no fueran disculpas, me costaba respirar. Y siento que si no sigo disculpándome me seguirá doliendo mi cuerpo, mi alma.

End of the Arthur's PoV

Alfred se levantó con un movimiento lento, pero fluido tomando sus pantalones y la ropa interior. Se sentía… mal, peor que antes, pero había sido un excelente polvo, de eso no cabía duda. Tal vez recordar el pasado era mucho más frustrante para él que para Arthur, así que no pudo contenerse.

Claro que pasó un momento espectacular con una persona que se merecía todo eso y más; Arthur. Entró en el baño completo que estaba en ese lugar, empezó a quitarse la camisa que aún traía y se metió a una ducha caliente. Cuando terminó salió al cuarto donde había tomado a Inglaterra.

Arthur estaba encogido sobre sí mismo, en una de las esquinas de la gran cama. Su cuerpo pálido y lleno de marcas rojas parecía romperse por momentos, temblaba como si tuviera frío. Alfred intentó acercarle una de las sábanas, pero Arthur se quitó, con dolor y lentitud, con miedo reflejado en unos ojos verdes, ahora opacos.

Una parte de la cama estaba llena de sangre mezclada con semen, sangre del de ojos esmeraldas y semen de Alfred.

-"Arthur hace esto muy seguido, seguramente sólo lo tomé por sorpresa… estoy seguro de que se lo merecía"- de pronto escuchó algo romperse, una puerta o algo así, antes de que siquiera llegara a abrir la puerta de la habitación, una sombra que lo igualaba en altura y complexión azotó la misma y lo tomó por el cuello de la camisa y lo llevó hasta el balcón, hasta la orilla, donde daba a un increíble patio trasero, a unos tres o cuatro metros, directo a un golpe muy doloroso o una muerte muy lenta.

-"¿Es divertido?"- preguntó la voz con un fuerte acento.

-"¿¡Perdón!?"- vio que la sombra, esa sombra de un hombre no mayor de veinticinco de nuevo lo inclinó.

-"Claro que no entiendes nada. Te pondré la pregunta más clara, ¿te parece divertido, violar a una persona?"-.

-"Mira Kirkland, déjame en paz y no te pasará nada"- desvió la mirada de Scott, intentando ver la pobre figura de su ex-tutor.

-"No creo que estés en posición de ordenar nada"- sacó una pequeña navaja de su bolsillo, para ponerla justo en la sien del muchacho americano –"Sabes que lo haré a la más mínima provocación"-.

-"Es suficiente Kirkland"-.

-"¡Entiende algo! No es muy difícil, ¡Yo diré cuando sea suficiente!"- sonrió al ver el rostro asustado del menor, un leve shock que lo invadía, como recordando algo –"What a beautiful phrase! Don't you think?"- y de nuevo se mostró serio hasta con un toque psicópata –"Ahora, responde"-.

-"Se lo merecía"- desvió la mirada de nuevo.

-"Claro, la persona que te encontró, que te cuidó, que te educó, que te crió, que te dio libertad casi absoluta, que te dio ideales, una historia, un futuro… Claro lo más lógico es que se merezca una violación del idiota que mantuvo"-.

-"…"-.

Sorpresivamente el mayor de los hermanos Kirkland lo soltó, junto con un suspiro –"Alfred, está bien que hayas querido vengarte, ¿de qué? Aún no lo sé"- vio la cara del rubio –"Pero, ¿era necesario dejarlo así?"- señaló a la cama, Arthur se encontraba abrazando sus piernas, en una esquina, no parecía perturbado, no parecía dolido, sólo parecía que se encontraba en otro lugar, muy lejos de tanto dolor. Su rostro no mostraba nada, pero su cuerpo podía contar una historia diferente.

-"Yo..."- América no sabía qué decir, bajó la mirada como hacía mucho que no lo hacía.

Scott se retiró de la barandilla, dejando al rubio solo en el balcón. Se acercó a su hermano, seguía en su lugar, sin mover siquiera sus piernas. La gran cama mantenía aún el calor del acto, así que Scott sólo se dedicó a buscar la ropa del menor, pero en cuanto vio que la camisa estaba desgarrada, la aventó con rabia y tomó al menor en sus brazos.

-"Era su camisa favorita"- masculló con rencor, intentaba mantener a su hermano tranquilo, pero este se removía lentamente, buscando una salida, implorando con los ojos y quejas silenciosamente dolorosas que no lo tocaran –"Vale Arthur, te llevaré a lavarte"-.

Entró con el de menor estatura a la ducha, junto a ella había una bañera, empezó a llenarla con agua caliente. Y sólo tardó unos minutos en tenerla preparada para Arthur.

-"Ar-Arthur…"- Alfred miraba todo el proceso que llevaba al escocés limpiar a su hermano.

-"No se quita"- fue un susurro, levísimo, casi imperceptible que Arthur podía decir –"Hermano, no se quita"-.

-"… A-Arthur, se quita, no te preocupes"- realmente tenía una idea de a qué se refería, pero no quería entenderlo completamente. Terminó de bañarlo, y vestirlo con el pantalón que antes entre él y sus otros hermanos, poniéndole ahora su propia camisa, que le quedaba un poco grande y él quedándose con el saco que traía –"Ya nos vamos, ¿puedes caminar?"- Arthur lo mira, su cabello húmedo lo hace ver más pálido, no tiene intenciones de contestarle, sin embargo, su mirada semi-perdida le indica que quiere irse.

-"¿Por qué lo tratas así?"-.

-"¿Qué?"- se gira sólo un poco.

-"Tu lo odias, y lo tratas tan… mal, pero ahora te preocupas, I don't understand you"- agitó la cabeza, sintiendo que su rabia contra su antiguo tutor al fin bajaba.

-"Nada que te importe emancipado, ahora si nos disculpas, tengo que llevar a mi hermano a nuestra casa"-.

-"Arthur se merecía todo eso, y más, que se me considere benévolo y amable con él"- sonrió con esa sonrisa tan infantil, esa que Arthur tenía la desgracia de encontrar siempre.

-"¿Me lo merezco?"- preguntó a la nada, unas lágrimas pasaban de nuevo por su rostro.

-"No creo que te lo merezcas conejo"- Scott lo tomó por los hombros y se lo llevó a su espalda, todo el peso de Arthur era muy poco. –"En ese caso no te le acerques a Arthur, maldito engendro malagradecido"- salió caminando con parsimonia, mientras que el estadounidense lo seguía, salieron de la mansión donde desde un principio había encerrado al inglés.

Escocia abrió la puerta de su auto negro, dejó a su hermano en uno de los asientos traseros, le dio una instrucción en voz baja al chofer de confianza y se alejó a gran velocidad; en el interior a Arthur se le veía peor.

Lo primero que recibió el americano después de que se perdió de vista el auto, fue un golpe certero en la mejilla izquierda, seguido de una patada de media luna a la altura del rostro, cuando estuvo en el suelo sin poder reaccionar a tiempo recibió otra patada, esta vez en el estómago –"Lo peor del asunto, Alfred F. Jones, es que mi hermano, tan idiota como siempre y tan torpe como tú, se estaba reservando para ti, soportándote, intentando llevarse bien con un imbécil como tú, esperando un momento para poder decirte lo que quería"-.

-"¿De…? ¿De qué…? ¿De qué maldita sea hablas?"- intentó levantarse, sin embargo, el pie del pelirrojo lo detuvo en el suelo.

-"Inglaterra te ama"- hizo una mueca de asco, para después componer su gesto y sacar una sonrisa amarga, sin rastro de humor –"O por lo menos lo hacía, ahora estoy seguro de que por fin te olvidará. Ahora, por el amor a Dios, deja a mi familia y a mí en paz. Desde que te conozco nos has causado mucho daño ya. Eres el causante de todo lo malo que nos pasa"- en eso llegó de nuevo el auto del escocés, parecía que el menor de los británicos estaba casi dormido; aún con Arthur adentro, en esto se subió en los asientos traseros y se fue rápido y sin mirar al estadounidense, que estaba tirado, sin pensar nada en concreto.

El camino en el auto fue lento, como si de un embotellamiento se tratara; Arthur no hacía nada más que dedicarse a ver por la ventanilla, sus ojos verdes, antaño brillantes y con un toque malicioso, ahora estaban opacos y casi grises sin expresión alguna en ellos.

-"Inglaterra"- el aludido no hizo seña de escuchar –"Arthur, ya llegamos"- el auto aparcó justo en la entrada de una mansión rodeada de árboles y arbustos.

Escocia salió del auto y simplemente abrió la puerta de los asientos traseros, Arthur no parecía querer reaccionar. Lo llevó en su espalda hasta un cuarto que antes fuera del mismo Arthur Kirkland, representante del Reino Unido. Lo depositó en la cama y esperó a que este empezara a hablar o hacer algo.

-"Conejo, habla ya, no tengo todo el día"- sacó un cigarrillo de un bolsillo del pantalón, junto con un encendedor dorado, adornado con unos pocos detalles y grecas.

-"…"-.

-"Escucha idiota, todo el mundo sabe que pasó, así que facilítame las cosas y habla de una maldita vez"- encendió el cigarrillo.

-"No quiero"- susurraba, porque no sentía poder hablar mucho.

-"¿No quieres? Pero aún así lo disfrutaste, ¿o no? Es lo que querías, que el gordo te la metiera de esa manera"- sonrió y esperó a que Arthur lo mirara –"Por supuesto, aún lo consideras"-.

-"No quiero"-.

En ese momento Scott entendió lo que sucedía –"Conejo, por favor… cuéntame"- usó un tono de voz que nunca antes había osado en usar con ninguno de sus hermanos, amable y casi un susurro, con la esperanza de que le contestaran.

El rubio dejó escapar más lágrimas, una tras otra sin detenerse –"No… quiero, por favor, no…"-.

Arthur revivía cada momento, y hacía una lucha descomunal por querer olvidarlo.

-"Conejo, dime de una vez qué sucedió"-.

-"Déjame… d-dor… dormir, por… f… favor"- intentó aclararse la garganta y se la lastimó aún más, sus esfuerzos eran los últimos que haría –"Mañana lo… haré, lo prometo"-.

Antes de que el escocés pudiera contestar a eso con otro comentario lleno de paciencia tal y como él era, la puerta se abrió dando paso a dos chicos exactamente iguales, serios y con un gesto rudo. Ambos chicos parecían reacios a aparecerse por ese lugar, pero se mantuvieron firmes y preocupados.

-"Scott, vete de aquí y deja al Coinín en paz"- el coro de sus voces llamó la atención del rubio, que sólo se dedicaba a llorar.

-"Me quiero morir. Lo odio, lo odio y… aún lo quiero. Que lo alejen de mí, que me perdone, lo lamento"-.

Todos salieron de la habitación, dejando a Inglaterra solo en ese cuarto frío, tan frío como él mismo se sentía desde que recordaba.