Ésta historia participa en el minireto de abril para "La Copa de las Casas" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
El sentimiento es: Miedo.
Por cierto, y para cumplir con las letras chiquitas: Todo es de jotaká.
Sí
No.
No había poder en la tierra que lo hiciera seguir adelante con ésta locura. Se encontraba petrificado en su lugar, incapaz de dar, ya no digamos un paso, sino señales de vida.
Dentro de él, era otra historia. El estómago le ardía con intensidad, a veces, daba un vuelco tan grande que juraba que vomitaría. Sus pulmones no tomaban el suficiente aire, estaba hiperventilando. El corazón por su parte, latía con rabia, le oprimía el pecho.
De la cabeza, ni hablar.
Su cerebro se había detenido por completo, cualquier otro sentimiento, opacado por el miedo que le recorría. Literalmente, le recorría el cuerpo, una onda fría que se esparcía lentamente por su columna vertebral, llevando consigo una sensación por demás espeluznante.
Ojalá sus ojos dejasen de funcionar también, así no vería la escena que se desarrollaba frente a él y quizás, podría escapar.
Pero no.
Ella seguía ahí, hermosa, con su cabello emitiendo destellos plateados con el sol, con su acento francés, su figura etérea, su grácil caminar.
Su aparato digestivo escogió ése momento para mandarle otra ola de náuseas que lo regresó a la realidad. Jamás iría al baile con él. Sólo de pensar en preguntarle, sudaba frío, se le secaba la boca.
¿Y si dice que sí?
No.
Va a decir que no. ¡Es Fleur Delacour! Es lista, adorable, su risa resuena en todos lados como campanas anunciando un evento feliz, sus ojos, en sus ojos se ven las estrellas, la luna, el universo.
Pero, ¿y si dice que si?
Roger Davis inhaló profundamente, acto seguido, le ordenó a sus piernas que lo llevaran frente a ella, tuvo que repetir la orden, una, dos, tres veces, hasta que lo logró. Seguramente se veía como un troll, caminando tan forzadamente. Sacudió la cabeza. No pienses, vamos, deja de pensar, sólo hazlo.
-¿Fleur?
Las cinco muchachas que descansaban a orillas del lago voltearon a verlo, con ésa mirada que tienen las chicas de "¿estás chiflado, tú invitarla al baile?". Sin embargo, ella se levantó y le sonrió.
-¿Si?
-¿Te gustaría ir al baile conmigo?
Aquí venía otra vez, el miedo paralizante, de quedar en vergüenza, de no ser lo suficiente para ella, de que lo despachara como a un gusarajo y después se riera de él. Aguantó el escrutinio como los grandes y, después de lo que parecieron horas, ella dijo que sí.
¡Dijo que si!
