Nota: En este fic aparecerán algunas escenas basadas en las respectivas películas de Spirit y Enredados, aunque en ésta última con los toques del Oeste americano. También en esta historia Spirit aún no ha visto a ningún colono, sino que los indios fueron los primeros hombres que le han capturado y ya ha conocido a Lluvia y a Little Creek.

¡Qué disfrutéis!

Bosques de la zona Este de la Red Mesa (EE. UU; Norteamérica)

El sol comenzó a asomarse por el horizonte poco después de que Eugene se despertara. El joven se desperezó sobre su manta y le dio los buenos días a su caballo, Maximus. El día anterior había sido muy duro, no le habían atrapado los hombres del sheriff por los pelos. Pero gracias a la ayuda de Max había logrado escapar sano y salvo hacia el bosque de la Red Mesa, su hogar.

En aquel lugar tan natural y vivo, todo lo contrario a la bulliciosa e impredecible ciudad, era el único donde podía sentirse seguro y medianamente feliz. Salvo por los lobos, los coyotes, los pumas y alguna que otra serpiente de cascabel, aquel amplio espacio verde era un sitio magnífico para pasar la noche y, por qué no, gran parte del día. El problema eran los molestos vaqueros que atravesaban la Red Mesa para acampar y, si tenían ocasión de hacerlo, capturar algún caballo salvaje. Aquello le sacaba de quicio: Arrebatarle la liberta a un inocente animal para conseguir dinero o para, simplemente, utilizarlo para uso propio de una manera varias veces excesiva, e incluso, cruel; por esa razón sus padres (que aún no habían regresado desde su viaje a la frontera desde hacía dos años) habían decidido detener aquel tipo de actos, por lo menos en aquel territorio, ahuyentando a las manadas que se encontrasen cerca de los hombres para que se fueran a un lugar más seguro, o llevándose a los corceles robados de los cuatreros para luego liberarlos. Ahora, mientras que ellos no volvieran, Eugene debía seguir adelante con aquella misión, con la única colaboración de Maximus y de ciertas personas. Pero, cuando se veía en aprietos para comprar provisiones o alguna otra cosa, Eugene se veía obligado a robar las carteras de los bandidos y algún ricachón podrido de dinero hasta las orejas (nunca a los que verdaderamente lo necesitasen). Todo esto, unido a su astucia y habilidad para llevar a cabo sus acciones con éxito, le había granjeado una enorme fama como uno de los mejores y más buscados ladrones de la zona. Aquello a Eugene no le importaba mucho ya que, de todos modos, no tenía amigos ni tampoco ninguna atadura hacia el mundo urbano ni hacia sus gentes, a pesar de haber intentando anteriormente, sin éxito, buscar empleo en esos lugares. Sólo acudía allí para adquirir algo que le hiciera falta o para ligar con alguna moza, ya que ser un bandido bastante reconocido le había dado cierto éxito entre las mujeres, pues muchas lo consideraban muy atractivo. Además, para proteger mejor la identidad de su familia, decidió cambiar de nombre, al menos por un tiempo, y eligió uno basado en el de su héroe literario favorito: Flynn Rider. En cuanto a Maximus, el caballo raras veces se separaba de su amigo humano y le echaba una pata siempre que podía. Eugene le había rescatado de acabar en las manos de un malvado militar de caballería tras comprarle en una subasta y, aunque el muchacho le había soltado e insistido en que viviera en libertad, el semental se negó a marcharse y desde entonces era su compañero inseparable de aventuras. Unas voces devolvieron al joven a la realidad y observó desde su escondite de dónde procedían. A varios metros, un grupo de vaqueros se carcajeaban entre ellos sobre sus monturas, y por las pintas que llevaban, sólo estaban de paso. Pero lo que inquietó al chico eran las cuerdas que iban colgadas de las sillas de montar: No eran simples viajeros. Eugene miró a Maximus, quien también había estado vigilando a los hombres, y éste asintió. Ese día tampoco iba a ser tranquilo en absoluto.

Corona Town (EE. UU; Norteamérica)

Rapunzel se desveló con los fuertes toques en la puerta que dio su dama de compañía, Gothel.

-¡Vamos, Rapunzel! Son las 8:20, hace un buen rato que deberías estar desayunando.-dijo la autoritaria voz de la mujer.

-Ya voy, Sra. Gothel.- respondió la muchacha aún soñolienta.

La joven se irguió sobre su cama y se frotó los ojos para despejarse. Acto seguido se levantó y dirigió a la ventana de su cuarto para abrirla y recibir la luz matinal del sol. Una vez que lo hizo, se apoyó sobre el alféizar y miró hacia el cielo azul y despejado, aquel día prometía ser bastante caluroso; luego bajó la vista hacia las calles de la ciudad y pudo ver a las personas caminando hacia las tiendas y las tabernas, a comerciantes con sus mulas y carros cargados de objetos traídos de otros estados o hasta de Europa, y a parejas que acompañaban a sus hijos hasta la escuela.

-Qué felices deben de ser-pensó Rapunzel dejando escapar un suspiro- Su vida es tan libre y sencilla. ¡Qué fastidio es el ser la hija del alcalde!

Un tacto escamoso la sacó de sus pensamientos y le hizo desviar la mirada hacia su mano: Era su amigo, el camaleón Pascal.

-Oh, buenos días, Pascal. ¿Has dormido bien?-le preguntó la rubia al animal, que le contestó con un gesto afirmativo.

El reptil miró sonriente a su compañera humana y le palpó un dedo con la pata como si dijese:

-Tranquila, no es tan malo. Es cuestión de animarse.

La muchacha suspiró de nuevo y miró agradecida al animalito, él nunca la abandonaba y siempre le daba ánimos para que siguiese adelante con una chispa de alegría en la mente. Pero, últimamente, ni eso lograba hacerle sonreír como antes. El día a día de Rapunzel era seguir un estricto horario lleno de aburridas reuniones, asambleas y visitas, varias veces con gente de palabras necias y alma avariciosa. Sus padres eran muy generosos y pacientes, razón por la cual eran tan respetados; pero, por desgracia, el trabajo del padre de Rapunzel como alcalde de Corona Town mantenía al matrimonio alejado de su hija bastante a menudo, ya que no la llevaban consigo al considerar que no era bueno para ella realizar tantos viajes, cosa que la chica agradecía. Rapunzel, aunque no tuviese muchos amigos en la ciudad, se divertía pasando sus ratos libres leyendo novelas, pintando las paredes de su habitación o montando a caballo por los alrededores. Sin embargo, había algo que ella siempre había deseado desde niña: Cabalgar hasta la Red Mesa y ver sus hermosos paisajes llenos de vida y colorido y, si podía, contemplar alguna de aquellas famosas manadas de caballos silvestres. La muchacha adoraba a los caballos, en especial a los mustangs, los corceles salvajes por excelencia; y anhelaba con todo su ser volver a ver aquel semental de pelaje dorado y crines negras con el que había topado dos meses antes cuando había acompañado a sus padres a otra ciudad que se encontraba a varios kilómetros de Corona Town. El camino pasaba a poca distancia de la Red Mesa, y la muchacha nunca había estado tan cerca de aquel lugar al que tanto había deseado ir. Durante la noche, tras haber acampado, Rapunzel aprovechó que todos se habían dormido para montar en su caballo y cabalgar hasta el límite con la Red Mesa; justo cuando la chica había estado a punto de cruzar hacia el desconocido territorio, un potente relincho hizo que la montura de Rapunzel se detuviera lleno de temor, el aviso iba en serio y se negó a avanzar un paso más. Y entonces, de entre las sombras nocturnas apareció un magnífico mustang, que observó a los intrusos desde un montículo cercano. La rubia se había quedado pasmada ante su gran nobleza y hermosura. Aquel semental, de pelo amarillo como el sol y crines, cola y patas negras como la noche, representaba todo lo que un animal salvaje era: Libre, respetable, precioso y poderoso. Una vez que el corcel hubo desaparecido por donde vino al no suponer a la humana como una amenaza, la joven se había decidido a volver a verle para después dibujarlo en la última pared sin pintar de su cuarto. Miró el calendario: Sólo quedaba un mes para su decimoctavo cumpleaños.

El reloj de cuco le avisó de lo tarde que era y Rapunzel regresó a la realidad para enfrentarse otra vez al horario matutino. Una vez que se hubo aseado y vestido, la joven rubia bajó las escaleras para dirigirse al comedor, donde le esperaba Gothel, como siempre, con una mirada cargada de impaciencia.

-Llegas diez minutos tarde, chiquilla.-dijo fríamente la mujer.

-Lo siento, Sra. Gothel. Estaba algo más cansada de lo habitual.

-¿No habrás vuelto a ojear alguno de esos inútiles libros acerca de esos ponis salvajes durante la madrugada, verdad?

-No son ponis, Sra. Gothel, son caballos de baja estatura… ¡Ups!-la chica se tapó la boca y se encogió: La había descubierto-Eh… esto… yo…

-¿Esto yo qué, Rapunzel? Me pareció que te había quedado bien claro sobre lo que pienso acerca de ese asunto.-el ceño casi siempre fruncido de Gothel se endureció aún más.

-Pero Sra. Gothel, esos mustangs son maravillosos. Dicen que son una de las razas más bravas y veloces que hay; viven en manadas organizadas jerárquicamente, encabezadas por un macho y una hembra líderes. Incluso hay quien dice que hay algunos que son casi indomables…

-¡Rapunzel, ya basta! Ya te he visto el plumero. No irás a la Red Mesa, y se acabó.

-Pero…

-No hay más que hablar, señorita. Tú eres la hija de un hombre respetable y muy importante, y como tal, debes atenerte a las responsabilidades que te corresponden.

La muchacha exhaló por lo bajo, Gothel jamás la entendería; y tampoco había tenido ocasión de preguntarle a sus padres sobre si le permitirían ir a la Red Mesa, pues últimamente estaban ausentes casi todo el tiempo debido a un asunto complicado acerca de los conflictos de la caballería con el territorio de los indios y de la construcción de la vía del ferrocarril.

-Date prisa, hoy debes dejar todo preparado para el trayecto de mañana.-le ordenó la dama de compañía al verla distraía de nuevo.

En ese momento a Rapunzel se le formó un nudo en la garganta. Se le había olvidado por completo la visita que debía realizar al Coronel del fuerte cercano, quien, además, se había mostrado muy amable con ella aquellos últimos días, lo que inquietaba aún más a la chica. Aquel hombre era muy educado y distinguido, pero debajo de aquella máscara de cortesía se ocultaba un ser falto de escrúpulos y brutal; si alguno de sus soldados o un animal no hacía las cosas como a él le gustaba, le castigaba de manera indiscriminada y, a veces, cruel. La sola idea de ver al Coronel como un pretendiente, o peor, como esposo, hacía que a la rubia se le revolvieran las tripas.

-Ésta será la última vez que vaya allí-dijo Rapunzel para sus adentros.

Praderas de la zona Este de la Red Mesa ( EE. UU; Norteamérica)

El aire fresco y puro de las montañas llenó los ollares de Spirit, y éste cerró los ojos de placer a la vez que sentía la brisa en su dorado pelaje. Era primavera y el ambiente se notaba calmado y lleno de vida, su amiga águila graznó desde las alturas y planeó cerca del semental, que se puso a dos patas para saludarle. En ese instante un relincho femenino hizo a Spirit girarse: Era Lluvia, su compañera, que se aproximaba a él lentamente. El corcel le sonrió tiernamente y le acarició con el hocico, y ésta le correspondió. Tras darse varias carantoñas, la pareja se miró a los ojos con intenso amor y, acto seguido, Spirit tocó con delicadeza el vientre de Lluvia con el morro, sintiendo los movimientos del potrillo que no tardaría mucho en nacer. Sonrió otra vez, lleno de felicidad. Más tarde, los dos caballos se reunieron con el resto de la manada, entre ellos se encontraba Esperanza, la madre de Spirit, que les recibió con un resoplo de alegría. Los tres se pusieron a pastar tranquilamente, rodeados por sus compañeros de grupo.

Spirit suspiró y recordó la época en la que había sido capturado por los indios lakota, que más tarde habían intentado domarlo. Durante su estancia en el poblado conoció a Lluvia, que había nacido y crecido entre los humanos y no le importaba que éstos la montasen, en especial Little Creek, su dueño. Finalmente éste último, al ver la terrible melancolía que sufría Spirit por su hogar en libertad, decidió liberarlo junto con Lluvia, muy a su pesar; el muchacho sabía que ésta no sería feliz sin estar al lado del mustang dorado, aunque la yegua pinta se mostró muy triste al separase de su amigo bípedo. El semental estaba inmensamente agradecido hacia el indio y de vez en cuando le visitaban, pero últimamente se habían visto en problemas para hacerlo, ya que en la zona donde estaba instalado el campamento lakota se respiraba un aire de tensión y preocupación por parte de los humanos; también los alrededores se estaban llenando de olores extraños y desconocidos que obligaban a la pareja a realizar cada vez rodeos más largos para llegar hasta Little Creek. Pero el delicado estado en el que se encontraba Lluvia no le permitía galopar una distancia tan larga durante tanto tiempo seguido, de modo que, para su desilusión, Spirit y la hembra se habían visto forzados a dejar de ir al poblado, al menos hasta que naciera el pequeño. De repente, el viento le hizo llegar a Spirit un olor raro que le resultó similar a los que había en las fronteras del territorio lakota, lo que le puso los pelos de punta. ¿De dónde procedía aquel rastro? Y lo más importante, ¿ese algo sería peligroso?

¡Muchas gracias por leerlo!

Un beso.