Disclaimer: Fanfiction, como su propio nombre indica "ficción de fans". Nada de SNK me pertenece, excepto esta historia.

Advertencia: Ninguna de momento. Pequeña introducción a la historia.


Hielo

Sinopsis: un lugar llamado nada

La luz se filtraba entre las cortinas y el viento del sur se colaba como un pequeño fugitivo por la ventana, embriagando la estancia. Olía a lirios empapados por el rocío, a bollos de canela recién horneados.

La taza de café reposaba sobre una de sus rodillas y dejaba un cerco rojo alrededor de su pálida piel, la porcelana quemaba lo suficiente como para molestar sin embargo aquella imagen que se extendía ante sus ojos aplacaba el burbujeo incesante de una epidermis irritada.

El campo estaba exultante, nunca lo había visto así; tan verde y vivo, tan lleno de caléndulas y girasoles silvestres. Se extendía como el mar en calma, agitado por una brisa suave. Se mecía al compás del canto de los mirlos que sobrevolaban el cielo celeste. Asimismo, sin obligar a sus labios a hacer una mueca forzada sonrió, liberando su alma, dejando que los rayos del sol calentaran su rostro.

-Annie deberías vestirte, vas a llegar tarde.

Sus grandes ojos azules miraron hacía la derecha y la silueta se dibujó clara, todos los contornos serpentearon para crear esa composición de proporciones extrañas. Hombros anchos, cabeza pequeña y erguida, manos callosas y una estatura solo superior a la suya por unos cinco centímetros. Exhaló todo el aire de sus pulmones y con gracilidad abandonó su lugar.

-Padre…creo que hoy me gustaría quedarme aquí. Descansar bajo el manzano.

-Está bien, disfruta del sol de primavera.

Apuró la última gota de café y con sus pies descalzos caminó sobre las láminas de madera, sintiendo las vetas crear dibujos contra sus plantas. Cuando abrió la puerta pudo sentir la luz cegándola por un corto periodo de tiempo; sus ojos se abrieron en un pestañear irreverente ante la fuerza del astro mayor, y sus pupilas se diluyeron lo suficiente como para aclimatarse.

Corrió, corrió hacía el horizonte sintiendo un impulso animal que la empujaba a fusionarse con el aire. Sus piernas torneadas recortaron los recovecos del campo con facilidad y pudo sentir en ellas los débiles latigazos de la hierba. Los sonidos parecían multiplicarse hasta que de pronto todo pareció parar; el sol, el viento, el graznido de los pájaros… el tiempo. Todo parecía haberse estancado menos ella. Miró a su alrededor horrorizada, contemplando lo que podría haber sido un cuadro.

De pronto cayó de rodillas y pudo recordar aquel lugar. Era una copia… una copia de lo que alguna vez vio. Eran las imágenes almacenadas dentro de los recodos de su mente. Los recuerdos creando un hogar, un lugar al que pertenecer por siempre. De repente recordó que la realidad no estaba allí. Que el sueño la había atrapado. Y sin embargo el conocer los hechos la impulsó a aferrarse a la situación, no quería regresar jamás. Aquel lugar suspendido en el aire, en algún punto entre su cerebro y corazón era mejor que aquello que estaba fuera del cristal.

-Annie.

Y su cuerpo entumecido giró al escuchar su nombre. Su corazón palpitó al distinguir la sombra de su padre.

-Es hora de volver a casa… llevas demasiado tiempo aquí.

La realidad se hizo presente y pronto la atrapó. Cayó al vacío sin unas manos que la sujetaran. Sus ojos cerrados por tanto tiempo se abrieron; vieron los pedazos de cristal deshacerse y convertirse en arena fina. E intentó aferrarse a la coraza que la protegía, pero se diluyó entre sus manos, bajo sus pies y la soltó contra el suelo. Entonces, en ese preciso momento la calidez que había hecho un circuito cerrado en su corazón terminó por desparecer para siempre, arrojándola una vez más hacía el mundo que despreciaba.

Respiró agitada. Compungida en su dolor se dejó llorar. Quería regresar a su mundo, a aquella realidad utópica que había inventado en su cabeza donde ella era alguien normal, una chica que no aspiraba a más que ver la luz meciéndose entre las hojas, suspirando con una puesta de sol… ella no quería ver la sangre corriendo por sus manos otra vez. No quería. Pero el destino parecía haber decidido que aquella debía ser su obligación, su sentencia.