Capítulo I: Indirectas
No tenía adonde ir. Por más que ese no era el principal problema, era un problema. Mukuro creo que me había malcriado. No me tenía cómo un niño, pero convengamos que tampoco me mataba de hambre. Y el hecho de haber discutido con ella resultó ser un alivio para mi mente, pero un problema para mis necesidades tan fundamentales como lo es dormir.
Cualquier árbol me viene bien, desde ya. El problema son los ruidos, los gritos de los estúpidos ningen pequeños que se pasean de aquí para allá aullando como si los fueran a matar, los aparatos esos que usan para hamacarse¡o peor!, verme obligado a escuchar las cursilerías que se "declaran" las parejas. Sería una suerte de patetismo kuwabariano. Eso sí que es molesto.
Estaba tranquilo. A pesar de que sabía que nuevamente era uno de los demonios más buscados en el makai, que me había peleado con ella, estaba tranquilo. Yo sabía de dónde venía esa tranquilidad. Uno de los principales símbolos de esa tranquilidad era aquella ventana, pero que ese día estaba cerrada, con una cortina a medio abrir. Me pregunté si estaría en su casa, y en el caso que sí, qué estaría haciendo.
Hacía mucho que no iba a visitar a Kurama. Kitsune estúpido. Seguramente estaba con su nariz sobre esos libros ningen idiotas que no dicen más que estupideces ningen de genios-alpedistas ningen. Sí, eso seguramente.
Me acomodé justo en el ciruelo que tiene frente a su cuarto. Era el árbol más cómodo que tenía, porque el resto no tenían hojas debido al otoño. Por un momento me quedé mirando su renombrado jardín. A pesar de que no era una buena época, se veía extraordinariamente bien. No que yo sepa mucho de jardinería ni mucho menos, pero se veía bien en serio. No había una sola planta que tuviera un color fuera de lugar.
Una gota. Dos, tres, tres millones. Miré el cielo y parecía que iba a caerse.
- ¿Hiei?- escuché la voz del kitsune por encima de los truenos.
Salté a su balcón y me lo quedé mirando. Después de todo él empezó a mirarme. Y creo que le molestó estar mojándose y me entró casi de un tirón a su cuarto, mientras terminaba de cerrar las persianas de su cuarto.
De pronto quedó todo oscuro, hasta que encendió una de las tantas lámparas que tenía en su escritorio. No me equivocaba, estaba leyendo los estúpidos libros ningen de genios-alpedistas ningen.
- ¿Qué andabas haciendo por aquí?- preguntó curioso, mientras buscaba algo dentro de su armario- Hacía mucho que no te veía- seguro estaba sonriendo con esa especie de sonrisa que no terminaba de entender. Estaba entre la ironía y la amabilidad pura.
- Hn.
- Toma- murmuró tomando una toalla y sentándose en el suelo, frente a mí, extendiéndomela- sécate antes que te agarre un resfrío.
Hasta la toalla tenía su perfume. Y era deliciosamente suave. Una vez, de hecho, soñé con ese aroma y que dormía en una cama llena de toallas.
Pero traté de no dejarme llevar, o por lo menos que no se note.
- Te faltó aquí- se reía, señalándome la nariz.
- Ja-ja- lo imité.
Lo peor de todo es que se rió de una burla de la que se tenía que enojar. Y eso me enojó a mí. Y no solo eso, sino que le dio más risa al estúpido kitsune.
- Oh, vamos, no tienes porqué ponerme esa cara tan arrugada- pedía entre risas- Está bien… no te molesto más.
Sonrisa irónica.
- ¿Vas a contarme qué te pasó?
- ¿Necesariamente me tuvo que pasar algo, Kurama?- pregunté sintiendo todavía algunas gotas de lluvia que habían quedado en mi pelo y que aún caían sobre mis orejas.
- Bueno, si no me has venido a visitar en un largo tiempo- indirecta número uno- es porque tuviste algún problema.
- No necesariamente.
- Como quieras- sonrisita- ¿vas a contarme o tengo que volvértelo a pedir?
- Hn.- son esos los momentos que me arrepiento de ir a ver a Kurama. Es astuto, y a veces se me va de las manos- Soy fugitivo otra vez en el Makai.
- ¡¿Cómo?!- preguntó, sorprendido. Siempre que hablamos del Makai su rostro cambia… es como si el lado humano que habita en él desapareciera- ¿Y cómo es eso?, digo, ahora que vives con ella -indirecta número dos- no has vuelto a robar… ¿o ella te pidió un trabajo especial y terminaste en problemas.
- Hablas demasiado.
- Y tú muy poco- sonrisita.
- Hn.
Sorprendentemente se quedó callado. Eso también me ponía incómodo. Y nuevamente había ganado él. Por mi cuenta no iba a hablar. Yo lo había callado. Y él tampoco tenía intenciones de volverme a preguntar.
- …
Sabía que no iba a ceder. Nueva sonrisa. Y las miradas que no se salen una de otra.
- Me pelee con Mukuro- SÍ, LO HABÍA DICHO. Ahora me resulta gracioso, pero en el momento fue para mí todo un desafío.
- ¿Cómo que te peleaste?- exclamó exageradamente-, pero si son uno para el otro- indirecta número tres.
- No fue una discusión muy importante- mentira número uno.
- Qué pena… - indirecta número cuatro.
- Ajá.
- Ya veo… así que te peleaste con tu novia- indirecta número cinco- y no tienes a dónde ir.
- Exacto- ¿para qué gastarme en decirle que Mukuro no era mi novia?
Pareció no importarle que no le refutara mi relación con ella, pero más tarde supe que sí le importó, y que nunca debí haberle contestado sin negarlo.
- Bueno, no importa- increíblemente su sonrisa cambió a una amable, sin destellos de ironía- sabes que te puedes quedar en casa todo el tiempo que… necesites- indirecta número seis.
- Si tú lo dices.
Se puso de pie y salió del cuarto. Seguramente iba a buscar otro colchón, uno para mí. Miré nuevamente a mí alrededor. Todo seguía igual, no habían cambiado muchas cosas de lugar. A excepción de su biblioteca, que ahora estaba al lado de la ventana. Y el peluche ese horrible que tiene, con cara de estúpido. Me levanté del suelo, y caminé hasta él. Lo tomé del cuello. Tenía tanta cara de idiota que me daban ganas de sacarle la cabeza, de patearlo. Sonríe tanto, el muy estúpido, que parece que se le van a salir los ojos.
- ¿Te gusta?, te lo puedes quedar- me lo ofreció Kurama, entrando al cuarto nuevamente, arrastrando un colchón y acomodándolo junto a su cama.
- Precisamente estaba pensando cómo le puedo borrar la cara de bobo que tiene- murmuré, observando al coso ése con desprecio.
- ¡No sabes apreciar la magia de los peluches!- reía el kitsune, mientras cerraba la puerta y acomodando por última vez el colchón el pie, se acercó a mí. Se arrodilló. Creo que eso fue lo que me humilló nuevamente. No solo "no saber apreciar la magia de los peluches" bobos esos, sino ser tan pequeño. Tan pequeño que el kitsune engreído se vio obligado a agacharse para hablarme bien. Tal como a un niñato.
- Hn.
- A ver, dámelo- me pidió, extendiendo su mano.
De muy mala gana, le di el coso ese, apoyándolo como un ladrillo sobre sus manos.
- Primero que nada, cambia la cara, porque si no se va a ofender- dijo, con esa sonrisa tan típica de él. Sabía que lo disfrutaba. Zorro estúpido.
- …
- Mira¿ves? es marroncito, tiene manitos pequeñas, es suavecito- esos diminutivos…- tiene perfumito a rosas- hey, debería darle crédito, a lo mejor como maestra jardinera le iba bien- y la nariz muy pequeña.
- Te faltó la cara de pelotudo.
Se quería reír, pero sé que hizo su mayor esfuerzo y me miró serio.
- Ahh…- suspiró- ¿para qué me gasto?
Dejó a la porquería arriba de la repisa, y sacando las frazadas se puso a armar mi cama. Mientras tanto, yo me acosté en la suya. Kurama tenía que saber de antemano que yo no iba a dormir en el suelo.
Su cama era mucho más cómoda. La almohada. Creo que eso era lo que más me gustaba. O… las frazadas, que siempre tenían aroma a rosas.No tardé en quedarme dormido.
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Este es el primer fanfiction que publico acá. Sé que la historia no es para nada relevante, pero sinceramente moría de ganas por escribir algo sobre ellos dos. Espero que al menos se entienda, y en lo posible, se disfrute. ¡Saludos!
Moony.
