¡Hola a todos!
Me encuentro dando comienzo a mi primer historia multichapter (algo que debo confesar no se me da muy bien) en referencia a los pecados capitales. ¡Un fic referente a los pecados capitales! ¡Pero que original! Si, ya se que esto se hizo miles de veces pero yo quería darle mi toque personal al tema. Por cierto, es Yullen (bastante obvio, ¿verdad?) En fin, espero les guste (y ojalá no deje la historia colgada!).
Disclaimer: No, definitivamente los personajes de Dgrayman no me pertenecen, sólo los tomó prestados de Hoshino Katsura un rato.
¡On with the show!
Pereza
"La pereza (en latín, acidia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Tomado en sentido propio es una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran."
No había un día en que al despertarse no recordara las palabras que su padre le había dejado, aquellas que con los años se convirtieron en su leitmotiv, su fuerza y su razón de ser. Su razón de existir.
Nunca te detengas, sigue caminando.
Y vaya si acaso las había seguido al pie de la letra.
Las suelas de sus zapatos se encontraban gastadas, había perdido la cuenta del número de pasos que había dado desde entonces. Incluso el dolor de sus cansados músculos se habían convertido en algo insignificante, algo que fácilmente podía ignorar siempre y cuando siguiera caminando. Sin detenerse nunca.
Porque no podía detenerse. No se lo podía permitir.
Detenerse no sólo implicaría fallarle a la única persona que lo amó desinteresadamente cuando nadie más lo hizo. Detenerse significaría literalmente parar y darse cuenta que estuvo viviendo a la sombra del interés de los demás, siguiendo caminos trazados por otros; desconociéndose y dejándose quedar en segundo plano. Detenerse significaría dejarse caer en esa tristeza profunda que día a día rasguñaba las paredes de su ser para penetrar cada vez más hondo.
Y no se lo podía permitir… aunque a veces no conseguía juntar las ganas para impedirlo.
Algunos días, recostado en la cama y con la vista fija en el techo, se reconfortaba en el escozor que las lágrimas generaban en sus ojos antes de rodar por sus mejillas. Mejillas marcadas por una guerra en la cual se vio arrojado sin previo aviso.
Una Guerra Santa que lo convirtió en un arma útil pero descartable, un envase para hacer uso y abuso hasta que ya no quede gota en él que sirva.
Una Guerra Santa que le hizo temblar las bases de sus convicciones, que le hizo cuestionar cada uno de sus pasos.
Porque la realidad es que esta vida ya lo había desganado. No le importaba arriesgar su propia vida en pos de otro y aunque todos lo pensaran altruista y heroico, la realidad era mucho más simple. Ya no tenía ganas. Ya no tenía ganas de seguir caminando, de seguir luchando, de seguir viviendo.
¿Para qué seguir caminando un camino que sólo lo llevaría a un desgaste físico y mental que sólo serviría para alargar su sufrimiento? ¿Para qué seguir luchando una guerra en la cual no creía? Una guerra, por cierto, donde los ideales y convicciones de los bandos participantes se desdibujaban constantemente a causa de la crueldad y el egoísmo. ¿Para qué seguir viviendo cuando esa cruel certeza de que el amor de Mana no había sido tan desinteresado como creía lo carcomía poco a poco desde sus entrañas?
-¿¡Acaso no existe nadie importante para ti!?
Ya no… ya no más.
Y esa tristeza se aferraba cada vez más fuerte a su ser, consumiéndolo todo, absorbiendo sus energías. Ya no más…
-Nosotros no somos "salvadores", sino "destructores".
Y maldición si aquellas palabras no eran ciertas.
¿Quién era? Había días en que se miraba al espejo y se le dificultaba reconocerse. ¿Dónde había quedado ese muchacho que cual perro fiel seguía al pie de la letra la promesa que tiempo atrás se habían hecho? ¿Dónde habían quedado sus convicciones?
Estaba cansado.
Estaba destruido.
Y habían sido las palabras y acciones de otro quienes lo habían destruido. Aunque no había nadie más a quien echarle la culpa excepto a sí mismo; al fin y al cabo fue su debilidad la que le permitió a Yuu Kanda calar hondo en su ser.
La ironía de la vida.
Pues lo peor de todo era que esa pereza que parecía entumecer su cuerpo se desvanecía con la presencia del morocho. Su destructor personal que inconscientemente lo estaba salvando. Porque interactuar con él lo revigorizaba, le devolvía las fuerzas que lentamente parecían escaparse por las yemas de sus dedos. Le daba una razón, un propósito.
Quizás eso sería suficiente para continuar, para enfrentarse al destino por decisión propia y construir su propio camino, para darle significado a su vida…
Quizás…
Continuará...
¡Primer capítulo terminado! Debo admitir que me costó un poquito plasmar este pecado en Allen, espero que haya gustado.
Gracias por tomarse el tiempo y leer mi historia. Nos estamos leyendo en el próximo capítulo.
