La media vuelta


Sumary:

Se había pasado toda la vida huyendo de ese bastardo español, pero ahora, en la mitad y luego de haber perdido a su mujer no quedaban razones para seguir luchando. AU, Mucho drama adulto. Spamano, leve SpUk y RomanoxBel

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen sino que son de Himaruya Hidekaz. Y vale decir que esto lo hago sin fines de lucro, por estoy aburrida y mis historias me atormentan, necesito sacarlas de mi cabeza.

Advertencia: Tanto drama que raya en la tragedia. Tórrida relación homosexual, infidelidades, insultos variopintos. Los personajes son muy mayores y la historia se contará por medio de anacronías. Ustedes deben construir la línea de tiempo. Quien avisa no es traidor.


Capítulo 1: Y me iré con el sol


Mientras iba por la vía Cristoforo Colombo, Antonio cerró los ojos para aspirar el aroma de esa ciudad en la que le había tocado vivir tantas cosas. Casi podía adivinar los senderos pedregosos en los que anduvo en su juventud. La Nostalgia era una palabra muy bien construida. Constituida por Nostos - regreso - y algos - dolor. El dolor por no poder regresar, por no poder tener eso que ya fue y por lo que pudo haber sido.

Casi podía imaginar a Belle, riendo, con su vaporoso vestido celeste, corriendo entre medio de los parrones con el pequeño Feliciano tras ella. Belle tuvo esa maravillosa cualidad de parecer una niña incluso luego de ser madre, incluso cuando las marcas comenzaron a surcar su piel, aun luego de que perdió el pelo por la quimioterapia y cuando las ojeras se instalaron irremediablemente bajo sus ojos verdes. Era su sonrisa gatuna la que llenaba de vitalidad ese rostro. Antonio apartó la vista de la ventana al reconocer el camino que lo llevaba a la viña "La bella donna", nombre puesto en honor a quien fue esposa de Aurelio Vargas, el abuelo "Roma, el patriarca de los Vargas y que luego le hizo grandes honores a la misma belleza rubia, pueril y lozana de esa mujer que había partido de este mundo.

Cerró los ojos recordando la vez en que los tres iban conduciendo ese Fiat 502 descapotable que le habían sacado sin permiso al abuelo "Roma" para luego robarse a la rubia ante los gritos histéricos de Govert, la bestia vikinga que tenía la muchacha por hermano mayor. No se dio cuenta cuando ya estaba frente a la palaciega casa de quienes habían sido sus amigos.

Desde lejos divisó la melena rubia oscura de Malena que enfundada en un riguroso negro, atípico a su juventud, se acercó al vehículo donde venía su tío y se lanzó a sus brazos a llorar, seguramente, un gemido que había estado reprimiendo desde la partida de su madre.

-¿Cómo está Feliciano? –preguntó el español, interesando en el estado de su sensible ahijado.

-Mejor, lo hemos sedado, vino su… vino Ludwig – comentó la muchacha – él lo está cuidando

-¿Y tu padre?

-En la cava – respondió, no que hubiera sido necesario que se lo dijeran. La cava era el templo donde Lovino tenía sus catarsis, donde iba a ahogar sus penas, a descargar sus iras y a rezar sus dolorosas y culposas plegarias.

Sin necesidad de decir que iba a verlo, Antonio dejó su maleta en la entrada de la casa donde uno de los empleados la recogió para llevarla al que siempre había sido su cuarto, el que había compartido tantas veces con quien una vez fue su compañero. Suspiró ahora recordando a ese hombre paciente que había aguantado tantas indiferencias y que también se había hecho amigo de los Vargas. Casi se alegraba de que no pudiera enterarse de lo que había pasado con Belle.

Sabía que le convenía agarrar unos de los escudos guerreros que lucían colgados en las paredes de la residencia antes de acercarse a la cava, pero qué remedio. No es como que no estuviera acostumbrado a recibir daños de su amigo italiano.

Al ver la gran bodega empedrada con ese amplio portón de madera de roble rústicamente barnizada y adornada solo con esa manilla de hierro tuvo que respirar hondo. Solo Dios y los vinos con más de treinta años de reserva eran testigos de las atrocidades ocurridas entre él y Lovino en ese lugar.

Lo encontró sentado en el viejo sitial de madera en que el abuelo Roma cataba sus brevajes, solo que Lovino estaba catando en grandes cantidades. Estaba bebiéndose la segunda botella. Antonio pudo reconocer por la etiqueta dorada con tintes colorados que correspondía a la cosecha del año en que se había casado con Belle. 1958. Los ojos pardos del italiano, hinchados, ojerosos, surcados en patas de gallo se clavaron en él, inyectados en esa rabia que parecía pertenecerle exclusivamente al español.

Irónico, amar a alguien hasta la locura para recibir la misma intensidad a cambio, pero en odio.

El cabello castaño oscuro del italiano, que alguna vez había sido tan bravo ahora lucía grisáceo, seguro por el sufrimiento de los últimos cinco años. Como si su juventud se hubiera soplado con cada exhalación que se le escapaba a su esposa. Pero su energía seguía intacta.

Lovino Vargas se levantó tambaleante, sosteniendo la botella desde el gollete y como pudo, casi balbuceando, le preguntó en ese tono amenazante.

-¿Qué carajos haces acá, bastardo?

-Vine apenas me enteré – respondió con naturalidad, porque era cierto.

-¡¿Cómo te atreves a venir a profanar la tumba de mi mujer después de todo lo que nos hiciste? – Gritó con la mayor continuidad lingüística que pudo - ¡Ándate de mi casa, de nuestras vidas y muérete de una maldita vez, hijo de puta!

Y entonces supo que debía esconderse detrás de una de de las barricas porque la botella voló en su dirección haciéndose mil pedazos, cuando salió de su trinchera pudo ver a su amigo de antaño en el piso temblando, seguramente por el esfuerzo de aguantar el llanto, solo para no darle el gusto de verlo débil. Ante los gritos y el escándalo el joven rubio alemán que había venido a acompañar a Feliciano entró rápidamente a ver qué sucedía. Malena iba detrás con un gesto de genuina aflicción y no quiso no preguntar cuando vio los vidrios molidos y el vino escurriéndose por las grietas del empedrado.

El alemán agarró a Lovino que seguía maldiciendo, ahora contra él, y sin hacer caso a sus insultos se lo llevó hacia la casa. Malena observaba a Antonio desde la puerta, con ese mismo gesto que ponía Belle cuando los descubría peleando, o cuando pillaba los moretones que se dejaban tras las golpizas. Porque ellos nunca fueron capaces de no intentar matarse; nunca fueron capaces de sobrellevarse y sobrellevar lo que les pasaba de una manera saludable para todos. Al ver los sufrientes ojos verdes de Malena, se le hizo estar viendo los ojos de Belle, decepcionados.

Sintióse culpable, como si a sus ridículos 53 años hubiera venido directamente, atravesando el mediterráneo en avión solo para seguir torturando a su amiga hasta el más allá.

Y entonces tuvo genuinas ganas de llorar.

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Fue en el verano de 1955; llevaba tres años trabajando en el banco por lo que pudo permitirse, a sus veinticuatro años, pagar unas vacaciones a su familia. Desembarcaron en el puerto de Donnalucata, respirando esa brisa mediterránea de la isla que parecía tan distinta a las costas de Barcelona. O tal vez eran ideas suyas, obnubilado por las playas y calles italianas. Se quedaron en una pequeña residencial de la via Rovere en Sicilia, habían tenido unos apacibles paseos a la playa en los primeros tres días, pero contaban con solo dos semanas, así que el señor Fernández, aficionado al vino, quiso ir lo antes posible a visitar una viña de la cual le habían hablado bastante bien.

Tomaron el taxi hasta "La bella donna" y una vez allí Antonio debió admitir sentirse abrumado por la magnitud y belleza del campo. No que hubiera terminado de impresionarse en ese momento. Cuando el encargado de las visitas guiadas, un chiquillo con cara de pocos amigos, se acercó a saludarles, Antonio podía haber jurado que ni la fuerza del mar, ni la frescura de la brisa, ni la magnitud de los campos, ni la exquisitez del vino o el encanto estrechas callejuelas habían tenido esa impresión en él. Porque ese muchachito lo reunía todo en una sola persona.

Se había presentado como Lovino Vargas, el nieto del dueño, y en un español bastante entonado les invitó a subirse a la carreta con la que los dirigiría por los terrenos de la familia. Les contaba que esta viña era una de las que producía "Vini di Qualità Prodotti in Regioni Determinate", esto eran viñas altamente reconocidas en el país por la calidad de su producto y la tradición artesanal en el proceso.

Les explicó que ellos trabajaban con cepas de Cavernet, Merlot y Syrah. Los condujo a andas por entre medio de los parrones para enseñarles las distintas cepas y algunos injertos con que se producen aquellos con notas frutales. Finalmente los condujo a la cava. Un edificio empedrado que más parecía un fuerte o una artillería. Una enorme higuera se aferraba al costado izquierdo del frontis de edificio que tenía casi tres metros de alto, enredaderas florales en sus muros, un portón enorme de roble, manillas y clavijas de hierro.

El muchacho había demostrado ser más fuerte de lo que parecía al empujar con ambos brazos el portón para ofrecerles paso. Una vez allí comenzó nuevamente su cátedra.

-El secreto aparte del clima y la calidad de la cepa es que conservamos el mismo proceso de elaboración de hace cien años, mi nonno se niega a incluir maquinarias modernas, también en las barricas; las de la acá delante son de roble francés y las del fondo de roble rumano… no debería decirlo, pero esas tienen casi cien años y una de ellas tiene almacenada la primera elaboración de Syrah de nuestra viña.

Antonio sentía impresionado, su padre hacía algunas preguntas y él de pronto al lado del chiquillo se sintió insípido e ignorante. Cuando los condujo a una salita con sitiales de madera que estaba al centro de las barricas se sintió maravillado por la iluminación tenue que entraba por el tragaluz armando una atmosfera anaranjada, ahí en medio de los centenares de barricas. El chico se acercó a una de las barricas que tenía una perilla, como una llave y dispuso un poco en tres copas. Su padre, don Rodrigo Fernández tomó una de las copas y comenzó a girarla, olerla, dio un sorbo y luego comentó algo apreciativamente con el chico. Antonio estaba estático con la copa en la mano, tenía un color rojizo que sí era distinto a las porquerías que solía beber para emborracharse con Francis y Gilbert; por lo mismo no conocía el protocolo de ingesta de este vino. Intuía, de alguna manera, que no podía nada más empinar la copa y vaciarla de un trago.

El muchacho guía, como adivinando, se acercó a él mientras sus padres comentaban sobre el vino.

-¿Nunca has catado antes? – preguntó como inculpándole y diciendo "¿En serio eres tan ignorante?".

-La verdad es que no – tuvo que admitir avergonzado el español – nunca había tomado algo tan fino, no sé ni cómo agarrar la copa.

El italiano rodó los ojos en un gesto sumamente descortés, para tratarse de un guía que se supone está siendo remunerado por mostrar los productos de su empresa y venderlos.

-Primero debes ver la densidad de la bebida – comenzó agarrando la copa para enseñarle. Comenzó a darle vueltas para mostrarle – este es un cabernet sauvignon de crianza, tiene apenas cinco años pero debiera tener buen espesor a estas alturas, fíjate – demandó acercándose a su 'aprendiz' - esa gota que va cayendo es la lágrima, si tarda en caer y deja una marca en la copa puedes asumir que el vino tiene buena densidad; esto seguro no pasa con las porquerías que bebes en tus festejos – comentó arrogante. Antonio lo observó molesto pero no le interrumpió.

-Ahora tomarás el aroma, la forma de la copa de cata, alta, tiene su razón de ser, la idea es que el olfato quede encerrado en la apertura y puedas tomar el aroma de una manera más aislada – Antonio llevó la copa a la nariz y comenzó a oler sin saber que decir.

-Dime que aromas encuentras – le volvió a demandar el muchacho. Se sentía como un colegial en un examen. Hubiera dicho "Huele a vino" pero sabía que no era una respuesta adecuada.

-Tiene olor a… ¿frutas? ¿humo? – dijo dudoso, pensando que la había cagado.

-Eres observador – comentó extrañado el chico. Eso lo ofendió un poco- de hecho tiene notas ahumadas, y sí, hay notas de frutos secos. Si tuviera más años en la barrica podrías apreciar además un gusto amaderado, pero bueno… ahora pruébalo.

Antonio se llevó la copa a los labios finalmente pensando en que esto era como seducir a alguien. Primero tenías que conformarte con ver, oler, y desear antes de poder probar finalmente lo que estabas esperando.

-No te lo tomes de un viaje – agregó el chico como adivinándole el pensamiento – Da un sorbo apenas para que puedas sentir la textura entre la lengua y el paladar.

Le hizo caso y pudo notar una acidez, si había un sabor a frutas leve, no tenía ese gusto a alcohol más fuerte que los vinos que acostumbraba tomar. Aunque no sabía si eso era porque este tenía otros sabores o porque esta vez se estaba concentrando en sentirlos y no solo en mandarse la copa como un animal.

-Creo que nunca volveré a beber de la misma manera – admitió, pegándole un nuevo sorbo a la copa. El italiano sonrió satisfecho y procedió a mostrarles las otras dos variedades. Esa vez Antonio aprendió una gran parte del conocimiento vitivinícola que lo acompañaría toda la vida y que haría que sus amigos lo trataran de cursi.

Sus padres compraron varias botellas de varias cosechas y tipos despidiéndose entusiasmados. Su madre quería volver antes de regresar a España a comprar más y Antonio no solo quería volver.

Deseó quedarse.

Escuchó en la ciudad que uno de los pubs de la via Nazionale, los días jueves hacía "Bacanales" en que se bebía exclusivamente los vinos de "La bella donna", escuchó también que eran organizadas por Lovino Vargas. No podía faltar esa noche.

Se sentó en una de las mesas de madera, solo a observar a su alrededor. Una banda compuesta por un guitarrista, un pianista que le daba al piano vertical y un tipo tocando contrabajo, tocaba una suerte de jazz o swing vocalizados por un señor de mediana edad. Estaba lleno de chicos y algunas chicas, al parecer no era un buen lugar para una señorita decente ver cómo los jóvenes – y algunos no tanto – se juntaban a beber vino sin ton ni son. Lovino estaba tras la barra hablando con el dueño y luego, agarrando una botella y una copa comenzó a buscar con la mirada, al parecer, un lugar donde sentarse.

Antonio no pudo evitar hacerle señas desde su mesa. Se sintió el bebedor más ordinario del planeta con su jarra de greda y el vaso corto. El italiano pareció hacerle caso porque se dirigía hacia él con esa sonrisa juguetona e insultante bailándole en el rostro.

-¿Tan pronto se te ha olvidado lo que te enseñé?

-¿Lo dices por el vaso?

-Lo digo porque estás bebiendo vino de mesa… ese Pinot también lo hicimos nosotros, pero es insultante… ni siquiera debería mencionarlo – Lovino levantó el brazo y gritó – ¡Nicola, tráeme otra copa!

-Oye, tío, no tengo dinero para tomar eso tan fino que te traes – le dijo, sintiéndose ahora, además de ordinario, pobre.

-¿Te estás escuchando? Voy a heredar la puta viña, estoy seguro que puedo permitirme convidarte uno de mis vinos – ironizó el muchachito dejándose caer ruidosamente en la silla.

Comenzó a servir las copas con mucha elegancia, demasiada, considerando su lenguaje y la forma que tenía de caminar y de pararse frente al mundo con ese traje de pantalón ancho, brillantes zapatos negros, sombrero, como un mafioso. Le alcanzó una de las copas. Cubrió la botella con su sombrero con la intención de esconderla y le desafió.

-Dime que cepa es.

El español tuvo esa desagradable sensación de estar en un examen de nuevo y agarró la copa con inseguridad. Comenzó a moverla, era más oscuro, su tinte era más violáceo que rojizo, la densidad era mayor que la de otros; más que la de los que había probado ese día en la viña. Tomó el aroma y era bastante fuerte, notas de ¿trufa?, pegó un sorbo para terminar de asegurarse y la textura gruesa, áspera, terminó de confirmar sus suposiciones.

-¿Merlot? – respondió dudoso. Una sonrisa se extendió por el rostro de Lovino al escuchar la respuesta y con la mano le hizo un gesto indicándole que continuara.

-Bueno… no sé que más decirte, es muy denso, parece estar más envejecido – Lovino asintió. Antonio continuó – tiene un sabor a trufa, no sé si estaré loco…

-De hecho sí, notas de trufa y pimienta – continuó Lovino - cosecha de 1938 – Antonio jadeó impresionado.

-Y ¿Tú sueles emborracharte con vinos de 17 años de reserva?

Lovino se irguió engreídamente en la silla.

-¿Qué quieres que te diga? El que puede, puede.

Antonio negó con la cabeza ante la frivolidad y simplicidad de la respuesta.

-Esto es indecente… - se rió tomando la copa, ahora con adoración.

-De hecho no, es jodidamente fino, casi tanto como el Malbec de veinticinco años que me robé de la colección de mi abuelo y que tengo bajo de la cama.

-¿Malbec?

-Es un vino que se da bastante en España, deberías conocerlo – le dijo con ese tono sabiondo haciéndolo quedar como un idiota de nuevo.

Luego de esa noche en que se habían emborrachado y reído de lo lindo, Antonio volvió a asistir al bar al otro día. Aunque no era noche de 'bacanal' encontró a Lovino hablando con el barman, nuevamente con una copa en la mano.

-¿Tu eres alcohólico? – preguntó el español a modo de saludo.

Lovino levantó sus ojos pardos hacia él y le respondió.

-¿Y tú eres un jodido metiche?

El hispano sabe que debió sentirse ofendido pero en lugar de eso comenzó a reírse como si le hubieran dicho un chiste y no un insulto. Se dejó caer en la silla de al lado y pidió una copa de Cabernet para él. Quería impresionar a la fierecilla engreída.

-Me había dado la impresión de que te gustaba más el Merlot – comentó el chiquillo dándole vueltas a su copa-

-De hecho sí, pero tengo que variar ¿o no?

-Para qué, si ya sabes lo que te gusta ¿para qué pedir algo distinto?- preguntó el menor mirándole con esos ojos felinos.

-¿Cómo vas a estar seguro de que sabes lo que te gusta si no pruebas cosas nuevas? – preguntó Antonio perforándole con sus ojos esmeralda. Lovino en algún momento de la pregunta se perdió mirando las pestañas negras, subió su mirada al cabello rizado y azabache del español, juzgó su piel morena y su nariz aguileña. Rasgos árabes.

-Nunca me ha gustado lo exótico – resolvió el italiano apartando sus ojos de él como si algo le molestara.

Conversaron un rato más. Esa noche se enteró que Lovino tenía 19 años, que era hijo único, que su madre se llamaba Felicia, que su padre había luchado en 'La resistenza' contra los fascistas, que había sido asesinado en 1942 y que Lovino casi no lo recordaba. Su abuelo, ya viudo, era padre de su padre y se había hecho cargo de ellos como tomando el rol de padre y protector. Lovino le contó sobre lo duro que había sido re encender la ciudad luego de la guerra, de los años difíciles que enfrentó la viña durante esos años y sobre cómo las cosechas desde el 1942 al 1945 habían salido agrias.

Mientras más sabía sobre ese mundo más sentía esa necesidad de formar parte de él. De la viña, de esta isla mágica; quería formar parte de la vida de Lovino de una u otra manera.

Se juntaron a beber copas casi todas las noches y a medida que el día de regresar a Barcelona se acercaba, a Antonio comenzaba a invadirle la angustia. Era como si en cualquier momento fuera a venir Dios a arrojarlo del paraíso sin que él pudiera hacer nada para detener el tiempo. Sus padres no se extrañaron cuando anunció que se quedaría por el resto del verano, que Lovino le había ofrecido trabajo en la viña por la temporada y que regresaría en dos meses a retomar su empleo en el banco. Su jefe fue inusualmente comprensivo al respecto.

Ser sobrino del gerente de personal, tuvo mucho que ver.


Nota: Sí lo sé… soy lo peor, me embarco en enredos imposibles. Juro solemnemente que no me embarcaré en otro proyecto, con el Gerita y el otro que tengo en pre producción me freno. También estoy traduciendo y beteando, mi vida es dura y ociosa, necesitaba Spamano en ella. El culebrón se me ocurrió luego de sufrir de tal manera viendo "Violeta se fue a los cielos". Acá va a haber sangre sudor y lágrimas, les digo desde ya. Junten pañuelos.

Las actualizaciones serán semanales si apuro la causa.

Dedicado a mi July que es tan linda como padawan y como hermana chica, tú fuiste testigo del momento en que nació esto y conoces las cosas personales tras los dolores que se vienen. También a la Paula Elric, porque sin ella nada de esto sería posible (de verdad, yo no spamaneaba antes de ella)