Advertencia: Los personajes de Yuri On Ice no me pertenecen, sólo los utilizo para mero entretenimiento.

Es el primer mini fic de esta pareja que escribo, quiero tomarlo como un ejercicio para ver si más adelante me animo a subir otro un poco más largo. Serán un total de tres o cuatro capítulos, aunque todavía no decido del todo bien si lo resumiré así. Sin más, gracias por leer y apreciaría mucho sus comentarios.


Capítulo I

Yuri no pudo ni tampoco quiso disimular la gigantesca sonrisa que adornó sus labios cuando le hicieron entrega de las llaves del Ice Castle, finalizando así con total éxito las negociaciones previas a la compra del edificio. Sintiéndose lleno de felicidad, Yuri recibió también los documentos correspondientes a la escritura y contrato de venta, cosas que, ante las leyes, lo convertían en dueño absoluto. Al fin, se dijo mientras observaba embelesado su más reciente adquisición. Tras retirarse del patinaje artístico apenas un año atrás, Yuri se planteó seriamente la posibilidad de buscar alguna manera digna de ganarse la vida; y que mejor forma de hacerlo que combinar sus dos grandes pasiones. Podía lograrlo, tenía una licenciatura en administración y, con el vasto conocimiento referente al patinaje profesional que había ido adquiriendo durante los años, era sin duda la persona más cualificada en todo Hasetsu para llevar las riendas del Ice Castle.

Sus padres, quienes en todo momento solían apoyarlo en cualquier decisión que tomaba, no se negaron a dicha posibilidad. Sin embargo, también le hicieron ver que no necesitaba precipitarse; Yutopia continuaba siendo un negocio muy rentable gracias al constante flujo de turistas durante todo el año, por ende podía seguir trabajando ahí sin mayor inconveniente hasta que se sintiera lo bastante seguro para iniciar algo propio. Yuri en verdad les agradecía su preocupación y buenas intenciones, pero no quería seguir vagando entre los pasillos de las aguas termales cual alma en pena ni un minuto más; ya tenía veinticinco años y necesitaba comenzar a independizarse.

Por eso, cuando Yuko le mencionó bastante deprimida que los ahora antiguos dueños del Ice Castle pensaban vender porque ya les resultaba muy difícil hacerse cargo gracias a la edad, vio una oportunidad perfecta. Le costó mucho reunir el dinero suficiente para cubrir la suma inicial, aun así todos sus ahorros añadido a un fuerte préstamo del banco fueron apenas suficientes. Yuko se mostró feliz por él y, así mismo, también le hizo ver que debía tomar esa oportunidad para retomar su vida justo dónde la había dejado luego que Victor y él tomaron caminos diferentes.

Nada más recordar al astro ruso del patinaje, Yuri sintió excesivo el peso del anillo que aún llevaba puesto, como si fuera un ladrillo y no un trozo de metal simple. Un año. Había pasado ya un año desde que los dos emprendieron rumbos separados por petición suya, ni más ni menos.

En aquel entonces, Yuri consideró que atar a Victor con una promesa sin fecha de caducidad era muy egoísta, más aún cuando él parecía tan ansioso por volver al hielo y competir otra vez, disputándose así los mejores puestos del mundo. En pocas palabras, retenerlo hubiera sido igual que cortarle las alas a una hermosa ave negándole así su derecho divino a ser libre de ir dónde quisiera. Pero también, en honor a la verdad, tuvo miedo. Un miedo irracional a enfrentarse un día no muy lejano a los posibles reclamos del hombre a quien admiró durante casi toda su vida entera; todo por haberle obligado a quedarse cuando, evidentemente, sus dedeos eran otros. Y le regresó a Victor su capacidad de tomar decisiones, así como también lo instó a prepararse para las temporadas futuras donde seguro brillaría como la hermosa estrella que siempre había sido.

Ni Victor ni mucho menos Yakov, quien dicho sea de paso pareció encantado con la idea, quisieron postergar más la noticia de su regreso triunfal a las pistas y, al poco tiempo de finalizar el Grand Prix Final convocaron una rueda de presa oficial donde hicieron el anuncio. Pero dos semanas después, Yuri también se puso bajo los reflectores mediáticos al informar que, contra todo pronóstico, se retiraría sin posibilidad de volver en un futuro cercano. Tal noticia causó un shock generalizado entre la prensa deportiva y redes sociales, conducto por el cual no pasó mucho para que terminaran haciéndolo pedazos. A juicio de los rusos, Yuri carecía del potencial necesario pues, aún con la ayuda de un atleta del calibre de Victor no fue capaz de hacerse con el oro; cosa en verdad decepcionante. Aquellos comentarios a Yuri poco le sorprendieron, ellos aún le odiaban un poco por haber acaparado a su héroe nacional esa temporada. Entre tanto, el resto del mundo opinaba que sólo era cuestión de lógica: con Nikiforov compitiendo una vez más en el circuito y la impresionante amenaza de Yuri Plisetsky pululando cerca, Katsuki no soportaría la presión quedándose atrás irremediablemente.

Yuri prefería evitar pensar en ello aun ahora. Pero los primeros meses fueron los más complicados porque, además de lidiar con la prensa amarillista a nivel global, en casa las cosas tampoco estaban mejor. Minako le gritó durante días hasta casi dejarlo sordo, Phichit, a su vez, intentó hacerlo recapacitar diciéndole que si abandonaba el patinaje tras ganar la plata en el Grand Prix sólo sería un error garrafal del cual seguramente acabaría arrepintiéndose luego. Inclusive hasta el mismísimo Yurio se tomó tiempo en su apretada agenda para llamar y –con bastantes insultos de por medio– hacerle saber estaba comportándose igual que un reverendo imbécil sin pizca de orgullo. Pero Yuri no le hizo caso manteniéndose firme en su decisión, todo porque ante ellos sí podía hacerlo. Victor, en algún momento, también intentó contactarle; pero Yuri jamás le regresó ni uno de los muchos mensajes que recibía su teléfono casi a diario, ni tampoco propició ninguna línea de comunicación distinta porque se conocía lo bastante para saber que si acaso escuchaba el sonido de su voz entonces terminaría retractándose.

Entonces poco a poco dichos mensajes comenzaron a escasear hasta que dejaron de ser enviados. Y todo gracias a su condenada debilidad. Además, tampoco se sentía preparado para volver; simplemente ya no podía hacerlo más.

Él tenía talento, eso nadie lo negaba, pero Yuri sabía de antemano que aquel no era precisamente el problema. Su gran falta de seguridad en si mismo le impedía considerar siquiera que podría escalar posición hasta llegar una vez más al Grand Prix. Victor ya no estaba y sólo junto a él se sentía lo suficientemente capaz de rendir cien por ciento para dar lo mejor de si mismo. Y tampoco quería otro entrenador. Se planteó dicha posibilidad, sin embargo, le resultaba impensable siquiera el contemplarse con otra persona a su lado si acaso se atrevía a poner un pie en otro campeonato de talla mundial. Victor tenía sueños propios por los cuales luchar ahora, metas que cumpliría perfectamente bien solo y, su carrera, cien veces más productiva que la del mismo Yuri no esperaría para siempre. Victor, al final de cuentas había recuperado todo cuanto dejó en Rusia y, en aquel año, Yuri por su parte también se forzó terminantemente a renunciar a estúpidas fantasías donde le era posible quedarse junto al hombre a quien idolatró desde niño, convenciéndose hasta el cansancio que fue lo mejor.

Pero una cruel voz en su cabeza en ocasiones, cuando la nostalgia le pegaba duro, solía recordarle que no; aunque así lo deseara un millón de veces ya nada sería igual.

Como atleta Yuri recibió una confianza ciega por parte del ruso, justo igual a quien se deja caer hacía atrás y espera ser atrapado sin molestarse siquiera en mirar si lo haría o no su respectivo compañero. A nivel personal, en cambio, aprendió a tener confianza, valor, fuerza y determinación suficientes para llegar hasta el cielo mismo si acaso era necesario. Y todo gracias a Víctor. Sólo él fue capaz de comprender a la perfección sus sentimientos cuando se deslizaba por la pista más que dispuesto a jugarse hasta el último respiro durante una competencia. Los ojos de Victor Nikiforov, de un color azul tan parecido al hielo dónde creaban tantas historias pero, al mismo tiempo, cálidos igual que un precioso día en primavera, fueron capaces de leerlo sin medias tintas llegándole directo al alma. Y, eso, lo ayudó a tener cierto entendimiento; durante los ocho meses que ambos pasaron juntos, Yuri finalmente terminó por aceptar que la desmedida admiración e inquebrantable respeto que profesaba hacía Victor se había moldeado en su interior cual arcilla, dándole forma a otro sentimiento más grande y peligroso.

Y lo aterraba.

A esas alturas el ex patinador japonés era un hombre adulto de veinticinco años, debía tener ya como mínimo la madurez suficiente para tomar las cosas con objetividad, pero sólo se engañó una y mil veces. Era como si tomase un placebo para calmar los síntomas de alguna enfermedad pasajera, sintiéndose mejor por momentos nada más. Porque así fue, aunque seguía negándoselo para prevenir al menos un poco el dolor, Yuri Katsuki había cometido el grave error de enamorarse de Victor Nikiforov igual que un verdadero idiota.

Yuri acarició suavemente el anillo que de manera simbólica representaba ésa etapa que compartió junto al príncipe del hielo, como si con sólo tocarlo pudiera constatar todo fue real y no sólo una cruel jugarreta de su alocada imaginación. Y una dolorosa punzada en el pecho se encargó de confirmarle que todavía no lo superaba por completo.

Durante los primeros meses posteriores a la inminente separación, Yuri estuvo terriblemente deprimido y evitaba bajo cualquier circunstancia mostrar cuan perdido en verdad estaba frente a los miembros de su pequeña familia. Mari sólo le observaba ir y venir con pena, sin saber bien cómo ayudarle o qué decir para hacerlo sentir mejor. Jamás fue buena consolando a la gente y, aunque se tratara de su hermano, era torpe con las palabras. Sus padres, por supuesto, también estaban preocupados, pero fue su madre quien le permitió salir del agujero de autocompasión en el cual se había internado de forma voluntaria.

En una ocasión la señora Katsuki vio tan mal a Yuri que no resistió quedarse callada por más tiempo y, llevándose consigo una taza con té a la habitación del joven medallista, se dispuso a mantener una charla de corazón a corazón. Algo que lo ayudó en sobremanera.

—¿Cómo se puede olvidar, mamá? —quiso saber conteniendo apenas las lágrimas. Frente a su madre a Yuri no le apenaba mostrarse tal cual era, a final de cuentas nadie mejor que ella lo conocía a la perfección.

—Eso es algo imposible —le respondió ella con paciencia mientras lo consolaba— . Las personas que llegan a nuestras vidas muchas veces son fugaces; como las estrellas. Con esto quiero decir que somos capaces de contemplar su grandioso esplendor un momento efímero, pero queramos o no deben seguir con su respectiva trayectoria — el menor pareció no comprender— . Yuri, tú tuviste la maravillosa oportunidad de estar cerca de una estrella que creías inalcanzable. Cualquiera hubiese dado lo que fuera con tal de experimentar una oportunidad semejante a la tuya. ¡Y más aún porque esa estrella continúa velando por ti! Pero, aunque se ha marchado nuevamente para brillar en otro cielo, recuérdala con cariño. Sin importar cuánto intenten manchar tu nombre o el suyo, ése es un privilegio que nada ni nadie podrá quitarte nunca. ¿Entiendes?

—¿Aunque duela tanto? — dijo en aquel momento en un arranque de sinceridad, sin atreverse a mirarla.

—Cuando en verdad amamos a alguien, sentir dolor por desgracia también forma parte del proceso — le hizo ver nada sorprendida por su declaración. Para todos menos para Yuri era bastante claro que Victor era más que un simple entrenador o amigo— . Escúchame Yuri; Dios jamás nos envía pruebas que no seremos capaces de superar. Y como tu mamá estoy segura encontraremos una solución adecuada a toda esta situación, te lo prometo.

Yuri recordaba haber llorado mucho aquella noche desahogando así las cosas que se guardó para si mismo con tanto recelo, pero su madre lejos de juzgar, sólo se dedicó a acogerlo en su cálido seno como si fuera un niño pequeño asustado de la oscuridad, permitiéndole recobrar las fuerzas para reconstruir los pedazos de su mal trecho corazón. Ella también le dijo que no existía mejor aliado que el tiempo pues no sólo ayudaba a sanar las heridas aún abiertas, sino también brindaba, igualmente, claridad mental para superar las malas experiencias. Y eso era exactamente lo que Yuri más necesitaba. Tiempo para él, tiempo para pensar, tiempo para encontrarse a si mismo entre los escombros de la persona que ya no deseaba volver a ser nunca más.

Y quería con todas sus fuerzas cumplir esos objetivos con ayuda del nuevo proyecto de vida que tenía justo delante pues, a final de cuentas, soñar a lo grande había sido otra de las muchas cosas que Victor Nikiforov también se encargó de enseñarle.


¡Gracias por leer!