Prólogo
—Me alegra verla por aquí de nuevo, detective Beckett—Sonrió Gates—Sólo espero que esta vez se quede para siempre.
—No lo dude, señor, para eso he venido—Washington fue un gran error.—Contestó ella.
Victoria la miró con compasión, como si la comprendiese, demostrando un pequeño atisbo de madre con la detective.—Me alegra oír eso. Aquí tiene su placa, tendrá que hacer unas pruebas de tiro— Aunque sé que está perfectamente capacitada.—Aclaró haciendo una leve pausa al mismo tiempo que se colocaba las gafas sobre su pelo negro azabache contrastando con la americana roja en la que iba enfundada.—Es un simple protocolo.
—Lo sé—Respondió.—Gracias señor—Dicho esto, la ahora detective, volvió a colocarse su placa en el cinturón y abandonó el despacho.
—¿Beckett?—Preguntó una voz masculina en su espalda.
—Castle...—Susurró ella; esbozando una sonrisa sin que el escritor se diese cuenta.
—¿Qué haces aquí?
—He vuelto—Le respondió mientras se giraba, mirándolo suplicante ante su silencio.
—Yo...—Ella se llevó una mano al pelo, despeinándose inconscientemente, se había quedado en
blanco, todo lo que había ensayado en su casa se había esfumado, justo cuando estaban cara a cara.
1 año antes.
Castle observaba melancólico la ciudad de Washington, apoyado en la repisa de la ventana, mientras miraba su reloj una y otra vez. No le gustaba esa vida, el tener que pedir un deseo a una estrella fugaz para que ella volviese a casa antes de la madrugada. Llevaba semanas sin verla, sin disfrutar de ella, sin poder tocarla ni besarla, hablaban por teléfono, pero, no era lo mismo.
Ella estaba de ciudad en ciudad, y nada más resolver un caso ya les asignaban uno nuevo, no podía seguir así, esperándola hasta las tantas para solo recibir un beso por su parte. La echaba de menos, a ella, a su Kate.
El sonido de la puerta interrumpió sus pensamientos, volviéndose para observarla entrar, observar el sigilo con el que dejaba el abrigo en la percha y se dirigía a la cocina para tomarse algo de comer, pensando que él estaba dormido.
—Hola—Susurró haciendo que ella diese un respingo y por poco tirase el sándwich de pollo que engullía con ansia.
—¡Rick!—Exclamó.—Que susto me has dado...—Él se encogió de hombros—Deberías estar durmiendo, necesitas descansar...—Le recriminó.
—Ya, y tú...Dime, ¿Cuánto tiempo llevas sin comer?, por como te comías ese sándwich, yo diría que muuucho—Enfatizó esto último, cruzándose de brazos.
—Rick...—La agente especial miró su reloj de pulsera—Son las cuatro de la mañana, no tengo ganas de discutir...—Suspiró aclarándose los ojos.—Estoy cansada...
—Ya, bueno, pero resulta.—Hizo una pausa.—Que es la única hora en la que puede ver a mi futura prometida.—Dijo y se dejó caer en el sofá.—Hoy dormiré aquí, buenas noches
La luz se colaba sin timidez alguna por las ventanas abiertas de par en par del salón, cegando a la agente especial que hacía escasos minutos había abandonado la penumbra de su habitación. Bajó el último escalón de madera, procurando que sus tacones no hiciesen demasiado ruido mientras buscaba a Castle con la mirada.
—Buenos días—Le sonrío desde la cocina—¿Café?
Ella lo miró algo confundida, analizando cada gesto que el escritor realizaba, no solo descolocada por su cambio de actitud, sino porque se comportaba como si no hubiese sucedido nada, como al principio de mudarse.
—Sí, Gracias—Oye...Castle, anoche...
—Bueno, he estado pensando, acepté venir aquí con todas las consecuencias y privilegios, Kate.—Explicó—Y si es el FBI lo que te hace feliz lo acataré...
La detective frunció los labios negando con la cabeza mientras daba un sorbo escueto al café.—¿Sabes?—Él la miró inquisitivo.—Yo también he estado pensando...Rick, tu te mereces ser feliz, y esa felicidad yo no puedo dártela ahora mismo.—Se quita el anillo y lo deja en la encimera—Siento como si esto fuese un baile, un baile en el que la música ha dejado de sonar y ya no hay nada que hacer en la pista—Kate ladeó la cabeza—No te quiero para tenerte de adorno.—Él frunce el ceño, algo molesto ante su comentario.—Te quiero, pero, ahora no sé si eso es suficiente Rick, ya nada es lo mismo.
—Kate...—Beckett llevó el dedo índice a sus labios, silenciándolo y acto seguido puso el anillo en su mano.—Es lo mejor para nosotros, Rick, ahora no sé si lo que siento por ti es real, o es tan fuerte como para casarme contigo.
El escritor agachó la cabeza, buscando las fuerzas suficientes para poder contestarle.—Si eso...—Balbuceó.—Si eso es lo que quieres, espero que estés segura de lo que haces...Solo quiero que seas feliz...—Logró pronunciar al fin con voz rota.—Solo quiero que sepas que esta vez se acabó para siempre, no pienso seguir esperándote.—Cogió su chaqueta de cuero marrón y, echándosela al hombro se encaminó hacia la puerta.—Te...Daré una lista con las cosas que quiero, lo demás...—Hizo una pausa.—Tíralo, quémalo, haz lo que te de la gana.—Cerró la puerta con un fuerte portazo.
Kate se dejó caer en el sofá al mismo tiempo que miraba la hora en su reloj de pulsera—Las 9:30—Sería mejor que se diese prisa si no quería llegar tarde.
Castle se quedó unos momentos apoyado en la puerta de su loft, llevándose las manos a unos ojos inyectados en lágrimas mientras que maldecía a Beckett entre dientes, aludido a que medio imperio pelirrojo lo observaba inquisitiva.
—Richard querido, ¿Qué ocurre?—Preguntó Martha mientras avanzaba hacia su hijo.
El escritor hizo una mueca, desviando sus ojos azules hacia el techo, contemplándolo con tristeza, como si estuviese intentando ganar tiempo para darle una respuesta a su madre.—Ella...—Suspiró mientras se sacaba el anillo de la agente especial del bolsillo y se lo enseñaba a la pelirroja, la que le tomó de la mano, guiándolo hacia el sofá e indicándole que no se moviese de allí para volver minutos después con una botella de whisky y un par de vasos en la mano.
—Ahora, cuéntame que ha pasado.
El escritor se bebió de un trago el líquido ambarino para que después su madre le fuese llenando la copa monótonamente mientras que el escritor le relataba lo ocurrido.
—Oh, Richard...—Suspiró su madre.—Lo siento mucho querido...
—Ya...madre...pero, ella no sabía...'Si lo nuestro era real.'—La parafrasea.—Nosotros...
—Sigue.—Le animó.
—Nosotros...¡Nos íbamos a casar!, como puede ser tan rastrera de decirme que sí cuando no sabe si lo nuestro es real, he estado aguantando 4 meses en una ciudad que odio, para que después...¡Me eche!, me diga que 'Te quiero, pero no sé si eso es suficiete'—Solloza mientras deja caer la cabeza en el hombro de su madre y llora desconsoladamente.
