Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Néstor, con su pelo rizado cayéndole sin control sobre la frente, suspiró profundamente en un gesto de cansancio y se frotó los ojos sentándose en el suelo del pasillo. Era la tercera vez esa semana que lo llamaba para que fuera a verlo y ya estaba harto; se vio tentado de volver a entrar en el dormitorio y decírselo él mismo a Gabriel, pero no se sentía con las suficientes fuerzas. Se apuntó mentalmente que hablaría con Dumbledore sobre el tema para que intercediera, él sabría tranquilizarlo.

Ya tenía suficientes problemas en los que pensar como para preocuparse por las inquietudes de su hermano. Fudge por fin había aceptado el regreso de lord Voldemort, pero no es que ese hecho les sirviera de demasiada ayuda; los ataques de los mortífagos se sucedían cada semana y éstos parecían multiplicarse, volviéndose más sanguinarios cada vez. Mientras tanto, a la vez que la misma atmósfera de miedo e inseguridad que había sacudido la comunidad mágica hacía tantos años se cernía de nuevo sobre Inglaterra, el Ministerio en pleno plantaba cara al enemigo a la vez que debía proteger a los muggles. Al menos, ahora él, como miembro de la Orden del fénix, ya no tenía que ocultarse ante ningún otro trabajador del Ministerio y podía actuar con libertad.

Volvió a suspirar al recordar el último gran ataque de Voldemort sucedido unos días atrás, en el que el Innombrable en persona se había dirigido junto con un grupo de sus mejores mortífagos a la prisión de Azkaban y la había tomado por la fuerza. Néstor acudió con sus compañeros aurores y supo en seguida que nunca lograría borrar esas imágenes de su memoria: Las puertas selladas, trozos de los guardias magos de la prisión tirados por todas partes y miles de dementores rodeando el edificio, cubriéndolo todo con su hedor frío y buscando algún indicio más de vida que devorar. En ese momento, oficialmente los dementores y Azkaban dejaron de ser propiedad del Ministerio para pasar a estar bajo el mando del Señor Tenebroso. Había sido un mes muy duro, sin duda, pero estaba seguro de que lo peor aún estaba por llegar.

Se levantó del suelo y empezó a bajar las escaleras de la lúgubre mansión de los Black. Nada había cambiado en la casa en el último mes (todo estaba tan viejo y sucio como siempre), excepto que su legítimo dueño, el prófugo Sirius Black, había sido asesinado a manos de su propia prima. Fue una terrible noticia para todos, especialmente para Gabriel, que había entablado una muy buena amistad con Sirius en sus últimos meses de vida.

Le lanzó una mirada de repugnancia a la colección de cabezas de elfos domésticos de las paredes y se dirigió a la cocina. Al pasar por delante de un gran cuadro del vestíbulo, las cortinas negras que lo cubrían se descorrieron de pronto, mostrando así a la persona más odiada por Sirius, su madre. No obstante, antes de que la señora Black pudiera siquiera retorcerse, Néstor sacó su varita con agilidad del bolsillo de la túnica, hizo una floritura en el aire y las cortinas volvieron a ocultarla, transformando sus gritos en un simple eco. Satisfecho, bajó hacia el sótano. La cocina no era una habitación muy acogedora (pues tenía más bien aspecto de gigantesca cueva) pero debía ver en ese momento al otro habitante de la casa. Llamó a una puerta que había al fondo y, tras esperar pacientemente unos instantes, intentó abrirla él mismo. Estaba cerrada.

─¡Kreacher! Sé que estás ahí. Ábreme, tengo que hablar contigo.

La puerta se abrió con un chirrido y una cabeza amorfa y repleta de arrugas surgió entre la oscuridad de la sala de la caldera. El último descendiente de la familia de elfos que había visto al bajar, lo miraba enseñándole los puntiagudos dientes con su habitual mirada de odio en el rostro.

─El maldito auror dice que quiere hablar con Kreacher pero Kreacher no quiere porque lo odia. Kreacher lo odia por continuar mancillando con su presencia esta noble casa, aunque odia más a su miserable hermano. Él sí que es despreciable ─murmuraba entre dientes.

─¿Has terminado? Tengo prisa ─el elfo volvió a decir algo en voz más baja pero él no lo oyó─. Escucha, ahora debo irme pero quiero que dentro de un rato le subas algo de cenar a Gabriel.

Kreacher fue hacia el mueble más cercano arrastrando los pies, con el trapo inmundo que siempre llevaba atado a la cintura oscilando a cada paso. Agarró una olla con una de sus huesudas manos y se dio la vuelta, blandiéndola como si se tratara de una espada.

─Kreacher no acepta órdenes de semejante escoria, él solamente obedece a la señora Black, su única ama.

─La señora Black está muerta y ahora tu amo es Albus Dumbledore. Creo que tienes que hacer un poco de memoria y recordar una orden suya en particular: Nos debes obediencia, a mí y a mi hermano, ya sabes, el despreciable ─repuso él con media sonrisa.

Dio un paso hacia el elfo doméstico e inmediatamente su sonrisa se esfumó. Kreacher había tirado la olla y se había lanzado delante de la puerta del horno; estaba metiendo la cabeza en su interior cuando el auror lo agarró por una pierna y lo sacó, evitando sus garras. El elfo se agitaba y revolvía, intentando zafarse. Néstor lo sujetó por el trapo y lo sentó en la mesa de la cocina, alejando la olla del suelo con el pie para que no tuviera nada con lo que golpearse. Le ordenó que se tranquilizara y él se quedó de pronto inmóvil como una piedra.

─¿Vas a hacer lo que te he dicho? ─Kreacher movió la cabeza lentamente en un gesto afirmativo, mirándole fijamente con sus ojos inyectados en sangre─. Bien. Prepara algún tipo de sopa que tenga mejor aspecto que el estofado del miércoles, y procura no hacerte daño, al menos no demasiado.

Dejó de sujetarlo y Kreacher saltó de la mesa, fue gateando hasta la olla tirada más allá y comenzó a limpiarla en el fregadero con lentitud. Néstor lo observó durante unos instantes con los ojos entornados y acto seguido se acercó a la chimenea de piedra que gobernaba la estancia. Arrojó un poco de polvos Flú de un bote que había junto a ella y unas brillantes llamas de color verde estallaron en su interior.

─¡Ministerio de Magia! ─exclamó al introducirse en la chimenea y, antes de desaparecerse entre el fuego, escuchó de nuevo a Kreacher susurrar lo que seguro sería su mejor colección de insultos.

Unos segundos más tarde surgió girando como una peonza de una de las chimeneas del silencioso Atrio del Ministerio. Sacudiéndose la ceniza del pelo, fue dando traspiés por el brillante suelo de madera hasta la otra punta, donde reposaba la Fuente de los Hermanos Mágicos. Dos magos robustos ataviados con unas largas capas plateadas lo observaban desde cada lado de la fuente; saludó a sus compañeros aurores con un gesto de cabeza y se dirigió hacia un hombre con semblante serio sentado tras una mesa a su izquierda. El brujo le arrebató su varita, le pasó una especie de palo semejante a una sonda por todo el cuerpo y le examinó los ojos con un pequeño aparato triangular.

─Limpio ─murmuró para sí el vigilante de seguridad cuando estuvo conforme, devolviéndole su varita─. ¿Qué haces aquí tan tarde? ¿No te cansas de trabajar o qué?

─Fudge me pidió que viniera esta noche. Seguramente quiera discutir algunos asuntos conmigo ─repuso él sin poder contener un tonto de burla─. ¿Y tú que tal, Alan, cómo llevas la noche?

El vigilante torció el gesto y le señaló a los hombres apostados delante de ellos que, inmóviles, tenían la vista fija en algún punto del pasillo.

─Acabo de empezar mi turno y ya estoy deseando terminar. Verlos ahí noche tras noche, sin hablar ni moverse, me pone muy nervioso. Entiendo que desde el incidente deba haber más seguridad pero esto es absurdo, para algo estoy yo aquí...

"El incidente", así lo llamaban todos. Durante el último mes, Néstor, como si volvieran a estar en el colegio, había oído montones de versiones distintas sobre cómo los mortífagos más buscados del país habían entrado en el Ministerio para robar una de las profecías del Departamento de Misterios, cómo habían luchado con miembros de la Orden del Fénix y cómo unos cuantos alumnos de Hogwarts (entre los que se encontraba el famoso Harry Potter) estaban de alguna forma inmiscuidos en el asunto. No obstante, todas esas historias circulaban a espaldas a Fudge, que se ponía rojo de vergüenza ante cualquier mención de ellas, ya que resultaban el ejemplo perfecto de la ineptitud tanto del Ministerio como del propio ministro. Aunque Néstor no pudo acudir como miembro de la Orden a la llamada de Snape por encontrarse fuera del país, formando parte de una absurda investigación falsa para encontrar a Sirius Black, sabía de boca del propio Dumbledore lo que había ocurrido.

Miró la recién restaurada fuente que tenía a su espalda (destrozada un mes atrás en el duelo que mantuvieron allí mismo Voldemort y Dumbledore), dudando de si debía darle su opinión a Alan o no, pues después de todo él no había resultado demasiado útil la noche del incidente; los mortífagos lo habían aturdido y ocultado en cuanto pisaron el suelo del Atrio. Decidió ser cordial y, con un débil carraspeo, hizo un movimiento confuso con la cabeza, entre negación y asentimiento. Y sin decir una palabra más, se encaminó hacia el fondo del vestíbulo y se montó en uno de los ascensores que esperaban para conducirlo a los diferentes pisos.

El ascensor no paró de subir hasta que llegó a la primera planta. Había un pasillo largísimo con puertas a ambos lado de la pared, cada una con el nombre de la persona a quien pertenecía el despacho en cuestión. El suelo era de la misma madera del Atrio, aunque éste estaba cubierto de una gruesa alfombra morada que amortiguaba el sonido de sus pasos mientras avanzaba. Al final del pasillo, junto a un ventanal por el que se veía un hermoso paisaje primaveral, se encontraba una única puerta de madera más oscura que el resto, bajo un letrero que rezaba: "Cornelius Fudge, ministro de magia". Estaba a punto de llamar a la puerta cuando ésta se abrió.

─Néstor... qué bien tenerte aquí. Supongo que te habrá citado Cornelius, ¿cierto? ─le decía Albus Dumbledore desde el umbral. Llevaba una túnica malva y un sombrero a juego ligeramente caído, todo acompañado de una risueña sonrisa.

─Así es, Dumbledore, y si no te importa me gustaría mantener una conversación a solas con uno de mis aurores ─Fudge apareció por detrás del anciano director, con aire contrariado.

─Por supuesto que no me importa, Cornelius. De todos modos tengo que ver a alguien y debo irme ya, como bien sabes, así que no creo que sea necesaria tanta amabilidad por tu parte ─repuso Dumbledore sin dejar de sonreír a un indignado ministro. Inclinó la cabeza ante Néstor y salió del despacho con un elegante vuelo de su túnica.

─Un espécimen único, este Dumbledore, ¿no cree, señor ministro? ─preguntó con sorna Néstor mientras se acomodaba en un sillón. Fudge resopló como respuesta y también se sentó en su silla detrás del escritorio.

─No le he traído hasta mi despacho para charlar sobre Dumbledore, señor Bennett. Antes que nada, tengo que darle malas noticias: Christopher Wright ha sido encontrado muerto esta misma tarde en su casa de Londres, junto a su esposa y su hijo. La Marca Tenebrosa ya ha sido retirada y todo está arreglado, pero debemos hacer algunos cambios en el departamento.

El semblante de Néstor se ensombreció. El señor Wright era el Jefe de aurores, un mago bonachón y excepcionalmente brillante al que tenía mucho aprecio; incluso conocía personalmente a su hijo, que no tendría más de doce años. Imaginárselos a los dos muertos le provocó un nudo en el estómago, y el tono inexpresivo que Fudge había empleado para contárselo no hacía más que agrandarlo.

─El señor Shacklebolt, como el auror de más antigüedad actualmente en el Ministerio, pasará a ser el Jefe de aurores. Pero aún queda elegir al que será el segundo en el puesto y, es por eso por lo que me he visto obligado a citarlo a estas horas ─dijo con una ancha sonrisa, sin apartar la vista de Néstor; él, por su parte, también lo miraba fijamente, temiéndose lo que dijera a continuación─: Creo que es el idóneo para ese trabajo.

Néstor se quedó paralizado un segundo y después se levantó con brío del sillón y empezó a dar vueltas por todo el despacho, fingiendo que realmente estaba considerando la oferta, a sabiendas de que Fudge lo seguía con la mirada, con un brillo grabado en ella.

─¿Por qué yo, señor ministro? Hay montones de aurores en el Departamento que, además de que estarían encantados con aceptar el puesto, tienen una capacidad mágica (por no hablar de su experiencia) de la que yo desgraciadamente carezco...

─Pero muchacho, tú mismo lo has dicho, muchos estarían deseando estar ahora en tu lugar, ¿por qué no aceptas esta oportunidad sin más? Dime, ¿de qué te sirve tanta modestia? Además, a pesar de que solo lleves trabajando un par de años aquí, conozco tus hazañas... Una de las mejores calificaciones de tu generación en la academia de aurores, si no me equivoco ─el ministro se levantó y se puso de puntillas para alcanzar el hombro de Néstor y darle unas palmaditas en la espalda─, aunque qué menos viniendo de la familia de la que vienes: Tu padre, que en paz descanse, fue un gran hombre, un trabajador incansable siempre al servicio del Ministerio; seguro que él estaría muy orgulloso de ti si dieras el paso. Y qué decir de tu hermano...

Fudge siguió con su charla mientras se dirigía a una mesita que había junto a la magnífica chimenea de mármol y vertía un líquido ámbar en las copas. Entretenido con su alegato, no oyó la amarga risotada de Néstor que, tras él, se había fijado en un papel en particular de todos los que reposaban sobre la mesa del ministro; lo había leído por encima sin que Fudge se diera cuenta y entonces lo entendió todo mucho mejor.

─... El gran héroe Gabriel Bennett. Por cierto, hace mucho que no sé de él, ¿cómo le va por Alemania? Deberías decirle que nos hiciera una visita de vez en cuando, estoy deseando oír sus últimas peripecias por los países del norte. Desde luego, todos le debemos mucho, y sería un verdadero honor que su hermano tuviera un cargo de tal responsabilidad para proteger a la comunidad mágica en estos tiempos que corren. ¿Qué me dices?

Alargó la mano para aceptar la copa que le ofrecía Fudge y bebió con tranquilidad, saboreando el momento de tensión que el ministro estaba viviendo a la vez que el ron de grosella.

─Vamos, deje de rebajarse, así lo único que hace es abochornarse aún más a sí mismo. ¿Creía de verdad que dándome ese ascenso tendría el apoyo de mi hermano para seguir siendo ministro de magia? ─con una media sonrisa, blandió el papel que había cogido del escritorio ante un mudo y asombrado Fudge─. Debe de estar realmente preocupado, desde luego. Según esto, hay más de una persona que quiere que usted abandone este despacho. Sinceramente señor ministro, como está la situación, no creo que la fama de mi hermano le ayudara demasiado, ni siquiera con el apoyo del mismísimo Dumbledore conseguiría nada.

Dejó la copa y la hoja sobre la mesa y permaneció un rato callado manteniendo la mirada de impotencia de Fudge. Cuando se sentó en su silla, Néstor volvió a hablar:

─Y hablando de Dumbledore, parece que por ahora es el candidato elegido para dirigir al Ministerio. Supongo que para eso estaba aquí, ¿no? Me imagino que usted intentaba persuadirlo para que lo rechazara. Por lo que veo, no ha aprendido nada de todo lo sucedido este año: Dumbledore nunca cambiará el colegio por su cartera, aunque a muchos, entre los que me incluyo, nos encantaría que lo hiciera.

─¡¿Cómo te atreves a hablarme así? ─le espetó Fudge golpeando la mesa con las manos, haciendo que se despertaran algunos personajes de los cuadros que colgaban de las paredes, los cuales se dedicaron a observarlos con curiosidad─ Da igual lo que tú y otros inútiles quieran o deseen, lo importante es que yo sigo siendo ministro. Una palabra más, Bennett, y estarás en la calle mañana mismo.

─¿Es que aún no se ha dado cuenta? ¡Estamos en guerra, maldita sea! Lo que menos me importa ahora es seguir trabajando aquí, y menos para alguien como usted ─todos los habitantes de los cuadros se habían despertado finalmente y se habían puesto a cuchichear entre ellos sin ningún disimulo, mientras Fudge se ponía cada vez más rojo, pero eso a él no le importaba; por fin tenía la oportunidad de decirle todo lo que pensaba y no tenía intención de desaprovecharla─. No quiero seguir teniendo como ministro a alguien que ha cometido tantos errores y no tiene la decencia de admitirlos; ni tampoco a alguien que persigue a un hombre inocente durante tantos años o que ni siquiera siente pena cuando muere alguno de sus empleados ─se apoyó en la mesa y se inclinó hasta la altura de Fudge─. ¿Y sabe qué, Fudge? Lo primero que hay que hacer para proteger a la comunidad mágica es destituirlo a usted, cosa que afortunadamente sucederá muy pronto. Buenas noches.

La reacción de Fudge se hizo esperar hasta que Néstor salió del despacho, quien oyó perfectamente cómo mandaba callar a gritos a los cuadros que seguían comentando la escena. "Ya estaba hecho", pensaba mientras se montaba en el ascensor. Quizás Dumbledore no lo viera con tan buenos ojos pero ya qué más daba, al fin y al cabo tenía razón en todo lo que había dicho.

Se detuvo en el segundo piso y accedió hasta el Cuartel General de los Aurores. Todo estaba muy tranquilo pues apenas quedaban un par de ellos encerrados en sus cubículos y, a medida que avanzaba por el espacioso suelo haciendo resonar sus zapatos, fue sorteándolos hasta encontrar el suyo. Debía admitir que no era uno de los más ordenados; tenía el escritorio repleto de carpetas y libros amarillentos de los que salían algunos ronquidos de vez en cuando, y muchas fotografías de mortífagos cubriendo las paredes, cuyos ocupantes lo miraban en actitud desafiante. Ante un movimiento de su varita, todo se fue guardando con cuidado en el fondo de un baúl que había bajo la mesa. Sentía cierta tristeza por abandonar todo aquello de ese modo pero sabía que no había cometido ningún error. Ya no importaba pertenecer a la Orden o al Ministerio, sino que debían trabajar juntos. Estaba arrancando las fotografías cuando el ulular de una lechuza le hizo sobresaltar. Habría llegado por el ascensor justo detrás de él y se había posado sobre uno de los cubículos más cercanos a la entrada. Cuando llegó a ella ya se había formado un pequeño corro a su alrededor; era un ejemplar bastante grande, de color negro azabache y llevaba atada una tarjeta a la pata.

─¡No la toques! No sabemos lo que es ─advirtió a una mujer que se había acercado al animal. Ella se detuvo asustada y otro mago con el pelo canoso dio un paso adelante.

Realizó unos complicados movimientos con su varita y tras una última sacudida, la tarjeta se cayó al suelo y la lechuza echó a volar hacia la salida. De pronto, el papel de la pequeña tarjeta brilló un momento y de ella empezó a surgir una especie de humo verdoso que se elevó hasta el techo de la sala. La mujer que había querido coger la tarjeta en primer lugar chilló y se echó hacia atrás al ver cómo el humo iba adoptando la forma de un cráneo con una serpiente enroscada saliendo de su boca. Permaneció un momento en el aire y tal como había aparecido, se evaporó.

El hombre de pelo canoso asintió y Néstor se agachó a recoger la tarjeta. Era totalmente blanca pero en ese momento estaban apareciendo unas palabras escritas con tinta oscura, formando la dirección de una calle del centro de Londres y, justo debajo, la fecha de ese mismo día. Alguien le arrebató la tarjeta de las manos pero él ni se molestó en ver quién era. Corrió hacia un delgado perchero, cogió una túnica con intensos brillos plateados y mientras se la abrochaba, daba instrucciones a los presentes para que les mandaran la dirección que había en la tarjeta a todos los compañeros que pudieran. Inmediatamente, y dejándolos a todos pasmados, regresó al pasillo y se montó en el ascensor con dirección al Atrio. En cuanto las rejas doradas volvieron a abrirse, pasó junto a Alan y los magos que llevaban capas idénticas a la suya y salió disparado hacia la cabina telefónica que lo subiría hasta la salida, ignorando sus preguntas de desconcierto.

Ya había comenzado a oscurecer cuando Néstor salió a una desierta calle muggle que no tenía nada de especial. No podía perder un segundo por lo que sacó su varita y pronunció con rapidez el encantamiento patronus, visualizando la tarjeta al mismo tiempo que pensaba en el recuerdo más feliz que podía. Una luz de color plata salió entonces de la varita y fue transformándose en perro mientras daba vueltas a su alrededor, esperando órdenes.

─Busca a Kingsley ─le dijo al reluciente perro y éste dio una cabezada para decirle que se quedara tranquilo.

Mientras veía a su patronus escabullirse por una de las callejuelas a una velocidad imposible para un perro normal, a Néstor le acosaron las dudas. Los mortífagos no habían avisado nunca de sus ataques, sino que preferían actuar aprovechando el factor sorpresa; perfectamente podría tratarse de una trampa, eso sí era algo propio de ellos. ¿Qué haría si llegaba al lugar y no pasaba nada, o si el ataque se producía en otro sitio? Por otro lado, pensó, sabía que nunca se lo perdonaría si no investigaba el asunto. Había dado aviso a las dos partes que combatían contra Voldemort y, por segunda vez ese día, supo que había hecho lo correcto.

Pegó los brazos al cuerpo y concentrándose en la dirección que venía en la tarjeta, se dejó engullir por la oscuridad. Debían faltar apenas unos segundos para aparecerse cuando supo que algo iba mal: Era normal que la presión en el pecho le impidiera respirar pero sintió como si chocara contra algo y, a ciegas, cayera hacia un lado. Cuando pudo abrir los ojos, Néstor se vio en el suelo de un sucio callejón que si no estaba equivocado no se encontraba demasiado lejos de donde debía haberse aparecido, con un fuerte dolor de cabeza y un pitido resonándole en los oídos. Habían colocado un embrujo antiaparición, lo que significaba que los mortífagos aún debían estar allí. Se levantó a duras penas y echó a correr.

Se mezcló en la marea de gente que iba y venía en la calle principal y giró hacia la derecha en cuanto pudo; le llegó el sonido lejano de un televisor a través de alguna ventana abierta mientras corría por una nueva calle, esquivando a los muggles y a los grandes aparatos que utilizaban para transportarse y, girando de nuevo, se encontró en el lugar indicado por los mortífagos. El miedo le llenó el cuerpo de un modo inmediato al ver que el lugar estaba repleto de gente que charlaba y paseaba tranquilamente, inconscientes del peligro que corrían... Si el ataque tenía lugar, podía ser una verdadera catástrofe. Atravesó la calle buscando algo que no encajara en el ambiente y se detuvo ante un imponente teatro: Una mujer estaba apoyada en la pared del edificio, semioculta por las sombras, a la que reconoció en seguida; Bellatrix Lestrange se dejó a la vista, jugueteando con su varita y con una macabra sonrisa dibujada en su rostro.

─Néstor Bennett, qué sorpresa tan agradable. De entre todos los aurores que hay en el Ministerio has tenido que venir precisamente tú. Lo que desearía el Señor Tenebroso estar aquí ahora mismo... tiene muchas ganas de ver a tu hermanito después de tanto tiempo, ¿sabes?

─Bellatrix Lestrange... no sabía que las asquerosas serpientes pudieran dejar de deslizarse y empuñar una varita ─Bellatrix emitió una estridente risa y Néstor sujetó con fuerza su varita, aún oculta en su bolsillo─. ¿Piensas en serio que aún sigues siendo su favorita, después de lo que pasó en el Ministerio? No creo que quedara muy contento con tu actuación allí.

─¡Tú no tienes ni idea de cómo es el Señor Tenebroso! Nadie más que yo conoce su modo de pensar y sus más profundos deseos. Lo he hecho todo por él y siempre seré su preferida, porque él siempre me entiende ─le replicó ella, acercándose a Néstor sin vacilación.

Él dio unos pasos atrás. Sabía lo que estaba intentando hacer, podía leerlo en sus ojos, lo estaba conduciendo al centro de la calle y él, temeroso de que empezara a atacarlo y alguien resultara herido, no podía hacer nada para evitarlo. Tendría que seguir hablando para retrasar todo lo posible la lucha y esperar a que los demás llegaran rápido.

─Seguro que es así aunque... ¿cómo es posible entonces que, siendo su mortífaga más cercana, te haya elegido para una misión tan pobre como ésta? ¿Una simple calle de muggles? Vamos, no me hagas reír... Vosotros podéis hacerlo mejor...

Bellatrix volvió a reír más fuerte que antes, y dio un par de pasos más hacia él ─Mi Señor solamente se está divirtiendo a la espera de conseguir su objetivo, y unos cuantos muggles muertos más siempre es una satisfacción. Vosotros también estáis dentro del juego, pero como unas burdas piezas de adorno nada más. Os mandamos una simple tarjetita con la Maca y acudís rápidos y veloces. Dime, querido Néstor, ¿te has fijado bien en ese edificio de ahí detrás? Hay montones de muggles dentro viendo alguna estupidez propia de ellos y, por cierto, a mi señal todo estallará ─los ojos de la bruja brillaron de forma inquietante y dejó de balancear su varita para apuntar directamente al pecho de Néstor─. Pero dejémonos ya de charlas, ¿empiezas tú o lo hago yo?

Se aterrorizó al ver que Bellatrix no paraba de mirar a un par de niños que correteaban cerca de ellos, sin borrar esa sonrisa de su cara. Planeaban destruir todo un edificio con no sabía cuántas personas dentro y no parecía que sus compañeros fueran a llegar en seguida. Estaba solo. Por su parte, Bellatrix se encontraba triunfante pues era obvio que su plan había resultado; allí estaban los dos, frente a frente, y los muggles ya se habían percatado de su presencia y se estaban arremolinando en torno a ellos, pensando quizá que se trataba de algún tipo de espectáculo callejero.

─Me imaginaré que ese silencio me otorga el privilegio de comenzar ─levantó su varita, que, impaciente, llevaba un rato emitiendo chispas, cuando un muggle vestido de negro se separó del grupo y se acercó a ella.

─¿Tienen algún permiso para estar aquí?

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Bellatrix acuchilló el aire con su varita al grito de "¡Ni se te ocurra tocarme, sucio muggle!" y el hombre salió despedido hacia atrás con un fogonazo. Néstor lo detuvo en el aire y, angustiado, se apresuró a desviar el segundo maleficio de Bellatrix, que impactó de lleno en una farola. Mientras una parte de los muggles observaban fascinados cómo la farola se derretía por completo en un segundo, el resto buscaba algún cable o algo parecido que explicara la posición del policía.

─Debe de ser una película genial pero no veo las cámaras por ningún lado ─oyó que una mujer le comentaba a su acompañante.

Y entonces ocurrió lo peor. Bellatrix volvió a apuntar con la varita, pero no a él ni a ninguno de los muggles que los miraban atentos, sino al majestuoso edificio que se alzaba a su lado y gritó con todas sus fuerzas: "¡Morsmordre!". El símbolo de Voldemort, mucho más grande y aterrador que como Néstor lo había visto salir de la tarjeta, se dibujó en el cielo de Londres y el teatro estalló en una gran bola de fuego. Los muggles gritaban y corrían en todas direcciones al mismo tiempo que unas figuras enmascaradas salían del teatro sin ser dañados por las llamas (dejando atrás los gritos de auxilio de los demás muggles que quedaron encerrados dentro), pero Néstor solo podía concentrarse en evitar que los hechizos de todos los mortífagos dieran en sus blancos. Uno de ellos le rozó el hombro y le hizo caer al suelo; Bellatrix le impidió levantarse agarrándole con fuerza del pelo con la mano que tenía libre.

─No tenéis nada que hacer. Estáis muertos, los dos ─le susurró despacio al oído.

Comenzaban a escucharse unas nuevas voces por encima de todo el gentío, voces que le resultaron gratamente familiares. Bellatrix le soltó el pelo y tras guiñarle un ojo, se esfumó junto a sus compañeros mortífagos. El hechizo antiaparición se había roto y de pronto decenas de aurores y equipos de seguridad del Ministerio aparecieron de todas partes y acudieron a ocuparse de los heridos. Néstor iba tras un grupo de aurores que iban directamente a apagar el fuego cuando fue atrapado en el abrazo de una personita con una mata de pelo rubio.

─Estoy bien, Tonks ─le dijo con voz ahogada, intentando respirar. Ella lo soltó y dedicándole una gran sonrisa, su cabello se volvió de un rosa claro, justo cuando un mago muy alto y calvo aparecía apresurado a su lado.

─Tranquilo, ya he mandado a alguien con Gabriel ─le informó Kingsley con voz grave, interpretando rápidamente la mirada de Néstor, y antes de que éste dijera nada, añadió─: Gracias a ti, si no hubieras estado en el Ministerio y reaccionado tan deprisa, todo hubiera sido mucho peor.

Alguien los llamó desde las puertas del teatro y los tres corrieron hacia allí, mientras las llamas seguían elevándose bajo la reluciente calavera y el cielo terminaba de teñirse de negro.


Notas del autor: He aquí el primer capítulo de la primera historia de un fanático de ese extraño mundo que salió de la cabeza de una mujer llamada Jo. Sé que muchos estarán de acuerdo conmigo en que le debemos mucho y desde aquí le doy las gracias. Llevaba mucho tiempo decidiéndome si subir esta historia o no y, finalmente, lo he hecho. Espero que os guste a los que la leáis y que me lo reflejeis en los comentarios, y a los que no les guste, espero que también me lo hagan saber en los comentarios. Creo que siempre se puede mejorar y, si me ayudais a hacerlo, mejor que mejor. Nos vemos, Reliquias23.