I

Cuando las campanas tocan

Nunca me han gustado los niños. Chillan mucho, se quejan por todo, discuten por tonterías, piensan poco, actúan rápido, y todo esto lo hacen de una manera...bastante descoordinada. Y eso es poco decir.

Hay veces que un adulto no es muy diferente a un niño. Eso lo odio incluso más que a los niños. ¿Qué hay peor que un adulto que actúa como un niño? Desde luego, prefiero un niño. También es verdad que cuánto más lejos ambos estén de mí, mejor. Aunque tampoco soy un idiota, sé que los niños tienen prioridad frente a los adultos. Son más importantes, y asegunran el futuro. De alguna manera, cuando hoy yo soy el protagonista, un mocoso lo será mañana. La cosa es que no será un mocoso, será un hombre.

Lo que me sienta realmente mal, es que un mocoso sea el protagonista a día de hoy. Vivimos en un mundo donde los riesgos son algo necesario. Sin embargo, los riesgos innecesarios están fuera de lugar. Sobre todo, si esos riesgos pueden traer consecuencias para otros que no seas tú. Si un mocoso quiere salir ahí, al mundo, y matarse, ese es su problema. Al igual que si alguien decide suicidarse tirándose desde un campanario, yo desde luego, no le iba a detener. Pero si hubiese otra persona pasando por debajo, no me lo pensaría dos veces. Tendría que salvar al gilipollas a mitad de camino del suelo, evitando que se rompiera la crisma contra la otra persona, llevándosela por delante.

Y os preguntaréis, ¿y este monólogo tan gratuito? Bueno, pues porque hace poco he tenido el misfortunio de toparme con un crío embaucador con unos ojos grandes como platos y una lengua suelta como una culebra de alcantarilla. No me malinterpretes, nunca pensé que fuera mal chico, imprudente, puede, bocazas, puede, pero ¿malo? No, malo no era, para nada. Demasiado bueno era, para lo que a veces convenía. Y ese crío, supuestamente estaba a mitad de camino de convertirse en un adulto. Un hombre. Eso si llegaba. Porque a ese paso, bueno, era algo planteable.

Para colmo, llegó el momento en el que parecía que todo giraba en torno a ese chaval. Y con eso, mi mundo también llegó a girar en torno suya. Tenía que vigilarle, tenía que, de algún modo, guiarle, y ¿protegerle? Eso era lo más...gracioso, tenía capacidad de sobra para protegerse a sí mismo, pero parecía no importarle, no aprovecharlo. Tenía un grave problema con, en el último momento, pasarse por el forro del rabo las órdenes de sus superiores y hacerlo todo por sí mismo, o lo que es mejor, obedecer a cualquiera menos a mí.

Sin embargo, cuando las campanas tocan, el chaval cambia completamente su manera de ser. Quiero decir, sigue siendo el mismo pedante que aprovecha cualquier ocasión para soltar el discurso, esos "héroes de guerra" conocidos por animar a sus compañeros con palabrería. Pero sería un mentiroso si te dijera que no es útil en batalla. Sin titán o con titán, el chaval es determinado. Tan determinado que capaz es de mandarlo todo a la mierda con conseguir lo que quiere.

Debería seguir metiéndome con él. Se lo merece. Pero, pensándolo bien, tampoco tenía muchos más defectos. Simplemente era una de esas personas que no pasa desapercibida, aunque no tenga nada de especial. Parece ser que los demás si le percibían como algo especial. Y yo, bueno, tarde o temprano dejaría de ser una excepción.