Disclaimer: esta fantástica historia pertenece a Sarah chris cullen y los personajes a la maravillosa Suzanne Collins
Dueño de mi destino
Un tímido rayo de luz impactó en el rostro de la joven Katniss Everdeen, sacándola de un incómodo y nada gratificante descanso. Tumbada en un incómodo jergón de paja, y sin más ropa para el frío que el raído y viejo abrigo de paño negro de su madre, se incorporó con cuidado de no despertar a su prima Annie, que todavía dormía profundamente a su lado; peinó con los dedos la corta melena morena de la joven, y no quiso importunarla en su sueño; necesitaba descansar.
Echó un vistazo a su alrededor, contemplando con una mezcla de rabia y pena la desalentadora imagen; en ese sucio y estrecho vagón de mercancías, cual animales enjaulados, viajaban la mayoría de las chicas de Landeck, el pueblo que la había visto nacer a la mayoría de ellas, enclavado en medio del Tirol austriaco; y de las poblaciones colindantes a éste. No sabían exactamente a dónde se dirigían... pero la joven Katniss Everdeen albergaba certeras y desalentadoras sospechas; hace unos días, mientras trasteaba por la cocina, ayudando a su madre a preparar los blintses de queso y otras recetas tradicionales para el Pesaj, una de las fiestas judías con más tradición, oyó conversar a un pequeño grupo de hombres, entre los que se encontraban su tío Alfred, padre de Annie, y su propio padre, Charles Everdeen, rabino de la pequeña comunidad judía de Landeck.
Desde hacía algunos años, la persecución a la que estaba sometida la población judía alemana era espeluznante. La adversidad económica del país, unida a la gran depresión fue una de las causas por las que los partidos políticos anti democráticos ganaran las elecciones de julio y noviembre de 1932; el treinta de enero de 1933, Adolf Hitler subió al poder... y con él, la política racial, fascista y antisemita del Furher y del Partido Nazi.
A partir de ahí, los acontecimientos se desencadenaron de manera alarmante; la dictadura se impuso a lo largo de todo el territorio alemán. El 14 de marzo de 1938 las tropas alemanas entraron en Viena. Una de las ideologías en la política del Tercer Reich, nombre con el que conocía ahora al imperio alemán, era la de anexionar toda provincia o país en los que se concentrara, por así decirlo, los que ellos denominaban la "raza aria"... y Austria fue de los primeros en caer bajo las garras del imperio.
Las noticias llegaban a las comunidades judías de origen austriaco de manera desoladora. Cientos de pueblos eran arrasados, y sus habitantes capturados, sin otro crimen cometido que profesar la religión del judaísmo. Katniss sintió las lágrimas correr por sus mejillas... los recuerdos eran tan vívidos que parecía estar reviviendo la misma pesadilla una y otra vez. La región tirolesa también había sucumbido ante tal cruel castigo... y se había recrudecido al estallar, casi un año después del derrocamiento austriaco, la Segunda Guerra Mundial.
Katniss cerró los ojos, recordando una y otra vez, cómo hasta hacía tres días, su querido y amado Landeck, testigo de su nacimiento, de su infancia, de su adolescencia... testigo de ese amor que siempre la había acompañado en sus recuerdos, era reducido a escombros y cenizas. Revivió el horror de contemplar cómo algunos de los habitantes de su querido pueblo, en un afán de defender a sus familias y su gente querida, habían sido asesinados delante de sus narices. Los gritos de su madre y ella misma áun resonaban en sus entrañas cuándo vieron a su padre partir, junto a su tío Alfred y otros miembros de la comunidad, en varios furgones a los que fueron llevados a punta de pistola. Hacía apenas una semana que habían celebrado la festividad del Pesaj, que conmemoraba la libertad de de los Hijos de Israel, después de décadas de esclavitud en Egipto.
Aún podía escuchar claramente las palabras de su padre, orando y leyendo una de sus citas preferidas del Levítico, antes de dar comienzo a la celebración del Pesaj: "Ellos son mis siervos, a los cuales yo saqué de la tierra de Egipto, y no podrán ser vendidos cómo esclavos..."
Y siglos después, la desgracia volvía a caer sobre de los hombros de los Hijos de Israel; estaban siendo tratados peor que los esclavos y los criminales, ni siquiera los niños se libraban. No sabía si volvería a ver a su padre, su madre había sido recluida junto a las mujeres de su edad... un relámpago de dolor cruzó de nuevo su corazón... quizá su destino estaba escrito, al igual que el del resto de las mujeres que iban en ese tren.
Quiso cerrar los ojos de nuevo, deseando que todo lo vivido los días anteriores fuera una cruenta pesadilla. Todavía podía sentir en sus entrañas el estruendoso portazo; cómo tres soldados irrumpieron en su casa, apuntando a su madre y a ella misma... su brazo todavía llevaba impreso el cardenal en su brazo derecho, a consecuencia del agarre de uno de los soldados, para sacarla a trompicones de su casa... la imagen desesperada de su padre, corriendo hacia ellas y siendo interceptado por otro soldado... los ojos de su progenitor arrasados por las lágrimas, sonriéndole cómo sólo a ella le sonreía, transmitiéndole, quizá por última vez, todo su orgullo y cariño, mientras se alejaba de ellas subido en aquel furgón.
Deseaba no abrir los ojos... pero un estruendo, seguido de un fuerte frenazo, provocó que las jóvenes allí recluidas, casi cincuenta, chillaran asustadas. Annie, prima de Katniss y dos años menor que ella, despertó sobresaltada, y su reacción no fue otra que abrazarse a ella.
-¡¿Qué pasa?; ¡Katniss!- chilló horrorizada.
-No lo sé, Annie- murmuró la joven, todavía pálida y temblorosa. Ambas primas se acurrucaron la una contra la otra, y observaron cómo Johanna, otra de las jóvenes de su pueblo, intentaba alcanzar con dificultad la minúscula ventana; aún cubierta con gruesos y mohosos tablones, alcanzó a vislumbrar algo.
-El tren se ha detenido- anunció ésta, temerosa -parece que estamos frente a una estación de tren, pero no puedo distinguir el nombre-. Katniss iba a preguntarle algo, pero de pronto la puerta se abrió. Después de varios días sumidas en una penumbra constante, la luz del sol impactó de lleno en los rostros pálidos y demacrados de las muchachas.
Katniss respiró profundamente, llenando sus pulmones del aire casi helado que entraba... pero la pestilencia del vagón era tal que hasta que no apareció una mujer alta y rubia, con los ojos azules más fríos que jamás había visto, y les profirió, en medio de gritos, que bajaran, no sintió el aire limpio entrar de lleno en su cuerpo.
-¡En fila- rugió de nuevo la mujer -¡vamos, moveros!- Katniss y Annie apenas podían dar dos pasos sin que sus piernas flaquearan, parte debido a que las sentían entumecidas, y la razón principal... temblaban de puro miedo. Una vez las jóvenes formaron, Katniss se anudó el raído pañuelo que encontró en el abrigo de su madre, cubriéndose el cabello por completo. Katniss y Annie apenas levantaron la mirada del suelo, pero la joven castaña pudo distinguir el impecable uniforme color verde que llevaba, su pelo rubio recogido en un tirante moño, con la boina puntiaguda, ladeada ligeramente... era una soldado nazi.
-Os encontráis en la estación de Szczecin, a noventa kilómetros de la frontera de Polonia- empezó a explicar la mujer, con voz autoritaria -estáis aquí de paso; en unos días os clasificaremos en nuevos grupos, para conduciros a vuestro destino definitivo- les explicó escuetamente, pasando sus ojos por las formación de inocentes muchachas; todas ellas llevaban, en algún lugar prendido en sus ropas, el distintivo que les habían colocado, cual cicatriz de guerra... la estrella de David.
Katniss ahogó un sollozo en su garganta... sabía de sobra el horrible destino que las esperaba a todas ellas. Pero hubo otros sollozos que se dejaron oír en el ambiente... miró de reojo a su prima, que lloraba en silencio. Ninguna de las jóvenes que habían descendido del tren se atrevía a pronunciar palabra alguna... demasiados golpes y silencios a sus preguntas las habían dejado derrotadas, cansadas y doloridas, sin ganas de cuestionar nada. Levantó ligeramente la vista del suelo, en un desesperado intento de toparse con el rostro de su madre; estaban rodeadas de soldados... pero unos pasos firmes y decididos, directos hacia ella, hizo que sus ojos chocolate se clavaran de nuevo en el suelo. Unas botas militares negras, masculinas, se pararon frente a ella.
-Mírame- le ordenó una voz varonil, firme y contundente... pero algo se removió en el interior de la joven; esa voz le resultaba familiar... ¿era posible que ésto estuviera sucediendo?...
-¡He dicho que me mires!- bramó de nuevo la voz, esta vez a pleno pulmón. Los ojos de Katniss con pronunciadas ojeras cómo marco de ellos, enfrentaron al dueño de esa voz... y la joven Katniss Everdeen creyó morir en ese mismo instante.
Esa voz que ahora era firme y autoritaria, hace apenas diez años, susurraba de manera dulce y melodiosa palabras de cariño y ternura en su oído... esos labios, ahora firmemente apretados, le habían regalado sus primeros besos de amor; el pelo color cobre, antes desordenado sin remedio, ahora permanecía perfectamente domado y peinado, estirado hacia atrás... los ojos verdes que le acompañaban en sus sueños de adolescente ya no eran cálidos... eran fríos, opacos y con un fulgor de ira y odio apuntando directamente al centro de su alma.
-Peeta ...-susurró en voz muy baja, sin que nadie la escuchara; pero él si que lo hizo, y su gesto fue apretar la mandíbula, lanzándole una mirada llena de odio. El amor de sus sueños de niña se hizo añicos en ese mismo instante... su cuerpo se tambaleaba cual débil tallo. Hacía diez años que no le veía, desde que se marchó de Landeck. El espigado cuerpo de adolescente dio paso a un fornido y desarrollado cuerpo adulto masculino; las angulosas facciones de su rostro ahora eran más marcadas, si aún cabe... pero ese rostro tan armonioso y bello no tenía nada que ver con el joven que ella había recordado durante estos últimos diez años. Sus ojos se aguaron, llenos de miedo y dolor, al contemplar el uniforme del ejército alemán, con la esbástica nazi prendida en la solapa.
Incapaz de aguantarle la mirada, agachó la cabeza, intentando esconder, cosa casi imposible, las lágrimas. A su lado, su prima Annie no se recuperaba de la impresión... no podía ser verdad, no podía ser Peeta
Por suerte para ambas, el teniente Mellark, así fue llamado por otro soldado, se alejó de su presencia; apenas tuvieron tiempo para digerir todo lo acontecido hace escasos minutos, ya que la estridente voz de la oficial rubia resonó de nuevo en el ambiente, dividiéndolas y conduciéndolas hacia una especie de cobertizos, con mugrientos colchones en el suelo por todo mobiliario. Katniss caminó allí en silencio, y cuándo las oficiales, después de darles varias indicaciones más salieron, se dejó caer en uno de ellos, ocultando su rostro entre sus manos y sollozando sin parar.
Las demás jóvenes la miraban y la consolaban en silencio, sin acercarse a ella... la mayoría conocían a Peeta,pues él era también oriundo de Landeck, y conmocionadas digerían también la noticia.
-Katniss.../ la intentó consolar su prima, sentándose a su lado e intentado abrazarla... pero la joven castaña negó con la cabeza, sin decir una sola palabra... ¿podía un amor tan puro, cómo el que ellos se profesaron en su adolescencia, tornarse en odio en unos pocos minutos?... la respuesta para Katniss era clara... sí.
A través de la cascada de lágrimas que surcaban sus hundidas mejillas, su mente, de manera involuntaria, viajó diez años a través del tiempo... al último día que lo vio...
Landeck; principios de septiembre de 1929...
El verano pasaba pausado y tranquilo; hacía escasamente tres meses que el paisaje blanco de las cumbres del Tirol había dejado paso a un manto verde que llenaba colinas y valles hasta dónde alcanzaba la vista. Ese impresionante enclave centro europeo llevaba años siendo testigo del amor de dos jóvenes libres, puros y de buen corazón. Peeta Mellark, de diecisiete años, miraba embobado cómo su mejor amiga desde la más tierna infancia, y posteriormente su amor Katniss Everdeen,de quince, tomaba un delicado edelweiss, o flor de las nieves, entre sus dedos, para llevarlo a su nariz y aspirar su embriagante aroma.
-Me encanta cómo huele- murmuró ella con su suave voz, tendiéndose de nuevo al lado de Peeta. Éste sonrió de manera torcida, bajando su cabeza y escondiendo su cara en el cuello de la joven, llenándose de su fragancia.
-No huele ni la mitad de bien que tú, vida mía- el aliento de Peeta mandó un delicioso cosquilleo por el cuello y rostro de la joven, que no pudo reprimir el sonrojo. El muchacho sonrió complacido; adoraba la vergüenza y timidez de Katniss; sus ojos verdes buscaron los marrones de ella, y sin decir una sola palabra, sus bocas se unieron en un suave beso.
Los manos de Katniss rodearon el cuello del joven, acercándole más a ella; y sin saber cómo, el cuerpo de Peeta aprisionó el de la muchacha contra la hierba. Las masculinas manos acariciaban, con movimientos suaves y sutiles, la cintura de la que él consideraba su novia. Los dedos de ella se enredaban en las hebras doradas que coronaban la cabeza del joven... el ritmo acompasado de sus lenguas, moviéndose al unísono, era la muestra más factible del amor que se profesaba la pareja.
Arrullados por el crepúsculo, la pareja se besaba cómo si no hubiera un mañana... y en verdad era así. Cuándo no les quedó más remedio que respirar, sus frentes permanecieron firmemente unidas la una a la otra.
-Te voy a echar de menos- murmuró la joven, sin dejar de acariciar el pelo cobrizo de Peeta-prométeme que me escribirás-.
-Te escribiré cada día; te lo prometo- le contestó de vuelta -yo también te voy a echar de menos, mi vida... más de lo que te imaginas- el joven suspiró resignado y triste; al día siguiente se marchaba a Munich, a estudiar su último año de bachillerato en un internado; había vivido en Landeck toda su vida, y asistía a un colegio privado en una población cercana, lo que le permitía ir a casa todos los días, y era muy difícil para él dejar su hogar y a sus seres más queridos.
Pero hace un año su vida cambió cuándo su madre, Kate Mellark viuda desde hace siete años, se casó con Plutarch capitán del ejército alemán. Era un hombre, serio, frío y totalitario, cómo todo soldado de vocación. Le habían trasladado a Berlín, a ocupar un importante cargo en el Ministerio de Defensa, y su padastro logró convencer a su madre de que lo mejor para el muchacho era aquel frío y autoritario internado.
-Peeta ...- le llamó Katniss, llamando su atención -el joven llevaba callado varios minutos -todo va a ir bien- el joven asintió con una sonrisa, pero sus ojos no reflejaban lo mismo.
-Todo va a ir bien- repitió las palabras de Katniss-te amo- murmuró contra su boca, después de inclinarse de nuevo hacia ella.
-Te amo- consiguió responder la joven de vuelta, antes de que los labios de ambos se volvieran a unir, en un beso lleno de amor.
Las mentes de ambos se afanaban por capturar cada sensación, cada gemido; atesorar los más preciados recuerdos, que serían un pequeño resquicio de consuelo para sobrellevar la dolorosa separación... pero la enamorada pareja no podía imaginar que aquellos momentos serían los últimos que pasarían juntos...
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Durante los próximos cuatros dias, Katniss apenas pronunció palabra, y tampoco probó bocado alguno. Ya no lloraba, no le quedaban más lágrimas que derramar... las imágenes de aquella tarde en el prado acudían a su mente una y otra vez, y por más que intentaba borrarlas, desecharlas de su interior, no podía.
No podía creer que su Peeta, aquel que era bueno y cariñoso, se hubiera convertido en un monstruo sin corazón ni sentimientos; si Peeta Mellark padre levantara la cabeza, se avergonzaría de su hijo, estaba segura de ello.
Ahora entendía muchas cosas; al principio el flujo de misivas entre ambos era un goteo constante, incluso el primer año la familia regresó a Landeck para pasar las vacaciones. Si que es cierto que lo notó algo cambiado, sobre todo en el carácter, pero en cuánto su padrastro regresó a Berlín, llamado de manera urgente por su trabajo, volvió a ser el Peeta de siempre. Pero las cartas se fueron espaciando; cada día eran más impersonales, y el corazón de la joven se rompía un poquito más... hasta que un buen día, dejaron de llegar. No pudo evitar el llanto cuándo se enteró, a través de su padre, que la casa de los Mellark estaba en venta. Lo supo en ese mismo instante... Peeta no iba a regresar jamás.
Pasó los siguientes años intentando encontrar una respuesta; ¿acaso no la amaba?, ¿sus palabras fueron un completo engaño?... tardó mucho tiempo en superarlo, pero nunca dejó de buscar una explicación. Y hace cuatro días, la había encontrado de la manera más cruel y dolorosa posible.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por unos pasos firmes; al levantar la vista, la imagen de la sargento Enobaria apareció ante sus ojos. Inmediatamente su prima Annie se arrodilló a su lado, pero el brazo de la rubia mujer sujetó a la joven morena antes de que tocara a su prima.
-Acompáñame- le ordenó a Katniss. El odio y la repugnancia que emanaban sus ojos azules hizo que un leve estremecimiento recorriera la espina dorsal de la joven castaña.
-¡No!- chilló su prima, horrorizada -¡no se la lleve, por favor!- le suplicó, pero la implacable sargento Enobaria aniquiló a Annie simplemente con mirarla. El alboroto empezaba a ser audible, ya que las jóvenes hicieron piña alrededor de Katniss.
-¡Silencio!- rugió -¡callad ahora mismo, o os aseguro que os arrepentiréis!- la amenaza despertó de su letargo a la joven castaña; no quería que el resto sufriera las consecuencias, así que en silencio se levantó y siguió a la sargento Enobaria . A sus oídos llegaron los sollozos incontrolables de su prima, y sintió miles de ojos clavados en su espalda mientras la seguía hacia las casas dónde supuestamente, se alojaban los oficiales.
Llegaron a una pequeña casita blanca, adornada, cómo todo lo de allí, con una bandera nazi a la entrada. La sargento abrió la puerta, pero se quedó en el marco de la puerta.
-¿Dónde estamos?- preguntó temblorosa, pero la rubia mujer ni se molestó en dirigirla una mirada mientras la hablaba.
-Espera aquí- musitó, fría cómo el hielo y cerrando la puerta. El silencio invadió la estancia, y Katniss estudió su contenido. Parecía un pequeño despacho, ya que había un escritorio en el centro, lleno de papeles y carpetas. Detrás de éste, en la pared, una foto del jefe del estado, junto con una bandera idéntica a la de la entrada. Las paredes estaban llenas de mapas; quiso acercarse a observar uno de ellos, pero unos pasos hicieron que sus piernas, temblorosas al igual que todo su cuerpo, apenas acertaran a moverse un milímetro.
Sus ojos se agrandaron al ver aparecer a Peeta por una puerta lateral. Los ojos azules del joven, esos que tanto había amado años atrás, la miraba fijamente, sin pestañear.
-Peeta...- musitó la joven. El corazón del joven soldado latió de forma apresurada... que ella pronunciara su nombre todavía le removía los sentimientos que él creía muertos y enterrados, y Katniss tuvo que esconder su mirada; los ojos de Peeta la intimidaban.
-Katniss-la joven no respondió a la llamada; no reconocía a ese hombre. No era esa la voz que acunó su corazón y su alma en su adolescencia -Katniss- siseó entre dientes de nuevo el joven, para que le prestara atención.
-¿Por qué, Peeta? -preguntó, con los ojos llenos de lágrimas -¿por qué hacéis ésto?-.
-Son órdenes directas de Berlín- explicó escuetamente -todos los traidores y los que estén en contra del imperio deben ser apresados-.
-No somos traidores- rebatió ella, en un acto de valentía.
-Todos los judíos son considerados así, sin hacer excepciones- contestó Peeta. La estudió con detenimiento... había crecido, y que dios le perdonase, pero seguía siendo hermosa; su rostro acorazonado, su larga melena castaña, los ojos en los que antes podía perderse en un mundo feliz... era toda una mujer.
-Eso no es cierto- exclamó -Katniss -dios... ¿qué te han hecho, Peeta?- musitó con un suspiro derrotado.
-Nada, no me han hecho nada- contestó; desde que abandonó Landeck, su padrastro le había inculcado sus teorías e ideologías. Plutarch odiaba todo lo que conllevaba la palabra judío; al principio Peeta se resistía a creer lo que éste le contaba; en Landeck habían convivido gente de diversas religiones, y nunca había ocurrido nada. Pero su padrastro le enseñó pruebas y documentos que inculpaban directamente al pueblo judío de la mayoría de los problemas y desgracias que habían ocurrido. El internado dónde estuvo también apoyaba esa teoría, y la gente que rodeaba a Plutarch... y terminó por aceptarlo. Su madre calló, probablemente por no discutir con su marido y despertar su enfado.
Pero cuándo volvió a ver a Katniss, pálida y muerta de miedo en aquella fila, hace cuatro días, algo alborotó su interior, un sentimiento que el debía enterrar en el fondo de su corazón. No sabía lo que le había impulsado que pidiera a la sargento Enobaria que la llevara a su presencia... pero tenía que verla una vez más.
-¿Dónde esta mi padre?- la pregunta de la joven, casi inaudible, hizo que su mente volviera al interior de su oficina.
-No tengo constancia de ello- Katniss-le miró desconfiada -es la verdad- se justificó.
-No te creo- rebatió ella -te has convertido en uno de ellos; en un ser sin escrúpulos, cruel y violento- los ojos de Peeta brillaron con furia contenida.
-No te atrevas a insultarme-.
-No te atrevas a decir que alguna vez fuiste mi mejor amigo... la persona que más he querido en el mundo- la rabia estalló cómo un torrente del interior de la joven, saliendo en forma de palabras -¿desde cuándo unos ideales políticos pueden decidir nuestro destino?- la pregunta y la valentía de Katniss dejó descolocado al joven -¿desde cuándo una manera de pensar puede decidir a quién debes y no debes amar... si se supone que has amado a esa persona durante toda tu vida?- terminó la frase en voz baja; los ojos azules la miraban impasible, con ese rictus serio e implacable... pero Katniss atisbó un pequeño cambio; ahora esos orbes la miraban con una pequeña parte de anhelo y otro sentimiento que no supo identificar.
-Eso pertenece al pasado- las palabras quemaban la garganta de Peeta... ¿por qué ella tenía que ser judía?; con el paso de los años había aprendido a odiar todo aquello que odiaba Plutarch. Sabía que ella venía en ese tren, y creyó poder contener sus sentimientos... pero su fachada estaba a punto de romperse en pedazos.
Katniss esperó una contestación, una reacción... algo; pero a cambio de eso, recibió un silencio estremecedor; negó con la cabeza... era inútil hablar con él, nunca volvería a ser el Peeta que ella conoció.
-¿Para qué me has llamado?- le preguntó -Peeta...- silencio de nuevo; derrotada y hundida, se dio media vuelta, pero una mano firme se posó en su brazo, y cortó sus intenciones.
-Suéltame- intentó, sin éxito, zafarse de su agarre. Obviamente, él era más fuerte que ella, por lo que quedó inmovilizada.
-No te he dado orden para que te vayas- le recordó el joven de pelo rubio. Las partes de sus cuerpos que estaban en contacto hormigueaban de manera alarmante, pero parecía que la pareja evitaba el darse cuenta.
-Te odio- escupió Katniss,frente a frente con él -te has convertido en un ser sin sentimientos, que odia y condena a gente inocente, sin otro delito cometido que no compartir los ideales políticos y sociales que vosotros vendéis- el corazón de la joven se paralizó, debido al miedo... la rabia y la frustración habían hablado por ella, y esperó la violenta reacción del joven. Pero se quedó de piedra al escuchar una risa irónica y desganada.
-No me hables de lo que significa la palabra odio- la previno, mirándola intensamente, atravesándola con la mirada -odio toda esta situación, odio que seas judía...- la joven le cortó.
-Eso siempre lo has sabido-.
-Y odio lo que provocas dentro de mi- le susurró, paseando su mirada por el rostro de la joven, para terminar mirando fijamente sus labios entreabiertos; labios que morían por ser besados, y Peeta deseaba volver a sentir ese tacto de seda y ese sabor inigualable.
-Peet...- la calló tomando la cintura de la joven entre sus fuertes brazos.
-No digas nada -Katniss le murmuró con algo que parecía ser dulzura -por favor, no digas nada- prácticamente le imploró, repitiendo la frase anterior.
Katniss no pudo hilar un sólo pensamiento coherente, ya que la boca de Peeta se estrelló contra la suya de manera urgente y necesitada. La razón le decía que no correspondiera, pero su corazón ganó la batalla... aunque años atrás no le hubiera dado una mísera explicación del por qué de su abandono; aunque ahora fuera su peor y más odiado enemigo... no podía negárselo así misma; le había amado y le amaría siempre, aunque no se lo dijera de nuevo, cómo hacía años atrás.
Su cuerpo no tardó en encenderse ante tal torrente de caricias y besos, que ambos necesitaban casi más que respirar; y ni se dio cuenta del momento en el que ella enredó los dedos en su cabello, cómo siempre había hecho, y le devolvía el beso con la misma pasión que él.
Con pasos torpes, y sin despegar un segundo sus bocas, Katniss sintió que el joven la alzaba ligeramente, para quedar ella sentada encima de la mesa y él posicionado entre sus piernas. Esa posición hizo que ambos se abrazaran más, y los gemidos y jadeos de ambos pronto invadieron la habitación.
Las manos de Katniss paseaban a sus anchas por la espalda del joven, deleitándose con sus marcados y desarrollados músculos; dejó su espalda para agarrarse con fuerza a sus brazos, subiendo por ellos hasta llegar a sus hombros, y de ahí rodeando su cuello, atrayéndole más hacia ella. Ninguno decía palabras entrecortadas... la necesidad apremiaba, y mucho.
Necesitaba respirar o iba a morir de un paro cardíaco; se separó ligeramente de la boca del joven, pero sus besos siguieron su camino, besando su mandíbula, su mejilla, su cuello; Peeta se estremecía con cada caricia... cuántas veces había imaginado el momento de volverla a ver, de sentir su piel bajo la yema de sus dedos, de besarla cómo lo estaba haciendo. Todos estos años de odio no habían podido con ese amor que nació tiempo atrás.
Las manos de Peeta se colaron debajo de la falda del vestido de Katniss ,. las recorrió lentamente, haciendo que la joven castaña se estremeciera ante ese toque; su piel de porcelana era tal y cómo la recordaba... pero debía deshacerse de esas incómodas medias; a la altura de los muslos tropezó con las liguillas que las sujetaban, y arrancándolas sin piedad, llevó sus manos a la cara interna de sus muslos. De la garganta de la joven brotó un incontenible jadeo.
-Kar, Kat...Katniss...- repetía una y otra vez, besando el cuello y la cara de la joven; ella no decía nada, pero su espalda se arqueó, ofreciéndole su cuerpo de manera inconsciente.
Sin decir una sola palabra, la tomó en brazos, y con paso rápido se dirigió al que Katniss dedujo que era su dormitorio; un armario, una mesa y una cama de matrimonio eran los únicos mueblen que lo habitaban.
La posó con tanta delicadeza sobre la cama que creyó morir; por unos segundos ella vio al Peeta de hace diez años, a su Peeta la ropa de ambos reposó en el suelo en pocos minutos, y ahora, tumbados completamente desnudos, se besaban cómo si su vida dependiera de ello. Sus pieles rozaban la una con la otra, en una fricción deliciosa. Sintió el sonrojo de la joven, que tanto había añorado, y en ese momento comprendió que ella no se había entregado a nadie.
Por unos mínimos instantes la cordura vino a su mente; ésto no podía estar bien. Los separaban demasiadas barreras, y pensó en acabar con toda esta locura... pero al ver que Katniss se agarraba con sus manos al cabecero de la cama, ofreciéndole sus pechos, hizo que su sentido común se fuera de nuevo por el desagüe. Esas cumbres pálidas y suaves, con sus cimas rosadas lo atraían de manera tentadora, y bajó sus manos y sus labios hasta ellos.
-Ahhhh...- gimió Katniss, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos; sus pezones se endurecían con una habilidad pasmosa; calambres deliciosos la recorrían de la cabeza a los pies, su cabeza se echaba hacia atrás, mordía su labio inferior para aplacar los gritos que pugnaban por salir... pero quería más, quería ser completamente suya. Le daba todo igual, probablemente su destino estaba condenado, cómo el de todos los judíos que estaban recluidos allí.
Sus piernas se abrieron, permitiendo que Peeta se acoplara entre ellas; el joven no dejaba de deleitarse con el dulce sabor de su piel; acariciaba un pecho con una de sus manos, mientras que en el otro dejaba lametones y mordidas por doquier. Los jadeos contenidos de Katniss eran una clara señal para que no cesara en su tarea... pero cuándo sintió el cuerpo de ésta arquearse varias veces, y haciendo que sus partes más íntimas chocaran la una contra la otra, perdió en control... su miembro no resistiría mucho más, pero siguió disfrutando de la piel de la joven castaña. Dejó sus pechos para recorrer con las manos y su lengua toda parte de su anatomía que sus ojos descubrían.
Sintió las pequeñas manos de Katniss recorrer su espalda, y cuándo se incorporó para besarla, sintió una caricia en su pecho. Las manos de la joven recorrían, ya sin pudor alguno, el torso, los brazos, los hombros, su vientre... la muchacha estaba ávida de descubrir cada rincón oculto de su cuerpo.
-Ohhhh Kat, Kat...- gimió de nuevo su nombre al sentir las cálidas y suaves manos apretar de manera tímida su miembro.
-Bésame Peeta- le pidió, alzando ligeramente la cabeza y ofreciéndole sus labios. El joven correspondió de inmediato a esa petición, y sus bocas se fundieron en una sola. Los dedos de Peeta dibujaron círculos y figuras imaginarias, rodeando una y otra vez su ombligo, delineando sus delgadas caderas... Katniss se estremecía ante esas caricias, pero el auténtico latigazo de placer vino cuándo sintió esos ágiles dedos hundirse en sus sensibles pliegues.
-Ahhhh...- gemía de manera alarmante, incapaz de soportar el placer que Peeta prodigaba a lo largo y ancho de su cuerpo; sus pequeñas manos tampoco paraban quietas, y recorrían libremente su camino por la ancha espalda y los fuertes abdominales del joven -Peeta...- susurraba, perdida en el placer más intoxicante que jamás había experimentado.
-Necesito estar dentro de ti, Katniss... no puedo aguantar más- siseó entre dientes; si Katniss seguía tocándole de la manera en que lo estaba haciendo, no iba a poder resistir.
Posicionó su miembro en aquella cálida entrada, y muy despacio, fue acoplándose en su interior. Se dio cuenta de la mueca de dolor de la joven, y apoyándose en sus brazos, con su rostro a milímetros del de ella, espero pacientemente a que ella le diera alguna señal. La vio respirar pesadamente, con los ojos cerrados, y no pudo resistir el deseo de besar cada centímetro de su rostro.
Katniss intentaba controlar su respiración, y poco a poco descubrió que el dolor iba remitiendo. De manera tímida apretó suavemente las piernas alrededor de las caderas del Peeta, en una muda señal. La mente de éste ejecutó sus deseos, y Katniss sintió morir ante las sensaciones que recorrían su cuerpo. Se estremecía cada vez que Peeta embestía contra su intimidad, llenando su centro con ella, y el que ella arqueara su cuerpo los hizo descubrir un ángulo todavía más profundo y excitante.
La calidez y la estrechez de la joven provocaban que la cabeza de Peeta diera vueltas; había recreado muchas veces en su mente esas imágenes... y por fin la tenía debajo suyo, haciendo que alcanzara el cielo con sus manos y arremetidas; arremetidas que cada vez se volvían más fuertes y profundas.
-Ohhh... dios, Peeta-jadeó la joven; su pequeño cuerpo se tensó, y sintió que los pliegues de ésta lo envolvían y apretaban de tal manera, que unos segundos después ambos se convulsionaban, enloquecidos por la ola de placer y éxtasis que recorrió sus venas cual inyección letal.
-Katniss...- gimió el joven, dejando caer su cuerpo, casi aplastando a la joven. Se aferró a ella de tal manera que Katniss derramó silenciosas lágrimas.
Intentado regularizar su respiración, la muchacha acarició suavemente el pelo color cobre, cerrando los ojos... no sabía que iba a suceder con ellos de ahora en adelante, pero tenía claro que él... y sólo el era... el dueño de su destino.
