N/A: Realmente no tendría que estar acá pero bueno ¿Qué más da? Que me acompañe la fuerza mañana porque lo que comenzó como un resumen de contabilidad terminó como un Stingue. No me pregunten cómo, sólo se dio. Aquí mi ilegalidad(? Besos mil. je.
Razones para estar contigo
Sting y Rogue llevaban dos años en pareja, y en ese período de tiempo se habían peleado mil veces, dejado otras mil y arreglado mil y una. Para otras personas podía parecer una relación muy inestable, pero quienes los conocían sabían que no era así. Simplemente era su forma de ser. Discutir era su estado natural.
Por eso, habían ideado un mecanismo para arreglarse con más rapidez, y evitarse los largos días de tormento. Cada uno en su habitación guardaba un pequeño frasco, el cual estaba lleno de papelitos. Cada vez que encontraban un detalle agradase de su compañero, o este tenía un lindo gesto, lo escribían en un papelito y lo metían en el frasco. Así que cada vez que peleaban, luego de disfrutar un poquito de su enojo, en plan: "tengo la razón", abrían el frasco y luego de leer un par de papeles andaban nuevamente a los besos. Y esa tarde de Domingo, no fue la excepción.
Sting se había enojado por vaya-a-saber-uno-que, y Rogue no había tardado en recordarle lo niñato que era y por ende negarle la razón.
—Por undécima vez Sting, no pienso pedirte perdón cuando tu sos el que está errado—protestó el dragon slayer de las sombras.
—¿A si?—lo provocó el otro—Pues deberías.
—¿Por qué?—preguntó el morocho, ahora confuso.
—Por decir que estoy errado cuando estoy en lo correcto—argumentó el rubio.
Rogue se agarró la cabeza.
—¡Ese ni siquiera es el motivo por el que estamos peleando!—exclamó.
—¡Ya sé!—exclamó el otro, también—Pero también deberías pedirme perdón por eso—alegó, intentando argumentar, lo inargumentable.
El mago de las sombras quedó rojo de cólera. Ya está, había alcanzado su límite. Rogue estaba en modo caldera.
—¡Eres insufrible!—gritó, y se fue molesto a su habitación.
Sting lo miró alejarse, intentando pensar rápido un buen insulto.
—¿Soy insufrible? ¡Entonces tu eres insufribilisimo!—gritó, cuando el morocho ya se había marchado.
Reconocía que había sido malo, pero peor era quedarse sin decir la última palabra, según él.
Luego, de dar un par de vueltas alrededor del living, también marchó a su habitación. Allí se tumbó en la cama y esperó que llegase su santo remedio ante las peleas: el sueño. Que para su fortuna no tardó mucho en llegar.
Pasadas las horas, Sting se levantó de la cama. Miró a la ventana y pudo notar que había oscurecido, ya era casi de noche.
Se aproximó a su mesa de luz, destapó el frasco que yacía en ella, y sacó un papel.
Leyó en voz baja, y una sonrisa surcó su rostro.
Cogió otro.
Volvió a leer, y esta vez rió.
Cogió uno más.
Leyó nuevamente, y salió despedido hacia el living.
Allí lo esperaba Rogue, con una taza de café vacía y otra intacta, que parecía haber enfriado hace horas.
El rubio se sentó a su lado en el sillón y recargó su cabeza sobre el hombro del otro.
—Porque me haces reír—dijo Rogue, pasando su brazo izquierdo por los hombros ajenos.
Sting sonrió.
—Porque siempre estás—dijo el rubio.
Rogue le devolvió la sonrisa.
—Porque besas rico—dijo el morocho.
Y Sting escondió su sonrojo en el pecho ajeno.
—Porque me encanta el olor a shampoo en tu cabello—dijo el mago de luz.
Generando que su compañero soltase una risotada.
—Porque sé que también lo sientes—dijo finalmente Rogue.
—Porque me haces querer ser mejor—respondió el otro.
