Bueno, aquí estoy con otra de mis locuras que mi cerebro decide elucubrar cuando debería estar estudiando.

Como no quiero escribir un testamento, os dejo directamente con el capítulo. Muchas gracias a todos los que leen y cualquier Review será bien agradecido :)


A su merced.

Despertó sobresaltada por el ruido del despertador. Soltó un suspiro y se tapó la cabeza con la almohada, en un intento por disminuir el sonido que emitía el aparato. Pero de nada sirvió.

Estiró su brazo, girando su cuerpo a la vez, y dio un ligero golpe en la parte superior del despertador. El ruido cesó y volvió a suspirar, apartándose las ropas que tenía sobre ella.

Se dirigió al baño y miró su cuerpo casi desnudo. Simplemente su ropa interior la tapaba. El reflejo del espejo la mostraba una mujer más delgada a la que estaba acostumbrada a ver. Aunque dada la situación en la que estaba, no la extrañó demasiado. Había perdido el apetito hacía mucho tiempo.

Se dio una rápida ducha, y cubrió su cuerpo con una toalla. Repitió lo mismo con su pelo y, descalza, bajó las escaleras en dirección a la cocina. A pesar de que el agua fría la había despertado ligeramente, su cuerpo seguía adormecido.

Un delicioso olor a café llegó a su nariz, y sonrió como una tonta. Sus pies aceleraron el paso inconscientemente, pero enseguida se frenó en seco. Sus sentidos se pusieron alerta, despertándola de golpe.

Estaba sola.

Nadie la había acompañado a casa anoche. Ni se había traído a ningún hombre con ella.

Entonces, ¿Por qué su casa olía a café?

Retrocedió sobre sus pasos y regresó a su habitación. Se deshizo de la toalla que tenía en el pelo y se puso rápidamente ropa interior limpia y una camiseta amplia. Si sus sospechas era ciertas y alguien había entrado en su casa, la sería más fácil el combate cuerpo a cuerpo con ropa puesta, que con una toalla.

Se acercó a un cajón que había bajo el espejo de su cómoda y tomó su arma reglamentaria. Respiró hondo y se giró, dispuesta a bajar las escaleras.

Fue entonces cuando le vio.

Cuando todos sus miedos la invadieron.

-¿Esa es su forma de recibirme? Y yo que me había tomado la molestia de prepararla un café…

El hombre comenzó a pasearse por la habitación, sereno. Como si lo hubiera hecho miles de veces más.

-Debo admitir que es muy dulce mientras duerme. Parece un ángel. Un ángel caído del cielo.

Lisbon tragó saliva al verle, y más aún al escucharle decir cómo la había estado viendo dormir. John el Rojo la había estado observando mientras dormía.

Echó un rápido vistazo a su habitación y tanteó las posibilidades que tenía si se enfrentaba a él. Enseguida descartó esa idea al percatarse del afilado cuchillo de carnicero que el hombre sostenía con su mano izquierda.

Buscó su móvil con la mirada, pero el asesino leyó su mente.

-No piense siquiera en intentarlo –la miró con indiferencia, sabiendo que tenía el control de la situación –La cosa será así. Yo me iré enseguida. Por su parte, deberá regresar a este mismo apartamento, hoy a medianoche. Sola. A partir de ahí, estará completamente bajo mi merced. La dejaré estas horas que la quedan libre para que haga lo que tenga que hacer. Para que se despida de sus amigos, de sus hermanos, del señor Jane –Recalcó a este último –Pero a partir de medianoche, será toda mía.

-¿Y si me niego? –Preguntó, con un nudo en la garganta. Estar a disposición de un asesino en serie no había sido su meta nunca. Y menos, a disposición de John el Rojo.

- Me encargaré personalmente de Patrick Jane, de una vez por todas.

Miró al techo mientras notaba como el ascensor se elevaba. En pocas horas, su vida se iría a la mierda, y no podría hacer nada para evitarlo. Bueno, si podría. Pero esa idea se borró de su cabeza enseguida. No se perdonaría si algo le pasaba a Jane por su culpa. Si acababa como otra de las muchas víctimas del asesino en serie, por su culpa.

Oyó un ruido y vio las puertas del ascensor abrirse. Salió con paso firme, dispuesta a aprovechar su último día de vida. Era cierto que no moriría hoy, pero estar bajo las órdenes de alguien significaba eso para ella. La muerte.

Entró a su despacho, sin pararse a saludar a sus compañeros. Cerró la puerta con pestillo y cerró las cortinas que cubrían los cristales de la habitación.

-¿Qué le pasa a Lisbon? –Preguntó Van Pelt al verla entrar sin saludarles.

-A saber. Quizá se haya peleado con Jane –Contestó Rigsby, quien vio subir al rubio las escaleras que dirigían al ático.

-Callad, viene hacia aquí –Advirtió Cho. El asiático no había quitado la vista del despacho desde que la mujer entró.

-Buenos días –Dijo con una sonrisa, entrando al despacho abierto donde se encontraban sus compañeros. Vio como simulaban una sonrisa y la saludaban. Entonces se dio cuenta, había ido directamente a su despacho nada más entrar, en vez de saludarles primero como solía hacer siempre. –Venía a avisaros, me iré de viaje hoy a medianoche y no sé cuándo volveré –Les sonrió, intentando quitarle peso al asunto. No podía contarles la verdad, o la vida de su asesor estaría en peligro.

-¿De viaje? ¿Cuánto tiempo? –Van Pelt la miraba sorprendida.

-Como he dicho, no lo sé.

-¿Jane va contigo? –Se atrevió a preguntar Rigsby.

-No. Voy sola. –Respondió, con tristeza. –Voy a despedirme de Jane, muchas gracias por todo chicos. Lo digo de verdad, muchas gracias.

Vieron como su jefa, realizaba el mismo camino que tan solo unas horas antes había hecho el asesor. Se miraron entre ellos, algo asombrados ante lo que les acababa de decir.

-¿Soy yo, o esa despedida parecía para siempre?

Se paró frente a la gruesa puerta de hierro que la separaba de él. Tomó aire y lo expulsó pocos segundos después, intentando liberarse del matojo de nervios que tenía por dentro. Estaba decidida a hacerlo. Tenía claro que no iba a volver a verle. Si John el Rojo se hacía con ella, no volvería nunca. Y eso significaba que no volver a siquiera, estar con él. Así que, ¿Qué más daría? Solo tenía que hacerlo. Entrar dentro, armarse de valor y hacerlo. Después se iría de allí, llamaría a sus hermanos y se despediría de ellos para entrar en su nuevo estilo de vida, si es que se podría llamar así.

Dio varios toques con los nudillos y susurró su nombre. Jane, casi de manera imposible, se levantó de la cama al oírla y se acercó a la puerta.

-¿Lisbon?

-Jane, ábreme por favor.

Al oír como suplicaba que abriese, el asesor lo hizo sin pensárselo dos veces. Pero, para su sorpresa, la mujer entró de inmediato en cuanto vio como la puerta se corría hacia un lado. Ni siquiera esperó a que él se apartara un poco. Entró de golpe. Y eso le extrañó.

-Lisbon, ¿Estás bi… -Pero algo le interrumpió.

Le estaba besando.

Teresa Lisbon le estaba besando.

Nada más girarse, la mujer tomó sus mejillas con sus manos y posó sus labios sobre los de él, dejándole de piedra.

Se quedó varios segundos inmóvil, sin saber muy bien cómo reaccionar. Pero enseguida posó sus manos sobre las caderas de la mujer y, con un ligero tirón, la acercó más a él.

Por su parte, la agente se sorprendió de la reacción de su compañero. Se esperaba que la diese un empujón, que la apartase, o simplemente se echara hacia atrás.

Pero no eso.

No que continuara el beso, y que la abrazara al hacerlo.

Un beso, que duró varios minutos, para asombro de ambos.

Cuando se separaron, Lisbon le miró fijamente a los ojos. A aquel azul que tanto adoraba y que se había oscurecido repentinamente. Notó como una lágrima resbalaba por su mejilla y se la limpió con fuerza. No quería llorar.

-Adiós Patrick –Susurró, con la voz entrecortada. Y antes de que el hombre pudiera hacer algo, echó a correr escaleras abajo.

-Lisbon… –Susurró también él, mientras permanecía quieto -¡Lisbon! –Repitió, esta vez con más fuerza, volteándose con rapidez y siguiendo los mismos pasos que su compañera había recorrido tan solo unos segundos antes.