¡Hola! Bueno, sé que mi número de historias está creciendo pero no puede hacer nada.

Así que…

Nada, que espero que os guste la historia.

Como siempre digo en estos casos…

¡Nos leemos abajo!

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Como ellos.

Ella podía ver a través de su cuello.

Lo veía.

¡Claro que lo veía!

Veía sus labios apretados en una línea.

Veía sus ojos convertidos en rendijas.

Veía sus mejillas pálidas de rabia.

Veía su mandíbula apretada.

Pero lo que más le disgustaba no era eso.

¡Ni de lejos lo era!

¡Qué estupidez!

A ella lo que más la mosqueaba…

Era…

Era que…

Veía su ceño fruncido.

Y odiaba cuando hacía eso.

Sus ojos rojos se achicaban.

Como odiaba su ceño fruncido.

Sabía que estaba enfadado.

Otra vez.

Ella no lo podía remediar.

Él era demasiado frío y ella…

Bueno…

Ella…

Era demasiado pasional.

Él no era como Boomer.

(Boomer repartía amor a diestra y siniestra)

Él se conformaba con ver una sonrisita en Blossom.

Eso para él era suficiente.

Ella no.

Ella tenía que verlo sonreír abiertamente.

Tenía que verle abrazando a los demás.

Tenía que ver el brillo en sus ojos.

Pocas veces lo conseguía, claro.

(Casi ninguna en realidad)

Él era demasiado frío.

Ella demasiado pasional.

Ella odiaba eso.

El ser diferentes.

Lo odiaba.

Era comprensible.

Pero para él no.

Él estaba bien cuando repartía besos a lo largo del cuello de ella.

Él estaba bien cuando la abrazaba fuerte.

Fuerte y posesivo.

Posesivo y cariñoso.

Pero ella refunfuñaba cuando no lo hacía delante de la gente.

Ella, al parecer, no lo entendía.

No entendía que Brick no quería que nadie supiese que era de ella.

Es decir, era de ella.

De nadie más.

Punto ahí ¿entendido?

Pero él no iba a estar besándola cada dos por tres delante de la gente.

Él simplemente no era así.

Y a Blossom eso la frustraba.

Bueno, él no podía decir nada.

Ella tampoco en realidad.

Así que se conformaban con estar a solas.

Y que él le mordiese el cuello.

Besase su clavícula.

Rozase su cintura.

Jugueteara con su oreja.

Eso bastaba en realidad.

Eso estaba bien.

Porque él no era como ellos.

No, él la reservaba.

El postre para el final.

Y después saborear su piel.

Dejar sus ganas fluir.

Convertirse en ese animal que sabía que ella amaba.

Marcarle la clavícula.

Susurrarle que era suya.

Y volverse loco un ratito.

Uno pequeño.

Chiquitito.

Cortito.

Muy breve.

Después irse y aguantarse las ganas otra vez.

Porque él no era de los que devoraba el cuerpo de ella.

No.

Él la disfrutaba.

La amaba.

La cuidaba.

Y así, de esa forma…

La poseía.

Porque dos héroes no son bien vistos juntos.

Así que él se aguantaba las ganas.

Ella no.

Ella lo veía y le mordía el labio.

Despacito y sucio.

Y a él le encantaba.

Pero fruncía el ceño y con delicadeza y a regañadientes la apartaba.

Despacito.

(No quiere dejarla ir).

Y entonces es cuando ella lo ve.

Veía sus labios apretados en una línea.

Veía sus ojos convertidos en rendijas.

Veía sus mejillas pálidas de rabia.

Veía su mandíbula apretada.

Veía su ceño fruncido.

Y odiaba cuando hacía eso.

Fin.

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Lucero Gómez al teclado:

Me encantáis chicas, de verdad que sois lo mejor. No sé que hubiera hecho sin vosotras aquí.

Me encantan vuestros comentarios, ¡simplemente me encantan!

Me encanta la manera que tenéis de comunicaros entre vosotras.

Como un hilo perdido en mitad del silencio.

Un beso a todas, gracias por todo y todos.

De verdad, sois las mejores.

Con aprecio, estima y orgullo:

Lucero Gómez.