Quieres tener una cita conmigo?
Después de tanto pensarlo, se animó. O algo así.
– ¿Quieres salir conmigo? – dijo a su reflejo, tratando de pensar que Edward estaba enfrente.
Trató de imaginar la posible respuesta, más no funcionó, jamás había visto a Edward rechazando a una chica (aunque sabía que lo había hecho muchas veces). Un sí definitivo era poco probable, pero un no desdeñoso parecía casi imposible.
Se veía patética allí, enredada en una toalla blanca, viéndose en el espejo empañado, pidiéndole a su yo cubierto de gotitas de agua que salieran. ¡Qué escena tan bizarra!
Suspiró profundamente, había intentado por todos los medios insinuarle a Edward que desde hace tiempo él le atraía. En realidad no sabía cuándo había empezado, ¿un martes? ¿Un viernes? Sólo que un día, mientras comían un helado de chocolate, su boca se le antojó. Los roces furtivos, ahora eran intencionados. Las salidas continuas, ahora se alargaban hasta horas insospechadas. Y las mañanas se habían vuelto húmedas y frías.
– Yo, sólo me preguntaba ¿tienes algo que hacer ésta noche? Podríamos salir.
– No creo que tu reflejo pueda salir a dar una vuelta siquiera – la voz parecía divertida.
Bella enrojeció, había olvidado ponerle seguro a la puerta.
– ¿Debería empezar a preocuparme de tu salud mental?
Edward la veía desde el marco de la puerta en el que reposaba su cuerpo despreocupadamente, los brazos cruzados sobre su pecho, posando descarada y sensualmente. La castaña al voltear a su derecha lo primero en que se fijó fue en la media sonrisa burlesca.
– Yo… sólo…
El joven Cullen se acercó y el nerviosismo de Bella se incrementó notablemente, sus piernas flaqueaban y su rostro se sonrojó aún más.
– ¿Tú sólo…?
La castaña tragó con dificultad, su mente trabajaba a mil por hora.
– No me animo a preguntarle a la persona que me gusta si quiere que salgamos. Estaba practicando. – Sonó mucho más seguro de lo que en realidad estaba.
Los ojos dorados de su compañero se ensombrecieron.
– Eso no me gusta.
– ¿El qué? ¿Coquetear con el espejo? – preguntó inocentemente, tratando de disminuir la tensión del ambiente.
– ¿De quién estás enamorada? – está a sólo milímetros de Swan, el vago pensamiento de que está semidesnuda no ayuda a concentrarse en su respuesta inventada.
– Es obvio tonto– no ha podido encontrar un momento más perfecto que ese para declararlo y dejar de preocuparse de una vez por todas del qué pasara – de ti.
Simplemente, Bella se sorprende, en el rostro de Edward no se ha dibujado un gesto de repulsión, ha aparecido una sonrisa.
– Entonces supongo que podremos salir los tres.
Frunce las cejas la castaña.
– ¿Cuáles tres?
– Tú, tu cita y yo.
Bella ríe.
– Bien, pero no te vayas a quejar de que la vea más a élla. Es ligeramente más guapa que tú.
Una vez más se asombra, cuando los labios de Edward invaden los suyos, engulléndolos ferozmente, lamiéndolos, chupándolos, deslizándose sobre la carne.
– Tal vez y sólo tal vez, tengas razón.
Fin
