Disclaimer: Todo, todo, todo lo referente a Golden Sun pertenece a Nintendo y Camelot. Yo sólo soy un titiritero jugando con los muñecos que crearon las mentes retorcidas de los hermanos Yamauchi.

Nota: He mantenido todos los nombres de la versión española de Golden Sun y Golden Sun: LEP, excepto el de Hans, que lo cambié a su nombre en la versión inglesa, Isaac, porque... porque me gusta más así. No es nada en contra de ningún Hans.


Prólogo

La última vez que el capitán del barco había mirado el cielo, estaba completamente despejado. Ninguna nube ensombrecía la luz del Sol Dorado, que revestía al dragón tallado en la proa con un aura rojiza, provocando la ilusión de que escupía fuego por sus fauces.

El mar estaba también tranquilo. Las brisas marinas eran apenas perceptibles.

Pero ahora, lo único que salía de la boca del dragón era agua. Escupía agua y rugía truenos. El cielo se volvió más oscuro que la noche. Tenía la textura esponjosa de ciénagas negras. Las nubes no dejaban de exhalar relámpagos que se estrellaban en el mar indiscriminadamente.

La situación bajo el barco no era muy distinta. Los mares embestían indómitas toda la estructura. Olas de varios metros bañaban la cubierta. Cientos de trombas marinas se formaron cerca de él, y si el barco no hubiera estado comandado por psinergía, seguramente habría sido tragado por las aguas.

El capitán no acertaba a comprender cómo se había formado una tormenta tan rápido y sin aviso. En sus cientos de años de experiencia, había visto cómo las aves, el viento, las nubes o los animales marinos podían alertarlo de una catástrofe inminente. Era sólo cosa de oler, observar, sentir el mar. Esta era la primera tormenta que lo tomaba por sorpresa.

Lo único que atinó a hacer fue seguir comandando el barco a pesar de la adversidad. No tenía mástiles que se pudieran quebrar. Ni velas que se pudieran rasgar. Tampoco una tripulación temerosa por su vida. Lo único valioso eran las provisiones de los almacenes, y la Esfera de Control en lo más recóndito del interior del barco. Pero ambos estaban seguros. De ese modo, no importaba cuánta agua ingresara por la cubierta, ni si algún relámpago la golpeara: él podría seguir su curso sin miedo, hasta que la tormenta cesara.

Aún así le costaba evitar que el barco volcara. Las aguas lo embestían continuamente, en una dinámica que parecía casi un baile. El capitán, aparte de tener que manejar el timón, se concentraba para apaciguar a las aguas que tenía directamente bajo él. El agua era su dominio. Ellas obedecerían, aunque sólo hasta cierto punto. Así mantenía una relativa estabilidad, aunque propensa a romperse ante la más mínima pérdida de concentración.

La tormenta duraba demasiado. El capitán tuvo que pensar en una nueva forma de salir de la difícil situación. Pensó en congelar las aguas más cercanas con psinergía. Pero, de hacerlo, quedaría estancado en el mar, pues no poseía el poder de descongelar el hielo posteriormente. Luego, planeó secar el agua, cosa que rechazó inmediatamente. Sólo podía hacerlo con aguas que estuvieran prisioneras en los bordes de estanques o lagos. Allí el agua era ilimitada. Se le acabaría la energía en unos segundos. Mientras pensaba en otros métodos para salir de la tormenta, divisó tierra.

Dirigió su barco hacia ese lugar remoto que se veía en la lejanía, aunque el mar se empeñaba en desestabilizarlo y llevarlo a las profundidades. Tuvo que sortear la resistencia del agua, evitar las trombas marinas —que no eran pocas—, y desafiar la tormenta entera sobre los rugidos del dragón de la proa para acercarse a la isla.

Terminó acercándose a un gran risco. En la punta, casi rozando la caída, se encontraba una mujer. Tenía los brazos abiertos, como abrazando la tormenta. Desde abajo, el capitán no pudo observar que tenía los ojos cerrados, pero se dio cuenta de que no lo había visto. Su actitud era casi de indiferencia ante la catástrofe que azotaba el mar y las costas. Tal vez por un presentimiento, o por hallar algo familiar en la pequeña figura que alcanzaba a distinguir en el risco, el capitán buscó llamar su atención.

—¡Eeeeeeeeeeeeey! —llamó al cielo—. ¡Eeeeeeeeeeey!

El ruido de los truenos y las olas ni siquiera le permitieron escucharse a sí mismo. Tuvo que tomar medidas más drásticas. Se concentró, a pesar de la inestabilidad del barco.

Unos pequeños copos de nieve que cayeron en sus hombros la despertaron de su trance. Los miró extrañada. Sus poderes nunca habían provocado una nevada. Eso estaba fuera de su alcance como adepta de Júpiter.

Levantó su mirada al cielo, y vio cómo la nieve se hacía más y más copiosa. Se limitaba a caer sólo en el lugar en que ella estaba. Buscó el origen del prodigio, a su espalda; al frente, más allá de su tormenta, cuando finalmente observó el barco bajo el risco. Se asomó y vio un hombre que le hacía señas. Le pareció que pedía ayuda.

Consciente de que podría estar causando daño, la mujer detuvo sus oleadas de psinergía. Pronto, las nubes negras se habían esfumado, y las aguas se volvieron tranquilas tan rápidamente como se habían enfurecido. De la tormenta sólo quedó el sonido del viento, que parecía lamentarse de dolor. El capitán comprendió entonces quién había provocado la tormenta y quién era esa mujer.

—¡Sole! —llamó desde la cubierta, que ya había dejado de tambalearse—. ¡Sole! ¿Eres tú?

Asomándose por el risco, la aludida miró al marino. No pudo reconocerlo hasta que observó el barco. Sin mástil, sin remos, sin ningún tipo de comando de navegación. Sólo un timón y la cabeza de un dragón en la proa. Era un barco lemurio.

—Piers… —dijo casi susurrando.

Piers experimentó un repentino golpe de terror, casi tan repentino como el que sintió al verse entre la tormenta sin aviso, cuando vio que Sole caía por el risco. Pero, igual de rápido que la tempestad, el miedo se esfumó al ver que descendía suavemente caminando por el cielo. Había olvidado que la adepta aprendió a levitar en la Aldea Chamán. Cuando la tuvo frente a sí, se echó a reír.

—¡Sole, sí eres tú! —Puso una mano en su hombro y la observó—. Vaya que has crecido. Si no fuera por la tormenta no te hubiera reconocido, menos desde tan lejos.

La muchacha de verdad había crecido, aunque no demasiado. Lo que más cambiaba su aspecto, de cómo la recordaba Piers, era su pelo. El cabello rubio le llegaba ahora hasta la cintura, y no parecía muy cuidado, lo que le daba un aspecto más salvaje. En sus orejas tenía aros con forma de medialuna. Poseía una capa violeta que, por delante, se cruzaba en torno a unos incipientes pechos. De allí colgaban diversas joyas, todas plateadas. La niña empezaba a parecer una mujer, con una belleza muy especial.

Otra cosa que llamó la atención del marino era el báculo que portaba en su mano izquierda. Resultaba imponente. Era una firme vara color gris, que terminaba con una cabeza de lobo con las fauces abiertas en un preciso semicírculo.

—Sí, Piers, ha pasado mucho tiempo. —La muchacha, a su vez, observó al viejo capitán lemurio.

Seguía tan joven como siempre. Y como seguiría por mucho tiempo más, mientras bebiera de las aguas de Lemuria. El único cambio perceptible era la cuidada barba azul que llevaba en torno a la boca. Le daba un aspecto más maduro, tal vez más acorde a la edad que tendría entre humanos como ella, aunque no llegaba a ocultar su juventud de lemurio.

Cuando ya se habían reconocido mutuamente, Piers la invitó a sentarse en un pequeño banquillo que encontró tirado por la cubierta.

—Toma, siéntate aquí. Es el único que quedó luego de la tormenta —le ofreció amablemente—. Perdóname que el barco esté tan mojado, el agua entró a bocanadas...

—Lo siento, fue culpa mía. —Sole bajó la cabeza en señal de disculpa—. Estaba practicando.

—¿Practicando? —indagó sorprendido.

—Cuando las dudas no me dejan en paz, ansío la noche. La ansiedad es tanta que no puedo esperar que las horas pasen. Así que fabrico mi propia noche. Cuando oscurezco el cielo con las nubes, mi mente puede pensar más claramente. ¿Irónico, verdad? —Piers asintió, con entendimiento en el rostro. Entendía que la chica seguía preguntándose por su origen. No le cabía duda que durante todo el tiempo en que permanecieron separados, ella había seguido buscando las respuestas. —Además —prosiguió Sole—, aproveché esta oportunidad para practicar mi psinergía. Creo que hasta estaba un poco furiosa. Cuando estoy en contacto con vientos como el que viste, me calmo. —Pudo ver una sonrisa en el rostro de Piers, o quizá lo imaginó—. Sí, lo sé, soy una contradicción con patas. —Esta vez la sonrisa fue innegable.

—Bien, Sole, qué bueno que sigas practicando —comentó tranquilizador—. Pude experimentar de primera mano lo fuerte que te has vuelto. Ni siquiera a Iván lo había visto hacer algo como eso.

Sole casi se sonrojó con el cumplido.

—¿Y bueno, qué te trae por estos mares? —preguntó al muchacha—. Pensé que habías vuelto a Lemuria con tu tío.

—Así es. Tengo un lugar en el Consejo de la Corte. Soy el más probable sucesor del Rey Hidros…

—¡Rey Piers! —interrumpió Sole, ahora más animada—. No suena nada mal.

—No te acostumbres. Al reinado de Hidros aún le quedan cientos de años, puede que hasta miles.

—Entonces no podré verte con la corona.

"Tal vez sí", pensó Piers. Más no quería dar explicaciones sobre algo de lo que no estaba seguro.

—Bueno, como iba diciendo, sí fui a Lemuria. Pero una nueva misión me trajo de vuelta a Weyard. Me llegó un mensaje por medio de una paloma. Exigen mi presencia en cierto lugar. Salí hace unos días. Y aquí estoy.

Sole sintió de repente que no importaba lo que lo llevaba a estar ahí, que lo importante es que estaban juntos. Lo había extrañado, así como a todos sus demás amigos. Nunca esperó que el destino le llevara a uno de ellos. O que su tormenta lo hubiera hecho. Definitivamente el viento era misterioso.

—Qué bueno verte, Piers. Los he extrañado a todos desde que nos separamos.

—Pero has tenido la oportunidad de visitarlos —repuso el marino.

—Estuve en Tale un tiempo. Lo suficiente como para darme cuenta que allí no encontraría mis respuestas. Que mi destino no era permanecer allí. Así que decidí viajar por Weyard, adonde el viento me llevara en busca de datos sobre mi origen. Aunque hasta ahora no me ha mostrado mucho.

—Bueno, alégrate. —Piers esperó la cara interrogativa de Sole para proseguir—. Los verás de todas formas. A todos. —El corazón de la muchacha dio un vuelco—. La nota que me dejó la paloma en Lemuria era una invitación. Pronto se cumplirá un año desde el retorno de la alquimia al mundo. Kraden organizó una fiesta en la que se volverán a reunir los Guerreros de Tale —El marino se alejó rápidamente y llegó hasta el timón. Le dio una violenta vuelta, poniendo en marcha el barco con su psinergía—. Sostente bien, Sole. ¡Vamos a Tale!